lunes, marzo 31, 2003

Perdón, pero ningún equipo de futbol que tenga como técnico a un piojo puede ser superlíder. La ilusión, "ese crimen perfecto", diría Baudrillard.

CAS
Cinismo gringo

-Que un iraquí se inmole lanzándose a un grupo de marines en un auto lleno de explosivos, se llama en el vocabulario estadounidense "atentado terrorista".

-Que dos comandos norteamericanos se enfrenten entre ellos por equivocación y haya 35 heridos, en correcto inglés y ya traducido se conoce como "Si no puedes con el enemigo, únetele". Un amigo dice que más bien se le puede enunciar llanamente como "una pendejada".

-Que militares iraquíes ataquen vestidos de civil a un contingente norteamericano, es en el lenguaje gringo "inhumano, desleal y va en contra de la Convención de Ginebra".

-Que un scud caiga en un mercado en lugar de en un cuartel de Bagdad, se conoce como "error humano".

-Que un tomahawk derribe un avión de la Real Fuerza Aérea Inglesa, se denomina "lamentable equivocación".

-Que mexicanos mueran en Irak no se llama de ninguna manera, pues "son sólo soldados ex profeso preparados para estar en el frente".

-Que un A-10 Thunderbolt estadounidense dispare en contra del sexto regimiento de caballería inglés, dejando un muerto y tres heridos, no se entiende como asesinato a mansalva sino como "fuego amigo".

-Que un Crucero caiga en Irán y no en Bagdad se llama "El presidente Bush apretó el botón nada más para probar, pero de aquí no sale ninguna información porque es secreto de Estado".

-Que se quiera condenar a todo soldado iraquí por crímenes de guerra no sólo se trata de cinismo del peor, sino que me recuerda a Nuremberg. Y esto, según ya se ha comentado por ahí, no es el Holocausto. Sin embargo, muy señores míos, la guerra es la guerra.

CAS

sábado, marzo 29, 2003

Serrano en Huitzilac

La historia de México bien podría ser un capítulo del Quijote. Hay de todo: personajes ideales, asuntos complicadísimos que acaso sólo un menor de edad podría entender y, sobre todo, ficciones misteriosas al más puro estilo de Agatha Christie. Es una historia, por otra parte, conmovedora e inocua, pues más que ser divisoria une a cada mexicano en un grito perenne, como el de Munch. Por cierto, todos los nacidos en este país, además de tener un pequeño priísta dentro, anhelan eternamente morir como Juan Escutia, aunque según las últimas investigaciones no murió como se dice; es más, en la lista de cadetes del H. de esa época no había registrado ningún Juan Escutia; además el apellido Escutia es sospechoso en sí mismo.

Pero más allá de estas trivialidades, es mi deber desmitificar un episodio de la historia de México que los historiógrafos tradicionales han comentado hasta el hartazgo como uno de los referentes más profundos de la “traición”. Ya en otro momento tendré que detenerme por más tiempo en este fenómeno, leitmotiv de toda historia; ahora lo tomo sólo como punto de arranque. A Judas, el traidor por antonomasia de la historia occidental, le debemos nuestra devoción al catolicismo. ¿Qué habría pasado si Jesucristo no hubiera muerto crucificado y resucitado posteriormente? En principio de cuentas los problemas respecto de la fe serían mayores y mi querido José Ortega y Gasset no hubiera escrito ese libro maravilloso que se llama Ideas y Creencias. En realidad don José es vituperado con especial constancia por la literatura actual, pero creo, por lo demás, que sin razón alguna. Pero Ortega será Ortega, aunque se llame Cristóbal y sea un chiste que sólo entiendan los que les gusta el futbol. Tampoco, por otro lado, Descartes habría sido el mismo sin la traición. Y muchos otros más. Pero dejemos las digresiones y volvamos al tema.

Como de repente, y sobre todo después de una noche de farra, no puedo dejar mi espíritu pedagógico, he de empezar a enunciar algunas verdades que los historiadores se han permitido obviar los últimos años. Señores míos, Francisco Serrano, el ex candidato a la presidencia en el año 27 por la Alianza antirreleccionista, no fue fusilado después de un juicio sumario; tampoco quiso levantarse en armas en contra del gobierno callista y de la eminencia gris en ese momento, el gran Álvaro Obregón. Pero la historia tradicional dice que sí. Vamos a ver.

Pancho Serrano fue pasado por las armas (es un decir, pues en sentido estricto le despedazaron la cara a patadas) en la carretera vieja México-Cuernavaca y viceversa, a la altura del pueblo de Huitzilac, donde dicho sea de paso se elabora un pulque muy bueno. No es por provocar, pero el encargado de cumplir las órdenes de Obregón, quien interceptó a su vez las de Plutarco –¡vaya insigne nombre para el títere de don Álvaro!– fue el jefe de operaciones militares en el estado de Guerrero, el general Claudio Fox. Pero vayamos atrás. Serrano, quien había sido secretario de Guerra en el gobierno obregonista, pasó una temporada en Francia –donde aprendió a leer a Víctor Hugo–; después fue gobernador de la ciudad de México. En el año 26 la constitución fue modificada en sus artículos 82 y 83, relativos a la reelección. Se aceptó que un ex presidente podía volver a serlo siempre y cuando dejara pasar un periodo presidencial. Sobra decir que este cambio era para que el gran manco de los cañonazos y los millones pudiera arribar de nuevo al ejecutivo. Y estuvo a punto de ser así, de no ser por la puntada de este muchacho León Toral, quien cuando le dijo a Obregón si podía hacerle una caricatura en lugar de sacar un lápiz sacó una pistola. Don Álvaro fue asesinado el 17 de julio de 1928 en el restaurante “La Bombilla” de la ciudad de México.

Pero antes de eso a Pancho Serrano no le pareció aquello de la reelección, tampoco a Arnulfo R. Gómez, jefe de operaciones militares en el estado de Veracruz. Ambos lanzaron sus candidaturas. Viéndolo con cabeza fría, dudo que alguno de los dos hubiera ganado en las urnas compitiendo con Obregón, mucho menos Serrano, quien redujo su campaña a los estados del centro y en el único donde realizó un mitin fue en Puebla. Aquí está el quid del asunto. Serrano representaba una gran amenaza para Obregón, sobre todo porque en este país después de una secretaria de estado el paso obvio siguiente es la presidencia; luego el exilio, por supuesto. ¿Qué iba a hacer Obregón con la amenaza latente de Serrano, en el entendido de que tendría que estar muy cerca de él? Pues bien, lo mandó matar e inauguró una táctica singular, condición sine qua non de la política mexicana en la actualidad: el madruguete, circunstancia que también vivió en carne propia este otro muchacho llamado Colosio (en Tijuana, by the way).

El 2 de octubre –bendita fecha– de 1927, Serrano se encontraba en la ciudad de Cuernavaca festejando su cumpleaños. Las tesis tradicionales documentan que, más bien, preparaba una asonada con sus compinches para derrocar al gobierno de Calles. Puede ser que Serrano fuera hombre de notable sagacidad para enfrentar el régimen en las urnas, pero no era lo suficientemente idiota para levantarse en armas a lo pendejo, en particular cuando tenía en frente al mayor estratega de la lucha armada de la revolución: Obregón. ¿Por qué puedo afirmar esto con tanta tranquilidad? Pues por una simple razón: mi bisabuelo, el gran José de la Sierra, fue el coordinador de campaña de Serrano en Morelos. Las cosas ocurrieron así: el 2 de julio del 27, Serrano, en efecto, estaba en el viejo hotel Bella Vista de la ciudad de Cuernavaca celebrando su cumpleaños. En algún momento de la velada mi bisabuelo le dijo:

–Pancho, me acaban de avisar que enviaron a un contingente de Palacio de Gobierno para apresarnos. Tengo ya unos coches acá afuera para irnos.

–¡Pero, Pepe!, mi compadre es incapaz de hacerme algo.

–Pancho, vámonos, por favor; quién sabe qué pueda pasar.

–Pues vete tú si quieres. Yo me quedo con los muchachos.

Mi bisabuelo, dios bendito, tuvo la buena ocurrencia de irse, entre otras cosas para que yo estuviera platicando la verdad en este momento. El compadre de Serrano, sobra decirlo, era Obregón, quien era demasiado inteligente para confiar en sus rivales políticos, aun siendo sus amigos. Minutos después llegó un contingente militar por Serrano y todo su séquito. Fueron trasladados los 14 hombres que ahí se encontraban al palacio de Gobierno de Cuernavaca; después los subieron a unos coches y se dirigieron a la capital del país. A la altura de Huitzilac fueron entregados a otro convoy comandado por el general Fox. Avanzado un kilómetro, los soldados cerraron la carretera y los detenidos fueron asesinados a sangre fría ahí mismo. Después subieron los cadáveres a los autos y se los llevaron al señor presidente. Los descargaron en el patio del Castillo de Chapultepec. Calles los vio y recriminó a Fox: “Te dije que los trajeras vivos”. Obregón se adelantó y dijo: “Yo asumo las consecuencias”. Al día siguiente el Estado Mayor presidencial emitió un boletín: “El general Francisco R. Serrano, uno de los autores de la sublevación, fue capturado en el estado de Morelos con un grupo de acompañantes por las fuerzas leales que guarnecen aquella entidad y que están a las órdenes del general de Brigada Juan Domínguez. Se les formó un consejo de guerra sumarísimo y fueron pasados por las armas”.

Este hecho es narrado también por Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo, novela que recupera dos episodios históricos mexicanos: el asesinato de Pancho Serrano y la rebelión delahuertista. Pero más allá de todo este embrollo, la historia es de todos, como la selección nacional de futbol, y hay que conocerla cabalmente y acaso con sus matices. También iluminar su barbarie y desencanto. El grave problema de ella es que, como Fabrizio del Dongo en Waterloo, para entender la historia de hoy es necesario morirse y verla a posteriori desde el cielo.

CAS

miércoles, marzo 26, 2003

Las cosas estuvieron así: iba yo muy mono, como diría Miriam, a dar mi clase semanal a la Facultad y resarcirme de una vez por todas de mi ausencia intempestiva y alcohólica de la semana pasada. Entre otras cosas tenía pensado desarrollar esa idea que Nicole Kidman sugirió en la entrega de los óscares: "El arte es importante". Como la guapa australiana sólo tiene neuronas para enunciar esa frase, o más allá, estrictamente intuirla (aunque se podría decir que cualquiera que haya andado con Tom Cruise no tendría una sola neurona, pero seamos concesivos), me vi en el deber moral de ampliarla para mis alumnos. Disponía, por lo demás, de dos ejemplos implacables: ese de cuando la Susan Sontag montó Esperando a Godot en Sarajevo en pleno bombardeo y aquel de Julio Torri, quien en plena Revolución Mexicana abrió una casa en San Ángel en la que sólo se hablaba latín. Ambos contrastantes. En fin, la clase y la iluminación estaban puestas. Sucedió, sin embargo, que mi empeñada labor pedagógica para encauzar a mis alumnos a ser hombres y mujeres de bien y no vulgares cegeacheros, fracasó completamente. Era de esperarse, aunque yo tenía mis esperanzas, que estos muchachos tuvieran medio dedo de frente y llamaran a la cordura. Pero de utopías, faltaba más, está hecho el mundo. En efecto: diez gatos del CGH, y eran diez yo los conté antes de que una bandita me impidiera armar un comado y recuperar las instalaciones, habían tomado la H. Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; sus demandas eran que se parara la guerra, para lo cual exigían un telefono rojo, hablar en línea directa con Bush y decirle que parara los bombardeos... or else. En vano fueron los esfuerzos del director de la facultad por hacerles entrar en razón, algo que ellos, pobres, no conocen. El caso es que, ni la abrieron, ni hubo clases, ni pude desarrollar mi idea robada de Nicole Kidman. Espero que no se les ocurra cerrarla de nuevo el próximo miércoles, pues me veré en la necesidad de dar la clase por fuera y llevarme a mis alumnos a una cantina, cosa que puede ser catastrófica. De nuevo. ya será de Dios. Estoy en contra de la guerra pero también en contra de estas acciones, pendejas, que lo único que hacen es evitar la discusión, el diálogo y los consensos.

CAS

martes, marzo 25, 2003

Creo que me estoy haciendo repetitivo en mis posts: otras 24 horas fuera de mi casa. Fue cumpleaños de Nicoménicus. La noche, no obstante, la podríamos definir con el cuento de D. H. Lawrence: "The woman who rode away".

CAS

domingo, marzo 23, 2003

No mamen, la primera declaración política en los óscares en contra de la guerra fue de Gael García. Tamos jodidos.

CAS
No ganó el óscar El crimen del padre Amara, perdón, Luigi: Amaro. Dios bendito.

CAS
La frase que más disfruto de los blogs es "Hoy no tengo nada que decir".

CAS
Opciones para eliminar a mi vecina Juanita:

a) Hervirla en salsa de menta y que se la coma el perro que está al lado de mi departamento. Espero matar dos pájaros de un tiro.

b) Sujetarla de la axila como quien toma a un Niño Dios y cercenarle el pescuezo con una cimitarra iraquí.

c) Averiar la escoba con la que suele dar sus paseos nocturnos; con cortarle tres o cuatro cerdas será suficiente.

d) Enviarle un sobre con Anthrax con una inscripción que diga "La verdadera fórmula de la eterna juventud".

e) Cuando trapee las escalera del edificio a las tres y media de la mañana (cosa que hace todos los días), espantarla con una máscara de Pancho Barrio.

f) Amarrarla a un Tomahawk y enviarla al Desierto de los Leones.

g) Poner kolaloka en la puerta de mi casa, así se quedará pegada de la oreja cuando espíe mis noches de lujuria. Después un portazo será suficiente.

h) Ahorcarla con mi corbata de Goofy. A continuación, colgarla de los pies aquí en la azotea y torturar el cadáver con balas de goma.

i) Hablar con Diosito para que de una vez por todas se la lleve.


Se aceptan sugerencias.


CAS

sábado, marzo 22, 2003

Recién ahora llego a mi casa; el jueves fue el examen de doctorado del Olis y los festejos terminaron hace un par de horas. Y por supuesto que teníamos que celebrar: ¿a quién en su sano juicio se le ocurre hacer un doctorado en filosofía?, o más aun, ¿quién hace una tesis titulada Hermenéutica y construcción del sentido histórico? Esto sólo muestra la decadencia del pensamiento occidental; por eso hay guerra, pues. En fin, será de Dios. La ruta trágica de ayer empezó en la mañana con unos caldos de haba aquí en la Del Valle, después unos pulquetes en "La hija de los apaches", unas guamas en el "Orizaba", alias "Horroris bar", unos vodkas en Campeche (aquí hubo una pausa sexual), unos tacos en los Naranja y unos tequilas y rones en el Tándem. Terminamos en la ya célebre casa de Alfonso Reyes bebiendo alcohol dudoso en vasos asimétricos. Los distinguidos guerreros fueron Nicoménicus, Costeñita Norteña, Asakhira, el Olis y un servidor. Confesaré que lo mejor fueron los curados de guayaba, piña colada y avena. Va.

CAS

miércoles, marzo 19, 2003

Soy un irresponsable: hoy no fui a dar mi clase. La culpa, sin embargo, la tienen los poetas. Fue la presentación del tan aludido Manantial latente, ese libraco en el que, en teoría, están "los" poetas "jóvenes" de México. La presentación, por supuesto, fue el pretexto para ver a la banda, amigos muy queridos con los que hacía tiempo no coincidía. Después, chelas en el Corona. Terminamos bailando cumbias en el Dos Naciones. Como siempre, pendejo de mí, fui el último en irse. Eran las seis de la mañana y mi clase era a las diez. Estoy sumamente avergonzado con mis alumnos, pero he ido a dar clase crudo y es, sin duda, una de las situaciones más patéticas de la vida. Perdón: no lo volveré a hacer. Los martes no hay que chupar, chingao. La frase insigne de la noche, no obstante, fue del cantante del grupo: "Un saludo para toda la gente de El manantial... la teta".

CAS

martes, marzo 18, 2003

Profesiones y oficios

–¿Qué quieres ser de grande, m’ijo?

El niño, con mocos relucientes escurriéndole encima del labio, contesta sin pensarlo dos veces.

–¡Bombero, papá! –pero recapacita de inmediato y ataja–: ¡No, papá, mejor quiero ser astronauta!

El padre lo carga hacia arriba, como si ya quisiera elevarlo a las estrellas, y le da un beso. Sólo cuando siente unos moquitos al lado del bigote se da cuenta de que hay que limpiarle la nariz al niño.

Desde luego el padre no le va a quitar en ese momento la ilusión a su hijo de ser bombero o astronauta, profesiones dignas como todas, pero una peligrosa y otra casi imposible. Si nos ponemos a contar la cantidad de mexicanos que han existido y la comparamos con el único astronauta mexicano de la historia, el porcentaje sería bajísimo, ergo, pensarlo es casi un disparate. Por otra parte, si le preguntamos a aquel alumno que alguna vez tuve en la preparatoria, que tras no pasar el examen para medicina en la universidad tuvo que dedicarse a bombero, desearía haber sido sin duda cualquier cosa menos ésa. Por dar unos datos adicionales, los carros de bomberos en México tienen en promedio más de cuarenta años de viejos; cuando a este muchacho le dijeron que traerían uno nuevo de Kansas City, se puso a gritar eufórico, sin importarle el casco de plástico que le habían dado cuando perdió el suyo reglamentario en un incendio.

La vida está llena de un sinnúmero de profesiones cautivantes, oficios íntegros, ocupaciones respetables que son realizadas refinadamente por todo mundo. Desde los vendedores de enciclopedias hasta los conductores de talk shows son personas que se ganan el pan de todos los días de manera honesta. El problema, claro, a veces es el de los padres. Para bien o para mal. Ni modo. El primero es cuando el niño quiere ser como su papá, ya sea un luchador enmascarado o matón a sueldo. Cuántas veces no escuchamos decir: “No quiero para mi hijo lo que yo he sufrido”. Sin embargo, también hay patrones culturales irreversibles que ni yendo de pestañas a Chalma los cambiamos. Y está bien, así funcionan las cosas y no habría por qué darles otro rumbo.

En una ocasión, Cristina Pacheco entrevistaba al hijo de un cañero de Zacatepec en su programa Aquí nos tocó vivir. El niño tenía como seis años.

–¿Tú qué haces en el día?

–Me voy a ayudarle a mi papá a cortar caña.

–¿Cuánto te pagan?

-[No recuerdo aquí cuánto pero era algo así que ahorrándolo todo durante una semana podríamos comprar sólo una chela].

-¿Y qué haces con ese dinero?

-Se lo doy a mi papá

-Oye, ¿qué quisieras ser de grande?

-Cañero.

El niño inobjetablemente quería ser cañero como su padre, pues no sabía hacer otra cosa y sobre todo no intuía que se podía hacer otra cosa. Los oficios heredados muchas veces arrastran varias generaciones. “Todos en mi familia somos carpinteros”, se escucha de repente o “Desde hace cuatro generaciones en esta casa ha habido sólo afinadores de piano”, se jacta más de uno. Por eso cuando escucho consignas para retrasados mentales (creo que a veces les dicen revolucionarias) como “Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”, se me erizan los pelitos de la nuca. No es que yo no quiera que los hijos de los señores obreros estudien, ¡deben hacerlo!, faltaba más; sin embargo me preocupa qué se acaben los obreros para trabajar en las fábricas y, en consecuencia, haya una peligrosa sobrepoblación de abogados, contadores, administradores de empresas o comerciantes internacionales. Además gente como yo se quedaría sin estudios, pues ni soy hijo de obrero ni soy lo que un cegeachero consideraría un burgués. Así nomás, como diría una amiga.

Hay, sin embargo, tres o cuatro ocupaciones que los padres nunca desearían para sus hijos, a saber, domador de leones, sobrecargo de Cubana de Aviación, limpiador de vidrios de la Bolsa Mexicana de Valores o escritor. Sobre ésta última es mi obligación hacer algunos comentarios. Cuando se le dice al padre que uno quiere ser escritor, el mentor responde con cejo fruncido, “¿Qué qué?” “Escritor, papá, esas personas que escriben libros y luego los publican” “Y luego se mueren de hambre.... ¿Sabes lo que estás diciendo?” “Sí, papá, que me gusta leer y escribir y...” “¡Eso es para viejas, y yo no quiero putos en mi casa... Dónde está tu madre! ¡Tú tienes la culpa de que éste nos haya salido maricón...!” En fin, la situación sigue así ad infinitum.

Existen padres, no obstante, que son más tolerantes, pero implacables.

–¿Y de qué vas a vivir?

–Bueno, pues... de publicar libros y...

–Ah. De publicar tus libros –mirando el periódico y dejando el café sobre una mesita que le regaló una maestra de piano rusa–. ¿Y qué género piensas escribir?

-Poesía, papá.

-Ah, poesía –pasando a la sección de deportes–. ¿Sabes cuántos escritores viven en este país de escribir poesía? Dos, bueno, vivían. ¿Y sabes qué? Eran malísimos. Uno era lo suficientemente cursi para publicar libros llamados La muerte del mayor Sabines y el otro tan incomprensible que incluso titulaba sus poemarios con palabras huecas como Blanco. Además este último escribía otras cosas también, no sólo poesía.

Acto seguido, el muchacho aludido piensa que el padre tiene razón y que sería una pendejada desaprovechar la oportunidad de estudiar economía en el ITAM.

Al final también existen los jefes despreocupados que ante la amenaza del “quiero ser escritor”, responden cortésmente con un “Perfecto, hijo. Ahora pásame las papas; ahorita empatamos a esos cabrones del América, vas a ver”.

El asunto de las profesiones para todo joven es un tema de orden existencial y algo que ha contribuido perniciosamente para ello es esa oscura materia que en las escuelas se ha denominado de manera eufemística “Orientación vocacional”. Ante esta situación, no me resta más que lanzar una máxima, a mi juicio indiscutible: ningún muchacho que termina la preparatoria o el bachillerato sabe bien a bien qué quiere hacer de su vida, ni tiene una pequeña idea de lo que es una profesión o un oficio. C’est la vie.

CAS
Ganó el Madrid; está en cuartos.

CAS
El Madrid, en el entretiempo, le va ganando al Lokomotiv 1-0 con gol de Ronaldo. ¿Logrará la hazaña? El Madrid nunca ha ganado en Rusia.

C A

lunes, marzo 17, 2003

Hay varios conceptos que la vida nos debiera obligar a definir con calma, entre otros, la lealtad y la deslealtad, la confianza y la desconfianza y, por supuesto, el engaño y el desengaño. Básicamente todos tienen que ver con un principio de certidumbre y otro de inseguridad y desconocimiento; y quizás, también, con un artilugio adicional que las personas utilizan, en principio, para salir bien libradas de situaciones adversas. Me refiero, claro, a la mentira. Como discernir acerca de tan elaborados e intenso términos, resbaladizos por lo demás, demandaría varios tomos, sólo diré que dos de mis mejores amigos han decidido, por motu propio, ocultarme un asunto que acaso era de mi incumbencia. Sin embargo, para mentir hay que ser profesionales, y acaso los escritores sean los únicos avezados en tan digna -o indigna, como se la quiera ver- actividad. Seamos hombres, pues, y no os pongáis con Sansón a las patadas, que la banda no es pendeja.

CAS

domingo, marzo 16, 2003

Carajo, si era obvio: tenía que ir al estadio para que ganáramos. 2-0. El Morc se enojó porque dijo que no habían sido penales, pero desde la tribuna oeste se vieron bien clarito. Hacía años que no veía un partido al sol (el Azul juega los sábados a las 5 de la tarde; hoy fue un caso excepcional). Tiemblen, maestros: we're back.

CAS

sábado, marzo 15, 2003

Ayer por primera vez fui al tan mentado Virreyes. Creo que he envejecido. La onda lounge me rebasa, sobre todo cuando ahora la moda es vestirse como el Chavo del Ocho o aspirar, nada más por imagen, a ser Liza Minelli, Rubén Blades y hasta Mario Bellatín. El Olis tiene razón: los hombres de estos revens tardan más tiempo en arreglarse que las chavas. Salud a la compañía, que la levedad es la bandera de los justos.

CAS

PS. Lo hicimos: Carrillo está fuera.
Pronóstico para mañana: Cruz Azul 4, Pumas 0; tres de Cacho.

CAS

jueves, marzo 13, 2003

Jorge Carrillo Olea

Recién leo en el Proceso la anécdota de cuando Luis Echeverría, siendo presidente, tuvo que salir huyendo de la UNAM. Ningún presidente de la República había regresado desde 1968 y Echeverría fue a la inauguración de cursos en un intento de distensionar las relaciones alumnos-gobierno federal de esos años. Fue un fracaso. Los estudiantes le gritaban "asesino" y el respondía "Así gritaban las juventudes fascistas". El encargado de la seguridad del presidente, y miembro del Estado Mayor en ese tiempo, era Jorge Carrillo Olea, después gobernador del estado de Morelos. Él se encargó de conseguir un coche, que pasaba por ahí, y sacar a Echeverría de CU. El presidente, ya a esas alturas había recibido una pedrada en la cabeza y estaba sangrando. En el auto en el que huyeron estaban el presidente, Carrillo Olea, el muchacho que conducía y Pepe Murat, ahora gobernador de Oaxaca, quien no entendía nada pero había organizado el evento. En la confusión, Murat gritaba "¡A Derecho, a Derecho!"; Carrillo Olea, especialista y entrenado para dar su vida por la del presidente, le dijo "Aquí mando yo". Acto seguido, ya cuando nadie los perseguía, dijo "Murat, bájate". Y así siguieron hasta los Pinos, en donde ya pensaban que el presidente había sido secuestrado. En el camino, Carrillo Olea se quitó la camisa y le revisó la herida a Echeverría: no era de cuidado. Al muchacho, que por una cuestión aleatoria le tocó salvar al mandatario, Echeverría le dijo "Pídeme lo que quieras". El joven sólo respondió que quería que le arreglaran los desperfectos del coche sufridos durante la huida y que le dieran permiso a su padre para vender licor en su tienda. Una llamada bastó para que todo se arreglara.

Aunque yo viva el el D.F. desde hace diez años, soy de Cuernavaca y mantengo estrecho contacto con todo lo que ocurre en Morelos. De hecho trato de ir cada fin de semana a ver a mi mamá. En 1994 Jorge Carrillo Olea ganó las elecciones para la gubernatura del estado y asumió el poder ese mismo año. No terminó. Durante su mandato se dio el mayor número de secuestros que haya existido jamás en la historia de Morelos. Se percibía la sozobra en cada esquina. Tres amigos míos, por ejemplo, fueron secuestrados. La gota que derramó el vaso fue cuando el jefe del grupo antisecuestros del estado fue encontrado in fraganti por miembros de la Policía Federal de Caminos. Trataba de desacerse de un cuerpo que tenía en la cajuela de su coche. Se armó un gran escándalo. El director de la policía judicial y el procurador fueron arraigados. Días después el gobernador renunció y se abrió un juicio en su contra. Hasta hace un par de días, fue exonerado de cualquier responsabilidad o involucramiento con los secuestros. Para quienes somos de Morelos, es imposible creer que no haya sabido qué estaba pasando. El gobernador de cualquier estado sabe completamente qué ocurre en su entidad con pelos y señales. Quizás Carrillo Olea no participó activamente en la red de secuestradores, pero tenía información de que existía, y sobre todo porque sabía que parte de su gente estaba inmiscuida.

Y sin embargo era un gran político a la hora de hablar con él (recuerdo la famosa frase del expresidente ecuatoriano Velasco Ibarra: "Denme un balcón y recupero el poder"). Corría el año de 1995. Eramos, entonces, un grupo jóvenes escritores, emprendedores, que hacíamos una revista literaria. Y queríamos también que se leyera. Así, con la ingenuidad de un mozalbete de 22 años, me le acerqué al gobernador cuando salía de un evento para enseñarle la revista. Ningún miembro de su seguridad se interpuso y la revisó cordialmente. Había un artículo sobre Batman. "Me gusta Batman", me dijo. Siguió hojeándola durante algunos minutos y algo que me gustó fue que no se la diera a nadie cuando se iba. Meses después me enteré de que había dos artículos de otros números de la revista que no le habían gustado: uno que hablaba sobre la inseguridad en el estado y el papel de la policía y una entrevista que mi amiga Libertad América (así se llama) le había hecho a Jorge Santiago, ayudante del, en ese entonces, obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, y quien había sido llevado a Almoloya durante la ofensiva del gobierno contra el EZLN en el 95. "Son artículos muy parciales", dijo Carrillo Olea. Después tuvo que renunciar.

Al hablar de un personaje público, hay que enunciar, sin embargo, sus vicios y sus virtudes. Detesto a Carrillo como político, como líder popular, porque no sé si es un asesino o no; pero lo admiro como militar. El mejor amigo de mi papá fue el escritor Sergio Galindo. Cuando Sergio era director de Bellas Artes, durante el gobierno de Echeverría, tengo la seguridad de que fue el periodo en el que más envejeció en su vida. Un día, harto de todas las vicisitudes buracráticas de trabajar en el INBA, Sergio le habló al secretario particular del presidente.

-Mañana mismo le llevo mi renuncia -dijo Sergio.

-¿Qué?

-Mi renuncia.

-Señor director, usted no puede renunciar.

-¿Cómo?

-El señor presidente es el único que lo puede renuciar; usted no puede hacerlo de motu propio .

Sergio se tuvo que quedar hasta que terminara el periodo echeverrista. Y por eso vivió una anécdota con Carrillo Olea, a quien en particular admiraba. En una ocasión, Sergio tuvo que ir a Cuba a un evento oficial; el encargado de la seguridad y en general de que todo saliera bien, era Carrillo Olea. Fueron por mar. Al tratar de desembarcar, las autoridades cubanas de migración le impidieron la entrada.

-Pero cómo, si se trata de una visita oficial -les dijo Carrillo Olea-. El señor es el Secretario de Cultura de nuestro país.

-Lo siento pero no se me ha informado nada.

La situación empezaba a tensarse porque le impedían la entrada a un diplomático mexicano. Entonces Carrillo Olea habló.

-Usted no se preocupe, señor director, todo va a salir bien. Nada más no se separe de mí.

Carrillo agarró de un brazo a Sergio y del otro a su esposa Angelita, y cruzó la migración cubana ante la mirada atónita de todo mundo generada por tal muestra de autoridad y decisión. Una medida militar, sin duda, pero efectiva. Después, la diplomacia cubana se disculpó con por el incidente. Cuando lo platicaba, Sergio decía: "Carrillo Olea no iba a permitir que un funcionario mexicano, y sobre todo el funcionario del que el tenía a cargo su seguridad, fuera detenido de manera humillante en una oficina de migración.

Actualmente, Carrillo Olea vive en su casa de Cuernavaca y esporádicamente escribe en La Jornada. Su pasado, adoquinado entre otras por estas anécdotas, está estrictamente en su memoria. Sólo él sabe lo que hizo.

CAS

miércoles, marzo 12, 2003

Mujeres y futbolistas

Es por todos sabido que es más fácil que el mundo se acabe mañana a que una mujer entienda qué es un “fuera de lugar”. Yo he tratado de explicarlo hasta con saleros y frascos de catsup; siempre he fracasado. Al final le dicen a uno que el futbol no importa tanto, que lo interesante del deporte son los jugadores, siempre y cuando –desde luego– no se les ocurra abrir la boca. Intuyo, entonces, que se refieren al cuerpo. Así, en esa lógica, entre las mujeres existe una dosis de perversión erótica sobre el asunto, a saber, tratar de verle la entrepierna a un futbolista cuando éste yace en el callejón del área después de haber recibido una falta artera al tobillo.

Aunque también hay otras formas de relacionarse con tan insignes deportistas. Una amiga que conozco desde hace algunos años y quiero mucho, me comentó que tenía una debilidad: los futbolistas.

–Ah, ¿entonces has conocido a algunos? –le pregunté mientras ella sonreía pícaramente.

–A algunos.

–¿¡A quiénes!? –le exigí que me dijera, pues ya había cometido la indiscreción y no podía dejarme con la duda.

Fue así cómo me enteré de que había tenido “onda” (interprételo, querido lector) con el eterno suplente de las Chivas, el portero Celestino Morales, quien por cierto en alguna ocasión vistió la gloriosa casaca azul de la máquina; también anduvo con uno de los peores extranjeros que ha venido a México y que, por desconocidas causas del destino, ganó en campeonato con el América: Gustavo Echaniz, cuya peculiaridad era que usaba una larga y ensortijada cabellera, y el mayor atractivo para las mujeres era que jugaba sin espinilleras. Por último me habló del gran Búfalo Carlos Poblete –excampeón goleador de primera división– y quien esperó varios años a que mi amiga regresara de Europa. Le dijo a Poblete en el aeropuerto que volvería en un par de meses; lo hizo tres años después.

Todo esto me lo confesó en una sola noche y fue demasiado, sobre todo porque no perdió la oportunidad de informarme que además le traía ganas al actual entrenador del Morelia, Rubén Omar Romano, que era su amigo, y a un chileno que pasó por Cruz Azul y Pumas, Martín Gálvez, al que no sé quién le dijo que era jugador de futbol. Sin embargo, mi amiga y yo nos habíamos entendido: podíamos hablar del mismo tema sin aburrirnos, cada quién desde su perspectiva, pero al final siempre con una plática animada y constructiva.

No obstante, había más. Nunca esperé que me siguiera sorprendiendo con el tema de los futbolistas. Pero lo hizo y yo no pude dormir ese día. Fue en mi casa; estaba ella y otro amigo. No sé por qué salió a la plática el asunto. Por no dejar, hice un comentario irónico sobre sus experiencias de antaño. Ella tomó un trago de su tequila y nos amenazó:

–Pero falta el Mundial

–¿Cuál Mundial?

–El del 86, ¿cuál va a ser?

Mi amigo y yo nos miramos con estupefacción: no lo creíamos.

–¿Tuviste “onda“ con algún jugador del Mundial? –preguntamos ingenuamente al unísono.

–Pues había un muchacho belga muy simpático, medio güero; siempre se andaba riendo.

–¡Jean-Marie Pfaff!

–Sí, Pfaff. Aunque también estaba este otro uruguayo, “ojos tristes” le decía porque parecía que siempre estaba triste. Muy callado él.

Nos vimos de nuevo, no creyendo lo que escuchábamos.

–Querida, de casualidad no se llamaba Enzo.

–Sí, Enzo, “ojos tristes”.

-¡Francescoli, Enzo Francescoli!

–Sí, puede ser; pero a él me lo presentó Rossi.

–¿Rossi? –estábamos al borde de un síncope.

–Sí, Paolo. Muy guapo, ¿eh?

Nos había rebasado. Nuestra amiga había andado con el jugador más simpático de ese Mundial y uno de los mejores porteros de mundo, el belga Pfaff; con Enzo Francescoli, apodado El Príncipe, y con la nada despreciable cualidad de haber sido el mejor jugador uruguayo de la historia, lo cual ya es decir; y también con Paolo Rossi, quien nada más le dio a Italia la Copa del Mundo de España en el 82 y fue campeón goleador de ese Mundial. El desconcierto era tal que incluso revisamos nuestros manuales de los Mundiales para ver si no había blofeado. No, no lo hizo: todos esos equipos habían estado o jugado en las ciudades donde ella nos había relatado los hechos. Todo cierto. Terminamos el tequila y mi amigo y yo coincidimos que ser futbolista no es sólo la posibilidad de ganar doscientos mil dólares al mes; también pasar por las armas de hermosas mujeres. En todo caso, sabemos ya cuál es la verdadera razón por la que un jugador va a un Mundial.

CAS





martes, marzo 11, 2003

Aquí les va el Rumor, padre de toda la literatura:

Open your ears; for which of you will stop
The vent of hearing when loud Rumour speaks?
I, from the orient to the drooping west,
Making the wind my post-horse, still unfold
The acts commenced on this ball of earth:
Upon my tongues continual slanders ride,
The which in every language I pronounce,
Stuffing the ears of men with false reports.
I speak of peace, while covert enmity
Under the smile of safety wounds the world:
And who but Rumour, who but only I,
Make fearful musters and prepared defence,
Whiles the big year, swoln with some other grief,
Is thought with child by the stern tyrant war,
And no such matter? Rumour is a pipe
Blown by surmises, jealousies, conjectures
And of so easy and so plain a stop
That the blunt monster with uncounted heads,
The still-discordant wavering multitude,
Can play upon it. But what need I thus
My well-known body to anatomize
Among my household? Why is Rumour here?
I run before King Harry's victory;
Who in a bloody field by Shrewsbury
Hath beaten down young Hotspur and his troops,
Quenching the flame of bold rebellion
Even with the rebel's blood. But what mean I
To speak so true at first? my office is
To noise abroad that Harry Monmouth fell
Under the wrath of noble Hotspur's sword,
And that the king before the Douglas' rage
Stoop'd his anointed head as low as death.
This have I rumour'd through the peasant towns
Between that royal field of Shrewsbury
And this worm-eaten hold of ragged stone,
Where Hotspur's father, old Northumberland,
Lies crafty-sick: the posts come tiring on,
And not a man of them brings other news
Than they have learn'd of me: from Rumour's tongues
They bring smooth comforts false, worse than
true wrongs.

William Shakespeare, The Second part of King Henry the Fourth


CAS
Sebele

Lo conocí en casa de una amiga paraguaya. Al llegar lo primero que dijo fue “tengo que lavarme las manos”. Laura, con la falta de moderación propia de alguien que cubrió la fuente del Congreso paraguayo durante varios años, no dudo en responder con su acostumbrada sutileza: “Pinche negro; tú y tus ideas raras”. Era Sebele Masangogala, estudiante de Zaire que por ese tiempo cursaba una maestría en comunicación en la Ibero. Después de lavarse escrupulosamente las manos –qué extraño capricho, pues sus palmas eran más blancas que las mías– se presentó conmigo y una muchacha teatrera que también estaba ahí. Sebele, en los minutos que siguieron, nos platicó toda su vida desde que salió de Zaire (en esa época todavía el nombre oficial era ése). Luego de una horas de cerveza nos despedimos. Nunca lo volví a ver.

Un día, como tres años después de ese acontecimiento, asistí a la comida de fin de año del lugar donde doy clases. No conocía a nadie y, como debe ser en estos casos, había que presentarse uno mismo. Después de hacer dos o tres pláticas me senté en una mesa donde había maestros de escultura, estética, algo así como artes visuales, literatura clásica e historia universal; a este último lo ubiqué de inmediato: era Sebele. Más adelante, cuando le dije que nos habíamos conocido hacía algunos años, él comentó que qué buena memoria tenía; ya no le dije que era obvio acordarme.

Lo que ocurrió durante la comida es algo que sólo podría explicarse en los sueños, aunque éstos no se expliquen. No me resultó extraño que Sebele monopolizara de nuevo la conversación, pues me acordaba perfectamente qué había sucedido cuando lo conocí. Sin embargo, me llamó la atención que lo hiciera con lucidez endemoniada aun con 14 tequilas encima.

Su historia es, si se me permite la exageración, estrictamente conradiana. Estudió seis años en el seminario para ser sacerdote; un mes antes de ordenarse se dio cuenta de las maniobras oscuras de la Iglesia Católica y le escribió al Papa para decirle que no quería ser religioso por todas esas inconcebibles situaciones que se daban en el clero. El Papa le respondió en un sobrio francés: la máxima autoridad católica había dispensado a Sebele de convertirse en clérigo. Entonces viajó. Estuvo en toda Europa; vivió en Francia, Bélgica y Alemania. Llegó a América vía República Dominicana y el agente de migración escribió en sus papeles que Sebele era “moreno oscuro”. Craso error. El ahora congoleño se indignó y luchó como auténtico félido en la oficina migratoria dominicana para recuperar su negritud. “Soy negro”, me dijo. “Si ahora alguien en la calle me grita ¡negro!, me regreso y le digo: Sí, soy negro pero me llamo Sebele. Si insisten, entonces les grito sin pudor: ¡Juan Diego! Se ofenden mucho”.

En México no hay Embajada de la ahora llamada República Democrática del Congo; ni siquiera existe un consulado. Cuando uno de los 23 zaireños que viven en el país se ve obligado a realizar algún trámite legal, tiene que acudir a su Embajada en Washington o en La Habana; a veces también esos embajadores vienen a México para dar pasaportes. Es por todos sabido que Zaire vivió varias décadas bajo la dictadura del siniestro Mobutu Sese Seko; hace alguños años fue derrocado por un militar que en algún momento fue instruido por el Che Guevara: Laurent Kabila. Mobutu murió meses después. Kabila también ahora está muerto.
No sé por qué donaire prodigioso Sebele consiguió el teléfono directo de Kabila.

-¿Sí?

-¿Habla Kabila, el presidente de Zaire?

-El mismo.

-Soy Sebele Masangogala, compatriota tuyo que está en México. ¡Somos 23 y nos tienes abandonados! Ni siquiera hay un consulado.

Sebele habló durante dos horas con su presidente en un dialecto congoleño y le explicó detalladamente su condición y la de todos sus compatriotas. Después de eso, Kabila prometió crear en lo sucesivo un consulado congoleño en México. Después de eso, los 23 zaireños se reunieron todos los sábados para hablar en línea directa con su presidente y discutir, entre otras cosas, quién será el primer cónsul en este país.

Todo eso lo supe el mismo día, y fue demasiado. No sé por qué ahora lo rememoro. Y sin embargo lo mejor fue la despedida. Cuando me parecía que ya sabía absolutamente todo acerca de mi amigo africano, en el trayecto para tomar nuestro transporte, después de los últimos tragos, Sebele –secundado por nuestro otro nuevo amigo especialista en literatura clásica– recitó de memoria la primera Catilinaria de Cicerón en latín. Cosas veredes: como siempre mi ignorancia volvió a quedar en evidencia. El camino al metro fue largo

CAS

lunes, marzo 10, 2003

Rolas para bailar infaltables en una fiesta:

-"Idilio", "Talento de televisión" y "El gran varón" de Willie Colón
-"Woman de Callao" de Juan Luis Guerra
-"Mala mujer" de la Sonora Matancera
-"Llorarás" de Óscar D' León
-"Leyda" de Edel Manrique en la versión de Lisandro Mesa
-"Procura" de Chichi Peralta
-"Mil horas" de Andrés Calamaro en la versión de la Sonora Dinamita
-"Decisiones" y "Pedro Navajas" de Rubén Blades
-"Le rendez-vous" de Ricardo Lemvo
-"Dónde se fueron" de Ozomatli
-"Mala Vida" de Mano Negra en la versión de Yuri Buenaventura

CAS

domingo, marzo 09, 2003

Después de cuatro semanas he bajado 6.400 kg. Ahora peso 134.300.

CAS

viernes, marzo 07, 2003

Oye, cantinero

En la ciudad de México hay dos cantinas que deben pisarse por lo menos una vez a la semana: el Nivel y el Corona. Es más, nadie puede decir que haya pasado por el df sin haber ido, por lo menos, a una de las dos. La primera, por lo demás, es la cantina más añeja de la ciudad y sus baños son sumamente divertidos porque hay bloques de hielo en los mingitorios; lo sabrán todos los hombres: se trata de romper el hielo con la agüita amarilla. La segunda (en realidad llamado "Salón familiar" para que puedan entrar niños y que más bien es del estilo de las cervecerías españolas) es uno de los lugares más famosos del detritus porque, independientemente de que la cerveza sea de lo mejor, es ahí donde fue tomada (y está por todas partes) la conocida foto de Fabrizio León de cuando el pendejo de Hugo Sánchez falló un penal en el mundial del 86.

Ambos lugares son populares también por los meseros que atienden, esas figuras agraciadas que son los intermediarios entre la barra y la mesa: una variación endógena del filósofo de Platón. En el Nivel sirve Manuel Degollado Silva, mesero de profesión y alburero de vocación; si se trata de llevar a su auto a alguna bella dama que se ha pasado de copas le dicen también "El pulpo". Cuando se le pregunta su nombre lo dice con señas. Primero se pasa la mano por el cuello como si le estuvieran cortando la cabeza a alguien (Degollado), después chifla como quien llama a un perro (Silva) y por último con la mano repite un movimiento ascendente-descendente que viene de sus güevos (Manuela). Y como es hombre, uno concluye: Manuel.

Nunca ha perdido su trabajo porque es el más eficiente de los meseros de las cantinas del centro. Un día el bartender le gritó: “Manuel, ya no hay hielos para los tragos”. Entonces, sin decir absolutamente nada y muy quitado de la pena, nuestro ínclito personaje se introduce en el baño como si nada estuviera pasando y sale de ahí con un bloque de hielo, algo amarillento, en una cubeta. Minutos después, salen las cubas pendientes. Manuel es un tipo admirabilísimo, no sólo porque prepara las papas de la casa con Valentina, pimienta y jugo Maggi, sino porque al final de cada velada tiene una rutina muy especial: se acerca a todas las mesas en las que todavía hay restos de tragos, se pone en cuclillas –esa maravillosa posición patentada por el Tigre de Santa Julia– y, así, de golpe, acaba con todos los sobrantes de alcohol. El día que lo cachamos, lo increpamos:

–Tengo un pacto con el Diablo –dijo–. Mientras me tome todos los restos, seguiré siendo el güey en esta tierra que más se parezca a Emiliano Zapata –confesó chupándose los bigotes.

Nada más asentimos, pero por si las dudas nos tomamos los tragos que Paty se había negado ya a beber.

Domingo, por su lado, es el mesero que desde hace más o menos veinte años atiende en el Corona. Cada vez que llego me pone tres tarros de cerveza frente a mí. Mis amigos se indignan.

–No mames, Domingo. ¿Por qué le sirves tres a ese güey?

–Váyanle al Cruz Azul y quizás lo haga también con ustedes –responde con sabiduría.

Casi todos mis amigos le van a los Pumas y nunca tendrán la confianza con Domingo que yo tengo, sobre todo por aquello de que de tres en tres a la cuarta ronda estoy pedísimo, y comenzamos a rememorar las alineaciones del Azul de hace veinte años.

Domingo es un personaje singular; es de Michoacán y hace un par de meses me invitó a sus bodas de plata en su pueblecito. No pude llegar y me arrepiento muchísimo. Sin embargo, en el Corona es él quien manda, en parte por su longevidad y en parte porque casi su familia entera está ahí: el sobrino es mesero, la hermana está en la cocina, uno de sus hijos de repente aparece en la caja, el otro también meseréa, otro sobrino es garrotero. Domingo descansa los martes; ese día se va al Corona a echarse unas chelas con los cuates. Uno lo puede encontrar en la barra. El único pero que tiene es que educó mal a sus hijos: le van al América.

El miércoles pasado llegamos al Corona casi cuando estaban cerrando; veníamos del Nivel ya con media estocada y decidimos pasar a darle su abrazo a Domingo: su cumpleaños había sido el martes. Bebimos en la barra. Yo por supuesto de tres en tres y de hidalgo porque fue el día del 6-1.

–Pinches, pendejos –me dijo en referencia al partido–. Son unas niñas. No juegan a nada. Fuera Carrillo.

–Es lo que yo digo, Domingo –le contesté–, pero nadie me hace caso.

–Ya veremos qué pasa.

–Oye, Domingo, me dijeron que habías salido en Playboy.

–No fui yo; fue el puto de Mario.

Mario es quien sirve las chelas en el Corona. Domingo lo calificó así porque no solamente es gay sino que también la va al América.

El hijo de Domingo, que había escuchado la conversación, sacó la revista de abajo de la caja registradora y me la enseñó.

–El artículo es una mamada; quién sabe quién lo escribió.

Entonces, ya revisando el ejemplar, me di cuenta de que era el número en el que se encuera esta muchacha tontita de Big Brother . El artículo, en efecto, era una mamada y el que aparecía en la foto era Mario y no Domingo. Creo que eso fue lo que le molestó, pues junto con Manuel Degollado Silva es el más memorable mesero de las cantinas del centro. Y para eso hay que verlo cargar seis tarros de cerveza en cada mano. Cuando me despedí me dijo: "Fuera Carrillo, ¿no, Carlitos?" Yo nada más lo abracé.

CAS

miércoles, marzo 05, 2003

Carrillo no quería ser goleado y puso a seis defensas. Marcador final: Fénix 6, Cruz Azul 1.

C A

martes, marzo 04, 2003

I´m back

Estoy de vuelta. En realidad decir que dejaba el blog fue un ardid publicitario para sentirme querido en un momento de desavenencia. Sin embargo, sí lo iba a abandonar en serio pero me ganó la nostalgia de alguna vez haber sido bloguita. Eso independientemente de los rumores que empezaron a circular en el blogworld acerca de una supuesta cobardía. Pero sobre todo decidí retractarme debido a que recibí un mail del glorioso Hyépez, en el que me conminaba afectuosamente (en realidad me dijo que no fuera puto y regresara en el acto) a retomarlo. No tuve de otra.

He aquí las razones nodales por las que le hice caso. A Yépez lo conocí en septiembre pasado en Chihuahua. Me cayó bien, aunque se le malograran todos los ligues que había pretendido (me ganó, yo nomás tuve un fracaso). Pero la imagen más fuerte que mantengo de él es dándole de comer a un perro, bajo la lluvia en las Barrancas del cobre. Ahora sé que en Tijuana no llueve y tenía que aprovechar, pero a mí me pareció una escena digna de un cuadro de Goya, y yo amo el arte. No obstante, lo más significativo vino después: también en la lluvia, enfrente de un grupo de personas que se hacían llamar escritores, orinó una vía del tren y tres o cuatro durmientes. Ahí fue cuando pensé, el día que Yépez me pida retomar mi blog lo haré sin chistar.

Por lo demás, la gota que derramó el vaso para que optara por tan precipitada decisión, ocurrió el viernes pasado. Había una cena-fiesta en casa de Sotol (nunca le dije a la pobre que había comido una hora antes de llegar a su casa) y quedé con el Olis de tomar unos tragos previos al convite. Nicoménicus, que en realidad no había sido requerido a la party pero al que le dijimos que sí, llegó también a la cantina. Entonces ahí empezó el principio del fin; yo estaba terminando mi relación con Miriam y les dije que estaba considerando acabar también con el blog, esto por aquello de las etapas de la vida que de repente hay que cerrar de tajo. Fue, así, como Nicoménicus me miró con los ojos extraviados y me dijo que no podía dejarlo, pues había hecho de mí un soberbio personaje y sería un sacrilegio defraudar a la banda. Yo le contesté, muy serio como lo demandaba la conversación, bíblicamente (“Yo soy el que soy”), quijotescamente (“Yo sé quién soy”) y chilangamente (“No mames”). Fue más adelante, mientras les explicaba la diferencia entre un verdadero oficial de la PFP y otro apócrifo, que me cayó el veinte y tomé la decisión. Nicoménicus había dicho minutos antes: “Me dijeron que por lo que escribo en mi blog soy la voz de una generación”. Ya no le pregunté que de cuando acá las generaciones eran de cuatro gatos porque estaba plenamente conmocionado. Seguimos adelante.

La fiesta de Sotol fue el acabóse. Lo mejor, sin duda, fue la lasaña de pulpo. Al principio todo iba bien, estábamos chupando tranquilos y, aunque no conectáramos con toda la banda, el ambiente era halagüeño. Lo fue hasta que Nicoménicus, después de tomarse unos tequilas de hidalgo sin saber todavía tomarse unos tequilas de hidalgo, empezó el show. Ya, antes de eso, me había confesado que se había acostado con una de las mujeres que estaban ahí (nunca me dijo quién y tampoco adiviné; había muchas) y había increpado al director de una revista literaria diciéndole que era mal escritor. Entonces lo tomé del brazo y le dije:

–Cuando Yépez sea grande va a ser como ese güey –señalándole discretamente a un invitado.

Los seres humanos se dividen en dos: los que se quedan callados y mantienen la armonía en una comunidad y los que se ríen a carcajadas impías y señalan en la cara a un miserable que tuvo la mala idea de parecerse a un escritor tijuanense, sólo que con unos años más. La fiesta se rompió y, así, en esa atmósfera atomizada por risas desbordadas, el Olis llamó a la cordura y se llevó a Nicoménicus, quien a esas alturas buscaba algo en las paredes. Sólo alcanzamos a escuchar “¿Mamá, mamá?” Lo que siguió a continuación fue un poco nebuloso: llegó Patricia enseñando el ombligo y todo mundo se la quería tirar. Ella les decía sí a todos pero al final salió sola; discutí con un español que le iba al Valencia y que estuvo una hora haciendo una apología de Pablito Aimar; increpé al ex de una ex que no sabía que ya había sido también un ex más. Me dijo que ella era feliz y había tenido un hijo; fui el confesor de un güey que tenía tres horas de haber salido de la cárcel y a quien habían confundido con el ladrón de una farmacia; toqué la guitarra y canté rolas sórdidas mientras unos infelices tocaban los bongoes; bebí y fui charlatán; bebí y me besaron; bebí y regresaron el Olis y Nicoménicus. Era hora de irse. Isidrín me abrió la puerta y caminé como una hora seguida. Ningún taxi quería pararse, pues veían a un hombrón tambaleándose y con lágrimas en los ojos. Sabía lo que sucedería al día siguiente; intuía cada palmo del destino que estaba por construirse en unos instantes, que ella vendría por las cosas que habían adoquinado 24 lunas de esperanza y fruición. Tenía la amarga certeza de que me diría “no quiero volver a verte” y yo con las manos entre las piernas y el pómulo vibrando, contestaría sin pensarlo: “te acompañó a tu coche”.

CAS

sábado, marzo 01, 2003

Hoy, después de dos años de estar juntos, Miriam y yo terminamos. Creo que también es hora de dejar este blog. Ciao.

CAS