viernes, septiembre 26, 2008

Tránsito postoperatorio III
Hoy regreso a dar mis clases (dos amigas que trabajan de ángeles me suplieron durante un par de semanas). Veremos un texto de Terry Eagleton y "El malestar de la cultura" de Sigmund Freud. Quizás sea demasiado para mis alumnos pero I don´t care: para eso van a la universidad, para ser tratados mal y aprender. Previamente pasaré a comprar el libro de un amigo que me ha venido diciendo los últimos dos meses que si ya leí su novela. No. Pues cómprala. Ahí sí aplicaré aquello de "Dedícamelo, ¿no? Para que no digan que la compré". Cuando uno pasa por este tipo de desavenencias, el único consejo aceptable es leer a Robert Graves. Y ya, no al amigo que nos obligó a comprar su libro (las causas por las que lo haré son poderosísimas, lo juro). Ayer me escribió una amiga para decirme que ya salió un libro en el que aparecen unos textos míos. Es un volumen de crónicas sobre la ciudad de México editado en Alemania. Me pagaran la distinguida cantidad de cien euros. Cómo ya no puedo hacer la equivalencia a los pomos que compraría con esa marmaja porque ya no puedo beber, creo que alcanzaría para veinte kilos de queso cottage. Eso de dejar de beber momentáneamente tiene sus consecuencias: se gasta menos y los amigos tienen que reconfigurar los regalos. La dimensión trágica de la conversión sobreviene cuando una hermana que trabaja en la ONU como la mía, va a Praga y le manda al hermano exbeodo un Absinth beetle, ergo, un ajenjo con un simpático escarabajo de Papua Nueva Guinea llamado Eurycantha horrida. Creo que la opción es por ahí: empezar a vender aguardientes con insectos. En Oaxaca está, por ejemplo, el famosísimo mezcal de escorpión, ya patentado y con el que sus inventores se están haciendo millonarios. Dejaré, pues, que el bug se macere unas semanas más para que esté a punto cuando la herida haya cicatrizado. Una herida que, dicho sea de paso, tiene lavarse varias veces al día con agua tibia y jabón neutro. En teoría, por supuesto, porque llevo una semana sin gas, con el agua de la regadera saliendo en cubitos de hielo y una herida que se convertirá dentro de poco en alimento de los nuevos sobrevivientes de los Andes. Entonces es ahí cuando uno paga el pato de vivir en una colonia panista, comarca donde suceden cosas negruzcas. Vivo en una avenida en la que de seis y media a nueve y media de la mañana cambia el sentido del tránsito. Así nada más. Pero no cambia todo: hay un carril especial para que los microbuses circulen en contraflujo. En resumidas cuentas es un peligro cruzar porque no se sabe de dónde vendrá el golpe. Eso hace que el camión del gas que pasa entre siete y nueve haya dejado de hacerlo porque ya no tiene donde pararse. La ecuación vial funciona a cabalidad: yo me baño con agua fría desde hace tres días y sufro en la ducha; no puedo cocinar (hoy en la mañana hice unos huevos en el horno de microhondas y desayuné pudín de huevos a la mexicana) y mi vecina Juanita sigue viva porque los microbuseros son unos ineptos que no pueden centrar a una pobre vieja de 132 años (llevaba mucho tiempo sin hablar de ella, pero eso no quiere decir que la haya extraído de mi lista de personas a las que hay que matar). Por si fuera poco estoy tomado metrodinazol, una medicina en principio para las amibas pero que el doctor me recetó porque no creía que fuera a dejar el trago. Si uno ingiere alcohol con metrodinazol es equivalente a tener un poco de nitroglicerina en el estómago, osease, por principo de cuentas no es aconsejable porque un movimiento en falso y ¡bum! Pero ese hombre de poca fe no creyó en la mía que quizás no mueve montañas pero sí a Juanita si estuviera al borde de un quinto piso. Ni modos, pues: ya tendré que desquitarme con mis estudiantes y ponerlos a leer a Braudel. Después de tanto tiempo de dar clases me he dado cuenta de que además de ahorrarse la terapia, los alumnos se convierten en el punching bag perfecto ante la vicisitudes cotidianas; no sólo se tira la energía negativa en el aula y se les reprueba: también te pagan por ello.
He bajado ocho kilos en tres semanas y los pantalones se me caen. Debería operarme más seguido. Alea jacta est. Como diría El testigo en su columna de lucha libre: que la lucha sea.
CAS



domingo, septiembre 21, 2008

Tránsito postoperatorio II

Odio los hospitales. En la mañana siguiente a la operación desayuné bien y olvidé rápidamente que no habían querido darme de cenar. La amiga que se quedó conmigo durante la noche esperó a que desayunara; después salió a comer algo y revisar su coche. Regresó a los diez minutos con los ojos vidriosos: el coche no estaba. ¿Crees que se lo hayan robado?, me preguntó. Lo más probable es que se lo haya llevado la grúa, pero de todos modos tienes seguro, ¿verdad? No. Chet. Doble chet. Imploré por que se lo hubiera llevado la grúa. Horas después pude darle gracias a la divinidad correspondiente porque, en efecto, estaba en el corralón. Lo peor de pedirle milagros a un santo es que te los cumpla.

Temprano llegó otra amiga y odié más los hospitales. ¿Qué hace esa zorra aquí?, me dijo en voz baja. Bueno, se quedó conmigo toda la... Sí, veo que ya elegiste. Y la otra en el sofá, a espaldas de la recién llegada, increpándome con la mirada: Pinche vieja pendeja, que se largue, ¿a qué vino? Sonó el teléfono. Contesté. Era N. Hola, hola -las otras sin hablarse, dirigirse la mirada y seguramente al acecho para responder al primer cuchillazo. ¿Quién era?, preguntó la histérica. N. Ah, perfecto: ya me voy, saliendo del cuarto, apenas despidiéndose de mí y barriendo a la pobre que había perdido su nave. Pinche vieja, ¿cómo pudiste andar con ella? No lo sé. Bueno, también anduve contigo. Sí, pero yo me quedo a cuidarte y no te trato mal. Lo sé: se enojó más porque ya sabes que con N anduve unos meses antes que con ella. Un día te van a matar, cabrón. Lo sé. En ese momento no odié los hospitales porque si una mujer histérica me baleaba, la terapia intensiva estaba a tres minutos. Voy a recuperar mi coche, dijo.

Me bañé. Un torrente de sangre se mezcló con el agua hasta hacerse transparente (qué difícil es bañarse cuando se está conectado a un catéter). Empezaron a llegar los amigos. Éramos muchos y ya casi no había dónde sentarse. Alguno sugirió que compartiera la cama. Los motivos de la tertulia hospitalaria eran inicialmente acompañarme en mi sufrimiento; no obstante, no sufrí lo necesario para ser convincente y olvidaron que tenía una herida abierta del tamaño de un mamey. Fue, entonces, un momento de comunión que trascendió las coincidencias y se hermanó con una circunstancia más importante que la convalecencia de un escritor mancillado: jugaba la selección. Vimos el partido (un amigo todavía me preguntó si podía llevar unas cervezas). México 3, Jamaica 0. El problema es que yo seguía operado, sangrando las sábanas y odiando más los hospitales (y a dos enfermeras que me picaron cinco o seis veces cuando se tapó el catéter; a otra la odié porque lo primero que dijo fue ¡Ay, qué alto estás! Me acordé de todas la películas porno en las que hay enfermeras y me entró un ataque de pánico). Bueno, besos, ciao, ciao, que te mejores. ¿Mañana no habrá otro partido?, digo, para vernos. Acorté las despedidas: ¡FUERA! La misma amiga se quedó esa noche. Vimos (again and again and again) la trilogía del capitán Jack Sparrow. El dolor seguía: el analgésico de la dama de la tortura ya no funcionaba. A la mañana siguiente abandoné la clínica: apenas podía caminar. Atrás dejaba una operación de alto riesgo, un pedazo de mi alma que iniciaría la marcha atrás de la rueda de la fortuna y una certeza: la verdadera amistad se encuentra y se reitera en esos lugares odiados llamados hospitales, campos de batalla sitiados por gasas, sueros y bisturíes. Es en esa comarca de patología y tránsito vivencial en donde se hallan los amigos vivos.

CAS

sábado, septiembre 13, 2008

Tránsito postoperatorio I

-Señor De la Sierra, despierte: acaba de salir de la cirugía -dijo una voz anónima.
-¿Cómo salió todo?
-La operación estuvo complicada pero esperemos que todo vaya bien.
-¿Qué hay de cenar?
-No lo sé, hay que preguntarle a las enfermeras.
Me pusieron oxígeno y me mantuvieron en la sala postoperatoria. A mi lado un desequilibrado gritaba "¡Estoy mareado!". La enfermera se acercó a tomarme los signos vitales.
-¿Qué hay de cenar, oiga? -"¡Estoy mareado!"
-No lo sé.
-¿No habría manera de que este hombre se callara?
-Vamos a darle algo para el mareo.
La enfermera no le dio nada y se escondió con la otra nurse para hacerse preguntas sobre un examen que seguramente tenían que presentar al día siguiente ("¡Estoy mareado!"). Yo inspeccionaba la máscara de oxígeno; me la puse al revés para ver si funcionaba ("Por favor, señor De la Sierra, no juegue con el oxígeno"). Vino un chalán de la Dama de la tortura.
-¿Cómo se siente?
-Bien, ¿qué hay de cenar?
-No lo sé. Ahorita le averiguo
-¡Estoy mareadoooooooo!
La enfermera se apiadó por fin del sujeto y le llevó un platito para que vomitara. El mareado dejó cualquier cosa que pudo dejar ahí, incluido un pedazo de taco de suadero acidificado que le pendía del labio inferior. "Sigo mareado, señorita", dijo.
-Ni creas que hacerme verte así hará que no cene. Claro que no me da asco. ¿Hay una carta o algo así, oiga? -dije.
Llegó un enfermero fuerte que dijo que ya era hora de subir al cuarto. En el elevador lancé mi última carta:
-¿Qué hay de cenar, oye?
-No hay nada. Es la una de la mañana y la cocina ya cerró. Además usted no puede comer nada: acaba de salir de una anestesia general y lo único que puede tomar es agua a sorbitos. Si no corre el riesgo de volver el estómago.
- No estoy mareado.
Un médico entró en el cuarto.
-¿Cómo se siente señor De la Sierra? ¿No se acuerda de mí?
-No.
Estuve en su operación.
-Doctor, durante la operación la Dama de la tortura me durmió de cabo a rabo y su ustedes hubieran querido hacerme cualquier cosa en el rabo yo ni en cuenta. ¿Cómo estuvo todo?
-Bueno, estuvo feíto.
-¿Feíto? Oye, doc, ¿sería mucho pedirte que fueras más explícito?
-Bueno, fue una operación de alto riesgo, pero todo salió bien.
Tengo la impresión de que los doctores siempre dirán este tipo de frases despues de salir del quirófano: "Fue una operación muy complicada", "La intervención fue justo a tiempo" o "Nos costó mucho trabajo pero vivirá". Todas ellas para agradecerles de por vida por la ídem. El doctor se fue y yo me quedé en la contemplación absoluta, pensando en la inmortalidad del cangrejo, una verdadera pavada, pues todo mundo sabe que los cangrejos son inmortales. No dormí en toda la noche.

CAS

miércoles, septiembre 10, 2008

Un paseo por los bosques del quirófano

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CAS
Tránsito preoperatorio III

Póngase esta bata, dijo el enfermero con voz adusta. Por primera vez me ponía uno de esos extraños ropajes que había visto millones de veces. Su característica es que uno anda con el culo al aire. ¿No habrá uno más grande? No. Acuéstese que ya vienen a hacerle sus análisis. Dos médicos llegaron con un electro para el correspondiente chequeo del corazón. Los electrodos no se quedaban en su lugar por el vello en el pecho. Hay que rasurar dijo ella con firmeza; tráiganme un rastrillo, dijo él, aburrido. ¿No le molesta que le rasuremos un poco el vello? Hagan lo que quieran (ahora tengo un brote de calvicie en el centro del pecho). Define ironía, doctor, lo increpé mientras ajustaba los electrodos. ¿Perdón...? Ironía es que te hagan un electrocardiograma mientras dan Dr. House en la televisión, señalándole el aparato. Ah, sí, je,je,je, como si el miserable estuviera tocando el ukulele. Está bien del corazón; la química sanguínea y la biometría hemática también salieron aceptables. Podemos operar. Nada más resta evacuar todo lo que falta. ¿Y cómo va a ser eso? Oh, my goodness, ¡we believe in Jesus Christ! No quedó ni un pedazo de mi alma en el antes mencionado cuerpo mallugado y ahora sí estábamos dispuestos a operar, ergo, apelé a la valentía de uno de mis alter egos: vaquero de Leningrado. Sala de preparación. El enfermero me entregó ya con las medias de compresión para evitar trombosis venosa (¡Ah, le Moulin rouge!) y la enfermera in charge me puso un gorrito como el de la mujer de los chocolates Milka. Todo iba muy bien hasta que llegó la dama de la tortura. Entró vestida ya con su uniforme de operación, incluido el cubrebocas, y un maletín muy sospechoso a cuestas. Soy la anestesista. A ver... a ver... a ver... Habíamos pensado en una anestesia local pero usted está demasiado obeso (si no tuviera el maletincito ése; pinche vie...). Anestesia general, por favor, gritándolo a los cuatro vientos. Voy a hablar con su médico. Se fue sin soltar el maletín de la tortura. The iron maiden, pues. Veinte minutos después ya estaba en el quirófano. ¿Lo va a anestesiar aquí, doctora? Sí, luego lo pasamos a la plancha de operaciones. No sería mejor que fuera directamente ahí, doctora: yo le podría facilitar el trabajo de pasarme a la otra... No, poniéndome una sustancia desconocida en uno de los numerosos y misteriosos conductos que llegaban a mi catéter. Entonces la hipnosis: va a tener mucho sueño, va a empezar a ver todo borroso (sí, cómo no); se le nubla la vista, está muy cansado (sí, cómo...

CAS

lunes, septiembre 08, 2008

Tránsito preoperatorio II

El doctor me auscultó durante treinta segundos.

-Es una infección muy grave que no se quita con antibióticos. Necesitas cirugía.

-Si tú lo dices doc, está bien: cirugía, pues. ¿Cuál es el riesgo?

-En principio el riesgo debería ser mínimo pero el absceso que tienes es muy grande. He ahí la gravedad de la operación

-¿Para cuándo sugieres, entonces?

-Lo antes posible, es muy peligroso lo que tienes. ¿Hoy en la noche?

-Hoy en la noche.

-Déjame hablar al hospital para ver si tienen quirófano [...] Ok, ya está: la operación está programada para las 9 de la noche.

-Está bien.

-Vete a tu casa, tómate un vaso grande de agua e ingresa al hospital por urgencias a las 5:30 para que te hagan los análisis preoperatorios.

Eran las tres y media y había mucho tráfico.

CAS
Variaciones alrededor de una cirugía

Tránsito preoperatorio I

La punzada dominaba medio cuerpo. Caminar sin dolor era la mejor utopía. La cervezas y el futbol estaban ahí: fue fácil invitarlos (había que olvidar el daño). Dépor 2, Real Madrid 1. Más tequila. En los dos días siguientes la vida cambió y las decisiones vinieron sin ser tomadas. Ah, además se presentó una sobredosis de Leonardo Padura. El alfilerazo era de una violenta piel buscando salida (una explosión epidérmica se vaticinaba durante el sueño). Sin saberlo, ya en la cama había una mecha y aun así fui a dar mi última clase. Cuernavaca: dolor y 39 de fiebre; dolor otra vez y tras el mediodía 39.2 de fiebre. No pasa nada: es pasajero. Viernes en la madrugada en el aeropuerto. Un clon corriendo en la Terminal 2, dos mujeres lamentando un abandono y una lágrima en suspenso en un conocido cuerpo mallugado.

CAS