Thomas Wolfe y Asheville
Nunca he sido muy afecto en visitar las tumbas de escritores. En general me parece una prosaica actividad de fanáticos, algunos que a veces ni siquiera han leído al autor de marras. No obstante esta decisión, hace algunos días me topé con una. Estaba con mi familia en Asheville, Carolina del Norte, dando una vuelta por uno de los lugares obligados: el cementerio Riverside. Situado en un cerro, no había manera de echarle un vistazo si no era en coche. Mientras le dábamos la vuelta, a mi sobrino le dieron ganas de orinar. Paré el coche donde el pequeño sendero se ampliaba y bajamos. Ahí, exactamente enfrente, vimos otra tumba similar a todas las demás pero con un botecito lleno de plumas y lápices al pie de la lápida: era la sepultura del hijo pródigo de la ciudad, Thomas Wolfe. Admirado por William Faulkner, enfrentado en algún momento con Francis Scott Fitzgerald, Wolfe fue uno de los grandes estetas narrativos de su generación que, como muchos de ellos, murió antes de tiempo: a los 38 años fue alcanzado por una inusual enfermedad llamada tuberculosis miliar. Ya in situ, la inercia convencional fue inevitable y la sepultura wolfiana no resistió las tomas fotográficas. Mi sobrino me pidió una pluma para ponerla como ofrenda y le di una de mis bics de la bolsa del pantalón. Yo mismo puse otra para sumarme al ritual, más allá de que piense que a sus novelas se les podría quitar la mitad de páginas (no bastó la labor de su editor de Scribner's, Maxwell Perkins, quien trabajó con él sus dos primeras novelas para reducirlas a la tercera parte). Pero ya estábamos ahí y tuvimos que hacerlo. Asheville es una ciudad mística de montaña, en la que hay hoteles-spa que muchos personajes célebres han construido como retiros espirituales. En el Grove Park Inn, por ejemplo, hay un pasillo de cien metros con las fotos de sus famosos huéspedes; las últimas son de Barack Obama y familia. Pero Asheville también se recuerda por ser el lugar donde murió Zelda Fitzgerald, esposa de Scott. Zelda llevaba varios años entrando y saliendo del Hospital pisquiátrico Highland de Asheville debido a los trastornos mentales que siempre padeció. La última vez hubo un incendio (ashes-ville). Ella estaba en un cuarto esperando la terapia de electroshocks. El fuego se esparció por un hueco del montacargas e incendió el ala en donde estaba Zelda encerrada (me disculpo por el ofensivo juego de palabras). Murió quemada. Aunque Scott había fallecido años antes, y de hecho llevaban ya tiempo separados, fueron enterrados juntos. Su tumba está en Rockville, Maryland, un lugar en el que espero que a mi sobrino nunca se le ocurra ir al baño porque, no hay de otra, ahí la gente seguro muere lapida-da.
CAS