jueves, mayo 27, 2004

Hacia el mar blanco en la bodega

Las andanzas de los últimos días han sido sinuosas. Recuerdo que vi cómo era mi ciudad hace un siglo. Un auténtico rastro pero dotado de hermosura. Además en una esquina del Centro Histórico perdí mi sombra; a la fecha no la he recuperado (sé que sólo a los boxeadores malos les sucede). Por suerte Dios tiene nuevo nombre y viste casaca azul (Luciano Figueroa, señores, no mamemos). Siendo sinceros, todavía hay un doctorado en puerta, dos amantes en espera de que alguien recorra el patio trasero de sus muslos y un poco de cerveza trigueña, ese néctar que hace de la villanía un estadio de bienaventuranza. Repito: perdí mi sombra como un memo cualquiera. Pero eso no es todo: desde hace unas semanas mi rostro ya no aparece en el espejo del cuarto de baño. Atónito, me vinieron a la mente vampiros invisibles. Entonces, así, como quien renace en un WC, intenté la vuelta de mi imagen al espejo. Después de horas sempiternas en las que mis manos ensangrentadas llenaron de círculos el azulejo, desistí. Por eso llevo casi un mes sin rasurarme y he tenido problemas con la policía; dicen que mi look Ahumada es políticamente incorrecto, que me ande con tiento (mi reino por el dormitorio dos). Por si fuera poco libré una orden de arrestó que libraron a mis espaldas (estaba en la barandilla y el MP que lo ordenó atrás de mí). Quizás sea un error y mi epitafio dirá que nunca aprendí a tocar con destreza el ukulele, pero regreso después de casi cinco meses para ver si acaso recupero la efigie en el espejo y evitar que en lugar de Carlos me llamen Hagrid (no obstante, el eterno retorno es uno de mis temas más queridos. Shit happens. Nadie, pues). Confieso, por último, que mis apreciaciones ante la vida cambian de acuerdo con las sabiduría de los grafittis de los baños de la facultad. La vez que vi "Piensa que en este momento tu novia puede estar cogiendo con otro güey", entendí a Proust y, por extensión, la vileza humana. Pero hay uno que sigo pensado muy seriamente, como si al leerlo me observaran desde una entidad divina (esas pavadas como pensar que al masturbarse uno está siendo observado por nuestro señor). El texto, ubicado apenas arriba del mingitorio de la derecha, reza: "Dios ha muerto", Nietzsche. Más abajo, ya casi llegando a los sensores de agua, hay otra pintita, con perdón de los entendidos, más reveladora: "Nietzsche ha muerto", Dios.

CAS