sábado, julio 27, 2013

Impotencia

Son casi las tres de la madrugada y las manos me siguen sangrando. No puedo conciliar el sueño porque el dolor es intenso. ¿Será que ha llegado mi redentor? Raudo carmesí...

CAS

viernes, julio 26, 2013

Mis amigos muertos

Cada vez que ha fallecido un amigo, he escrito sobre él. Quizás pueda llamársele obituario, corona fúnebre, homenaje o simplemente recuerdo. Y lo he hecho porque acá, de este lado del túnel, es donde hay que valorar una vida transcurrida. ¿Habrán querido morirse? Sin duda que no. Pero qué más da: ya están muertos y jamás sabrán que lo están. Y sin embargo varios de ellos no hicieron mucho por mantenerse en esta ribera nuestra. ¿Se pueden criticar decisiones tan rotundas que acaso no pasen por la racionalidad? ¿Son conscientes acciones como beber días seguidos hasta llegar al hospital para que éste los expulse sólo a la morgue; para ser lo suficientemente descuidados y trabajar cerca de un cable de alta tensión sin resguardo alguno; o simplemente para lanzarse de un puente de sesenta metros directo al pavimento? No lo sé. Lo que sí sé es que esa gente a la que he amado y que ya no está con nosotros (ese plural que nos abarca y prefigura porque no somos los únicos en padecer la ausencia), hace que me dé cuenta, hoy más que nunca, que no me quiero morir; más allá de eso: que no quiero pasar a formar parte de un club de amigos muertos (por eso odié esa película La sociedad de los poetas muertos, porque ninguno de esos pendejitos supo valorar su propia vida. Poetas muertos... ya quisiera ver a esos bergantes, y a cualquiera que se considere maldito, frente al pelotón de fusilamiento); mucho menos que mi gente sufra por eso. Todos nos vamos a morir (y perdón si en este momento estoy exhibiendo una epifanía o haciendo una revelación última), pero a mí me falta mucho tiempo. Ignoro cuánto. Sin embargo si sé que no soy Héctor frente Andrómaca y que mi enemigo de mañana no es Aquiles. Las batallas también pueden evitarse, aunque ya nadie en su candor de capa y espada piense en uno; falta acaso entender las deserciones como los actos más honorables que existen. El punto es que no percibimos que acaso la idea del exilio es el paraíso, un estadio de bienandanza que se construye con otros pilares, con cimientos más profundos y briosos que los moralmente condenados. Hay que cruzar el Rubicón para entrar en el laberinto y encontrar en esa habitación sin salida lo que resta de vida: matar a Caronte para evitar el Hades; cohabitar con Asterión, pues, esa magnífica bestia que nos acompaña en todo espejo. He ahí la morada perfecta e imperecedera.

Yo quiero seguir vivo gracias a mis amigos muertos, a ésos a los que amé y me dieron el salvoconducto celestial para mantenerme en este lado del río (confío en el Miguel Strogoff que hay en alguna parcelita de mi alma). Julio, lo he dicho, es el mes que más detesto y el que más quiero. Hoy día, ahora que cae la tarde y no hay más que verde en mi mirada, es lo único que amo: es así porque sus días me han hecho tomar la decisión de llegar hasta el siguiente julio y seguirlo amando y odiando por igual.

CAS

jueves, julio 11, 2013

De escuderos y damas de compañía

Existen bebidas que se toman juntas pero no revueltas. Quizás sea importante agregar que se beben a la vez pero no mezcladas, esto es, funcionan como acompañantes, o como dirían los anglosajones: como chasers. El tequila, por ejemplo, suele tener como cortesano un caballito de sangrita, preparado de jugo de tomate, limón, naranja y salsas picantes y sazonadoras. Pero también puede estar escoltado por una rodaja de limón y una pizca de sal. Después del trago de agave azul, una chupada de limón con sal hará más dócil el tránsito y la nostalgia entre la una y las tres de la tarde será breve. Hay personas que consideran el encuentro bucal con el cuerpo del cítrico un acto rupestre y le apuestan al nacionalismo. Es la gente que en un bar pide “Una bandera, por favor”. A su mesa llega un caballito de tequila blanco, escudado a los lados por uno de sangrita y otro de jugo de limón. El encuentro con el águila y su escudo será en la garganta del afortunado bebedor tricolor, ahí donde su boca es ya un nuevo lago de Texcoco. Algunos otros acostumbran sopesar el trago fuerte con una cerveza. En esta diligencia el galope del agave se desliza más pausado, más a trote lento por las papilas pero sin perder por completo la sensación de que ese recinto nunca más será el mismo. El punto es irrelevante: un trago de cerveza tras un buen tequila perlado es sólo una mutación inocua. El mezcal, por su parte, también tiene su comparsa. Si bien, como el tequila, puede ser seguido por cerveza en cada trago para regular su vigor, son infaltables unas rodajas de naranja y un poco de sal de gusano para consumar el ritual, ése de cuando los sonidos de la tierra impregnan cada palmo de su ruta hacia dentro. Básicamente todos los destilados de agave pueden acompañarse con cerveza (un trago y un trago, para que no haya lugar a dudas y la bienaventuranza fluya); son estas bebidas conversas las que ayudan a afinar el espíritu agavero, esas dilectas damas de compañía y honestos escuderos de sus caballitos, perdón, de sus caballeros andantes y su cabalgata interminable.

CAS