lunes, julio 26, 2004

Cursos y talleres para agosto y septiembre de 2004

Alguna vez un amigo me dijo que yo no hacía nada por mi autopromoción y por eso seguía viviendo donde vivo. Sin explicarle que la luz matinal por mi ventana me hacía sentir como la princesa Rapunzel, sólo le dije que era por modestia. Ahora, sin embargo, creo que he sido demasiado modesto, o idiota, y decidí cambiar un poco la dinámica, pues no quiero que mi nevera (y mi estómago, of course) permanezcan vacíos los próximos seis meses. Por eso, si es que existe algún interesado (siempre he preferido esta palabra a "ingenuo") en tomar algún cursito, va a continuación la información, con su link correspondiente, de las clases para el resto del año.

-Escritores suicidas

-Edgar Allan Poe revisitado

-Taller de redacción

-Cine y Literatura. Más allá de la tinta y el celuloide

 
Todos los cursos serán en el Distrito Federal, ergo, México City. Para abundar en cualquier información mi correo es cadelasierra@hotmail.com

Vale,

CAS



martes, julio 20, 2004

As good as it gets
 
El verano en la Del Valle ha sido de desasosiego. Quizás no sea precisamente así, pero siempre quise utilizar esa palabra: d-e-s-a-s-o-s-i-e-g-o. Me suena como a una frase réproba: "De ésa, so ciego, ¿que no ves?" Hay otros términos que me atraen, pero más dichos que escritos. Cuando escucho "combustión" o "licuado" tengo la impresión de asistir al nacimiento de la teoría de la relatividad o a la culminación de un gol del Cruz Azul. Pero decía, pues: el verano ha tenido como común denominador la literatura y el alcohol. El objetivo inicial fue leer un libro diario, cosa que -aunque pedante- he llevado a cabo con suma diligencia. Eso, claro, cuando no interfiere otra de las intenciones veraniegas: un pomo diario. El alcoholismo, según rezan sus más fervientes denostadores, cercena un número inimaginable de neuronas y es una enfermedad que reprime la evolución de las sociedades. Tienen razón. Ahora bien, otra cosa es hacerles caso y tirar al retrete el bourbon que tengo frente a mí. Hace unas horas tuve una discusión con mi ex, que como toda ex cree poseer todavía autoridad para gritar improperios por el auricular o impedir el número indicado de sorbos de whisky en quince minutos. 
         -Ahora voy muy seguido a las cantinas -me dijo con sobrada suficiencia. 
         -¿Y por qué conmigo nunca quisiste ir? -pregunté indignado. 
         -Porque tenía migraña; aunque ahora ya sabemos que no era migraña sino neuralgia. Me inyectaron en la cabeza y ya estoy sana. 
         -¿Y qué bebes? 
         -Whisky con agua quina 
         -Ese trago te lo enseñé yo. 
         -Ya lo sé. 
         -¿Con quién vas? 
         -Con amigos.
         -¿Qué amigos, si no tenías amigos? 
         -Qué te importa. Has de saber que ahora tengo un vida propia, ¿o crees que me iba a quedar esperándote toda la vida? 
         -Entonces veo que yo era el causante de todos tus males, ahora hasta te emborrachas.
         -¡No seas ególatra! ¿Acaso crees que tú eres el centro del universo.
         La psicología femenina, probablemente de una vehemente complejidad alejada de la futilidad masculina, es objeto de numerosos estudios académicos. Por lo general, las conclusiones pertinentes dejan más dudas que respuestas, aunque de alguna manera señalan el origen del entramado enigmático. La metodología al respecto debe centrarse, entonces, en tres mujeres primogenias: Helena de Troya, Eva de Adán y Blanca Nieves de los siete enanos. Asimismo, hay un elemento mediático, según he leído, que no debe perderse de vista: la manzana, o la idea de la manzana, o la flecha en la manzana. En fin, se dice que las investigaciones deben incluir sin falta, no sé bien a bien por qué, las historias personales de San Sebastián y de Guillermo Tell. La conclusión, que secundo firmemente desde mi penthouse en la Del Valle -hoy día en que debería estar en una playa nudista de Barcelona y no escribiendo memadas-, es: los hombres son seres inferiores.
         Pero el verano se rompió técnicamente ayer. Hay que acotar que en la tarde llovió durante cinco horas seguidas, la luz se fue el mismo tiempo y los accidentes de tránsito estuvieron a la orden del día. Leí unos minutos con velas pero lo dejé, no tanto por forzar la vista como por pensarme como una lamentable musaraña. Entonces concluí que había dos posibilidades: sentarme en un sillón a ver llover o masturbarme. Escogí lo primero más por pereza que por otra cosa, al tiempo que sonaba el teléfono. Era Joe. 
         -¿Carlous? 
         -¿Joe? 
         -¿Cóumo estás? Oye, necesito que me hagas un favour. Mañana vienen a mi casa unos amigous a hacer una película pornou y necesitou que alguien se encargue de la iluminación. 
         -Ya. Y quieres que yo lo haga, ¿verdad? 
         -Sí. Me van pagar treinta mil pesos.
         Quizás las explicaciones respecto de quién es Joe sobren, pero a lo mejor son menos aburridas que mi narración acerca de cómo caía la lluvia afuera de mi casa. Joe, como mucha gente que viene a México, es un gringo loco que llegó hace algunos años a reencontrarse con algo que él llamó en su momento "la madre ambiente". Por más que le insistí en que a lo mejor sería más apropiado si dijera "el padre ambiente", aun cuando no entendiera un carajo de lo que eso significaba, se negó rotundamente. "La madre ambiente, Carlos; es un asunto metafísico". Tiempo después entendí que su encuentro con esa señora era vestirse con bermudas hawaianas y mocasines, manejar un jeep del año 75, comprar aparentes antigüedades en Tepito y jugar tenis mal los sábados por la tarde. "Ve este daguerrotipou", me dijo una vez, "es original. En los Estadous Unidous lo podría vender diez veces mas carou. Si sigo así me puedou volver millonario en unous meses". Sobra decir que nunca se volvió millonario y más bien sus escasas llamadas eran para que le invitara una cerveza cuando no tenía dinero. De hecho vive de ser fotógrafo para algunas revistas de viaje y transar a uno que otro incauto que le pide videos para su boda. He olvidado decir que aparte es un disoluto miserable y de repente fotografía a mujeres encueradas. Las engaña con el viejo truco del desnudo artístico y de que él es el gran fotógrafo que puede catapultarlas a la fama, para lo cual su pendejo acento de gringo inofensivo le funciona perfectamente. Suele pagarles una miseria y después clava las imágenes en su computadora, en un acto de fetichismo que sólo entiende un oriundo de Iowa. Aunque no le hago mucho caso, se vanagloria de tener cien gigas de pornografía. Nunca supe, no obstante, que se dedicara ahora a hacer videos porno, aunque dicho sea de paso, era por todos conocido que se presentaba siempre como filmmaker y no como fotógrafo.
       -De hechou es apenas el segundo que hago -respondió a mis dudas-. El primerou pensé que podía hacerlo solo pero la luz estuvou de la chingada.
       Lejos de extrañarme que hubiera podido escogerme a mí, un simple maestro universitario de vacaciones-de-verano-sin-playa-y-con-azotea-diluviada, me llamó la atención su uso cada vez más adecuado de las maledicencias en español.
       -Te doy seis mil varous si me ayudas -me sobornó el culero-. Son sólo unas horas.
        -Ocho.
       -Hechou -respondió rápidamente: seguro le habían ofrecido más dinero.
       En realidad la idea de observar el making of de un video porno no es algo que me quite el sueño, pero necesito dinero para operarme los ojos y con esto junto lo necesario. Además hoy en la noche no tengo nada que hacer y una chelita mientras recuerdo mis años de luminotécnico cuando hacía teatro, no me caerá mal.
       -Te veo en la noche, Joe.
       -OK. Nada más hay una cousa, que sólo porque eres mi amigo te digo. La escena será entre dous chavas y un güey...
       -Está bien, está bien, no me importan tus preferencias voyeuristas, Joe.
       -Menos mal, Carlous. Sin embargou, lo que te quería decir es que las chavas son menores de edad, pero ya veo que eres igual de cinicou que yo. Te veo al ratou, pues -y colgó.
 
 
CAS 
 



lunes, julio 05, 2004

"¿Eres De la Sierra?", me preguntó mientras se echaba un trago de charanda con jugo de naranja y acomodaba sus hermosas piernas de bailarina en el tapete. Yo, curiosamente, estaba con los pantalones abajo debido a un incomprensible juego de apuestas. Contesté sí al tiempo que, en un acto instintivo, ocultaba discretamente el abultamiento de mi entrepierna. Sólo torció un poco la boca como diciendo "lo sabía, hijo de la chingada" y no me dirigió más la mirada. El castigo más perverso de la velada, sin embargo, se lo llevó Fredy: le tocó bajarse los pantalones con todo y sus calzones con mancha amarilla. Fue obvio que el chavo de la esquina se enamoró de él. La semana pasada, después de 12 años, me encontré de nuevo a la bailarina. Fue en una de esas presentaciones de libros de los amigos. A la hora del vino, mientras platicaba con el autor (de un libro de cocina formidable), unas manos tomaron mis hombros y al oído escuché la frase de años atrás. "¿Eres De la Sierra?" (hubiera preferido, no obstante, un "¿eres tú, Carlos?"). Después de mirar que mis pantalones estuvieran en su sitio, me volví hacia ella. La mueca era la misma de la primera vez, aunque esa arruga que viene de la nariz y enmarca la boca era ya mucho más visible. Creo, aunque temo mucho equivocarme, que ahora la injuria maquinada mentalmente años atrás se había transformado en un "me da gusto verte, sobre todo con los pantalones arriba". Sonreí y brindé con ella. Después de recorrer su figura, me percaté que se sostenía en una muleta: le faltaba una pierna. Busqué el semblante adecuado para matizar mi sorpresa; nunca lo encontré.

CAS