lunes, diciembre 05, 2011

Sócrates




El doctor Sócrates caminó desde el mediocampo hasta el manchón penal. Su paso era desgarbado y en busca de equilibrio, propio del contraste entre su espigada figura de 1.91 m y sus mínimos botines del cinco y medio. Antes de tocar la pelota, Sócrates recordó con fruición a Garrincha, otro contrahecho jugador brasileiro cuya mayor virtud era confundir a sus rivales con un regate chueco: tenía una pierna seis centímetros más grande que la otra y cuando apuntaba el desborde hacía un lado, se lanzaba para el otro. El doctor tomó el balón para acomodarlo sobre la cal y las garotas que habían colmado el estadio Jalisco en el Mundial del 86 respiraron tranquilas: sabían que observarían un disparo quirúrgico, estetoscópico. Sócrates, sin embargo, acaso por no haber bebido las cervezas de rigor después de los tiempos reglamentarios, lanzó su disparo a media altura y Joel Bats, el portero francés que hoy día está en las enciclopedias por ser uno de los peores guardavallas de la historia, alzó el brazo por instinto y detuvo el obús: el gran Maestro del Timão había fallado un penal que a la postre le significaría a la verdeamarela la eliminación del campeonato (ya no importó que el mismísimo Michel Platini errara posteriormente su penal).

Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, uno de los mayores estetas de las medias canchas, falleció hace unos días por un choque séptico causado por una bacteria intestinal. Y aunque su muerte conmocionó a los que lo vimos jugar, tampoco nos extrañó: el médico egresado de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto, bebedor de cepa desde los 24 años, entraba y salía constantemente de los hospitales porque desde hacía años arrastraba una fiera cirrosis. Jugador emblemático del Corinthians, Sócrates había vaticinado su muerte: en una entrevista del año 83, cual pitoniso paulista, profetizó: "Quiero morir en domingo y con el Corinthians campeón". Después del minuto de aplausos en su memoria, y los noventa restantes, el Timão levantaba su quinta copa del Brasileirao el mismo día que el doctor dejaba de respirar.

Cada vez que Sócrates anotaba, levantaba el puño en señal de protesta en contra de la última dictadura brasileña y normalmente salía con cintas en el pelo con leyendas políticas. Cuando el Corinthians ganó el campeonato en 1982, los jugadores festejaron el triunfo con una palabra impresa en su camiseta: "¡Democracia!". El doctor dijo que había sido el momento más feliz de su vida. Un año más tarde, en un partido entre el Timão y São Paulo, un jugador largo y elegante, de cabellera ensortijada y barba raída, saltó solitario al césped del estadio Pacaembú con el puño en alto. Llevaba en la playera una frase que resumía su participación política dentro y fuera de las canchas: "Ganar o perder, pero siempre con democracia". Eso era lo que reflejaba el movimiento Democracia corinthiana, una práctica que Sócrates impulsó con otro jugador del equipo, Wladimir, para que las decisiones en el Timão fueran colegiadas y participarán de ellas desde utileros y jardineros hasta jugadores y directivos. En 1985 veía cristalizada su contribución a la transición del país con el triunfo en las elecciones de Tancredo Neves y José Sarney.

Amigo personal de Lula, Sócrates fue bandeirante a ultranza de la famosa frase de Telé Santana, técnico de Brasil en el Mundial de 1982: "No hay que jugar para ganar sino para que no te olviden". Y no te olvidamos, doctor, tú que dijiste que el mejor psicólogo era un vaso de cerveza y peleaste por hacer del jogo bonito y la justicia una forma natural de goce y vida. Cuando Sócrates le puso a uno de sus hijos Fidel, su madre le dijo: "Es un nombre un poco fuerte para un niño". Él, sin saber que su propio nombre tendría hilos beatíficos en el entramado de la memoria, contestó: "Madre, mira lo que me hiciste a mí". A los diez años, Sócrates había asistido a una escena pronosticada por Ray Bradbury en Farenheit 451: la recién instalada junta militar brasileña robó y quemó sus libros frente a él. Fue así como decidió, como lo hizo su antecesor algunos miles de años atrás, luchar a su guisa en contra de las injusticias y hacer de su brega, a falta de documentos salidos de la suya mano, un libro abierto de faenas, experiencias y conjeturas ecuánimes. Y como su antecesor, murió bebiendo, no una dosis decisiva de cicuta sino una rubia y fresca cerveza del trópico.

CAS

martes, noviembre 15, 2011

Miguel Ángel Cañizo (1942-2011)

Creo que la pregunta vuelve a estar de más; no obstante, en tanto siga realizándose, podrán mantenerse vivos los últimos rasgos de humanidad entre nosotros: ¿por qué son los justos los que se van antes de tiempo? Cuando mi papá murió a los 58 años le pregunté a mi mamá si no era muy joven para irse. Ella, con su sapiencia acostumbrada, respondió tajantemente: ¿cuándo se es joven para morir? ¿Cuándo, si ves que se trata de una vida que tocó y conmovió a todos los que estuvieron a su lado y dejó ahí una parcela de su bonhomía, de su inteligencia, de su cariño? Miguel Ángel Cañizo tenía 68 años cuando su corazón se detuvo hace un par de semanas. Lo primero que nos preguntamos, again and again and again, fue si no se había ido muy pronto. Incondicional de la familia durante más de treinta años, fue uno de los mejores amigos de mi padre. Al morir mi papá, y como una transición natural, la relación se ensanchó con el corazón en la mano hacia mí, mi mamá, mis hermanas, últimamente mi sobrino. Él y su amorosa esposa Lupita, a veces sus hijos Migue y Sofía, pasaron navidades y años nuevos con nosotros; numerosos asados con tequila y cervezas muertas; interminables veladas con los acordes de su guitarra y los boleros que cantaba con su voz rasposa, seca, llegadora y enllagadora. Porque hay que decir que con Miguel Ángel redescubrí el bolero y el frenesí de las canciones tradicionales mexicanas; también, como suele ser con los amigos que nunca se irán, la amistad ciega y plagada de fruición de los que llamamos seres queridos. Lo vi por última vez en mi casa de Cuernavaca dos semanas antes de que muriera. Vino con Lupita y Sofía. Y, como solíamos hacerlo, radiografiamos la situación política del país; vaticinamos la coyuntura de las elecciones del siguiente año; nos lamentamos, como toda la última década, de vivir en un país al que ya se lo había llevado la chingada. Y luego cantamos al amparo de unos tequilas, él de unas cubas, Lupita y Sofía de las insignes pero devastadoras palomas que prepara mi mamá. Nos despedimos en ese estado de fascinación sólo causado por el placer de la compañía y les dije que al día siguiente los esperábamos para nadar. Miguel Ángel se disculpó: ya tenían un compromiso. En la mañana nos dimos cuenta de que había dejado su gorra (siempre utilizaba una). Dijimos que en el transcurso del día volvería por ella como antes lo había hecho por una chamarra, por un viejo capotraste. Jamás regresó; la dejó como un pedazo de su alma, como un símbolo inequívoco del recuerdo perenne. Hace unos días, Miguel Ángel pintaba la pared de su casa. Para alcanzar mejor le amarró una varilla al rodillo. Y fue un descuido, una mala broma acaso de los hacedores de la creación, el que hizo que la escalera se moviera y, por acto reflejo del destino, el rodillo tocara indiferente un cable de alta tensión. Llegó al hospital todavía conciente pero ya la descarga le había incendiado el cerebro. Su fortaleza hizo que sobreviviera cuatro días. Ahora, con la tristeza que sólo el tiempo podrá disipar, he de decirte, mi querido Maestro, que ya nos tocará de nuevo reorganizar el mundo al son de vivificantes cubas libres, el "Amor, amor" de Gabriel Ruíz y la conversación interminable. Espero, sin embargo, que no sea pronto.

CAS

viernes, noviembre 04, 2011

Enrique Romo (1960-2011)

Hace una semana que Epigmenio León me escribió para decirme que Enrique Romo había fallecido, entendí por fin que, a veces, la vida no vale nada. Amigo durante los últimos diez años, Enrique fue un incansable promotor cultural que se formó al amparo de, quizás, el hombre que más sabe de difusión de la cultura en México: Víctor Sandoval. Pero más allá de eso, faceta como se le ha recordado los días recientes, Enrique fue una excelente persona y mejor amigo. Hace un mes había hablado con él y me dijo que estaba por salir la reedición de una antología de crónicas sobre la ciudad de México, en la que, hacía un año, había tenido la generosidad de invitarme. Jamás imaginé que no volvería a escuchar su voz. Y fue precisamente en la presentación de la primera edición de esa antología, la última vez que lo vi. Fuimos a comer al Gallo de oro en el centro de la ciudad de México y nos pusimos al corriente. Me dijo que llevaba varios meses sin beber y no había tenido ninguna recaída últimamente. También, con una tranquilidad de alma sólo ocasionada por la bonhomía, el rostro se le iluminó cuando me habló de su nueva experiencia como abuelo y de que estaba feliz porque su hija y esposo se habían ido a vivir con él. Me comentó sobre los nuevos proyectos que pretendía mostrarles a las autoridades culturales en turno para obtener financiamiento y poder cristalizarlos. Por último me platicó de una reciente relación que había tenido que terminar porque se sentía acosado. Fue una confesión de un espíritu sobrio. Mientras, como ahora me arrepiento, yo me embriagaba a briosos corcelazos de tequila. Camino al metro le pregunté cómo se sentía por la reciente muerte de su hermano, el trovador Marcial Alejandro. Hasta ahora comprendo su respuesta, incómoda cuando la dijo: "En realidad creo que no lo he digerido; no he pensado ni siquiera en entristecerme porque nos veíamos poco y pienso que con tan sólo con levantar la bocina, él va a estar ahí". Ésa es la sensación en mi pellejo por la partida de Enrique: la testaruda negación de que nuestra gente ha decidido una ruta que no tiene marcha atrás. Es hora, pues, de que la conmoción causada por la marcha de la gente justa como Enrique se mantenga por la vía adecuada e insista en eso que él enarboló a lo largo de su vida: el trote lento pero constante y seguro de la promoción de la cultura y el resplandor omnipresente de la amistad sin cortapisas.

CAS

jueves, octubre 27, 2011

CAS en Coyoacán

El próximo martes primero de noviembre presento el libro Archivo Lowry de mi querido amigo Raúl Ortiz y Ortiz. Me acompañarán en la mesa Alberto Rebollo y Ángel Cuevas. Raúl es el traductor de Bajo el volcán de Malcolm Lowry y, sin que suene a exabrupto, es la mejor traducción al español que he leído. En Archivo Lowry, Raúl publica una serie de textos inéditos de Lowry y documentos poco conocidos sobre su vida. Se trata de un volumen fundamental y obligatorio para todos los interesados en la obra de Lowry. La presentación será a las 12 del día en la Casa Azul, alias Museo Frida Kahlo (Londres 247, esq. Allende, Col. del Carmen, Coyoacán, DF).

CAS

jueves, octubre 20, 2011

De regreso al quirófano (o algo)

Una mancha negra en el labio inferior. Homero dijo Ve con un dermatólogo para descartar cualquier cosa. Fui. Le hablé de la flamante mancha, de la psoriasis. Desvístase dijo con estetoscópica puerilidad. Lo hice y me acosté en la mesa de exploración (casi me parto la madre al pasarme de largo: sobra decir que soy un poco grande para esas camas). Me auscultó transformándose en gambusino californiano que examina las condiciones de su pepita de oro y concluyó: lo de la psorasis está localizado y no es tan grave, además es muy común en gente gorda (aquí utilizó otra palabra como robusta pero sabemos que a los médicos no les queda eso de la gentilidad); lo del punto negro lo más probable es que sea benigno pero no está de más quitarlo y mandarlo a analizar. Lo podemos hacer cuando usted quiera, ¿Ahorita puede ser, doctor? Sí, Haga pues lo que tenga que hacer. El médico pidió un equipo para biopsia y me inyectó anestesia en el labio. Después de unos segundos y sentirme Angelina Jolie³, sólo alcancé a observar que se me acercaba con otro instrumento pernicioso (todos los instrumentos médicos lo son, desde el bisturí hasta el estetoscopio. Quizás resuelven los problemas, pero por lo general son portadores de malas noticias antes, durante y después de ser utilizados, como el electrocardiógrafo y su tenebrosa línea horizontal). Cerré los ojos y esperé a que Dios decidiera. Y la decisión tardó: el médico, que en principio me había convencido de la cirugía por la vehemencia de su discurso, empezó su labor. Era obvio que me estaba haciendo una incisión para quitarme ese lunar inocuo que acaso había sido causado por la mordida de alguna novia antropófaga, pero como mi apellido ya era Jolie³ no sentí absolutamente nada. El problema fue cuando intentó quitar el pedazo de carne. Como siempre he sido muy celoso de cualquier parte de mi cuerpo que tengan a bien podarme, mi epidermis adoptó una diestra estrategia defensiva para repeler al agresor. Fue así como supe que había un contratiempo: la mancha voraz se transformó en sanguijuela testaruda que tenía como consigna un beso francés ad infinitum. Entonces a jalar con más fuerza y ya no eran el labio lo que estiraba sino toda la cabeza, como felación bocarriba. Y vamos de nuevo y nomás me faltaba el aro en las encías para ser parte de un ritual africano. Y una vez más y el bicho por fin capituló ante las falanges ensagrentadas de un galeno que festejó su batalla más encarnizada sostenida con un lunar. Lo aisló en un tubito de ensayo como de muestra de perfume y dijo Los resultados están en unos días. Ahora, mientras espero los análisis, he de residir en esa conocida y extraña ambivalencia del Bien y el Mal, como aquel otro muchacho que también tenía una mancha, perdón, que era de La Mancha y tampoco sabía qué pasaba. El labio, mientras tanto, tiene tres puntos de sutura e hilos por todas parte. Aunque me sienta más pavo relleno que otra cosa, en la colonia ya me empiezan a llamar, con justa razón, el Frankenstein de la Del Valle o el Prometeo hirsuto.

CAS


PS. Mis pasos por las salas de operaciones, quirófanos y consultorios que tienen equipos para biopsias, me hicieron recordar uno de los mejores cuentos que he leído. Es de mi querido amigo, que en paz descanse, Sergio Galindo. Se llama "El esperante" y puede leerse aquí.

martes, septiembre 27, 2011

El ermitaño

Hay un terciario que me cree Jesucristo, lo cual, como tú sabes, todavía no soy.
Malcolm Lowry, "Carta a Conrad Aiken", 1937.

El cuerpo parece salirse de sí mismo (deja la roca en las extremidades). La pesadez doblega la entereza, y la necesidad de moverse se ancla sin éxito en el eje de las piernas. Se dice que el hombre está solo (¿cuál será la escrupulosa definición de soledad?). Lo cierto es que las evacuaciones han regresado a su intermitencia voluntaria: hay una decantación del alma que sospechosamente hace pensar que ésta existe.

El problema ha sido, como siempre y acaso nunca más, los principios dobles. Al comienzo, pues, estaba una carta sin destinatario y de remitente dudoso. Se rumora, y es una hipótesis asequible, que Dios antes de crear el mundo, la escribió. La incógnita, y ésa es naturalmente el secreto de la creación, es a quién estaba dirigida (quizás el mayor misterio hierático junto al origen de la esposa de Seth). En ella se narraba la epifanía por la que se creó el universo. Antes de eso, y puesto que hablamos de un personaje omnipotente, Nuestro Señor inventó el lenguaje (más tarde lo atomizaría con una broma tan feroz como categórica llamada Babel). Yo soy el que soy (el antecendente inmediato de You know who, alias el Maestro Voldemort) concibió el lenguaje para poder expresarse con espontaneidad y reflexionar sobre su labor. Las conclusiones de los expertos sobre el episodio son reveladoras: Dios le escribió la carta a una mujer y le confió su mundo nuevo: fue incapaz de quedarse callado sobre la existencia y autoría de su obra maestra; también, por adición natural que hubiera entendido un niño recién nacido (detalle que no estuvo contemplado en la Creación*), fue la confirmación de que Nuestro Señor estaba enamorado.

Creo que hoy día, en las postrimerías de septiembre, ésa es mi condición: ser como Dios y su soledad pero sin ser él, ostentar en las llagas de los dedos una carta sin destinatario y remitente, estar enamorado sin saber de qué (ya decir quién sería de un optimismo crudelísimo) y, como no le ocurriría a ninguna divinidad seria, padecer las inclemencias de un estómago sucio.

CAS


*De hecho, ésta es una nueva confirmación de que el actual debate en México sobre el aborto, sobre todo si pensamos en la postura y ¿razonamientos? de los católicos, no ha lugar. Si a Dios le hubiera interesado el tema como condición sine qua non de la Creación, hubiera fecundado un cigoto para colocarlo ex profeso en el vientre de sus confianzas (sobra decir que también manufacturado por él). En cambio, optó por crear a un hombre a su imagen y semejanza (claro que fue sutilmente travieso: no lo hizo Dios) y a una mujer que moldeó de una costilla del susudicho, como si fuera res, y no de una porción mínima del cerebro o el corazón (de ahí que se desprenda la conocida tesis de que Nuestro Señor es el primer machista que conocemos). Por eso Dios, como su viejo camarada de grandes batallas, el Diablo, siempre ha sido un gran lingüista. De esta manera, se concluye que la fecundación (hoy día le llaman concepción; de cariño le podríamos decir Conchita) es el mito genial de la creación y el argumento subnormal, apócrifo y baladí de los antiabortistas (amén de que no hablan de los cien mil espermatozoides que asesinó un cabrón fratricida en la carrera por echarse el óvulo).

sábado, julio 30, 2011

Diario de la Toscana II

Mi sobrino Noel no habla español; el italiano es su primera lengua y Nicla, su mamá, le ha hecho aprender francés. Noel tiene debilidad por dos personajes indiscutiblemente célebres: el maestro Alessandro del Piero y las iguanas guerrerenses. También, a su escasa edad, ha cometido un triste y lamentabilísimo error del que se arrepentirá el resto de sus días: en una decisión tan rotunda como ridícula, ha concluido que su equipo de futbol en México serán los Mininos de la UNAM (uno más: ¡mi reino por un poco de inteligencia en este mundo!). Noel tiene ocho años y el otro día fuimos a jugar futbol al parque. Ahí me enteré de una segunda, penosa, equivocación: me confesó que si a algún jugador mexicano escogería en su videojuego de futbol, ése sería un conocido traidor llamado Paco Palencia. Pero Noel es un buen niño: lo único que pide cuando vamos al súper es un chocolate Kínder, ésos que tienen un juguetito para armar en sus entrañas. Como está de vacaciones me llevó a conocer el museo de sitio del anfiteatro romano que está detrás de su casa. De hecho, cuando Nicla se enoja con su hijo, suele arrojarle los juguetes al anfiteatro, ahí donde épicos gladiadores godoteaban estoicos para jugarse la vida. Él naturalmente se enoja y lanza un ¡Vaffanculo! y alguna increpación en español (las majaderías tepiteñas son los únicos términos en mexicano que conoce. De hecho se le ha desarrollado el hábito de pinchearme con lingüística suficiencia). Pero el último gran problema de Noel no tiene que ver con sus preferencias futbolísticas (olvidaba mencionar que cuando le dije que había escogido el equipo equivocado y le hablé de la eterna seguridad que le daría irle a la gloriosa Máquina Celeste, espetó con certeza etrusca: "¡Pinche Cruz Azul!") es que en su repertorio de canciones sólo existen dos: "Redemption song" y "La marsellesa". Ambas las tararea o canta según su estado de ánimo y no hay poder humano que lo calle o le haga cambiar de canción (bueno, dos veces entonó el "Guacaguaca" de Shakira con ilustres gritos toscanos). Pero lo realmente calamitoso de esa tendencia de Noel por el himno francés es que me he cachado cantándolo más de una vez, bueno tarareándolo porque desconozco su libertaria letra. Eso, a su vez, ha provocado dos situaciones siniestrísimas: que odie a los franceses un poco más y el reconocimiento apriorístico de que el 5 de mayo jamás existió y todos llevamos un pequeño Abraracurcix en nuestro ser. Cuando Noel vaya a México, para que entienda de una vez por todas cómo están las cosas y, como si fuera un Alex Nadsat DeLarge posmoderno, le haré pasar por sesiones intensivas de partidos del Cruz Azul (ya tengo las gotas para los ojos). La música de fondo no será la novena de Beethoven sino una refinada selección de Juanga y Los Tigres del Norte. A ver de qué cuero salen más correas, pues.

CAS

martes, julio 26, 2011

Diario de la Toscana I

La psoriasis ha brotado de nuevo. Su presentación es más violenta, más escandalosa. Desde que abandoné las gotas de mi energía líquida pasada por pelo de oso polar, la grieta se ha endurecido y profundizado. La lucha es entre dos paredes babilónicas al interior de mis nudillos. Además he vuelto a sudar por las noches. La almohada amanece húmeda en su totalidad, como si la hubiera hecho naufragar en el bidé de la casa: todo hogar italiano tiene uno; de hecho los habitantes de aquí se sorprenden cuando se enteran de que en otros lados (todos los demás países, por ejemplo) no suelen existir. Nicla, la esposa de mi primo Michael, me pregunta desconcertada: "¿Cómo se lavan la cola cuando van a salir?".

El sudor no es cosa nueva: de día, cuando la conciencia evita el sueño del naufragio, el agua salada brota de igual forma, como si se exprimiera una esponja, como si se expulsara la vida. La grieta y el oceano nocturno no han eclipsado, sin embargo, la felicidad cotidiana: esa sensación de bienestar y fruición que sólo ocurre cuando las piezas del rompecabezas vivencial se colocan correctamente con los ojos cerrados.

CAS

martes, julio 19, 2011

Apuntes teutones

Desde la segunda Guerra Mundial, Alemania es un país que no está acostumbrado a perder (creo que en la gran Guerra tampoco lo estaba pero lo tomaron con sabiduría ecuménica). De las tantas actividades en la vida hay una en la que particularmente no le suceden los fracasos muy a menudo: el futbol. Como todavía es julio, mi mes favorito y el idóneo para los lugares comunes, me iré con el célebre del exfutbolista inglés Gary Lineker: "El futbol es un juego de 11 frente a 11 en el que siempre gana Alemania". Aunque, insistiremos en ello, hace ya algún tiempo que los anales no merecen su presencia grabada en letras doradas. El punto es que últimamente suelen salir vencidos, aunque mientras participen en un torneo el pueblo alemán siempre tendrá la firme certeza e inmarcesible convicción de que el tarro será levantado (por favor, si son visigodos posmodernos: dejémosle las copas a los franceses). El Mundial de 2002 me tocó durante un largo viaje por Europa. Después de ver la final Brasil-Alemania con unos amigos en Maastricht, por obra y gracia de algún holandés que detectó el 15 por ciento de mi sangre alemana (los holandeses practican un oído peculiar hacia los alemanes por 1.-Holanda no es un país y 2.-cuando los han invadido, en particular los alemanes, no han metido las manitas y acto seguido les entregan el país), me embriagó con un coctel que incluía Amstel, Heineken y un hash marroquí dudosísimo y me depositó en el primer tren a Munich. Amanecí en la estación bávara sin saber bien a bien dónde estaba hasta que una multitud enclavada en el centro de la estación hizo el favor de, por sus loas, darme razón del lugar. Había una pantalla gigante a la mitad del pasillo principal en la que se transmitían escenas de la llegada de un avión. La gente estaba a la expectativa y vio atenta y en silencio el aterrizaje de la aeronave, cómo se acomodó al lado de la pista y el momento en que se abrió la puerta principal. Se trataba de la llegada de la selección alemana de futbol a su tierra. En condiciones normales, el primero en salir hubiera sido el entrenador, en esa época el gran maestro Rudi Vöeller; pero no fue así. En un acto que sólo se interpreta como una reafirmación nacionalista o un misterioso gesto de indulgencia nibelunga, Vöeller tomó del brazo al capitán del equipo, Oliver Kahn, y lo lanzó al ruedo como primer espada para bajar del aeroplano. Recordemos que Kahn (ningún parentesco, concesivo lector, con el Gran Gengis), en la final de ese Mundial, había cometido un error grosero en el primer gol de Brasil, que le abrió el camino a la verdamarela para conquistar el pentacampeonato. Así las cosas, Kahn se presentó en su país y, sin haber tocado tierra, recibió la más larga ovación que ha existido para alguien que en otro contexto merecería la horca (fue un yerro imperdonable para alguien que se vanagloriaba de ser el mejor portero del mundo). Ahí, en la estación de trenes de Munich, atestigüé de nuevo los contrastes mundanos de la vida: los alemanes recibían con furor a un héroe trágico y el portero, cual avestruz resucitada salida de una obra de Peter Handke, saludaba a la plebe como hijo pródigo (cabe señalar que, aunque capitán, Kahn tenía serías dificultades para hilar dos frases seguidas en su idioma natal; para ser más específicos, se expresaba peor que Bastian Schweinsteiger, nuevo portador del gafete, que en su juventud había sido pastor de ovejas en las dehesas de Bavaria). Un dato fundamental que ejemplifica la debacle teutona del siglo XXI fue que en 2006, cuando el Mundial se celebró en Alemania, festejaron el tercer lugar como si hubieran su primer campeonato.

Pues bien, hace algunos días estaba en Alemania. Fui a visitar a mi amigo Jerónimo que vive en Dusseldorf. Ahí me alcanzó Anne, amiga berlinesa y ciudadana del mundo, que hacía un curso como negociadora (os lo juro) en un pueblo rabón cerca de Colonia. Como es de sobra sabido, en estos días se festeja el Campeonato femenil de futbol en Alemania y el pueblo alemán tenía otra oportunidad de reafirmación nacionalista: los automóviles, como en 15 de septiembre, mostraban ufanos su bandera tricolor en el parabrisas. Al llegar a Dusseldorf, el tema natural de conversación fue el Mundial Femenil: Jermoc, en un plan categóricamente germanófilo pero con sapiencia contundentísima, me platicó todos los detalles de la selección femenil alemana: que la portera era novia de la defensa central y la celaba por los fajes que les metía a las delanteras; que la mejor jugadora, Birgit Prinz (creo que era su fan porque se llama igual que su esposa) la habían sentado por sus malas actuaciones y que al día siguiente SU selección golearía a Japón para que de una vez por todas los nipones entendieran cuál había sido el único pilar trascendental del Eje Berlín-Roma-Tokio. Cuando llegó Anne, mi sorpresa se incrementó: mi muy querida amiga Anófeles Becker estaba al tanto de todo y, cómo no, también esperaba con ansiedad el encuentro. Decidimos, entonces, ir a un tugurio llamado Zakk, en donde una semana después tocaría Molotov. En el escenario habían colocado una pantalla gigante (les reteencantan ese tipo happenings a los alemanes) y el público se sentó en unas banquitas de madera puestas muy artesanalmente y que seguro quitarían para recibir a los merluzos decadentes de Molotov-que-le-van-a-los-Mininos. Ante ese ritual a gran escala, no me quedó de otra que reccionar con el mayor decoro al que aspira un mexicanito en el extranjero:

-Yo le voy a Japón.

Jermónimo y Anófeles se miraron con el máximo gesto piadoso del Ruhrgebiet y siguieron bebiendo su Franciscana. Cuando cayó el gol de la japonesas hubo un rumor de incomprensión y un grito ahogado del mexicanito que, aunque fervoroso, no era estúpido porque obviamente en el congal había un habitación en donde se podía armar, ipso facto, una cámara de gas. Jermoc empezó a exigir en fino mexicano "Mete a Birgit, pendeja; métela" y Anófeles a hacer un ejercicio tántrico para evitar las lágrimas. La árbitra pitó el final del partido y, contrariamente a lo que hubiera pensado, ningún corazón a la orilla del Rhin dejó de latir; estaba ante una nueva y ya conocida realidad de los alemanes en el deporte: esa común, aunque triste sensación, de acostumbrarse a perder. Saliendo del Sakk no hubo ningún auto con banderita, ningún claxon que se perdiera en su carrera ni una sola voz anónima dicendo prost que retumbara en esa célebre cantina del mundo llamada Dusseldorf. Jermoc y Anne caminaron delante de mí sin decir palabra. Yo me apiadé de su desgracia hasta que el sentido común pudo más que la taciturnidad de la noche: "Pues una última chela, ¿no?". Ellos, como la única frase que alguna vez citaré de Benedetti, cerraron los párpados pesados como juicios.

CAS

lunes, julio 18, 2011

Brasil-Paraguay


¿Cómo se puede ganar cuando tienes en tu equipo a un Ganso, un Pato, un Lucas y encima de ellos (o abajo, para que no terminen chorreados) a Elano (que dejó fuera a Kaká)? ¿O cómo se puede ganar cuándo tienes en la portería a un hombre Justo? You tell me...

CAS

martes, julio 05, 2011

Diario helvético I

Como los suizos son personas con déficit anual de sol, cuando suele salir, ora sí que a flor de piel, no pierden un instante para disfrutar de sus bondades. Estoy en una playa sui géneris a orillas del río Ródano en Ginebra. La diferencia con las del Defe es que aquí hay agua natural pero no arena artificial: les bastan unos tablones de unos cuantos metros para poder hacinarse felizmente. Al ser la puesta del sol a las diez de la noche, la gente viene a darse un raudo chapuzón saliendo del trabajo. Lo de raudo es al pie de la letra: estoy viendo a tres muchachas que llegaron hace 15 minutos; prestas se encueraron, se tendieron diez minutos para, digamos, un tostado a fuego lento, dijeron merde cuando uno de los pocos gordos que hay en este país las salpicó y ahora se han vestido (de oficinistas de nuevo) y ya se van con la piel a medio cocer, cruda, para ser más precisos. Un detalle, no obstante, que atisbo en este momento, es que la corriente del río es de eyaculación precoz: rápida y furiosa. Cuando alguien se lanza un clavado, en dos segundos ya está a diez metros del lugar de acuatizaje; otra minucia (que también voy descubriendo) es que se puede nadar armónicamente con los patos, hacer gárgaras al alimón con ellos y retarlos a una carrera parejera (¡si es Suiza, for Christ's sake!, el territorio donde el papa escoge a sus efebos, perdón, a su guardia de honor para llevarla al Vaticano). Mañana regresaré ya con traje de baño y les enseñaré a los patos helvéticos una evolución que, seguramente, incluso los de su especie desconocen en estos lares de calles trapeadas: nadar como el pato Lucas: de muertito y echando un chorro de agua hacia arriba.

CAS

jueves, junio 09, 2011

Diseases

1) Llevo dos semanas enfermo: un bicho desconocido ha atacado alguno de mis intestinos y me ha causado una briosa infección (la flora intestinal se ha convertido en fauna silvestre integrada por esas bisagras entre ambos mundos llamadas plantas carnívoras y solitarias golosas). El retrete es ahora mi mejor amigo. Cada 15 minutos me recibe afable con un cortés Welcome back. La comida, por el contrario, es de esos personajes que con el tiempo adquieren el apelativo de enemigos íntimos; males necesarios, pues. El antibiótico que me recetaron no hizo el efecto esperado y me atemoriza que en cualquiera de esas febriles evacuaciones se me vaya por ahí algo más que líquido amarillo, algo así como la parte ecuménica de mi integridad. Como nada funciona, he intentado desempacharme a cucharazos de aceite de oliva y reconstruir la flora con lactobacilos. Esperaré unos días, si no, mi nuevo nombre será, sin más, el de ese personaje de Astérix llamado correctamente Acidonítrix.

2) Hace unas semanas fui con Homero, mi médico brujo, y me dijo que la psoriasis la trataríamos con un método distinto: descargas eléctricas con su flamante Rife machine, mejor conocida como "beam ray machine". Cabe destacar que Royal Raymond Rife fue un célebre inventor que pretendía curar algunas enfermedades a través de frecuencias eléctricas inducidas; éstas eran elaboradas ex profeso para aniquilar los microbios causantes de la patología. Así, Rife confiaba en mitigar enfermedades como el cáncer a través de frecuencias hertzianas. Sin embargo, su máquina no tuvo el impacto necesario en su época (los treinta del siglo pasado) porque fue víctima de una conspiración organizada por la American Medical Association. Según consta en el libro The cancer cure that worked de Barry Lynes, la "beam ray machine" en efecto curaba el cáncer pero la AMA se encargó de desprestigiar a Rife para hacerlo pasar como un charlatán. El tema es que la máquina de Rife se ha vuelto a poner de moda y he recibido mis primeras descargas eléctricas. Como llevo semanas sin beber una gota de alcohol no corro el riesgo de chayocastellanizarme.

3) Antier regresé con Homero. Simplemente iba a que me dieran choques eléctricos en las manos por lo de la psoriasis, pero le platiqué de mi épica conversión al Hombre líquido de los X-Men y que recién había dejado un pedazo de mi alma en su aséptico baño, no una vez sino twice. Olvida por ahora la psoriasis, dijo. Me acosté en la mesa de exploración, hizo los pases mágicos de rigor y dijo ya está: tienes una variante de salmonela. Ésta es tu medicina y vamos a darte unas frecuencias. Fue así como una vez más fui testigo de una nueva vejación a mi honor. Me acostaron bocarriba, me pusieron placas metálicas en la espalda baja y en el vientre y me rodearon con toallas húmedas como si fuera un pinche Niño envuelto; las descargas empezaron como si quisieran hacer de mi torax un pollo a la parrilla. Fue media hora de ignominia que me ha costado superar. Ahora regresaré un par de semanas más para continuar con las frecuencias de las manos, aunque nadie me quitará de la mente que la salmonela será de hoy en adelante una anguila eléctrica en el lugar destinado a los intestinos de los seres humanos.

CAS

viernes, junio 03, 2011

El regreso del Jamaicón

En España hay un reality show, en el que intervienen jóvenes futbolistas, llamado Cracks TV. No sé bien a bien en qué consista pero parece que la idea es que los nuevos valores del balompié muestren su destreza ante la mirada televisiva del respetable. El formato incluye tanto a chamacos españoles como de ultramar. Por ejemplo, hay un panameño, un argentino, un colombiano y... un mexicano (como en los chistes, but of course). El programa está apadrinado por la sapiencia del maestro Zinedine Zidane y la realeza del príncipe Enzo Francescoli. Pues bien, lo realmente trágico del tema es que el mexicanito en cuestión, Diego Martínez, forma parte de la sub-17 de la heroica Máquina Azul. Como el verano se acerca (incluido el mes de mi relación amor-odio: julio), he terminado el semestre con los neardentales de mis alumnos y lo único que hago es preparar mi viaje al Festival de Jazz de Montreux (un eufemismo nuevo del dolce far niente), entré en la página del concursillo. El párrafo principal dice así:

"Son cinco los días que llevan los 18 cracks de esta edición viviendo esta gran experiencia. En el día de hoy, sobre el césped, se ha podido comprobar cómo la competición se endurece cada vez más. El míster, Lobo Carrasco, advierte: "El que no cumpla sus objetivos personales saldrá de la Academia". Fuera del terreno de juego, Israel, el granadino del Centro de Menores, se mostraba entusiasmado por la sensación de libertad que siente dentro de la Academia; en contraposición, el mexicano Diego rompía a llorar acordándose de sus seres queridos".

Como se verá, el fantasma del Jamaicón Villegas sigue merodeando a los mexicanos en el extranjero; sin embargo, ahora las diferencias son acaso de matiz. El joven Martínez no lloró por su mamacita, los tacos, la birria que no había comido o por la "cena de rotos" que debía engullir; el llanto del cementerito vino porque extrañaba... a su novia, y pensaba naturalmente que estaba siendo engañado (claro, él, entre puros hombrecitos, cómo podría engañarla). Y luego de cinco días. Cuando yo era estudiante en la facultad, había una pinta en uno de los mingitorios que rezaba: "Piensa que en este momento tu novia puede estar cogiendo con otro güey". Todo mundo trazaba la sonrisita típica de "sí, como no", aunque para sus adentros también todos pensaban que era algo probabilísimo. Las lágrimas del cementerito no vinieron de extrañar el arrumaco con la damisela sino de que intuía su posible faena con un minotauro defeño. Ya veremos cómo le va en su reality, aunque yo, y no es que sea mala persona sino que estoy harto de golpes, lágrimas y subcampeonatos, le escribiré a Billy para que a la brevedad posible transfiera al chamaco a las fuerzas básicas del América.

CAS

jueves, mayo 05, 2011

Últimos tragos

¿Cómo se detecta el dolor ajeno? O más aun: ¿debería vislumbrarse el sufrimiento de los otros para evitar que se lancen por la borda? Hart Crane y el Orizaba eterno. He de decir, puesto que el metal ardiente no intercambia la piel que carboniza, que lo primero es imposible y lo segundo, innecesario. Hablemos, pues, del dolor. A veces se presenta como daga incadescente que tiene a bien hacer un tour licencioso por el hígado y el páncreas. Pero también está ya no la flama sino el pesar sobre la sien, ése que cuestiona si la cabeza puede mantenerse en su sitio. Guillotina de algodón. Y aunque pueda hablarse de miedo, sí, ese temor inmarcesible como el de Bambi, hay una sensación más como de desapego a la entraña, a los rápidos del caudal sanguíneo. Porque tampoco es la puñalada en el vientre; es más bien el descenso inmaculado, la caída libre en repetición eterna. El dolor viene de la conciencia de Sísifo y está en el insólito y petulante cerro donde la piedra es mundo (un nuevo calvario para Atlas). Por eso las decisiones últimas, como los buenos tragos, vienen de esa minúscula y cotidiana actividad de abrir los ojos y cerrarlos. ¿Por qué temerle a la muerte si tiene ganada la carrera parejera? La ecuación es absolutamente justa y pertinente: si nunca más volveré a vivir sin dolor, ¿vale la pena entregarse las horas que restan a una batalla que se tiene perdida de antemano? No lo sé. Lo que sí sé es que uno no está solo, y en la medida en que uno abandone el frente renunciará, asímismo, al último retazo de humanidad. ¡Exijámosle piedad al carnicero en turno! Abandero, pues, una máxima que acaso me acerque más al ataúd: lo importante son los seres humanos. El problema es cuando uno cree que está por encima del otro, en cualquier perímetro, en cualquier aventura. El problema viene cuando se pretende hacer las veces de la divinidad correspondiente y se aseveran cosas como Tú no tienes que sufrir por eso o Yo tengo la respuesta a lo que te pasa. Ahí es cuando uno está sólo y solo (¡devuélveme mis tildes, pinche RAE!) ¿Cómo se detecta, se identifica el dolor ajeno? Su imposibilidad hace que la intenciones se pierdan en la voluptuosidad perniciosa de la buena voluntad. Las pieles, como los rostros, están diseñados para cuerpos específicos. Fuimos, ante todo, sastres de nosotros mismos. ¿Hay que vislumbrar el sufrimiento de los otros? Es intrascendente. Ante ello, la única opción es el silencio, y escuchar atentos cuando el cuerpo mallugado lo ruegue, con la sapiencia y templanza amoral de aquellos que pretenden convertirse en compañeros de viaje.

CAS

martes, mayo 03, 2011

Obsama

Mucha tinta correrá después del asesinato de Osama Bin Laden. A mí sólo se me ocurren tres preguntas ingenuas, dos de orden legal y una moral: en un estado de derecho, ¿es un acto de justicia asesinar a un ser humano sin un juicio previo? ¿Enviar un comando a un país extranjero para matar a un supuesto líder terrorista no se llama, en buen español, violación de la soberanía de una nación, ergo, invasión? ¿Después de un asesinato, independientemente de que el abatido haya sido Lucifer (aunque hay quienes consideran viable la muerte del Diablo), no es un acto de bonhomía y nobleza entregar el cadáver a los deudos para llevar a cabo sus exequias? En fin, se trata sólo, insisto, de preguntas ingenuas pero que acaso no habría que soslayar. Una última duda: ¿y si utilizaron un doble y en unos días se difunde un nuevo video de Bin Laden? Como dice Robert Fisk, ni la Divina Providencia será suficiente para ayudarle y Barack Obama perderá la siguiente elección.

CAS


PS. Ora sí la última pregunta ingenua: ¿se merece el premio Nóbel de la paz una persona que ordena la muerte de otra?

martes, marzo 29, 2011

Misiva en solidaridad con Javier Sicilia

Ayer fue encontrado sin vida Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo de nuestro querido amigo Javier Sicilia. El cuerpo de Juan Francisco fue hallado en un automovil en Temixco, Morelos, junto a los de otras seis personas; estaba amarrado de las extremidades y con signos de asfixia. También tenía el tiro de gracia. Más allá de condenar firmemente el asesinato y no dejar de sorprenderme por la ominosa violencia que se vive cotidianamente en este país, me sumo con el corazón en la mano al duelo de Javier y le ofrezco mi solidaridad absoluta. La mayor injusticia en el asesinato de Juan Francisco viene de que los padres no tienen por qué ver morir a sus hijos. Cuando un orden natural de las cosas se ve vulnerado, la marcha atrás nos hace pensar de nuevo en nuestra poquedad, en la miseria endémica a la que sigue siendo lanzado el ser humano. No hay mayor dolor que la muerte de un hijo, una hija, y uno no tendría por qué enfrentarlo. Pero es en estos instantes de zozobra aparentemente implacable en los que la humanidad debe mantenerse a flote y sincerarse con ella misma. Que el abatimiento y la mancilla fortalezcan nuestro talante; que se haga de él un bastión de resistencia indómita. ¡Fuerza, Javier, que tú como hombre de fe sabes que, aun con dolor, la vida, tu vida, Maestro, sigue hacia adelante!

Carlos Antonio de la Sierra

viernes, marzo 04, 2011

Conclusiones

Hablemos sobre el amor:

(...), (...), (...), (...), (...) ...

CAS

martes, febrero 22, 2011

México-Francia I
El pastelazo de Sarkozy

Normalmente una de las máximas que enarbolo en la vida es el viejo y conocido refrán de "No hay que hacer leña del árbol caído". El problema es que a veces el árbol nos mira inclemente como ese ojo buitresco estilo Poe y hay que astillarlo hasta que se vaya su aserrín entre las manos. Sobre el último affaire México-Francia, a propósito del conspicuo caso Florence Cassez, pongo a consideración de los lectores las siguientes apreciaciones. Primero los antecendentes: el gobierno mexicano, al obedecer a los intereses mediáticos de la televisión, armó un show en tiempo real para la detención de la banda de secuestradores en la que participaba Cassez. Una aprehensión de rutina se magnificó ominosamente como si fuera boda de Lucero y Mijares pero con dimensión internacional. Primer error. En consecuencia, al encargado de la logística del numerito, Genaro García Luna, lo premiaron más tarde con la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Desde ese momento el gobierno francés le dio particular seguimiento al proceso de su compatriota. Después de algunos meses, y con la presencia de pruebas contundentísimas, Florence Cassez fue consignada a sesenta años de prisión. Hace unos días, en una segunda instancia, le fue negado un amparo judicial. El gobierno de Nicolás Sarkozy, entonces, se paró de pestañas y, valiéndose del Tratado de Estrasburgo, exigió la repatriación de Cassez para que pagara su condena en Francia. Aquí hallamos el primero meollo jurídico: ningún tratado que se haya firmado con otro país (estuve a punto de escribir con "un país extrajero") puede estar por encima de la Constitución mexicana. El argumento, por tanto, de que con base en ese tratado se tendría que trasladar a Cassez a Europa, queda sin validez porque vulnera el Estado de derecho en México (en este caso la acepción "Estado de Derecho" si ha lugar). En ese sentido, el Tratado de Estrasburgo queda simplemente como pauta o, como dirían los gringos, como un guideline.

¿Qué ha pasado? Sarkozy, un hombre que ha confeccionado el traje perfecto para una cualidad de altos vuelos (taradez), ha insistido en la repatriación de Cassez y ha asegurado que no cejará en esfuerzos para hacer que la francesa, de la que en varias ocasiones ha sugerido su inocencia, regrese a casa. Como el pinche soldado Ryan, pues. No sé, en todo caso, si se trate de un acto poscolonial, pero a lo mejor empiezan con congelar las exportaciones de perfumes y cognac a un país en forma de cuerno. Las consecuencias no fueron tan obvias como se esperaban: en un gesto propio sólo del mayor idiota del universo, Sarkozy decidió dedicarle el año de México en Francia a Florence Cassez. Así, una mujer delincuente, consignada por secuestro en un país soberano, sería recordada, en otro, en todos los eventos relacionados con esos festejos. En México es una criminal; en Francia, el gobierno francés pretendía que se la viera como una mártir. El gobierno mexicano, no por una luminosidad inusitada sino por sentido común de kindergarden, se retiró de las galas galas con todo y los cuatrocientos, quinientos, actos programados. Hoy, por ejemplo, fue cancelado el primero: una conferencia de José Emilio Pacheco. El argumento de la cancillería mexicana fue muy simple: ése no era el acuerdo inicial, amén de que había sido Francia quien había invitado ex profeso a México para dedicarle el 2011. Las pérdidas, por lo demás, serán millonarias.

Conclusiones: tan malo el pinto como el colorado. Si se hubiera seguido de oficio natural la detención de Cassez, sin la pirotecnia mediática de la televisión, otra cosa hubiera pasado. No lo sé a ciencia cierta, pero intuyo que hay más franceses en cárceles mexicanas. Por otro lado, más allá del Estrasburgo, ¿por qué una delincuente que cometió un delito en un país determinado, tendría que saldar su pena en otro? Desde luego que se apela a los derechos humanos, a que estando en su patria podría ser visitada por su familia, a que estaría en el hábitat de su lengua madre y pavadas por el estilo. Pues no: si se comete el crimen en ese lugar pagas tu culpa en ese lugar, sobre todo cuando se sabe que los reclusorios en Francia están mucho mejor que en México; eso al margen de que en una hábil y marrullera prestidigitación se le pudiera reducir la pena (los sistemas judiciales son distintos y el delito de secuestro no es grave en Francia) e incluso conmutársela. Por último, Sarkozy se las ha ingeniado para armar un vodevil lamentabilísimo para ocultar su pugna con el poder judicial francés (su divorcio con los jueces y magistrados es muestra palmaria de su enconada estulticia), su manipulación política en Túnez y Egipto y su baja popularidad para buscar la reelección de 2012. A la luz de los hechos, y traicionando la estirpe de De Gaulle y Abraracúrcix, podemos hablar del último pastelazo de Sarkozy.

CAS

martes, febrero 15, 2011

Ronaldo



Hace unos días el mejor delantero de la historia del futbol anunció su retiro: Ronaldo Luiz Nazario de Lima, Ronaldo. Máximo goleador de las copas del mundo, en su último partido había sido despedido entre insultos por los hinchas del Corinthians: el Timao, equipo del que era la gran estrella junto a otro veterano, Roberto Carlos, había sido eliminado de la Copa Libertadores de América. Unas semanas después, Ronaldo, en rueda de prensa, le informaría al mundo su retiro de las canchas. Las razones fueron muy sencillas: más allá de que a los 34 años ya no estaba para sobrellevar la alta competencia, tenía una enfermedad que había mantenido en la opacidad de su vida privada: hipotiroidismo. La prescripción ante la patología es ingerir hormonas tiroideas para contrarrestar los efectos. Sin embargo, Ronaldo se enfrentaba a un problema: esas hormonas están prohibidas por el reglamento antidopaje que regula el futbol profesional. Por eso el carioca se veía con notable sobrepeso en sus últimos partidos. Ahora el secreto ha sido revelado y O fenômeno, un apodo que a mí nunca terminó de gustarme, se ha ido del futbol. Cuando empezaba su carrera, a los veinte o 21 años, un médico determinó que las rodillas del futbolista se acabarían no más allá de los 25; esto debido a la exposición al alto rendimiento que había tenido desde los 16, edad en la que el cuerpo humano todavía está en desarrollo. A los 24 años, la rodilla de Ronaldo estalló en pedazos la primera de muchas veces. Antes de los 27 en lugar de articulación tenía un polvorín en todos los sentidos de la santa palabra. Y aun así regresó a jugar al futbol y convertirse en el bandeirante de acaso las mayores experiencias estéticas que han tenido los aficionados del futbol en las últimas dos décadas. Dichosos somos quienes los vimos acariciar la caprichosa. Y también lo hizo fuera de las canchas. Para conocer un poco más del Ronaldo ser humano, podría leerse la crónica que hace unos cinco años hizo sobre él Juan José Millás en la revista Semanal de El país. Al César, pues, lo del César: difícilmente existirá otro jugador que amalgame con tanta prestancia y sapiencia la técnica depurada, la potencia en driblar enemigos y la precisión para besar las redes. Ahí tuvo Ronaldo su morada: en la summa de esa extraña actividad en peligro de extinción llamada jogo bonito.

CAS

martes, febrero 08, 2011

CAS en Cuernavaca



Más información aquí o aquí o aquí o aquí.

CAS

martes, enero 18, 2011

Homenaje a Carlos de la Sierra Ferrer

El Centro Morelense de las Artes del estado de Morelos invita al


HOMENAJE

AL

MTRO. CARLOS DE LA SIERRA FERRER


a diez años de su fallecimiento



Participan:

Miguel Ángel Cañizo
Fernando Díez de Urdanivia
Raúl Moncada Galán
Leonor Orduña Cano


Modera:

Carlos Antonio de la Sierra



Viernes 4 de febrero de 2011, 18:00 hrs.
Auditorio Carlos de la Sierra Ferrer del Centro Morelense de las Artes
Av. José María Morelos #263, Col. Centro, Cuernavaca, Morelos
Vino de honor



La vida breve. El mejor argumento del ser humano para combatir la certeza de su finitud es el recuerdo. Éste se potencia por las virtudes trascendentales que nutren a algunas personas: la solidaridad, el afecto, la sapiencia, la integridad. Carlos de la Sierra enarboló con prestancia esas cualidades. Ahora, a diez años de su fallecimiento, el valor de sus actos dispone la palestra perfecta para un homenaje justo, inevitable; la evocación obligada de una comunidad que honra, una vez más y para siempre, a un hombre que dedicó su vida a la cultura, a su difusión, a cobijar las probidades de los seres humanos como urgencia vital. Diez años es nada, y en esa década encapsulada por remembranzas beatíficas, está aquella, digna y categórica, llamada huella imperecedera: la marca inefable de un hombre justo. No hay legado sin memoria. Ahí, en esa minucia universal que nos devuelve la humanidad, se ubica la insigne figura de Carlos de la Sierra: en la conciencia memoriosa de todos los que fuimos tocados por su ecuanimidad y nobleza. Celebremos, pues, al Maestro.
CAS

jueves, enero 13, 2011

De El sueño del celta de Mario Vargas Llosa

Recordó la frase del carcelero: "Estoy seguro que Alex murió virgen". Pobre muchacho. Llegar a los diecinueve o veinte años sin haber conocido el placer, aquel desmayo afiebrado, aquella suspensión de lo circundante, esa sensación de eternidad instantánea que duraba apenas el tiempo de eyacular y, sin embargo, tan intensa, tan profunda que arrebataba todas las fibras de su cuerpo y hacía participar y animarse hasta el último resquicio del alma.

CAS

miércoles, enero 12, 2011

2011

Se dice que como se empieza un nuevo año así será hasta el siguiente. Si suceden cosas buenas, según esa dilecta apreciación, éstas se expandirán como moho a los próximos meses (es cierto: la hipérbole del moho no es la apropiada. Digamos que como el Yogurt asesino de las películas de serie B). Si hay malas, el resto del año será calamitoso, impío. Y así y así. Como no pertenezco o practico alguno de esos gamberrismos llamados redes sociales, el momento terapéutico de mis desgracias suelo prologarlo en este humilde espacio. Lo siguiente tiene que ver de nuevo con un atentado hacia mi persona que me orilló a acuñar un neologismo que me acompañará hasta el siguiente idus de enero: miserabilidad. Todo sucedió así: fui al dentista. Es por todos sabido que simplemente hablar del antes mencionado personaje nos haría pensar en una tragedia de dimensiones épicas. Lo peor, sin embargo, es cuando se cree que uno ya tocó fondo y aparece, como la escena que dejaron fuera de la película Armageddon, una perforadora con la firme convicción de ir al subsuelo de la desgracia. La metáfora, aunque suene asoladora, funcionó visual y perfectamente conmigo. Fui al dentista y dijo Hay un pedazo de esa muela fracturado; hay que sustraerlo. Pongo a consideración los antecedentes sobre la muela mal habida. En principio confesaré que, por una minucia genética, me arreglan los dientes desde los ocho años, por tanto no he podido librarme de los dentistas en toda mi vida. Pues bien, con este último el tratamiento ha durado más de año y medio y sigo viéndolo, entre otras cosas, por el flamante descubrimiento de la muela astillada. Como durante largas jornadas había sido trabajada con amalgamas e incrustaciones, la pieza adquirió la forma del cráter del Popocatépetl y su fumarola, ergo, se trataba de un objeto discapacitado para lo que fue creado: morder cacahuates japoneses. Eso independientemente de que en cualquier momento podía hacer erupción y se me saliera por ahí un pedazo de pulmón. El doctor dijo Vamos a salvar esa pieza. Pongamos un endoposte y luego una corona. Hizo las dos cosas y, como buen dentista, se vanagloriaba de que su trabajo había sido impecable. Qué bien quedó, se jactaba (hay que decir que en una de las tantas sesiones, el buen hombre me incrustó el endoposte de otro paciente con un pegamento que anunciaría Godzila gritando ¡Pega de locura! Tardó dos horas en quitarlo). Pero, como uno podrá imaginar, la operación no había sido el consabido éxito sino un soberano fracaso inducido por esa ínclita asociación conocida como "Haga patria: mate a un escritor". Regresé con él después de unos meses y le dije que me dolía. Cómo, si está perfecta. ME DUELE, DOCTOR (aquí eso de medir uno noventa y pesar 135 kilos tiene un efecto implacabilísimo). Bueno, vamos a quitar la corona y vemos cómo evoluciona, Profesor ("Profesor", aunque no tengo nada contra los maestros normalistas, hay niveles). Regresé a los 15 días. Me sigue doliendo, doctor. Qué barbaridad. Pues quitemos el endoposte. Después de luchar un poco contra él, lo despegó y fue cuando detectó la fractura. Hay que sustraer ese pedazo pero mantendremos el otro para salvar su muela. ¿Quiere que lo hagamos ahora? Haga lo que tenga que hacer, doctor, sintiéndome Paquirri después de ser corneado. Así empezó una de las batallas más memorables que se recuerden al interior de un hocico morelense: El dentista enguantado VS La muela astillada. Me puso la suficiente anestesia para paralizar un mamut y comenzó el combate. Pinzas y ¡Sal, maldita! Y la cabeza de un lado a otro. Y una vocecita agnóstica cuando salían las pinzas, Me duele. Más anestesia y Saaaaaaaaaal, miserable, de una vez por todas. Cabeza izquierda, derecha, Linda Blair y la sangría perfecta, SAAAAAAAAAAL, encima de mí emulando al domador que mete la cabeza en el león (dentista fauces adentro). ¡SAAAAAAAAAAAAAL, CABRONA! La lucha fue de tal envergadura que el rostro del doctor cuando por fin sustrajo la pieza semejaba una felicidad mayor que cuando firmó su divorcio. Mire, aquí está, me la enseñó con los guantes ensangrentados. La mitad de muela, en efecto, había sido desembuchada al fin de mi encía, y el doctorcito la exhibía como trofeo de la Liga Cañera de futbol. Veremos cómo evoluciona, sostuvo estoico ante su victoria naturalmente pírrica. Salí del consultorio mancillado, con la camisa roja, mientras el dentista le decía a su chalana, Trapéame la sangre del suelo para que entre el siguiente paciente. Hoy día el hoyo se mantiene, pues hay que esperar a que cicatrice la herida. Como la curación que me puso se cayó de inmediato, ahora, si uno es cuidadoso y se asoma por el orificio con la lamparita adecuada, es probable que me alcance a ver el esternón. Ante semejante ultraje, la única forma de sobrellevar la cotidianidad de la grieta es apelando al heroico "Nocturno del hueco" de Federico García Lorca:

Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo,
crines de ceniza. Plaza pura y doblada.

Yo.
Mi hueco traspasado con las axilas rotas.
Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.
Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.

Yo.
Con el hueco blanquísimo de un caballo.
Rodeado de espectadores que tienen hormigas en las palabras.

En el circo del frío sin perfil mutilado.
Por los capiteles rotos de las mejillas desangradas.

Yo.
Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.
Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.

Yo.
No hay siglo nuevo ni luz reciente.
Sólo un caballo azul y una madrugada

CAS