martes, julio 05, 2011

Diario helvético I

Como los suizos son personas con déficit anual de sol, cuando suele salir, ora sí que a flor de piel, no pierden un instante para disfrutar de sus bondades. Estoy en una playa sui géneris a orillas del río Ródano en Ginebra. La diferencia con las del Defe es que aquí hay agua natural pero no arena artificial: les bastan unos tablones de unos cuantos metros para poder hacinarse felizmente. Al ser la puesta del sol a las diez de la noche, la gente viene a darse un raudo chapuzón saliendo del trabajo. Lo de raudo es al pie de la letra: estoy viendo a tres muchachas que llegaron hace 15 minutos; prestas se encueraron, se tendieron diez minutos para, digamos, un tostado a fuego lento, dijeron merde cuando uno de los pocos gordos que hay en este país las salpicó y ahora se han vestido (de oficinistas de nuevo) y ya se van con la piel a medio cocer, cruda, para ser más precisos. Un detalle, no obstante, que atisbo en este momento, es que la corriente del río es de eyaculación precoz: rápida y furiosa. Cuando alguien se lanza un clavado, en dos segundos ya está a diez metros del lugar de acuatizaje; otra minucia (que también voy descubriendo) es que se puede nadar armónicamente con los patos, hacer gárgaras al alimón con ellos y retarlos a una carrera parejera (¡si es Suiza, for Christ's sake!, el territorio donde el papa escoge a sus efebos, perdón, a su guardia de honor para llevarla al Vaticano). Mañana regresaré ya con traje de baño y les enseñaré a los patos helvéticos una evolución que, seguramente, incluso los de su especie desconocen en estos lares de calles trapeadas: nadar como el pato Lucas: de muertito y echando un chorro de agua hacia arriba.

CAS

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