martes, diciembre 30, 2008

Lectores del no

En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas habla de los escritores del No. Siguiendo la gran frase "Preferiría no hacerlo" del Bartleby de Melville, Vila-Matas documenta a su entender las razones por las que algunos escritores dejaron de escribir en momentos culminantes de su producción. Entre otros menciona a Arthur Rimbaud, Juan Rulfo y J.D. Salinger. Así como existen escritores que en algún momento abandonaron la escritura por motivos misteriosos (en el caso de Rimbaud no tanto, pues descubrió que traficar armas y esclavos le retribuiría más dinero que hacer versitos), hay otros que se distinguen por su firmeza para evitar leer ciertos textos. En una sociedad globalizada en la que lo más importante son las apariencias, los lectores del No son aquellos insignes personajes que se niegan a leer porque sí, valga el retruécano. Como sugería Camus, un hombre rebelde es aquel que puede decir "No" (claro que si mis alumnos se niegan a leer una sola línea de las lecturas sugeridas durante el semestre, no serán jóvenes rebeldes ni nada sino estudiantes reprobados. Hay niveles). Por eso el lector del No tendrá como consigna principal atacar con vigor esa patraña de los grupúsculos de la ignorancia que reza "lee todo lo que te caiga en las manos", no importa que sea un misil inteligente israelí. Los lectores del No deben abanderar como causa el escepticismo, la duda; evitar ver las cosas como cristalinas. Al abrir un libro hay que considerar por principio que éste se puede incendiar en las manos. El lector del No deberá asumir con solidez su hesitación ante el entorno y tirar a la basura el volumen regalado cuando le digan "Me dijeron que está muy bueno; yo vi la película".

El lector del No se vanagloria de otras cualidades, entre ellas que jamás leerá un libro en la playa, sobre todo cuando hay gringos. Mirad. El pueblo gringo es un pueblo lector, de basura, claro, pero lector. Un gringo se distingue en la playa no sólo por su blondez sino porque está leyendo un bestseller que tiene entre ochocientas y mil páginas (al terminarlo lo dejará en el cuarto del hotel o en el asiento del avión. Los libros para ellos son objetos de uso personal y ya. Si alguien más quiere leerlo que lo compre, que le cueste). El nombre del autor del libro está en letras doradas o plateadas tres veces más grandes que el título (todo lector del No desechará al instante asunciones como "leo todo nuevo libro de José Saramago". Un lector del No tiene, por una cuestión natural, la lista de libros de Saramago que no hay que leer, ergo, más de la mitad de sus publicaciones). Leer en la playa es como aquéllos que se vanaglorian de leer en bicicleta o parados de cabeza. La única manera de diferenciarse de un gringo es no leer en la playa, es más: ni siquiera hay que llevar libros al mar. Lo ideal en la arena es beber vodka tonics campechanos hasta no distinguir el horizonte. El lector del No no necesita que lo vean con un libro entre las manos para que digan de él: "Mira qué inteligente es: está leyendo".

La lista de literatura del No o sus circunstancias es amplísima. No haré un recuento completo porque mi tiempo es oro y no voy a trabajar fuera de la jornada laboral, pero pondré a consideración un breve compendio porque estas fechas me inspiran un enigmático e incomprensible espíritu de bonhomía. No hay que leer ningún nuevo libro de Carlos Fuentes de aquí en adelante; tampoco las ediciones de lujo que han salido por motivo de su año ochenta (mirá que de repente lo mejor es morirse joven). Tampoco hay que caer en la celada de los cronistas deportivos cuando dicen que tal o cual entrenador leyó muy bien el partido. Es una trampa: usted podrá quedarse ciego viendo la cancha y jamás encontrará dos sílabas seguidas. Jamás lea a Edgar Allan Poe en francés, mucho menos en la traducción de Baudelaire. Evite, en la medida de lo posible, abrir libros que tengan en la portada nombres sospechosos como Friedman, Huntington o Fukuyama. Si se tienen tendencias suicidas no hay que revisar ni una línea de Isidore Ducasse, el gran conde de Lautréamont (él sí murió joven). Nunca en su vida compre un libro de Raymond Carver en una traducción española; es más: no lea ninguna traducción española, mucho menos de la editorial Anagrama. Pasados sus 22 años, y salvo Muerte sin fin y Jorge Cuesta, dígale que No a los Contemporáneos. Si usted es maestro de literatura en una universidad seria (y ésta es una observación de salud mental que le ayudará a mantenerse en sus cabales), jamás lea el poema que algún alumno kamikaze deslice por la parte septentrional del escritorio al son de "Es mi último soneto, maestro. Me gustaría que lo leyera and give me notes" (Mirá que la insololencia es doble: las Notas sólo se escriben en la Del Valle para un blog mediocre). Hay que aullar un No rotundo a las flamantes novelas de García Márquez, cualquier libro de Ángeles Mastretta, Carmen Boullosa o Laura Esquivel y toda la obra de Enrique Krauze (si es que se le puede llamar "obra"). Esquive también la lectura de articulistas de periódicos como El Universal, Milenio y Crónica. Asimismo, no lea nada que empiece así: "La verdadera historia de..." (salvo la de Bernal Díaz del Castillo, naturalmente, aunque eso de verdadera es un vulgar ardid publicitario del conquistador: ¡la escribió cincuenta años después de que "ocurrieron los hechos"! Me encantan las frases tautológicas; otra muy buena es "se trata de un acontecimiento histórico" o "lapso de tiempo"). Desconfíe cuando le digan: "Ay, como tú eres escritor, pensé que lo mejor era regalarte un libro. Espero que no lo tengas [como si fueran estampitas]. Toma" (y el "toma" es la soberbia bofetada cuando uno ve el libro. A mí una vez me regalaron uno de Armando Hoyos y mi sonrisa al recibirlo se recuerda a menudo por ser la más hipócrita de la ciudad de México en el año 99). Ante esta frase ni siquiera abra el presente: tírelo tal cual a la basura o úselo en la chimenea o límpiese con él.

Un último consejo para convertirse en un gran lector del No: jamás, ni siquiera por error, aunque sean las últimas líneas en una isla desierta; aunque tenga una pistola en la sien que lo obligue, se le ocurra leer a un bergante malnacido llamado Carlos Antonio de la Sierra.

CAS

jueves, diciembre 25, 2008

Sweet december

He llegado a la conclusión de que el mejor momento para escribir es entre un plato de bacalao y uno de romeritos. La digestión es buena e, incluso, podría decir que uno tiene ideas avispadas. Es un ínterin que se disfruta cabalmente, sobre todo cuando hay unas maravillosas flores de nochebuena enfrente. También funciona como una suerte de terapia para expiar los desaguisados cotidianos. Pongo a consideración algunos aspectos de la ruta trágica de los últimos días. Estuve con S en mi casa de Cuernavaca. Todo iba muy bien; fueron tres días memorabilísimos difíciles de olvidar, en particular por lo que pasó el último: perdí mi coche, bueno, no lo perdí (cosa que ya me había pasado alguna vez en la Condesa al salir de un antro: no me acordaba dónde estaba), fue simplemente un desfase automovilístico. Di el boleto al valet, con tan mala suerte que no era él el valet sino un chamaco del que me había burlado al entrar al bar, ergo, lo hizo perdedizo. ¿Y su boleto, señor?, Se lo di a alguien allá atrás, Pero el valet es aquí, Sí, pero ya lo di, qué hago, Bueno cuál es su coche, Un Chevy azul, ¿A nombre de quién está la tarjeta de circulación?, De tal, Señor, no tenemos ningún Chevy azul en el estacionamiento, ¿Cómo que no hay ningún Chevy azul, de qué se trata esto!, ¿lo declaro robado?, y S: cómo se les pierde un Chevy azul. Fue así como desfilaron ante mi cinco coches distintos que no eran Chevys pero eran azules. ¿Es éste su coche? No, no es ése. ¡Cómo me voy a llevar un coche que no es el mío! Es que no hay ningún Chevy azul, señor. Acompáñeme al estacionamiento para que nos diga cuál es el suyo. Fuimos. Al entrar, pensando en que acusaría de robo a los valets, tuve una revelación divina que me endilgó con justicia el calificativo del idiota más grande del universo: no llevaba mi Chevy azul sino el Sentra dorado de mi madre. Lo vi en el estacionamiento y envidié a todas las avestruces de la tierra. Me negué a observar la cara del valet pero es la única vez que pude haber justificado un puñetazo en mi quijada. Mea culpa.

Esta situación guía a otra con la cual pagué el karma de ese desafortunado acontecimiento y de todos los demás en cinco vidas: algún delincuentillo clonó mi tarjeta de débito en un cajero automático y tuvo a bien vaciar mi cuenta del banco. Entonces a reportar el robo y lidiar con el ejecutivo de cuenta, oficio que, así en abstracto, aparece cada vez con mayor naturalidad en la lista de personas a las que hay que matar. No sé por qué le caí mal al pequeño individuo (era algo así como la Chiquita González pero con retraso mental) y no quiso darme mi nueva tarjeta. Tiene que ir a su sucursal a completar sus datos, Oiga, pero me dijeron que en cualquier sucursal me daban la tarjeta, Pues no sé por qué se lo dijeron (¡Mi reino por una sable para destripar a este enano!), Oiga, pero antes ya me han dado la tarjeta en una sucursal que no es la mía, Lo siento, pero no puedo hacer nada (¡Que se mueran todos los gnomos del universo!). Fui a la sucursal que pensaba que era la mía. Al llegar un nuevo ejecutivo de cuenta al que puedo quitar de la lista por su amabilidad, dijo No sé por qué no se la quisieron dar. Mire, ésta ni siquiera es su sucursal pero ahorita mismo se la doy. Shit happens.
Ahora sólo hay que esperar a que termine diciembre, me devuelvan mi dinero, no perder el automóvil (sobre todo cuando no es de uno) y pasar a comer un gran plato de romeritos.

CAS

lunes, diciembre 15, 2008

Infierno azul

Alejandro Vela tomó la pelota y la acomodó con dificultad en el manchón penal: después de 13 tiros, el pasto blanco era una dantesca zona donde el esférico no se quedaba quieto. El jugador azul caminó tres metros hacia atrás y se perfiló para darle con la pierna izquierda. Las manos en la cintura auguraban un desenlace prometedor: era la seguridad del número 19 en el dorsal (como lo hacen muchos jugadores a quienes no se les da la "10", el mediocampista celeste había escogido dos números que, sumados, dieran la cantidad divina). Enfrente estaba un portero que había coqueteado con la gloria al tocar varios balones en la serie previa. Vela miró el arco y pensó en la tenue línea que diferencia la heroicidad de la villanía. Segundos antes, el jugador contrario había errado su tiro desde los 11 pasos. Un penal que jamás debió contar: el balón reventó el travesaño y pegó como bala fulminante en el guardameta cementero que por fin había adivinado la dirección de un tiro. La pelota, trágica, no, indiferentemente y por capricho, cruzó la línea de gol. El vaticinio estaba hecho: el Cruz Azul no le ganaría al Toluca; aunque se le diera marcha atrás a la Máquina, ésta perdería por sus propios jugadores. Infierno azul. Vela, haciendo honor a su apellido, el único prohibido para el Azul en el Infierno, se enfiló hacia la portería. Trotó a paso cansino el trecho que lo separaba del balón y le pegó con la parte interna de la zurda. El universo físico se detuvo. Y fue sólo una mano la que se salió del script celeste, perdón, celestial, y su movimiento permitió el desenlace predestinado. Un final de cielo azul, apresado por llamas encolerizadas. En el área, ese olimpo que todo bienaventurado anhela, sólo quedaba una vela, una Vela que se extinguía entre fogonazos titánicos.

CAS

viernes, diciembre 12, 2008

Sufro

Perdón, había jurado no volver a hacerlo pero mi conciencia es demasiado tibia. Palabras clave (all of them) por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador:

"¿De qué quieres hablar? Yo ya sé que tú me quieres como amiga y que estás enamorado de ella y tú ya sabes que ambas cosas se me hacen insoportables. Aunque no lo creas en estas ocasiones soy una tía muy fuerte. Llevo toda la vida entrenándome en eso de ser la mejor amiga del que me gusta... Es increíble la capacidad que tengo de anular los sentimientos y jugar a amiga comprensiva con tal de tener al que amo cerquita de mí. Pero en estos últimos meses he aprendido a quererme más... ¿Sabes? A respetar lo que siento y estoy harta de rebajarme y de hacer el papel de tu confidente y de tu paño de lágrimas porque no me interesa tres narices lo que me digas de ella, sólo quiero oir:"


Jamás apareció qué quería oír. Sufro,

CAS

viernes, diciembre 05, 2008

Instrucciones para calentar a una chava con palabras

Ayer un cibernauta llegó a Del Valle notes por la siguiente pregunta: "¿Cómo calentar a una chava con palabras?". Porque es algo de lo que no tengo ni idea, tuve a bien reflexionarlo para saldar las dudas que se presenten en lo sucesivo. He aquí mis observaciones.

Por principio de cuentas es menester invitar a la susudicha a una función de teatro y gritar "Fuego" antes de que termine el segundo acto. La mujer se calentará ipso facto, no por las llamas inexistentes del proscenio sino por la consideración también ipso facto de que usted es un pelele o un espurio o un caldero..., perdón, una caldera. Si, por el contrario, nada más quiere poner las cosas a fuego lento, contrate al conocido criminal de las canchas, Marco Materazzi, para que le dé una calentadita al son de "¡Vaffanculo, putanna!", léxico, naturalmente, incendiario. Si queremos ser implacables, la única opción es conseguir un Learjet para que caiga en el lugar preferido, y no sólo se caliente sino que se temple, se dore, se tueste, se encienda, se achicharre y los miembros (en los dos sentidos de la acepción) sean expulsados como palomitas (de ésas que no vuelan).
Otra opción, igual de ominosa pero menos trágica, es llevarla a Caliente, el insigne lugar de apuestas. Ahí no se tendrá que decir nada porque se da por descontado que, sólo viendo la marquesina, se sabrá que el lugar estará caliente. Si la individua es analfabeta, pida la bebida que bebe el patrón, Jorge Hankcito Rhon, y lentamente recítele los ingredientes al oído: "El tequila que estás bebiendo es un Herradura reposado que maceró una víbora de cascabel, una cobra, un pene de toro, un pene de león y un mechón de pelos de osos grises del Cánada". Ella arderá por dentro, bailará un poco de claqué inconcebible y caerá, asadita, en sus brazos. Si de plano estamos ante una mujer fuerte que puede soportar éstas minucias, encárguese de que, por encima de todas las cosas, sea amante de los perros (usted, por supuesto, no caiga en la vulgaridad de aprovecharse diciendo "¡GUAU!", s'il vous plait)) y dígale qué hace Hankcito en su cumpleaños: "Fíjate que organiza carreras de galgos... con chimpances como jockeys". Acto seguido, saldrá fuego de sus fosas nasales y usted deberá agradecerme por haberlo librado de emparentar con un dragón disfrazado de mujer.

Existen estrategias tangenciales que bien podrían funcionar, entre otras, asumirse como Xavi Villarrutis y decirle en tono cavernoso "Mi voz quemadura" (usted podría sufragar la falta de concordancia de un poeta malo y recitarle también "Mi voz quema dura"); si ama los cómics, no hay de otra y bánquesela. Ruja: "I´m Hellboy and you're my girlfriend"; cuando es de esas mujeres autogestivas, como buena feminista, hay que acorralarla: dígale que es fantástica y oríllela a la autocalentada por convicción. Es muy probable que tarde o temprano brame: "¡Llamas a mí!". La última sugerencia de nota a pie es un tanto vulgar pero puede funcionar: llévela a un antro aburridísimo y grítele "Pero mi reina, ¡préndete!".

Pero si de detalles avezados se trata, regresaríamos al célebre díctum de Octavio Paz: "las palabras, esas putas". Comience tranquilo y recítele la frase de don Octavio sobre Jaime Torres Bodet: "Leer a Dostoievsky era esperar cada mañana el incendio del sol". Más adelante: "Tengo una llama doble que me consume y anhelaría compartirla contigo"; por último diga contundentemente: "Somos piedra de sol". Habrá que tener mucho cuidado y no exagerar la nota, pues le podría suceder lo que a Paz: en un arrebato de ardor interno, poético, por supuesto, el miserable reventó e incendió su departamento. Por eso, la enseñanza final que debería retomarse de Paz es decirle, simple y tautológicamente, "Puta". Ella arderá de coraje por la sibilina palabra y pensará de nuevo, con toda razón, que los hombres siguen siendo seres básicos, procaces y gélidos.

CAS

PD. Después de publicar lo anterior, llegó al blog un nuevo cibernauta con la siguiente pregunta: "¿Cómo le asen para calentar a una chava?". Chet.

viernes, noviembre 21, 2008

A los 36

Desde hace algunos años mi casa se mueve de un lado a otro. Las puertas amenazan con desprenderse y los vidrios de las ventanas vibran como quien mueve tenuemente el agua de un riachuelo. Al principio tenía miedo de que el cristal me estallara en la cara y tuviera un rostro con estalactitas. Hoy, con el tiempo, asumo la naturalidad del fenómeno y pienso en la vulgar mentira que Soda Stereo vendió por tantos años: "Cuando pase el temblor". Entonces el tintineo se incrementa (es como cada hora) y la paredes se menean al unísono como si estuvieran bailando cancán. He hablado con el casero, mi amigo Juan, para decirle que algo pasa. Él, fiel a su papel de casero modelo que le quita preocupaciones al inquilino, dice que no hay problema, que el edificio ha resistido los temblores del 57 y 85, que si se cae se derrumba con él toda la ciudad; además, que yo tendría el privilegio de desplomarme hasta el final. Le sonrío y naturalmente le invito un whisky. Es probable que la temblorina de mi depto se deba a los vehículos pesados que de un tiempo para acá pasan por el Eje donde vivo, pero es una tesis de avanzada que podría cuestionarse: las camiones siempre pasaron y jamás se sintió un movimiento tan estrepitoso. La única razón por la que el departamento se había zarandeado era por la turbulencia generada por las turbinas de los aviones. Porque hay que saber que arriba de mi casa es donde los jets doblan su curso para aterrizar en el aeropuerto de la ciudad. El sonido, pues, hace que la casa dé unos chispeantes saltitos, de ésos que mi amiga Ana daba cuando jugaba Avioncito. El verdadero tema es que las mujeres ya no quieren dormir aquí porque por las noches se conjugan dos momentos apoteósicos que les hace pensar en el juicio final: el movimiento oscilatorio de la cama cuando pasa un tortón a gran velocidad y mis épicos ronquidos de cuando he bebido de más. Dicen que es una sensación similar a la del Apocalipsis. Yo sólo digo para mis adentros que me haría millonario con esta mujer que acaba de descubrir la máquina del tiempo. Pero los ronquidos son lo de menos (a mí a veces me pasa que me despierto con los míos propios). El gran problema no es que mi casa oscile como piragua en el Atlántico o que yo ruja cada noche como el Gigante Egoísta. Lo realmente trágico tiene que ver con mi refrigerador. Como tenía uno ya de muchos años, que además congelaba el apio (un día congeló un vodka y concluí que eso ya estaba muy mal), opté por cambiarlo. Fui a comprarlo. Me decidí rápido por uno pero no pude pagarlo porque no llevaba la tarjeta de crédito. Regresé unos días después: el refri costaba mil pesos más. Compré otro. Regalé el viejo y tuve el mayor momento de felicidad de los últimos años cuando conecté el nuevo. Fue sólo un instante feliz, pues al día siguiente descubrí que me habían vendido un aparato habitado, esto es, que le incluía un grupito de duendes gitanos. Así, tuve que aprender a cohabitar con esos pequeños personajes; no es necesario darles de comer porque viven entre comida, que degluten aun echada a perder. Tampoco que salgan a la luz del sol porque es de sobra sabido que les molesta. Son, no obstante, muy divertidos. Cada dos horas llevan a cabo tremendas orgías y se escuchan ruiditos curiosos: "clan, clan, clan" y "glock, glock, glock". Nunca he querido imaginarme que están haciendo exactamente, pero aspiro a que no vean la crema ácida como el lugar natural para descremar. Mis amigos ya los han escuchado y dicen que debería cambiar el refri, sobre todo ahora que tiene garantía. No me queda más que confesarles que los nuevos habitantes son ya parte de este lugar y sería un crimen echarlos sin darles una explicación razonada, cosa, por lo demás, que tampoco haré. En lo sucesivo, las mujeres que pasen por esta casa deberán acostumbrarse a una cama que retiembla como en sus centros la tierra, a unos ronquidos superiores a los de Shrek y a unos duendes amigables que tienen a bien fornicar en mi nevera. La siguiente semana cumplo 36 años; creo que me quedaré soltero.

CAS

jueves, noviembre 06, 2008

Un avión en la loma

El martes se cayó un avión en Las Lomas de Chapultepec. Al momento han muerto 14 personas, entre ellas el Secretario de Gobernación mexicano, Juan Camilo Mouriño. Sobre el acontecimiento se seguirán comentando muchas cosas. A la fecha, podemos destacar lo dicho por el gran Luis Téllez, secretario de Comunicaciones. Después del desplome, su primera declaración fue: "No se puede rechazar la hipótesis de un accidente". Más adelante, tras el regaño correspondiente y con la caja negra en poder de los peritos, dijo: "Pido al público mexicano que nos tenga paciencia; pero toda la información disponible que tengamos la daremos a conocer". No hablaré de la sintaxis de la afirmación ni en qué quiere decir nuestro ínclito secretario con "información disponible que tengamos": allá él y su conciencia semántica. Lo que sí es para poner lo pelos de punta es que, y lo intuyo sólo como hipótesis de trabajo para no herir susceptibilidades, la aparente confusión entre el sustantivo y el adjetivo "público" no es gratuita. De ahora en adelante los mexicanos seremos parte de un espectáculo mediático y nosotros seremos nuestros propios espectadores. Claro que la gente del gobierno dirá "Pero es un show que se vive a flor de piel; hasta hay avionazos y muertos en vivo. Es el reality show fuera de la pantalla grande". Y el público dirá "Gracias, más merezco", sobre todo el público que son las familias de los deudos. Asistamos, pues, a la muerte de nuestros hijos, al cabo vale la pena porque estaremos pagando por el espectáculo con nuestros impuestos y, lo más importante, lo veremos in situ. La última ironía que se ha acumulado al happening del avión caído es la nota de hace algunos momentos: "El cuerpo de Mouriño será cremado en la ciudad de México". Por lo menos el exsecretario de Gobernación, más allá de los homenajes que le harán en lo sucesivo, tendrá un privilegio único: ser cremado dos veces, y en la misma ciudad.

CAS

domingo, octubre 12, 2008

Crítica de la razón cínica
Hace algunos años había unos personajes llamados Bankman y Roban. Hoy día, Roban ha matado a su mentor y se ha convertido en un nuevo Bankman, bufo y melancólico: dirige una baticueva llamada Banco de México y responde también al ominoso nombre de Guillermo Ortiz. Este muchacho, que es uno de los pocos mexicanos que sobreviven al cambio de sexenio porque mantiene su puesto, ha dicho varias cosas sobre la crisis financiera actual, que es, como todo mundo sabe, mucho más salvaje en nuestros países (donde nada más hay salvajes y, por ende, todo se parece a su dueño) que en otros. Pero también es uno de los nuevos adalides de la religión posmoderna por antonomasia: el cinismo. Para muestra un botón: yo doy clases de redacción en una de las universidades más prestigiosas del mundo (la UNAM, que según el ranking del Times inglés es la primera universidad de habla hispana), lo cual, si concedemos todo lo que haya que conceder, me da cierta autoridad para documentar los siguientes menesteres. Guillermo Ortiz dio una conferencia de prensa hace unas horas y, entre otras consideraciones majas, dijo que la crisis lo había tomado por sorpresa. Cosas veredes, pues fue el primero en asumir que la economía mexicana estaba completamente blindada (dijo que a los demás países les podía pasar todo pero que México era un Estado de excepción. Indeed: la única liga de futbol del mundo donde hubo partidos este fin de semana fue la mexicana). Después expuso con maestría: "Tres semanas atrás no sentíamos ningún contagio a través de los canales financieros, pero el contagio financiero se siente ya". La traducción a la docta afirmación del Dr. Bankman II es "Hace tres semanas no sentíamos la crisis porque no había crisis, pero ahora la crisis ya se siente, aunque no esté a punto". Ah, y el subtexto: "Elemental, pendejos mexicanos que entienden un coño de economía, finanzas y demás yerbas". Pero mi favorita, y lucharé por que quede inscrita en letras doradas en la Bolsa Mexicana de Valores, es: "El efecto de la crisis financiera en las economías emergentes está resultando más significativo de lo anticipado". Digamos que el espíritu de la frase es "en tiempo de crisis los que más se joden son los más pobres". Pero vayamos más allá y considero que necesitaré toda la ayuda del mundo para entender lo que viene: "el efecto está resultando más significativo de lo anticipado". No sé qué quiso decir el Dr. Bankman II con la palabra "significativo" ni mucho menos con la ecuación "de lo anticipado". Quizás la crisis les vino antes de lo esperado (en buen español, nos vino a nosotros no a ellos), osease, lo sabían (todo miembro del gabinete es un pitoniso consumado pero finge demencia). Lo que les tomó por sorpresa fue que no pudieron mandar el dinero de su última quincena a las Islas Caimán. Pero decir "efecto significativo" es asumir el bastón de mando del mayor cínico que jamás se haya parado en este mundo. No se dice "nos está yendo de la chingada" sino que el efecto de la crisis tiene un "significado" peculiar para los mercados (como el que se tiene en la Central de Abastos, naturalmente). No es complicado, pues, ser un cínico como éste, basta haber estudiado en Standford, tener un par de dedos de frente y asumirse como un perfecto berzotas y ser uno de los principales responsables de que la economía de un país sea la nueva fábula del vestido del rey: desde hace años sabemos que el rey va desnudo, pero al rey le valió madres seguir enseñando sus miserias; además mandó matar al niño hocicón.

CAS

viernes, septiembre 26, 2008

Tránsito postoperatorio III
Hoy regreso a dar mis clases (dos amigas que trabajan de ángeles me suplieron durante un par de semanas). Veremos un texto de Terry Eagleton y "El malestar de la cultura" de Sigmund Freud. Quizás sea demasiado para mis alumnos pero I don´t care: para eso van a la universidad, para ser tratados mal y aprender. Previamente pasaré a comprar el libro de un amigo que me ha venido diciendo los últimos dos meses que si ya leí su novela. No. Pues cómprala. Ahí sí aplicaré aquello de "Dedícamelo, ¿no? Para que no digan que la compré". Cuando uno pasa por este tipo de desavenencias, el único consejo aceptable es leer a Robert Graves. Y ya, no al amigo que nos obligó a comprar su libro (las causas por las que lo haré son poderosísimas, lo juro). Ayer me escribió una amiga para decirme que ya salió un libro en el que aparecen unos textos míos. Es un volumen de crónicas sobre la ciudad de México editado en Alemania. Me pagaran la distinguida cantidad de cien euros. Cómo ya no puedo hacer la equivalencia a los pomos que compraría con esa marmaja porque ya no puedo beber, creo que alcanzaría para veinte kilos de queso cottage. Eso de dejar de beber momentáneamente tiene sus consecuencias: se gasta menos y los amigos tienen que reconfigurar los regalos. La dimensión trágica de la conversión sobreviene cuando una hermana que trabaja en la ONU como la mía, va a Praga y le manda al hermano exbeodo un Absinth beetle, ergo, un ajenjo con un simpático escarabajo de Papua Nueva Guinea llamado Eurycantha horrida. Creo que la opción es por ahí: empezar a vender aguardientes con insectos. En Oaxaca está, por ejemplo, el famosísimo mezcal de escorpión, ya patentado y con el que sus inventores se están haciendo millonarios. Dejaré, pues, que el bug se macere unas semanas más para que esté a punto cuando la herida haya cicatrizado. Una herida que, dicho sea de paso, tiene lavarse varias veces al día con agua tibia y jabón neutro. En teoría, por supuesto, porque llevo una semana sin gas, con el agua de la regadera saliendo en cubitos de hielo y una herida que se convertirá dentro de poco en alimento de los nuevos sobrevivientes de los Andes. Entonces es ahí cuando uno paga el pato de vivir en una colonia panista, comarca donde suceden cosas negruzcas. Vivo en una avenida en la que de seis y media a nueve y media de la mañana cambia el sentido del tránsito. Así nada más. Pero no cambia todo: hay un carril especial para que los microbuses circulen en contraflujo. En resumidas cuentas es un peligro cruzar porque no se sabe de dónde vendrá el golpe. Eso hace que el camión del gas que pasa entre siete y nueve haya dejado de hacerlo porque ya no tiene donde pararse. La ecuación vial funciona a cabalidad: yo me baño con agua fría desde hace tres días y sufro en la ducha; no puedo cocinar (hoy en la mañana hice unos huevos en el horno de microhondas y desayuné pudín de huevos a la mexicana) y mi vecina Juanita sigue viva porque los microbuseros son unos ineptos que no pueden centrar a una pobre vieja de 132 años (llevaba mucho tiempo sin hablar de ella, pero eso no quiere decir que la haya extraído de mi lista de personas a las que hay que matar). Por si fuera poco estoy tomado metrodinazol, una medicina en principio para las amibas pero que el doctor me recetó porque no creía que fuera a dejar el trago. Si uno ingiere alcohol con metrodinazol es equivalente a tener un poco de nitroglicerina en el estómago, osease, por principo de cuentas no es aconsejable porque un movimiento en falso y ¡bum! Pero ese hombre de poca fe no creyó en la mía que quizás no mueve montañas pero sí a Juanita si estuviera al borde de un quinto piso. Ni modos, pues: ya tendré que desquitarme con mis estudiantes y ponerlos a leer a Braudel. Después de tanto tiempo de dar clases me he dado cuenta de que además de ahorrarse la terapia, los alumnos se convierten en el punching bag perfecto ante la vicisitudes cotidianas; no sólo se tira la energía negativa en el aula y se les reprueba: también te pagan por ello.
He bajado ocho kilos en tres semanas y los pantalones se me caen. Debería operarme más seguido. Alea jacta est. Como diría El testigo en su columna de lucha libre: que la lucha sea.
CAS



domingo, septiembre 21, 2008

Tránsito postoperatorio II

Odio los hospitales. En la mañana siguiente a la operación desayuné bien y olvidé rápidamente que no habían querido darme de cenar. La amiga que se quedó conmigo durante la noche esperó a que desayunara; después salió a comer algo y revisar su coche. Regresó a los diez minutos con los ojos vidriosos: el coche no estaba. ¿Crees que se lo hayan robado?, me preguntó. Lo más probable es que se lo haya llevado la grúa, pero de todos modos tienes seguro, ¿verdad? No. Chet. Doble chet. Imploré por que se lo hubiera llevado la grúa. Horas después pude darle gracias a la divinidad correspondiente porque, en efecto, estaba en el corralón. Lo peor de pedirle milagros a un santo es que te los cumpla.

Temprano llegó otra amiga y odié más los hospitales. ¿Qué hace esa zorra aquí?, me dijo en voz baja. Bueno, se quedó conmigo toda la... Sí, veo que ya elegiste. Y la otra en el sofá, a espaldas de la recién llegada, increpándome con la mirada: Pinche vieja pendeja, que se largue, ¿a qué vino? Sonó el teléfono. Contesté. Era N. Hola, hola -las otras sin hablarse, dirigirse la mirada y seguramente al acecho para responder al primer cuchillazo. ¿Quién era?, preguntó la histérica. N. Ah, perfecto: ya me voy, saliendo del cuarto, apenas despidiéndose de mí y barriendo a la pobre que había perdido su nave. Pinche vieja, ¿cómo pudiste andar con ella? No lo sé. Bueno, también anduve contigo. Sí, pero yo me quedo a cuidarte y no te trato mal. Lo sé: se enojó más porque ya sabes que con N anduve unos meses antes que con ella. Un día te van a matar, cabrón. Lo sé. En ese momento no odié los hospitales porque si una mujer histérica me baleaba, la terapia intensiva estaba a tres minutos. Voy a recuperar mi coche, dijo.

Me bañé. Un torrente de sangre se mezcló con el agua hasta hacerse transparente (qué difícil es bañarse cuando se está conectado a un catéter). Empezaron a llegar los amigos. Éramos muchos y ya casi no había dónde sentarse. Alguno sugirió que compartiera la cama. Los motivos de la tertulia hospitalaria eran inicialmente acompañarme en mi sufrimiento; no obstante, no sufrí lo necesario para ser convincente y olvidaron que tenía una herida abierta del tamaño de un mamey. Fue, entonces, un momento de comunión que trascendió las coincidencias y se hermanó con una circunstancia más importante que la convalecencia de un escritor mancillado: jugaba la selección. Vimos el partido (un amigo todavía me preguntó si podía llevar unas cervezas). México 3, Jamaica 0. El problema es que yo seguía operado, sangrando las sábanas y odiando más los hospitales (y a dos enfermeras que me picaron cinco o seis veces cuando se tapó el catéter; a otra la odié porque lo primero que dijo fue ¡Ay, qué alto estás! Me acordé de todas la películas porno en las que hay enfermeras y me entró un ataque de pánico). Bueno, besos, ciao, ciao, que te mejores. ¿Mañana no habrá otro partido?, digo, para vernos. Acorté las despedidas: ¡FUERA! La misma amiga se quedó esa noche. Vimos (again and again and again) la trilogía del capitán Jack Sparrow. El dolor seguía: el analgésico de la dama de la tortura ya no funcionaba. A la mañana siguiente abandoné la clínica: apenas podía caminar. Atrás dejaba una operación de alto riesgo, un pedazo de mi alma que iniciaría la marcha atrás de la rueda de la fortuna y una certeza: la verdadera amistad se encuentra y se reitera en esos lugares odiados llamados hospitales, campos de batalla sitiados por gasas, sueros y bisturíes. Es en esa comarca de patología y tránsito vivencial en donde se hallan los amigos vivos.

CAS

sábado, septiembre 13, 2008

Tránsito postoperatorio I

-Señor De la Sierra, despierte: acaba de salir de la cirugía -dijo una voz anónima.
-¿Cómo salió todo?
-La operación estuvo complicada pero esperemos que todo vaya bien.
-¿Qué hay de cenar?
-No lo sé, hay que preguntarle a las enfermeras.
Me pusieron oxígeno y me mantuvieron en la sala postoperatoria. A mi lado un desequilibrado gritaba "¡Estoy mareado!". La enfermera se acercó a tomarme los signos vitales.
-¿Qué hay de cenar, oiga? -"¡Estoy mareado!"
-No lo sé.
-¿No habría manera de que este hombre se callara?
-Vamos a darle algo para el mareo.
La enfermera no le dio nada y se escondió con la otra nurse para hacerse preguntas sobre un examen que seguramente tenían que presentar al día siguiente ("¡Estoy mareado!"). Yo inspeccionaba la máscara de oxígeno; me la puse al revés para ver si funcionaba ("Por favor, señor De la Sierra, no juegue con el oxígeno"). Vino un chalán de la Dama de la tortura.
-¿Cómo se siente?
-Bien, ¿qué hay de cenar?
-No lo sé. Ahorita le averiguo
-¡Estoy mareadoooooooo!
La enfermera se apiadó por fin del sujeto y le llevó un platito para que vomitara. El mareado dejó cualquier cosa que pudo dejar ahí, incluido un pedazo de taco de suadero acidificado que le pendía del labio inferior. "Sigo mareado, señorita", dijo.
-Ni creas que hacerme verte así hará que no cene. Claro que no me da asco. ¿Hay una carta o algo así, oiga? -dije.
Llegó un enfermero fuerte que dijo que ya era hora de subir al cuarto. En el elevador lancé mi última carta:
-¿Qué hay de cenar, oye?
-No hay nada. Es la una de la mañana y la cocina ya cerró. Además usted no puede comer nada: acaba de salir de una anestesia general y lo único que puede tomar es agua a sorbitos. Si no corre el riesgo de volver el estómago.
- No estoy mareado.
Un médico entró en el cuarto.
-¿Cómo se siente señor De la Sierra? ¿No se acuerda de mí?
-No.
Estuve en su operación.
-Doctor, durante la operación la Dama de la tortura me durmió de cabo a rabo y su ustedes hubieran querido hacerme cualquier cosa en el rabo yo ni en cuenta. ¿Cómo estuvo todo?
-Bueno, estuvo feíto.
-¿Feíto? Oye, doc, ¿sería mucho pedirte que fueras más explícito?
-Bueno, fue una operación de alto riesgo, pero todo salió bien.
Tengo la impresión de que los doctores siempre dirán este tipo de frases despues de salir del quirófano: "Fue una operación muy complicada", "La intervención fue justo a tiempo" o "Nos costó mucho trabajo pero vivirá". Todas ellas para agradecerles de por vida por la ídem. El doctor se fue y yo me quedé en la contemplación absoluta, pensando en la inmortalidad del cangrejo, una verdadera pavada, pues todo mundo sabe que los cangrejos son inmortales. No dormí en toda la noche.

CAS

miércoles, septiembre 10, 2008

Un paseo por los bosques del quirófano

...

CAS
Tránsito preoperatorio III

Póngase esta bata, dijo el enfermero con voz adusta. Por primera vez me ponía uno de esos extraños ropajes que había visto millones de veces. Su característica es que uno anda con el culo al aire. ¿No habrá uno más grande? No. Acuéstese que ya vienen a hacerle sus análisis. Dos médicos llegaron con un electro para el correspondiente chequeo del corazón. Los electrodos no se quedaban en su lugar por el vello en el pecho. Hay que rasurar dijo ella con firmeza; tráiganme un rastrillo, dijo él, aburrido. ¿No le molesta que le rasuremos un poco el vello? Hagan lo que quieran (ahora tengo un brote de calvicie en el centro del pecho). Define ironía, doctor, lo increpé mientras ajustaba los electrodos. ¿Perdón...? Ironía es que te hagan un electrocardiograma mientras dan Dr. House en la televisión, señalándole el aparato. Ah, sí, je,je,je, como si el miserable estuviera tocando el ukulele. Está bien del corazón; la química sanguínea y la biometría hemática también salieron aceptables. Podemos operar. Nada más resta evacuar todo lo que falta. ¿Y cómo va a ser eso? Oh, my goodness, ¡we believe in Jesus Christ! No quedó ni un pedazo de mi alma en el antes mencionado cuerpo mallugado y ahora sí estábamos dispuestos a operar, ergo, apelé a la valentía de uno de mis alter egos: vaquero de Leningrado. Sala de preparación. El enfermero me entregó ya con las medias de compresión para evitar trombosis venosa (¡Ah, le Moulin rouge!) y la enfermera in charge me puso un gorrito como el de la mujer de los chocolates Milka. Todo iba muy bien hasta que llegó la dama de la tortura. Entró vestida ya con su uniforme de operación, incluido el cubrebocas, y un maletín muy sospechoso a cuestas. Soy la anestesista. A ver... a ver... a ver... Habíamos pensado en una anestesia local pero usted está demasiado obeso (si no tuviera el maletincito ése; pinche vie...). Anestesia general, por favor, gritándolo a los cuatro vientos. Voy a hablar con su médico. Se fue sin soltar el maletín de la tortura. The iron maiden, pues. Veinte minutos después ya estaba en el quirófano. ¿Lo va a anestesiar aquí, doctora? Sí, luego lo pasamos a la plancha de operaciones. No sería mejor que fuera directamente ahí, doctora: yo le podría facilitar el trabajo de pasarme a la otra... No, poniéndome una sustancia desconocida en uno de los numerosos y misteriosos conductos que llegaban a mi catéter. Entonces la hipnosis: va a tener mucho sueño, va a empezar a ver todo borroso (sí, cómo no); se le nubla la vista, está muy cansado (sí, cómo...

CAS

lunes, septiembre 08, 2008

Tránsito preoperatorio II

El doctor me auscultó durante treinta segundos.

-Es una infección muy grave que no se quita con antibióticos. Necesitas cirugía.

-Si tú lo dices doc, está bien: cirugía, pues. ¿Cuál es el riesgo?

-En principio el riesgo debería ser mínimo pero el absceso que tienes es muy grande. He ahí la gravedad de la operación

-¿Para cuándo sugieres, entonces?

-Lo antes posible, es muy peligroso lo que tienes. ¿Hoy en la noche?

-Hoy en la noche.

-Déjame hablar al hospital para ver si tienen quirófano [...] Ok, ya está: la operación está programada para las 9 de la noche.

-Está bien.

-Vete a tu casa, tómate un vaso grande de agua e ingresa al hospital por urgencias a las 5:30 para que te hagan los análisis preoperatorios.

Eran las tres y media y había mucho tráfico.

CAS
Variaciones alrededor de una cirugía

Tránsito preoperatorio I

La punzada dominaba medio cuerpo. Caminar sin dolor era la mejor utopía. La cervezas y el futbol estaban ahí: fue fácil invitarlos (había que olvidar el daño). Dépor 2, Real Madrid 1. Más tequila. En los dos días siguientes la vida cambió y las decisiones vinieron sin ser tomadas. Ah, además se presentó una sobredosis de Leonardo Padura. El alfilerazo era de una violenta piel buscando salida (una explosión epidérmica se vaticinaba durante el sueño). Sin saberlo, ya en la cama había una mecha y aun así fui a dar mi última clase. Cuernavaca: dolor y 39 de fiebre; dolor otra vez y tras el mediodía 39.2 de fiebre. No pasa nada: es pasajero. Viernes en la madrugada en el aeropuerto. Un clon corriendo en la Terminal 2, dos mujeres lamentando un abandono y una lágrima en suspenso en un conocido cuerpo mallugado.

CAS

martes, agosto 19, 2008

Quauhnáhuac, el dengue y ¿qué quieres, Van Gogh?

Escribo en este instante desde la alberca de mi casa en Cuernavaca. Tengo ante mí un caballito de Herradura blanco, una cerveza michelada perfectamente preparada con las salsas correspondientes y un plato de cacahuates versión "botana mexicana" de Sabritas. Recién nadé un kilómetro en una alberca que, por fin, está a treinta grados (la he checado diligentemente día con día y la variación a media tarde no ha sido de más de dos grados). También tengo el celular y el teléfono inalámbrico para no sentirme incomunicado. Juanito, la mujer que trabaja en la casa, vive aquí, integra una secta de adoradores del epazote y es, por supuesto, quien manda, está por traerme unos sopes previos a la comida. Siempre he dicho que son su especialidad. En la mesa hay cuatro libros: uno que traje para leerlo durante mi estancia acá (Hotel Nómada de Cees Noteboom, mi escritor favorito cuando estoy de viaje, aunque ahorita no lo esté) y tres que me he encontrado en la bibloteca familiar y no conocía: el Toledo de Luis Cardoza de Aragón, Desde el jardín de Jerzy Kosinski y con el que ahorita acabo de matar una avispa impertinente y las Cartas a Theo de Vincent Van Gogh (en este momento he tenido un déjà vu. Lo narraré con rapidez: a los veinte años tenía tres novias; ninguna de ellas sabía de las otras, lo cual hizo pensarme un verdadero Casanova; me hizo pensar eso hasta hace algunos años cuando descubrí, por su propia boca, que las tres me engañaban (¡bitches!). Un día una de ellas -recordemos que yo tenía veinte años- había quedado en hablarme en la tarde. No me habló. Pasaron tres días y no sabía de ella. Después me enteré que había ido en bicicleta a la Lagunas de Zempoala en un microshort que tuvo a bien modelarme semanas atrás. "Me lo compré para ti", dijo malévolamente. Era obvio que no había ido sola a las Lagunas; también era obvio que no había ido a las Lagunas porque nadie va de Cuernavaca a la Lagunas en bicicleta. Pero era muy joven para entender eso, así que me tranqulicé y escondí a Otelo y su puñal en la mesa de alberca de mi otra casa, también aquí en Cuernavaca. Sobre ella tenía varios libros. Entre otros estaban El Quijote, La ley de Herodes de Ibargüengoitia y el Mea Cuba de Cabrera Infante [en la presentación en México de este libro un personaje llamado Enrique Krauze -número 29 en la lista de personas a las que hay que matar- ordenó desalojar la sala correspondiente porque adujo que había una bomba en el recinto. Nunca la encontraron]. Por obvias razones tomé el de Ibargüengoitia y me salvó: concluí que la ciclista del microshort todavía me amaba. Meses después, cuando se enteró de que yo andaba con dos más, me abandonó por el bajista de La piel, un grupo de rock de Cuernavaca al que las jovencitas le lanzaban brasieres mientras tocaban. Al respecto, y aunque nunca haya escrito algo semejante, he de confesar que aquella mujer tenía unos senos portentosos. En esas épocas yo tenía una columna en El Universal de Morelos. La anécdota la sublimé con un título fallido: "La literatura como salvación". Ah, la juventud). Para evitar digresiones, réplicas fatuas, críticas infundadas o la asunción natural -que yo sufragaría ipso facto- de pensar que el autor de estas líneas es un memo memorabilísimo, reitero que se han cerrado los paréntesis de una vez por todas, goddamn. Son las cinco de la tarde, voy en el cuarto tequila, la laptop está a punto de quedarse sin pila y es la hora en que Juanito suele tratarme mal porque le tocan sus rezos al epazote. No tengo otra, pues, que esperar para que me dé de comer porque si me meto en "su" cocina lo primero que dice es "¿Qué haces aquí?", luego "No toques nada" y, por último, "Vete a ver el futbol". Esta frase es el típico acto de crueldad de las mujeres: como si el futbol lo pasaran todos los días del Señor, ni que fuera comer epazote.
El punto de quiebre viene por lo que pasó ayer, claro vaticinio de que no sería una semana fácil. Cuernavaca es una ciudad un poco extraña. Aunque hay gente que diga que no tiene identida propia, yo -un idiota que como pinche personaje de Dickens ha vivido más de tres décadas entre dos ciudades- sostengo que hay detalles que la distinguen, para mal, de las demás. Mirad. Hoy día existe en la ciudad, quién sabe por qué designio malsano, una epidemia de dengue. El dengue es una enfermedad tropical causada por cuatro virus y transmitido por un mosquito; se caracteriza por fiebre extrema y dolores intensos en articulaciones y huesos. Una variación es el dengue hemorrágico, mucho más peligroso que, si no se controla correctamente, puede ser fatal. Lo misterioso es que se trata de una enfermedad que aparece en lugares donde hay mucha humedad y de altas temperaturas, y Cuernavaca no es precisamente así. Pero hay dengue y los hospitales están al tope de su capacidad para atender a los enfermos a la brevedad posible y que no se extienda la epidemia. La Secretaría de Salud del estado, por ende, actuó en consecuencia. Ayer en la noche estaba viendo la televisión con mi hermana. Intempestivamente el jardín se llenó de humo y afuera había un ruido constante que era todo menos armónico. Están fumigando, dijo mi hermana. ¿Cómo fumigando?, pregunté azorado. Así, fumigando, como si echaran raid. Es por el dengue. ¿Están fumigando la ciudad? Sí, toda. Recomiendan que abran las ventanas. ¿Y no es peligroso? No, es una medida preventiva. Mi hermana Titi, insigne investigadora del Instituto Nacional de Salud Pública, por supuesto conocía los intríngulis del numerito nocturno y no se inmutó. Yo, incrédulo bergante que no hace más que beber y escribir sandeces, tenía que atestiguarlo. Fue así como se llevó a cabo una de las escenas más lamentables de la historia de un ciudadano morelense afincado en el DF. Abrí la puerta para constatar que, en efecto, se trataba de una fumigación masiva. No vi nada: la camioneta encargada de evitar subsecuentes casos de dengue en la ciudad me había fumigado directamente. Y cuando digo directamente no es que haya estado echando el insecticida hacia arriba para que luego cayera como rocío en las hojas. No. Me fumigó de frente como una ama de casa que odia a los insectos: vaciándoles el frasco matabichos en todo el cuerpo no para envenenarlos sino para ahogarlos. Me sentí Bill Murray en los Cazafantasmas cuando un fantasma desenfrenado lo babea en el pasillo de un hotel. Regresé con mi hermana no sin antes limpiarme un poco el rostro por aquello de los amaneceres y Gregorio Samsa. "Sí, están fumigando", sentándome a ver el final de Dr. House. "Te lo dije". Recordé la escena inicial de Short cuts de Robert Altman: aviones fumigando Los Ángeles por alguna epidemia. La película termina de manera apocalíptica: con un terremoto en el que el ahora muerto Chris Penn mata a una muchacha. Háganle como quieran, dice Altman: las desavenencias intempestivas jamás podrán driblarse. Un día, Tom, el papá alemán de una amiga, vio un alacrán en Tepoztlán; en lugar de aplastarlo con el zapato como lo hubiera hecho un ser normal, le descargó el frasco de insecticida al pobre animal. El alacrán sobrevivió y Tom terminó intoxicado en el hospital. Es cierto que el insecticida era para eliminar nada más al mosquito del dengue, pero la dosis que recibí, os lo juro, fue como para asesinar como a dos millones de mosquitos, que si juntamos en un molde y le damos forma bien podrían parecerse a mí, un uno noventa a cuestas y la dosis perfecta que pasaría de mis caderas e iría directa al heart. La botella de Herradura está casi vacía (una escena desoladora) y Juanito ha terminado sus plegarias. Creo que comeré un poco (algún pedazo de carne estará bien) y volveré a nadar, al fin ya traigo el agua encima. Antes leo el final de una carta que Van Gogh le escribió a su hermano Theo y que le fue encontrada en el bolsillo después de darse un balazo en el pecho: "...arriesgo mi vida y mi razón destruida a medias -bueno- pero tú no estás entre los marchands de hombres que yo sepa; y puedes partido, me parece, procediendo realmente con humanidad, pero, ¿qué quieres?". ¿Y tú qué quieres, Van Gogh, si nunca te fumigaron como una miserable cucaracha? Qué lástima que el tequila no tenga gusano en el fondo; nos habríamos guiñado un ojo, claro, si ambos tuviéramos.

CAS

jueves, agosto 14, 2008

Ellas no han muerto



Son rostros acompasados. La imágenes se pierden en un vértice invisible y piden paz. Atrás una iglesia cobija la indulgencia. También son mujeres. Y también son sujetos anónimos. Son retratos de personas muertas y con ellos se apela a su recuerdo. Algunas sonríen; otras asumen un semblante implacable que indica incertidumbre. Muchas de ellas sabrán que su cara ha sido atrapada en la eternidad cuando se vean en la plancha del Zócalo (el corazón de un país en forma de cuerno se diría: una plancha en la morgue). Toda sucesión de rostros expuesta en un espacio público implica, por principio, una circunstancia aciaga: desaparecidos, crímenes irresueltos, secuestrados, muertas en una ciudad fronteriza, acribillados en una terminal de tren o mineros asfixiados. ¿Quiénes serán estas miserables que ahora maquilan y maquillan la plaza pública? En el silencio llevarán la penitencia: el rezo es inevitable pues su adoquinado faccioso es el cimiento de la casa del Señor. Ésta es la imagen de una primera plana. Son mujeres y el decisivo obturador de una cámara fotográfica muestra que han muerto. Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. Pero de la muerte también se regresa y el pie de foto sugiere algo más: la expiación de nuestras mujeres ha pasado por la voluntad sobre su cuerpo (he aquí la perogrullada. Hela y hela). Entonces decidieron no morir y evitaron el óbito en vida de seres humanos inocentes. Ahora sabemos que sus facciones pueden ser captadas en lo sucesivo para asumir las muertes necesarias y que si bien la felicidad no es prohibirle a un cigoto que se desarrolle y nazca, tampoco lo es un niño no deseado. Son ellas, más de 11 mil mujeres, las que han decidido abortar de manera segura al amparo de una nueva legalidad. El collage del Zócalo no es ya más el recuerdo funesto de las injusticias sino la memoria intacta de aquéllas que han podido elegir y que también morirán en algún momento. Pero eso ya no importa.

CAS

Foto: Carlos Ramos Mamahua

sábado, julio 19, 2008

Una piel

Mi infancia transcurrió en una alberca. Mi papá, precupado por que no tuviéramos a bien amanecer en el fondo, nos enseñó, a mis hermanas y a mí, a nadar desde muy niños. Yo aprendí a los dos años. Así pasó mi niñez: llegábamos de la escuela y lo único que pensábamos era en meternos al agua fresca y centellante de Cuernavaca (la segunda ciudad con más albercas en el mundo). Mi mamá solía llevarnos pepinos, jícama con chile y agua de piña como botana mientras estaba la comida. Nunca, sin embargo, nos preocupamos por las quemaduras causadas por el sol: a nuestro modo, estábamos curtidos; además el concepto "asolearse" no existía: no sólo nos parecía aburridísimo sino que, sobre todo, lo considerábamos una perdedera brutal de tiempo. La idea de estar fuera del agua era inadmisible. Por eso, durante muchos años, los bronceadores, bloqueadores y demás pomadas tropicales fueron inexistentes en la casa. Con el tiempo, la inmunidad a los rayos solares cambió: ya adolescentes nos interesó broncearnos. Los métodos para tener la piel cobriza fueron variados y la gran mayoría muy efectivos: iban desde un par de pinceladas de aceite de zanahoria hasta llenarse el cuerpo de coca cola tibia recién abierta (el gas, hasta ahora no sé por qué, causaba un efecto implacable). Ése fue el principio del fin: la artificialidad de los bronceadores fue directamente proporcional a la vulnerabilidad de nuestros cuerpos ante el sol.
La primera vez que tuve quemaduras solares fue en las cascadas de Agua Azul en Chiapas. Estaba con una novia y, sabia como era (lo sigue siendo), sugirió que me pusiera bloqueador. Me ofendí: cómo alguien que había pasado su vida expuesto al sol tenía que untarse a paladas un filtro solar. Los siguientes cuatro días estuve acostado en un hotelito de Palenque sin poder moverme (como la abeja Maya pero en la cama). La novia me ponía, en tres sesiones diarias, la dosis respectiva de Caladryl para aliviar el ardor. Ahí decidí que lo mío no era el sol y mi piel blanca como la leche debía ser protegida por palapas, sombreros, sombrillas y todo lo que me hiciera pasar como un enfermo de lupus. Lo decidí ese día y ya: varias veces más volvió a pasarme lo mismo y siempre juré no exponerme otra vez al sol. Mentí de nuevo (las quemaduras solares son como las crudas: siempre se recae en ellas aun cuando se haya hecho el pacto con la divinidad correspondiente para no volver a beber).
Hace algunos meses estaba con una amiga tomando el sol en mi casa de Cuernavaca. Me había puesto dos manos de bloqueador para evitar el desaguisado: una de factor 50 y otra del 80, o algo así. Al día siguiente amanecí con la piel estómago abierta por la exposición a los rayos solares. Nadie se explicó lo ocurrido pero la evidencia era contundente: quemaduras de segundo grado alrededor del ombligo. Las heridas cicatrizaron al mes pero las manchas duraron mucho más. Hace una semana estaba asoleándome con la misma amiga en el lugar de la antes mencionada tragedia. Como no quería que me pasara de nuevo, me eché al sol con camiseta. Después de pensarme como un naco de época, me la quité y me puse tres manos de bloqueador (uno de ellos especial para la piel delicada de un bebé). Dos días después tenía las mismas quemaduras de meses atrás, ahora incrementadas con la carbonización temprana de un brazo. A continuación describo las heridas, pues la valentía de mi estupidez ha hecho que no vaya al médico o que me ponga algún remedio casero para evitar el dolor. Y la llaga sigue.
A lo largo del abdomen se percibe una franja roja como si hubiera sido improvisada por un pintor de brocha gorda. La línea, que bien podría ser una faja de smoking, tiene los suficientes grumos como para pensar que el pintor decidió hacer su trabajo al tirol. Al final de ella, se halla el punto de quiebre del cuarto: la pintura era mala y tiende a levantarse (me dicen que no era mala: sólo fue puesta sobre larvas de extraterrestres que, como La guerra de los mundos de H.G. Wells, habían esperado el instante propicio para salir. Ese momento fue la exposición al sol). Las larvas, pues, iniciaron su proceso de gestación en este mundo y se inflaron como globos acuíferos (mi hermana las ha llamado también "orugas geómetras"). Los entendidos consideran que los seres que nacen de estas esporas no pueden sobrevivir al oxígeno y tan pronto salen al mundo sensible mueren instantáneamente. Entonces hay en mi panza numerosas placentas en miniatura que se despegan del cuerpo (la transformación de la cutícula ha sido la correcta y ahora esa parte en la que se puso la pintura barata -el pintor de brocha gorda era chambón y se excedió en la plasta- tiene la consistencia de un chicle masticado por dos horas. La película de serie B se llama La incubación de los Motitas suicidas). La erosión de la otra piel (envídiame, serpiente) tiene vida propia. Creció en mi vientre un mundo hacia afuera. Espera a que reviente y sientas al alien muriendo en la piel sin piel, en la carne fresca expuesta al verdadero planeta. Ponle una veladora y reza por él. ¿Ese habrá sido el sufrimiento adecuado? Se sabe que no. Pon, pues, la veladora en la carne cruda y atiza la llaga con un poco de cera derretida. ¡Ah, el dolor! Pobre alien, pobre cuerpo, pobre (in)mundo. ¿Y ahora? Espera las cicatrices y el vuelo lánguido, tenue y perfecto de un colibrí. El punto, no obstante, es el siguiente: las faja roja que ahora ya es rosácea, menos exacta y más anárquica, insiste al final de la línea en la carne fresca, y cuando parece que está al dente para ser isla, naufraga de nuevo por el movimiento de los cadáveres nocturnos, por el inicuo e indeseable REM que roza las utopías e impide la sutura del cauce. De nuevo la cera y el tiempo detenido y el lóbulo de la oreja con sangre envinada (envidiada y enviudada, chingao) y la grieta endureciéndose para ser anegada tan pronto llegue la luna (¡mi reino por que muera esa mierda de azul celeste!) y el sol en silencio que con una mueca dice "Hermano, ya la he asesinado". En el brazo la herida no necesita soldadura nueva, aunque el músculo blando, rojizo y húmedo por estar sin piel, recuerda a un bife rosarino; el dolor es menos insano y la metamorfosis mucho más saludable. Las quemaduras de segundo grado han hecho de mi brazo una extremidad con branquias (la forma, lo más importante, ya la tiene); un bíceps endiablado para evitar la costura cerásea (cera-sea/se-era-así). Soy un hombre marcado en bronce; portador del pigmento malsano con el que se mancilla la podredumbre, la gleba de los barrios bajos. En la taciturnidad del Astro rey está la resolución al enigma, y ya en su hábitat, en su nave perenne de doce horas, me confieso perdido. Por eso juro, por mis branquias adentro, mi alien afuera, mi sol en la frente y las líneas marinas que cruzan el entrecejo, que lo volveré a hacer.

CAS

martes, julio 08, 2008

War and alcohol

Mañana en la batalla piensa en el pomo de la casa; ya amanecerás en posición fetal en el clóset. Las verdaderas armas de destrucción masiva, pues.

CAS

jueves, junio 26, 2008

Por eso no tengo hijos

Palabras clave por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador de la red: "¿Hay que ir al médico si un bebé de nueve meses se cae de la cuna?" Chet.

CAS

miércoles, junio 04, 2008

México en los States

No es que sea muy susceptible, pero mi lectura entrelíneas del editorial del New York Times de hoy, me indica que la idea es militarizar la frontera. También que, más allá de lo que diga el zar antidrogas gringo sobre el Plan Mérida, las cosas se harán como lo dicte el Congreso norteamericano y pronto tendremos marines armados hasta el cuello entre nuestra otra selección de ratones verdes.

CAS

lunes, mayo 26, 2008

Abramovich

Roman Abramovich es el Jorge Vergara ruso: desde que tiene dinero se ha dedicado a dilapidarlo a la manera de cualquier nacazo nuevo-rico (en México también se les dicen wannabes). La única diferencia entre ambos (uno dueño del Chelsea y otro de las Chivas), además de las cuentas de banco (si comparamos las riquezas, Vergara parecería un indigente de la Portales), es que el mexicano no usa calcetines (una nueva nacada) y se casa en la India (meganacada) y el ruso compra obras de arte porque le han dicho que eso aumenta los dedos de frente en el ámbito de la socialité. Recientemente Abramovich reventó el mercado de subastas de arte al comprar cuadros de Francis Bacon (mi pintor contemporáneo favorito, lo cual no me hace ser un naco, aunque sea chido) y de Lucien Freud (nieto de Sigmund y por el que gastó lo más que se ha pagado por el cuadro de un pintor vivo). Se rumora que la compra se debió a un capricho de su nueva novia de 24 años, Daría Zhukova, quien se empeño a hacerle un pequeño e imperceptible scratch en su cartera de petroeuros.

Abramovich ha entendido que el dinero no da felicidad, aunque, en sus propias palabras, dé cierta independencia (eso me recuerda el insigne dictum de un amigo millonario: "Mira, Carlos, ya me di cuenta de que el dinero no me hace feliz ... ¡me hace INMENSAMENTE FELIZ!). No obstante, ha fracasado siempre a la hora de pretender ganar la Champions con su Chelsea (equipo que juega en el suntuoso y pudiente distrito de Kensington y Chelsea en Londres). El problema de Abramovich, al que Vladimir Putin no mata con talio simplemente porque no ha exteriorizado aspiraciones políticas, es que tanto él como su equipo han seguido al pie de la letra la famosa máxima del histórico Bobby Robson: "Los primeros noventa minutos son los más importantes del partido". Fue obvio que Bobby jamás pensó en el tiempo suplementario y mucho menos en los penales. Avram Grant, reputado vampiro que en sus ratos libres hace las escenas peligrosas de los entrenadores de futbol, tampoco lo supo y eso, a la postre, le costó la cabeza transilvánica. Abramovich deberá, en lo sucesivo, hacer dos cosas para que su Chelsea gane la Champions: una, aprender inglés y dejarse de ligar a meseras de Aeroflot y, dos, entender cuanto antes una de los grandes principios futboleros: "El futbol es la esposa del soltero, pero sobre todo la amante del casado". Ah, y también seguir las enseñanzas de la gran Máquina de la Cruz Azul cuando de ganar campeonatos se trata.

CAS

domingo, mayo 25, 2008

Sobre la literatura inglesa, el mejor equipo que se ha parado en una cancha de futbol y la comida conversa

Hoy día en que le he puesto punto final a una tesis de doctorado que duró siete años y la gran Máquina Azul está por conseguir el primer campeonato en un poco más de los ídem, vuelvo a ser testigo de la vileza humana. Todo hubiera estado muy bien si, por mi ociosidad-estupidez, no observo las palabras clave por las que la banda arriba a este execrable blog. En numerosas ocasiones las he mencionado, pero ahora mismo, en este momento en el que soy conciente de que no tendré vacaciones en una playa nudista griega y recién terminó una pizza de anchoas para morirme por el colesterol mañana temprano, he visto una frase que se enmarca en el tapiz histórico de las manchas voraces de la humanidad. Alea jacta est. Palabras clave por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador del ciberespacio: "¿a quién dirigirme para convertirme en comida?" Espero que el desgraciado no haya encontrado a tiempo a la persona correcta y, al alimón, hayan decidido que la mejor opción era convertirse en anchoa.

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domingo, mayo 11, 2008

Así es, Chema

"En el territorio de la impunidad, el cinismo es sin duda filantropía".

José María Pérez Gay


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martes, abril 15, 2008

Los días en la barra

Releyendo Las memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis me encontré una frase que le quedaría como anillo al dedo a cualquier persona que tenga blog: "Estoy matando el tiempo; el tiempo nos entierra". Y de ninguna manera habría que dudar de la frase, puesto que quien la dice, como aquel gran Matías Pascal, es un difunto: el doctor Cubas. Entonces la pregunta conducente, antes de tener esa última imagen primera que es el ataúd, es por qué cuando uno termina de comer pastel de carne con papas gratinadas con pimienta (según una receta recuperada en una casa del siglo XVIII de Grenoble) es seguir matando el tiempo a sabiendas de que no se llegará a ningún lado. Pues bien, no lo sé, y por eso hay que beber el tercer express del día y poner a Marvin Pontiac. Después bajar a recoger la revista de arte en la que uno escribe y por la que pagan un puñado de dolares que le cabe en el puño a un recién nacido. "Siempre serán buenos para una borrachera", dicen mis allegados (mis allegados son aquellos amigos que llegan a mi casa sin invitación y vacían la cava). Chet: no estoy para deprimirme el día de hoy. Una opción para sobrellevar el tedio posprandiático es disfrazarme de mujer e ir a apoyar a las adelitas amloadas-amoladas o reciclar alguna vieja credencial de periodista e ir a solidazarme con los legisladores hambreados. Esto último lo acabo de desechar: digamos que no soy un hombre propiamente gordo sino bajo de torax, ergo, de excelentísimo ver para un senador con hambre, y como la neta no quiero que le hagan honor a su distinguidísima investidura, mejor me quedo en casa. Pero la tarde está tequilera. Ya está: hoy nuevamente, como todas las semanas, recalaré en la barra favorita de mi bar no tan favorito para beber Herradura blanco, tomar cubanas sin hielo y evitar que Morc quiera madrearse a alguno de los parroquianos próximos cuando digan "Pinches estudiantes terroristas; se merecían que los bombardearan.

CAS

domingo, abril 06, 2008

Rutas cortas

El problema de dedicarse a la literatura es que siempre se cohabita con frases incómodas que, por donde se las vea, son naturalmente inicuas. Recién leo: "Mi mente debe de algún modo, por intoxicada que esté, tomar atajos". Los atajos, se sabe, son rutas más cortas para llegar a buen destino; pero no necesariamente más confiables. De hecho, las únicas personas que conozco que sabían tomar los atajos correctos eran los Dukes de Hazzard, y ya. Cuando los taxidermistas de las ciudad de México -esos curiosos personajes que insisten en movernos la piel con su reputada habilidad para dar vuelta en U donde no se debe- deciden tomar un camino más corto, la certeza viene no de su posible conocimiento de la ciudad sino de las innumerables veces que han atracado a nuestros amigos cuando su chofer toma las veredas inextricables de la Doctores. No sé de qué manera la mente pueda acortar la ruta, sobre todo cuando está intoxicada (estadio en el que, todo mundo sabe, no hay que manejar, bueno, lo saben todo menos el conductor de la mente intoxicada). No sé tampoco cómo se hallan atajos (pensar nada más en las numerosas vías cortas de mi cerebro me causa regurgitaciones) y mucho menos sé por qué estoy escribiendo mamadas hoy día, domingo con cambio de horario, cuando debería estar terminando cosas no más serias pero acaso un poco más remuneradas y espiritualmente más honorables. No obstante, aunque cualquier vivo pueda reflexionar al respecto, todos sabemos quiénes tienen la respuesta adecuada: los porteros de futbol, esos gloriosos ases de la aviación bajo los tres palos que saben también atajar.

CAS

lunes, marzo 31, 2008

Hugo fuera

Esperemos que la salida de Hugo Sánchez haga regresar a los mexicanos a pensar en los verdaderos problemas del país, por ejemplo, dónde festejaremos el campeonato del Cruz Azul ahora que lo consigamos en un par de semanas. En todo caso, para cerrar el vodevil, me sumo al clamor popular: Chucho Ramírez a la selección.

CAS

viernes, marzo 21, 2008

Revalídeme, Vargas...

Cuando el alcohol produce un efecto en cierto modo ajeno a nuestros cálculos preliminares, hay una sola ruta posible: reiniciar nuestro disco duro, esconder las lociones dulces y buscar la cerveza más cercana.

CAS

jueves, marzo 13, 2008

Exigencias
Mis clases en la facultad oscilan entre dos vertientes, en realidad los únicos temas que conozco. Por un lado está la dualidad alcohol-futbol, que siempre empieza con una apología contrapunteada del ajenjo y el Cruz Azul. Y por otro, tenemos el tema de las religiones posmodernas: el zapping y el cinismo. Todos sabemos que los hombres (esos beatos inmundos del sexo masculino) son seres básicos y basta que les den el control de cualquier cosa, aunque sea el de daños, para tenerlos felices (perdón por hablar de nosotros así, pero he sido alcanzado por el síndrome Hugo Sánchez: hablar de uno mismo en tercera persona. Ésa es la razón del porqué amo a las personas que, cuando les preguntan por teléfono si está Fulanito de Tal o San Juan de su Pinche Madre, responden "Sí, él habla. Cuando el mesianismo nos alcance: "Yo soy el que soy") (perdón por los numerosos paréntesis pero es un vicio congénito que me sirve de terapia y que me ha valido el mote de "El abominable hombre de los paréntesis". Así que llevo los paréntesis como el Duende verde carga sus bombas matarañas. Beware). Por eso el zapping se piensa como un acto avanzado de fe y las comunidades civilizadas lo han adoptado como una dinámica que puede evitar guerras, empezando por las domésticas (aquí hay que ser un poco tolerantes, todo en pro de la armonía, y dejarle en un canal cuando nuestra pareja lo exija. Lo dicho: seres básicos). El cinismo, por su parte, tiene un desarrollo más elevado por no menos común.
Pongamos como ejemplo la excrisis ecuatoriana-colombiana, aderezada por un ingrediente adicional que ya es natural pasar por alto: mexicanos muertos. Que haya paz en Sudamérica no tiene precio; que Chávez retire sus tropas de la frontera, no tiene precio; que Uribe diga, en un reconocimiento natural a su propa estulticia, que no pensaba que la política fuera tan difícil, no tiene precio; que Correa haya dado lecciones de timing político, no tiene precio; que no sé cuántos mexicanos hayan muerto en un bombardeo en un país extranjero, tiene el precio que se les ponga a su cabeza (muerta) por ser terroristas. Mirad, ínclito lector: no se pide una explicación, en principio al gobierno ecuatoriano -que fue donde los mataron-, sino que se les investiga por sus posibles vínculos con las FARC. Cómo se llama eso: cinismo. Entonces le leemos a "intelectuales", a los que hemos perdido desde antes de que nacieran, pavadas de época. "Sí, que lástima que hayan muerto, pero qué hacían ahí", escribe Héctor Aguilar Camín en su artículo de Milenio de la semana pasada. "Sí, hay que condenar el bombardeo a Ecuador, pero hay que señalar también que Chavez finacia a las FARC, un hecho más ominoso que el primero", comenta Mario Vargas Llosa en su columna del domingo que publica como en cien periódicos del mundo. El escritor peruano incluso dice que Ecuador debería dar explicaciones de qué hacía un campamento de las FARC en su territorio y que si no sabía de su existencia estuvo bien que Colombia lo hubiera bombardeado. Lo sé, inverosímil, pero qué se puede esperar de alguien que hizo una defensa sistemática de Margaret Thatcher cuando era primera ministra. En el caso de los mexicanos muertos, el gobierno de este país debería preguntar y exigir una explicación de la muerte de sus ciudadados. Si las razones no son las convincentes, tiene que iniciar un juicio legal (que debería seguirse casi de oficio), amparado en el derecho internacional, en contra de quien resulte responsable. Pero no estar buscando nexos de las FARC en México, un país en donde ese ejército (hay que llamarlo por su nombre: aunque el gobierno colombiano insista en llamarlos terroristas, diez mil efectivos armados con ubicación muy concreta no son una parvada de cuatreros) no se manifiesta, pone bombas o secuestra candidatos a la presidencia. La exhibición policiaca de Aguilar Camín sobre Lucía Morett sólo pretende desviar la atención de un problema inmediato que busca una resolución: ¿quién hirió a Morett, quién mató a los demás estudiantes mexicanos? ¿Fuenteovejuna? No: fue el ejército colombiano, mandado por su jefe, el presidente Uribe. Pero como el cinismo es ahora la mayor cualidad de los gobiernos conservadores de derechas que existen en el mundo, se pretenderá, entonces, tapar el sol con un dedo, evocando (no de Evo Morales sino de apelar) a un silogismo deprimente: estaban ahí, ergo, eran de las FARC; si las FARC son terroristas, entonces los mexicanos ahí eran terroristas. Y todo terrorista debe morir, no importa su nacionalidad, sin juicio previo. Así como Vargas Llosa habla del gesto mussoliniano de Hugo Chávez cuando envió a sus batallones a la frontera, yo también me pondré la camisa negra y, con Juanes (para tener un apoyo colombiano), diré: "A ver, señor presidente Felipe Calderón, sea un poco menos cobarde, haga su chamba y déle un poco de justicia a este país y sus ciudadanos".

CAS

jueves, marzo 06, 2008

Ya no hay moral (ese árbol que da moras)

Palabras clave por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador:

"Tengo un cuadro de un bodegón en mi comedor, qué cuadros puedo poner en mi sala".

CAS

martes, marzo 04, 2008

Colombia-Ecuador

Mi reino por que Felipillo tuviera un poco de Correa.

CAS

lunes, febrero 11, 2008

Nowadays

La pregunta ha dejado de girar en torno al olvido. Ahora es otra, más vasta, más entrañable. Es una colección de sílabas dichas en la barra de un bar (de un tiempo a la fecha, la morada perfecta). Ya no es, pues, cómo olvidar sino cómo acomodar las cicatrices para que su ordenamiento sea menos doloroso. Las mías ahora se confunden como agua tibia (unas son de sol; las otras son como de naturaleza muerta con flor). Por eso la sábila hay que ponerla ahí en la llaga para que la punzada disminuya. Ésa es, ya lo puedo saber, la duda: el origen de las lágrimas, porque son demasiadas y de nuevo el agua tibia, ahora con un dejo de sabor salado, una minucia indisoluble que pasa por ese gran corazón que, insisto goddamn, todavía late (aunque con mucho esfuerzo). El misterio pasa por el rostro de una mujer bella o por el amanecer indescifrable de los días Gehry o por el voluptuoso olor de todos los granos de café que hay en esta tierra y en esta Tierra. Deme un pulmón, señor, pero bien curadito; no, que no sea dulce, que esos sabores ya no los reconozco. Démelo, pues que ya dejo caer su savia por el bigote sólo para escuchar el ahora eterno no me nace. El tema es el de la carta que nunca fue escrita y nunca dejó de ser carta. La botella se ha roto en una marejada de plancton insano y el papiro ha pasado a ser la mímesis de Ahab y su redentor (otra vez el agua tibia y los seres minísculos que han salvado la letra de la carta. Mis palabras son ya organismos de mar, sirenas, chingao, para llamarlas por su nombre, aunque sea sólo una). Entonces el olvido pasará por una mujer quitándose la piel detrás de un automóvil mohoso o quizás por el frío vaho del que se desprendió la frase "vamos por unos taquitos". Rojo salubre y entibiado, y el amor entubado, claro ("¡Entiéndelo: jamás...!"). Ah, pero qué insulto a la piel es la obstinación, y sobre todo la obstinación frente la certeza (que no claridad) y el tiempo transcurrido. Y el tiempo transcurrido. Y el tiempo transcurrido. Que quemo mis naves por un teléfono de veintes; pongáselos a la voz y bánquese de nuevo la exhibición inicua del corazón abierto, del vientre enllagado y de unas gafas oscuras que jamás volverán a ponerse de la misma forma. En la certeza se lleva la penitencia: soy una ola ingobernable en un acantilado fantasma.

CAS