Exigencias
Mis clases en la facultad oscilan entre dos vertientes, en realidad los únicos temas que conozco. Por un lado está la dualidad alcohol-futbol, que siempre empieza con una apología contrapunteada del ajenjo y el Cruz Azul. Y por otro, tenemos el tema de las religiones posmodernas: el zapping y el cinismo. Todos sabemos que los hombres (esos beatos inmundos del sexo masculino) son seres básicos y basta que les den el control de cualquier cosa, aunque sea el de daños, para tenerlos felices (perdón por hablar de nosotros así, pero he sido alcanzado por el síndrome Hugo Sánchez: hablar de uno mismo en tercera persona. Ésa es la razón del porqué amo a las personas que, cuando les preguntan por teléfono si está Fulanito de Tal o San Juan de su Pinche Madre, responden "Sí, él habla. Cuando el mesianismo nos alcance: "Yo soy el que soy") (perdón por los numerosos paréntesis pero es un vicio congénito que me sirve de terapia y que me ha valido el mote de "El abominable hombre de los paréntesis". Así que llevo los paréntesis como el Duende verde carga sus bombas matarañas. Beware). Por eso el zapping se piensa como un acto avanzado de fe y las comunidades civilizadas lo han adoptado como una dinámica que puede evitar guerras, empezando por las domésticas (aquí hay que ser un poco tolerantes, todo en pro de la armonía, y dejarle en un canal cuando nuestra pareja lo exija. Lo dicho: seres básicos). El cinismo, por su parte, tiene un desarrollo más elevado por no menos común.
Pongamos como ejemplo la excrisis ecuatoriana-colombiana, aderezada por un ingrediente adicional que ya es natural pasar por alto: mexicanos muertos. Que haya paz en Sudamérica no tiene precio; que Chávez retire sus tropas de la frontera, no tiene precio; que Uribe diga, en un reconocimiento natural a su propa estulticia, que no pensaba que la política fuera tan difícil, no tiene precio; que Correa haya dado lecciones de timing político, no tiene precio; que no sé cuántos mexicanos hayan muerto en un bombardeo en un país extranjero, tiene el precio que se les ponga a su cabeza (muerta) por ser terroristas. Mirad, ínclito lector: no se pide una explicación, en principio al gobierno ecuatoriano -que fue donde los mataron-, sino que se les investiga por sus posibles vínculos con las FARC. Cómo se llama eso: cinismo. Entonces le leemos a "intelectuales", a los que hemos perdido desde antes de que nacieran, pavadas de época. "Sí, que lástima que hayan muerto, pero qué hacían ahí", escribe Héctor Aguilar Camín en su artículo de Milenio de la semana pasada. "Sí, hay que condenar el bombardeo a Ecuador, pero hay que señalar también que Chavez finacia a las FARC, un hecho más ominoso que el primero", comenta Mario Vargas Llosa en su columna del domingo que publica como en cien periódicos del mundo. El escritor peruano incluso dice que Ecuador debería dar explicaciones de qué hacía un campamento de las FARC en su territorio y que si no sabía de su existencia estuvo bien que Colombia lo hubiera bombardeado. Lo sé, inverosímil, pero qué se puede esperar de alguien que hizo una defensa sistemática de Margaret Thatcher cuando era primera ministra. En el caso de los mexicanos muertos, el gobierno de este país debería preguntar y exigir una explicación de la muerte de sus ciudadados. Si las razones no son las convincentes, tiene que iniciar un juicio legal (que debería seguirse casi de oficio), amparado en el derecho internacional, en contra de quien resulte responsable. Pero no estar buscando nexos de las FARC en México, un país en donde ese ejército (hay que llamarlo por su nombre: aunque el gobierno colombiano insista en llamarlos terroristas, diez mil efectivos armados con ubicación muy concreta no son una parvada de cuatreros) no se manifiesta, pone bombas o secuestra candidatos a la presidencia. La exhibición policiaca de Aguilar Camín sobre Lucía Morett sólo pretende desviar la atención de un problema inmediato que busca una resolución: ¿quién hirió a Morett, quién mató a los demás estudiantes mexicanos? ¿Fuenteovejuna? No: fue el ejército colombiano, mandado por su jefe, el presidente Uribe. Pero como el cinismo es ahora la mayor cualidad de los gobiernos conservadores de derechas que existen en el mundo, se pretenderá, entonces, tapar el sol con un dedo, evocando (no de Evo Morales sino de apelar) a un silogismo deprimente: estaban ahí, ergo, eran de las FARC; si las FARC son terroristas, entonces los mexicanos ahí eran terroristas. Y todo terrorista debe morir, no importa su nacionalidad, sin juicio previo. Así como Vargas Llosa habla del gesto mussoliniano de Hugo Chávez cuando envió a sus batallones a la frontera, yo también me pondré la camisa negra y, con Juanes (para tener un apoyo colombiano), diré: "A ver, señor presidente Felipe Calderón, sea un poco menos cobarde, haga su chamba y déle un poco de justicia a este país y sus ciudadanos".
CAS
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