martes, octubre 15, 2013

Con Parra, Monsi y Campbell

Navegando por la red, y a propósito de la Feria del libro del Zócalo, me encontré esta foto de hace tres años.



















CAS

viernes, octubre 11, 2013

Últimos textos en antologías



Carlos Antonio de la Sierra, "Los legionarios de Cristo. El cuento joven en México" en Alfredo Pavón (comp.) Historia crítica del cuento mexicano del siglo XX, Tomo II, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2013, pp. 993-1003.



Carlos Antonio de la Sierra, "Bajo el volcán: la tragedia de Jacques Laruelle" en Sobre Lowry, Cuernavaca, La cartonera, 2012. pp. 29-40.




Carlos Antonio de la Sierra, "El maguey y la piedra. María de la Fuente y Pablo O'Higgins" en Más parejas en el arte mexicano, México, Arterisco, 2012, pp. 50-63.


CAS

viernes, octubre 04, 2013

CAS sobre Cioran en la Capilla Alfonsina



Más información aquí.

CAS

jueves, septiembre 05, 2013

CAS sobre Stefan Zweig en la Capilla Alfonsina



































CAS

martes, septiembre 03, 2013

Adiós, mezcal

“Mezcal”, dijo el Cónsul. “Mezcal”, ha resonado el balbuceo como evocación interminable. Hemos, pues, de brincar de un sonambulismo a otro, driblar el despeñadero de la sobriedad, ahí donde la gente era ecuánime y dichosa. Quien haya tomado un trago de mezcal nunca volverá a ser el mismo. Y es en las comisuras donde empieza el milagro: la no sonrisa horizontal donde los labios se humedecen y un aroma ignoto se refugia tenuemente en la palidez del carmesí. El mezcal se toma con infinita paciencia y ¡ay de aquel que ose arrebatar su cuerpo de un solo trago! Jamás se piensa en él como un precario truco de magia: el elíxir se vierte como quien bebe la eternidad y a su paso le da luz y color a la hidrografía de los paladares mundanos. Beber mezcal no es cosa menor; vivir el mezcal es asistir al prodigio inimitable de un estado mental, ahí donde la gota es río y el río zumo que se desborda por labios descastados, desflorados por una humedad insomne, ésa de los corazones de la tierra.

La siguiente confesión será compartida: no hay aguardiente de agave que no genere un silencio terrorífico. Pero ésos, como todos sus hermanos producidos en un país en forma de cuerno, no tienen matices corporales, personalidad propia, y se les conoce con el nombre genérico de mezcales. No obstante, y hay que decir que acudiremos a un épico parto semántico, hay una diferencia de matiz en su nomenclatura: no es lo mismo mezcales que mezcal (recuerdo esa anécdota del amigo que llegaba a la casa y, a pregunta expresa de qué le gustaría tomar, contestaba de inmediato: “Tequilas, por favor”). Por ello, en esa minucia lingüística también está su esencia espirituosa: el mezcal se ingiere de uno en uno y en cada vaso el venturoso bebedor se reconstruye internamente: una tinta indisoluble tatúa su cuerpo por dentro. Primero se sentirán como diez metros de alambre de púas; después como echarle alcohol a la herida abierta y centellante; ya en el fondo, el líquido creará el hombre nuevo e ilustrado que habitará en el otro lado de la piel (manchado y mancillado en la entraña, pues, para evitar confusiones con los adoradores de la Ilustración). La historia del mezcal, a diferencia de la del tequila que es inexistente, crece en la oscuridad de los conductos sanguíneos de los personajes tocados por la divinidad; son anales trasnochados y luctuosos que aceptan sin más una victoria pírrica. Soy hombre sin razón. Soy hombre sin-sentido. Soy bebedor de mezcal y su historia creció en mí como árbol adentro. Soy bebedor de mezcal y ya no hay resquicio dentro mío para ser tallado. Soy un cauce rebasado. Soy hijo del aguardiente del no se puede creer y sin embargo he creído en él. He tomado mezcal y mi acta de defunción tiene una rúbrica anticipada.

Durante mucho tiempo el mezcal me ha acompañado como escudero fiel. He degustado las mieles de miles de piñas y en cada sorbo atestigüé un nuevo hechizo de la creación. He acreditado la existencia de infinidad de cepas y acaso ya no hay más agave para una garganta mallugada, una úvula enllagada, ensangrentada, en descomposición. El mezcal es una bebida de fuegos imperecederos: un trago lo enciende; el otro lo apacigua. Uno más lo renueva. Alguna vez dije que era una bebida de cabotaje. Estaba equivocado: quien ha sido tocado por la sirena de su savia jamás regresa a tierra firme. El mezcal es una bebida de mar abierto y abandono absoluto: quien lo bebe se enfrentará a una brújula vacilante, el mismo mezcal sin señal del norte. Si he de pensar en una figura alegórica, entonces me iré con la del rescoldo interminable: ese espacio omnímodo, alejado de la incandescencia y de la oscuridad plenas, que no termina por apagarse nunca.

Por años he bebido mezcal, he escrito sobre él. ¿Por qué algo tan prosaico atrae la suficiente atención para no dejar de pensarlo, sentirlo, padecerlo? He asistido a sus embrujos y he fracasado en narrarlos, en dar cuenta de ellos al vislumbrarlos como ecuaciones matemáticas. Pero no: ahí está su vigor como memoria inexpugnable de la piel. Bastará arrojarme una brasa para hacerme rescoldo eterno, amante mezcal y fuego invisible. Adiós, mezcal: soy hombre muerto y juro que por fin he de dejarte en paz.

CAS

Texto publicado en el número 65 de la revista El jolgorio cultural.

viernes, agosto 09, 2013

CAS en la Capilla Alfonsina























LITERATURA Y TRANGRESIÓN

Autores inconfesables: Georges Bataille.

En este ciclo, Carlos Antonio de la Sierra hará una exploración por los autores que  han sido considerados transgresores en la historia de la literatura. Durante estas sesiones abordará la vida y obra de personalidades como Emile Cioran, Stefan Zweig y Peter Handke, entre otros.

En esta ocasión hablará sobre Georges Bataille, nacido en 1897 en Francia, y que fuera considerado un pornógrafo por excelencia. A través de la literatura y el ensayo, formuló una aguda crítica a la racionalidad de la palabra escrita y al concepto clásico de sujeto. Buscó despojar a sus textos de toda retórica para aproximarse a lo que él llamaba "la desnudez del ser".

Participa: Carlos Antonio de la Sierra
Martes 13 de agosto, 19:00 horas
CAPILLA ALFONSINA, Benjamín Hill No. 122, Col. Condesa (Metro Patriotismo) Tel. 55 15 22 25
Entrada libre

CAS

sábado, julio 27, 2013

Impotencia

Son casi las tres de la madrugada y las manos me siguen sangrando. No puedo conciliar el sueño porque el dolor es intenso. ¿Será que ha llegado mi redentor? Raudo carmesí...

CAS

viernes, julio 26, 2013

Mis amigos muertos

Cada vez que ha fallecido un amigo, he escrito sobre él. Quizás pueda llamársele obituario, corona fúnebre, homenaje o simplemente recuerdo. Y lo he hecho porque acá, de este lado del túnel, es donde hay que valorar una vida transcurrida. ¿Habrán querido morirse? Sin duda que no. Pero qué más da: ya están muertos y jamás sabrán que lo están. Y sin embargo varios de ellos no hicieron mucho por mantenerse en esta ribera nuestra. ¿Se pueden criticar decisiones tan rotundas que acaso no pasen por la racionalidad? ¿Son conscientes acciones como beber días seguidos hasta llegar al hospital para que éste los expulse sólo a la morgue; para ser lo suficientemente descuidados y trabajar cerca de un cable de alta tensión sin resguardo alguno; o simplemente para lanzarse de un puente de sesenta metros directo al pavimento? No lo sé. Lo que sí sé es que esa gente a la que he amado y que ya no está con nosotros (ese plural que nos abarca y prefigura porque no somos los únicos en padecer la ausencia), hace que me dé cuenta, hoy más que nunca, que no me quiero morir; más allá de eso: que no quiero pasar a formar parte de un club de amigos muertos (por eso odié esa película La sociedad de los poetas muertos, porque ninguno de esos pendejitos supo valorar su propia vida. Poetas muertos... ya quisiera ver a esos bergantes, y a cualquiera que se considere maldito, frente al pelotón de fusilamiento); mucho menos que mi gente sufra por eso. Todos nos vamos a morir (y perdón si en este momento estoy exhibiendo una epifanía o haciendo una revelación última), pero a mí me falta mucho tiempo. Ignoro cuánto. Sin embargo si sé que no soy Héctor frente Andrómaca y que mi enemigo de mañana no es Aquiles. Las batallas también pueden evitarse, aunque ya nadie en su candor de capa y espada piense en uno; falta acaso entender las deserciones como los actos más honorables que existen. El punto es que no percibimos que acaso la idea del exilio es el paraíso, un estadio de bienandanza que se construye con otros pilares, con cimientos más profundos y briosos que los moralmente condenados. Hay que cruzar el Rubicón para entrar en el laberinto y encontrar en esa habitación sin salida lo que resta de vida: matar a Caronte para evitar el Hades; cohabitar con Asterión, pues, esa magnífica bestia que nos acompaña en todo espejo. He ahí la morada perfecta e imperecedera.

Yo quiero seguir vivo gracias a mis amigos muertos, a ésos a los que amé y me dieron el salvoconducto celestial para mantenerme en este lado del río (confío en el Miguel Strogoff que hay en alguna parcelita de mi alma). Julio, lo he dicho, es el mes que más detesto y el que más quiero. Hoy día, ahora que cae la tarde y no hay más que verde en mi mirada, es lo único que amo: es así porque sus días me han hecho tomar la decisión de llegar hasta el siguiente julio y seguirlo amando y odiando por igual.

CAS

jueves, julio 11, 2013

De escuderos y damas de compañía

Existen bebidas que se toman juntas pero no revueltas. Quizás sea importante agregar que se beben a la vez pero no mezcladas, esto es, funcionan como acompañantes, o como dirían los anglosajones: como chasers. El tequila, por ejemplo, suele tener como cortesano un caballito de sangrita, preparado de jugo de tomate, limón, naranja y salsas picantes y sazonadoras. Pero también puede estar escoltado por una rodaja de limón y una pizca de sal. Después del trago de agave azul, una chupada de limón con sal hará más dócil el tránsito y la nostalgia entre la una y las tres de la tarde será breve. Hay personas que consideran el encuentro bucal con el cuerpo del cítrico un acto rupestre y le apuestan al nacionalismo. Es la gente que en un bar pide “Una bandera, por favor”. A su mesa llega un caballito de tequila blanco, escudado a los lados por uno de sangrita y otro de jugo de limón. El encuentro con el águila y su escudo será en la garganta del afortunado bebedor tricolor, ahí donde su boca es ya un nuevo lago de Texcoco. Algunos otros acostumbran sopesar el trago fuerte con una cerveza. En esta diligencia el galope del agave se desliza más pausado, más a trote lento por las papilas pero sin perder por completo la sensación de que ese recinto nunca más será el mismo. El punto es irrelevante: un trago de cerveza tras un buen tequila perlado es sólo una mutación inocua. El mezcal, por su parte, también tiene su comparsa. Si bien, como el tequila, puede ser seguido por cerveza en cada trago para regular su vigor, son infaltables unas rodajas de naranja y un poco de sal de gusano para consumar el ritual, ése de cuando los sonidos de la tierra impregnan cada palmo de su ruta hacia dentro. Básicamente todos los destilados de agave pueden acompañarse con cerveza (un trago y un trago, para que no haya lugar a dudas y la bienaventuranza fluya); son estas bebidas conversas las que ayudan a afinar el espíritu agavero, esas dilectas damas de compañía y honestos escuderos de sus caballitos, perdón, de sus caballeros andantes y su cabalgata interminable.

CAS



martes, mayo 14, 2013

Entre panistas te veas

En una entrevista que aparece en el último número de la revista Proceso, el presidente del PAN, Gustavo Madero, dice: "Lo único que me interesa es si estoy en el lado correcto o incorrecto de la historia". A esta ínclita conclusión arriba después de afirmar que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, es un tipo afable y buen bato, y desacreditar la campaña panista durante las elecciones de "Peña miente". Los panistas se empeñan cotidianamente en poner a prueba su estupidez. Al final del día obtienen un éxito rotundo en dicha gesta: la estupidez se mantiene intacta. La frase de Madero, en el canal de la más fina sapiencia foxiana, sólo puede ser interpretada en dos sentidos: la historia la hacen los vencedores y yo quiero ser uno de ellos (los demás están muertos; la gran mayoría por cuernos de chivo) y el que se mueve no sale en la foto. Ésa ha sido la historia de este país. Después de las elecciones del año pasado, le dijeron a Madero que ahora él sería oposición. Indignado respondió: "Tú no me vas a decir si soy oposición o no". Cosas veredes en la viña del Señor. Cada vez que me topo con este tipo de declaraciones, regreso a mi profunda filiación marxista y recuerdo una frase del gran Maestro Groucho Marx: "Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar: es realmente un idiota".

CAS

lunes, abril 22, 2013

CAS en Bellas Artes

El siguiente miércoles daré una conferencia sobre Antonio Estrada, en el ciclo "Autores secretos" organizado por la Dirección de Literatura del INBA. La cita es el miércoles 24 de abril, a las 19:00 hrs. en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes. Os espero.

CAS

lunes, abril 01, 2013

Vuelos

Desde principio de año he tomado más o menos veinte aviones. Por consiguiente he estado en una decena de hoteles y mi cama empieza a reclamarme por sólo dormir en ella un par de veces a la semana (una ex la denominó, en claro homenaje a Alfredo Bryce Echenique, "la hondonada"). Jamás había volado tantas veces seguidas, lo cual significa que, con las horas de vuelo acumuladas, bien podría iniciar el trámite de mi licencia aérea, aunque fuera de aviador en alguna dependencia gubernamental. El punto es, sin embargo, que los aviones y yo tenemos algunas discrepancias notabilísimas. En resumidas cuentas no están hechos para mí. Al ser un hombre grande (y he de complementar por la exigencia natural de mi autoestima: un gran hombre as well), las incomodidades aéreas se potencian y sólo serían equiparables a la cámara de tortura diseñada por los surrealistas en los fabulosos veinte. He aquí mi confesión: sufro cuando vuelo. Y este acto de sinceridad no tiene que ver con aquello de echar a volar la imaginación o pavadas similares, como el personaje de esa película insufrible llamada El lado oscuro del corazón (ló único bueno de esa peliculita, más culita que peli, es la presencia de Mario Benedetti en la barra de un bar, borrachísimo y hablando alemán). En verdad sufro, y no hay forma de salir de ello, pues me niego a ir en autobús a sitios tan exóticos como Monterrey o Mazatlán. ¿Qué pasa entonces? No quepo en los asientos, ni a lo ancho ni a lo largo. Para muestra un botón. Hace algunos años volaba de Viena a Budapest, un vuelo corto en una zona más o menos civilizada del mundo. Todo iba bien hasta que vi que la aerolínea se llamaba Tyrolean Airways. Mal augurio. Después, cuando nos treparon al camioncito que lleva al avión, todos los pasajeros iban adivinando cuál sería nuestra aeronave. Lo hicieron hasta que llegamos al avión más alejado y del que todo mundo pensaba que era una suerte de restorán o un bar boutique del aire, pues nadie suponía que el cacharro pudiera volar. Era una carabela aérea, pues, un avión pequeño, como reliquia de la segunda Guerra Mundial, y de hélices, goddamn. Por suerte, antes de bajarnos para que abordáramos la carraquita, nos dijeron que nos regresarían a la sala porque la nave tenía algún imperfecto. Respiramos aliviados y volvimos a esperar. Después de veinte minutos el altavoz dijo que ya estaba nuestro avión. Misma dinámica: ¿cuál será? Es éste, es aquel...hasta que llegamos a la misma aeronave. Silencio. Incredulidad. Francisco José dies again. En fin, si se trataba de lo ídem, qué mejor que los Alpes para partirse el 10 de mayo y sentirse un poco la novicia rebelde. Al llegar a mi lugar, la viejita que le tocaba a mi lado ya había bajado el brazo del asiento (va una breve explicación que revele mi sentir del momento: normalmente pido siempre pasillo, la salida de emergencia o algún otro lugar que me dé más espacio. Cuando llego antes que el compañero de al lado, suelo subir el brazo. Esto no tiene más que un inocuo objetivo: apropiarme de la mitad del asiento del que ha osado compartir el viaje conmigo. No es abuso ni mucho menos: ellos normalmente tienen espacio de sobra). No hubo de otra más que intentar que la gravedad y mi esfuerzo (aunado a todo el peso de mi sensibilidad) hicieran lo suyo para encajar en el asiento. No lo logré. Pero nuestro avioncito, aunque pequeño, tenía unos ocho lugares de primera clase en los que sólo había una persona. Obviamente me moví a unos de ésos y ya estuve más cómodo. Lo estuve hasta que llegó la mesera y en el típico tono alemán derrotista de los austriacos, me dijo que yo no podía ir ahí, que me regresara a mi lugar. Entonces ardió Troya: me sulfuré como una decente ave de las tempestades de la Del Valle. Le contesté que yo había pagado un asiento en el que pudiera sentarme y no uno en el que me quedara con el culo a la mitad. Concluí como lo hubiera hecho el último expresidente de México: "Hágale como quiera". La mesera se puso de un rojo chispeante y estuvo a punto de espetarme un sheiße (pinches austriacos, por eso los invaden) pero se contuvo. Su venganza fue no darme nada de las viandas y alipuses correspondientes a primera. Pues bien, fue ahí donde pude constatar de nuevo la vileza humana y, por extensión, que en todos lados se cuecen habas. Por la ventana de primera observé cómo los técnicos austriacos se encargaban de arreglar la hélice izquierda. Cuando la probaron en algún momento funcionó pero después ya no quiso girar. Los austriaquitos se observaron mosqueadísimos y, después de un rato, concluyeron con la mirada y un like clandestino que el avión podía volar así, con dos hélices. Al ver esto, estuve a punto de hacer un motín pero me abstuve porque sería el único privilegiado en saber las razones de la caída del avión, claro, aunque no pudiera decírselas a nadie.

Así hay numerosas anécdotas sobre aviones y quizá la peor fue cuando en una turbulencia salieron las máscaras de oxígeno o aquella cuando el carrito asesino del chupe casi mata a una mesera porque se zafó el freno y se fue para atrás para atrás en caída libre. Se le estrelló a la altura del ombligo: ella sólo sacó la lengua y masculló un help me. En uno de los vuelos de este año me paré al baño. Sobra decir que es una experiencia dantesca cada vez que pretendo ingresar a una de estas cabinas. Después de lograrlo, y mientras le trataba de atinar al wc porque pasábamos por una zona de turbulencias relativamente moderada, hubo un saltito cuántico que no preví: las turbulencias pasaron de ser moderadas a completamente hijas de la chingada. Y ahí voy de una pared a otra del cuartito, de arriba abajo, izquierda derecha, y mojando todo el baño, naturalmente. Insisto en aquello de las cámaras de la tortura. Después de un rato salí vivo pero con una firme y compacta convicción: escribir un relato intitulado "Cómo ser madreado en el aire por un cuarto de baño". En ese tenor, creo que mi segunda confesión es irrelevante pero mi amor propio insiste en que la diga: ¡ODIO LAS TURBULENCIAS, COÑO! Ésa, y la próxima crónica sobre hoteles intitulada Hotelo y Desdémona are dead, son mis confesiones de la última SS. Así nomás. So be it que ya nos llamaron para abordar.
CAS