viernes, octubre 22, 2004

Su precio, unos dólares

Todos sabemos que las tragedias de Shakespeare no son de Shakespeare sino de un desconocido que se llamaba exactamente igual. Es vox populi, también, que Jorge Luis Borges no era él sino un sagaz embaucador que se hacía pasar por el argentino y conmovía a la gente por estar ciego. Cervantes, por su parte, nunca escribió el Quijote; más bien fue el editor de las dos partes. Se rumora que pagaba muy mal las traducciones. Jonathan Swift no es autor de algo llamado Los viajes de Gulliver simplemente porque el gran capitán Lemuel Gulliver no escribía novelas de aventuras sino serios tratados de moral (Swift, a lo largo de su vida, fue especialista en dar gato por liebre). Pessoa, Lewis Carrol y Nerval nunca fueron ellos mismos sino que abusaron, sin el menor remordimiento, de la sensibilidad de personas dignas y trabajadoras a las que les fueron robados sus nombres. El Günther Grass que de repente se presenta con bombo y platillo a dar una conferencia es en realidad un doble perfecto que antes de conseguir este trabajo de alto riesgo era carnicero en Kreuzberg. Tampoco Alfredo Bryce Echenique es al que conocemos por las portadas de sus libros o por el famoso récord de haber bebido 17 martinis en dos horas en un hotel de Bogotá; el verdadero Bryce es una suerte de monje inca que vive en una cueva insalubre en los Andes peruanos. Ahí sus editores recogen su nuevo libro a cambio de un poco de queroseno y un par de botellas de pisco añejo. Stendhal, Neruda y Flaubert fueron, asimismo, autores apócrifos, máxime el último cuando dijo "Madame Bovary soy yo". Por eso, aquí, hoy y siempre, aquel interesado en los libros deberá asumir como mandamiento providencial la vieja frase de Hugo Loetscher en El inmune: "Allí donde se hable de amor de forma irregular y sin escrúpulos, cabrá sospechar con razón que el escritor se encuentra cerca. Rogamos una atención especial a este tipo de trampa".

CAS

martes, octubre 19, 2004

Tagore revisitado

Rabindranath Tagore, el poeta. Difícil será encontrar a un escritor que conjugue tan intensamente las fantasías místicas y la labia de la poesía. Galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1913, después de un cruento debate entre los integrantes de la academia sueca, Tagore (Calcuta, 1861-1941) fue también un libre pensador que pugnaba por la independencia de su amada India y la emancipación cultural de su nativa Bengala. Si bien su lucha fue por la separación política y cultural de Occidente y Oriente en dos constructos distintos en el mundo, su labor seminal fue la revalorización y reivindicación de su propia cultura ante el mundo dominante. Aun cuando vivió varios años en Inglaterra, Tagore siguió escribiendo prácticamente todos sus textos en bengalí. El inglés podía ayudarle a ser conocido en otras partes, ¡en muchos otros lados!, pero sus argumentos para no hacerlo eran, sin embargo, irrefutables: "La música de las distintas naciones tiene una fundación psicológica común; no obstante, esto no significa que no exista una música nacional. Lo mismo opino acerca de la literatura". Dicho de otro modo: sólo aquel que conozca el bengalí entenderá con plena intensidad y palmaria profundidad, todas y cada una de sus líneas, de sus palabras adoloridas.

En una conversación sostenida en 1930 con H. G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, progresista tecnológico irredento, le reclamaba a Tagore su negativa a que existiera un lenguaje común que predominara en el mundo, de tal forma que el entendimiento entre las distintas culturas fuera más extenso. Rabidranath respondía con sapiencia y tranquilidad abrumadora: "La tendencia en las civilizaciones modernas es hacer un mundo uniforme. Calcuta, Bombay, Hong Kong, son más o menos iguales, y usan máscaras que no representan a un país en particular [...] Nuestra fisonomía individual no necesita ser la misma. Dejemos a la mente ser universal". Está de sobra comentar que en él encontramos a uno de los primeros un globalifóbicos.

Fiel a una tradición hiératica que arrastra reminiscencias de los Vedas, pasión por los Upanishads y omnipresencia del Mahabarata, la conducta de Tagore fue en todo momento consecuente con su pensamiento. En 1919 renunció al título de Sir, que le había otorgado la corona británica en 1915, en protesta por la matanza que tropas inglesas realizaron en Amritsar: aproximadamente cuatrocientos indios que protestaban contra las leyes coloniales fueron acribillados. Este proceder no dejará de causar asombro, sobre todo porque fue también la bandera de uno de sus mejores amigos, y acaso también un discípulo: Mahatma Gandhi.

Gintajali es probablemente su obra más importante, y fue -en todo caso- la que le dio entrada en las letras occidentales. En inglés fue publicada en 1921 (ocho años después del Nobel); W. B. Yeats realizó el prólogo. Ya en pleno auge tagoriano, Ezra Pound escribió que siempre será mejor citar a Tagore que reseñarlo, en clara mención de que después de leerlo no hay nada más qué decir. En América fue traducido y celebrado por Pablo Neruda y Victoria Ocampo. Albert Einstein y Romain Rolland figuraron entre sus numerosos interlocutores, y hay transcripciones célebres de sus discusiones.

Tagore revisitado. Su importancia hoy día es vital; fue de los primeros en poner en entredicho el hoy tan mentado canon occidental. Su enseñanza final entre nosotros, inexorables occidentales, será que aun ganando un Nobel se puede seguir escribiendo en bengalí.

CAS

martes, octubre 05, 2004

Cinco de octubre de 2004

Hay gente que insiste en decirle a la banda "yo no soy pendejo". Hay otros que blanden un látigo afable y lo someten a la voluntad de los tibios ("I´m the author", they say). Existen aquéllos que roban alcantarillas, después van a la cárcel y, por alguna circunstancia divina, se hacen abstemios (de cierta manera huyen de la justica). Sabemos de los que vomitan ropa sucia o mean casas de menonitas insomnes; también subsiste la banda que nos obliga a decir (hoy día, sin importar las horas de la noche) que no son viejas tontas (aunque odien el mundo, goddamn). Habrá, según la intuición de algunos, una tersa savia, dos vasos de ron nicaragüense y una ficha de dominó que oficializará el sentido de la partida, aun cuando uno siga siendo estúpido y blasfeme palabras sucias al atardecer.

CAS