martes, abril 15, 2008

Los días en la barra

Releyendo Las memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis me encontré una frase que le quedaría como anillo al dedo a cualquier persona que tenga blog: "Estoy matando el tiempo; el tiempo nos entierra". Y de ninguna manera habría que dudar de la frase, puesto que quien la dice, como aquel gran Matías Pascal, es un difunto: el doctor Cubas. Entonces la pregunta conducente, antes de tener esa última imagen primera que es el ataúd, es por qué cuando uno termina de comer pastel de carne con papas gratinadas con pimienta (según una receta recuperada en una casa del siglo XVIII de Grenoble) es seguir matando el tiempo a sabiendas de que no se llegará a ningún lado. Pues bien, no lo sé, y por eso hay que beber el tercer express del día y poner a Marvin Pontiac. Después bajar a recoger la revista de arte en la que uno escribe y por la que pagan un puñado de dolares que le cabe en el puño a un recién nacido. "Siempre serán buenos para una borrachera", dicen mis allegados (mis allegados son aquellos amigos que llegan a mi casa sin invitación y vacían la cava). Chet: no estoy para deprimirme el día de hoy. Una opción para sobrellevar el tedio posprandiático es disfrazarme de mujer e ir a apoyar a las adelitas amloadas-amoladas o reciclar alguna vieja credencial de periodista e ir a solidazarme con los legisladores hambreados. Esto último lo acabo de desechar: digamos que no soy un hombre propiamente gordo sino bajo de torax, ergo, de excelentísimo ver para un senador con hambre, y como la neta no quiero que le hagan honor a su distinguidísima investidura, mejor me quedo en casa. Pero la tarde está tequilera. Ya está: hoy nuevamente, como todas las semanas, recalaré en la barra favorita de mi bar no tan favorito para beber Herradura blanco, tomar cubanas sin hielo y evitar que Morc quiera madrearse a alguno de los parroquianos próximos cuando digan "Pinches estudiantes terroristas; se merecían que los bombardearan.

CAS

domingo, abril 06, 2008

Rutas cortas

El problema de dedicarse a la literatura es que siempre se cohabita con frases incómodas que, por donde se las vea, son naturalmente inicuas. Recién leo: "Mi mente debe de algún modo, por intoxicada que esté, tomar atajos". Los atajos, se sabe, son rutas más cortas para llegar a buen destino; pero no necesariamente más confiables. De hecho, las únicas personas que conozco que sabían tomar los atajos correctos eran los Dukes de Hazzard, y ya. Cuando los taxidermistas de las ciudad de México -esos curiosos personajes que insisten en movernos la piel con su reputada habilidad para dar vuelta en U donde no se debe- deciden tomar un camino más corto, la certeza viene no de su posible conocimiento de la ciudad sino de las innumerables veces que han atracado a nuestros amigos cuando su chofer toma las veredas inextricables de la Doctores. No sé de qué manera la mente pueda acortar la ruta, sobre todo cuando está intoxicada (estadio en el que, todo mundo sabe, no hay que manejar, bueno, lo saben todo menos el conductor de la mente intoxicada). No sé tampoco cómo se hallan atajos (pensar nada más en las numerosas vías cortas de mi cerebro me causa regurgitaciones) y mucho menos sé por qué estoy escribiendo mamadas hoy día, domingo con cambio de horario, cuando debería estar terminando cosas no más serias pero acaso un poco más remuneradas y espiritualmente más honorables. No obstante, aunque cualquier vivo pueda reflexionar al respecto, todos sabemos quiénes tienen la respuesta adecuada: los porteros de futbol, esos gloriosos ases de la aviación bajo los tres palos que saben también atajar.

CAS