El problema de dedicarse a la literatura es que siempre se cohabita con frases incómodas que, por donde se las vea, son naturalmente inicuas. Recién leo: "Mi mente debe de algún modo, por intoxicada que esté, tomar atajos". Los atajos, se sabe, son rutas más cortas para llegar a buen destino; pero no necesariamente más confiables. De hecho, las únicas personas que conozco que sabían tomar los atajos correctos eran los Dukes de Hazzard, y ya. Cuando los taxidermistas de las ciudad de México -esos curiosos personajes que insisten en movernos la piel con su reputada habilidad para dar vuelta en U donde no se debe- deciden tomar un camino más corto, la certeza viene no de su posible conocimiento de la ciudad sino de las innumerables veces que han atracado a nuestros amigos cuando su chofer toma las veredas inextricables de la Doctores. No sé de qué manera la mente pueda acortar la ruta, sobre todo cuando está intoxicada (estadio en el que, todo mundo sabe, no hay que manejar, bueno, lo saben todo menos el conductor de la mente intoxicada). No sé tampoco cómo se hallan atajos (pensar nada más en las numerosas vías cortas de mi cerebro me causa regurgitaciones) y mucho menos sé por qué estoy escribiendo mamadas hoy día, domingo con cambio de horario, cuando debería estar terminando cosas no más serias pero acaso un poco más remuneradas y espiritualmente más honorables. No obstante, aunque cualquier vivo pueda reflexionar al respecto, todos sabemos quiénes tienen la respuesta adecuada: los porteros de futbol, esos gloriosos ases de la aviación bajo los tres palos que saben también atajar.
CAS
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