En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas habla de los escritores del No. Siguiendo la gran frase "Preferiría no hacerlo" del Bartleby de Melville, Vila-Matas documenta a su entender las razones por las que algunos escritores dejaron de escribir en momentos culminantes de su producción. Entre otros menciona a Arthur Rimbaud, Juan Rulfo y J.D. Salinger. Así como existen escritores que en algún momento abandonaron la escritura por motivos misteriosos (en el caso de Rimbaud no tanto, pues descubrió que traficar armas y esclavos le retribuiría más dinero que hacer versitos), hay otros que se distinguen por su firmeza para evitar leer ciertos textos. En una sociedad globalizada en la que lo más importante son las apariencias, los lectores del No son aquellos insignes personajes que se niegan a leer porque sí, valga el retruécano. Como sugería Camus, un hombre rebelde es aquel que puede decir "No" (claro que si mis alumnos se niegan a leer una sola línea de las lecturas sugeridas durante el semestre, no serán jóvenes rebeldes ni nada sino estudiantes reprobados. Hay niveles). Por eso el lector del No tendrá como consigna principal atacar con vigor esa patraña de los grupúsculos de la ignorancia que reza "lee todo lo que te caiga en las manos", no importa que sea un misil inteligente israelí. Los lectores del No deben abanderar como causa el escepticismo, la duda; evitar ver las cosas como cristalinas. Al abrir un libro hay que considerar por principio que éste se puede incendiar en las manos. El lector del No deberá asumir con solidez su hesitación ante el entorno y tirar a la basura el volumen regalado cuando le digan "Me dijeron que está muy bueno; yo vi la película".
El lector del No se vanagloria de otras cualidades, entre ellas que jamás leerá un libro en la playa, sobre todo cuando hay gringos. Mirad. El pueblo gringo es un pueblo lector, de basura, claro, pero lector. Un gringo se distingue en la playa no sólo por su blondez sino porque está leyendo un bestseller que tiene entre ochocientas y mil páginas (al terminarlo lo dejará en el cuarto del hotel o en el asiento del avión. Los libros para ellos son objetos de uso personal y ya. Si alguien más quiere leerlo que lo compre, que le cueste). El nombre del autor del libro está en letras doradas o plateadas tres veces más grandes que el título (todo lector del No desechará al instante asunciones como "leo todo nuevo libro de José Saramago". Un lector del No tiene, por una cuestión natural, la lista de libros de Saramago que no hay que leer, ergo, más de la mitad de sus publicaciones). Leer en la playa es como aquéllos que se vanaglorian de leer en bicicleta o parados de cabeza. La única manera de diferenciarse de un gringo es no leer en la playa, es más: ni siquiera hay que llevar libros al mar. Lo ideal en la arena es beber vodka tonics campechanos hasta no distinguir el horizonte. El lector del No no necesita que lo vean con un libro entre las manos para que digan de él: "Mira qué inteligente es: está leyendo".
La lista de literatura del No o sus circunstancias es amplísima. No haré un recuento completo porque mi tiempo es oro y no voy a trabajar fuera de la jornada laboral, pero pondré a consideración un breve compendio porque estas fechas me inspiran un enigmático e incomprensible espíritu de bonhomía. No hay que leer ningún nuevo libro de Carlos Fuentes de aquí en adelante; tampoco las ediciones de lujo que han salido por motivo de su año ochenta (mirá que de repente lo mejor es morirse joven). Tampoco hay que caer en la celada de los cronistas deportivos cuando dicen que tal o cual entrenador leyó muy bien el partido. Es una trampa: usted podrá quedarse ciego viendo la cancha y jamás encontrará dos sílabas seguidas. Jamás lea a Edgar Allan Poe en francés, mucho menos en la traducción de Baudelaire. Evite, en la medida de lo posible, abrir libros que tengan en la portada nombres sospechosos como Friedman, Huntington o Fukuyama. Si se tienen tendencias suicidas no hay que revisar ni una línea de Isidore Ducasse, el gran conde de Lautréamont (él sí murió joven). Nunca en su vida compre un libro de Raymond Carver en una traducción española; es más: no lea ninguna traducción española, mucho menos de la editorial Anagrama. Pasados sus 22 años, y salvo Muerte sin fin y Jorge Cuesta, dígale que No a los Contemporáneos. Si usted es maestro de literatura en una universidad seria (y ésta es una observación de salud mental que le ayudará a mantenerse en sus cabales), jamás lea el poema que algún alumno kamikaze deslice por la parte septentrional del escritorio al son de "Es mi último soneto, maestro. Me gustaría que lo leyera and give me notes" (Mirá que la insololencia es doble: las Notas sólo se escriben en la Del Valle para un blog mediocre). Hay que aullar un No rotundo a las flamantes novelas de García Márquez, cualquier libro de Ángeles Mastretta, Carmen Boullosa o Laura Esquivel y toda la obra de Enrique Krauze (si es que se le puede llamar "obra"). Esquive también la lectura de articulistas de periódicos como El Universal, Milenio y Crónica. Asimismo, no lea nada que empiece así: "La verdadera historia de..." (salvo la de Bernal Díaz del Castillo, naturalmente, aunque eso de verdadera es un vulgar ardid publicitario del conquistador: ¡la escribió cincuenta años después de que "ocurrieron los hechos"! Me encantan las frases tautológicas; otra muy buena es "se trata de un acontecimiento histórico" o "lapso de tiempo"). Desconfíe cuando le digan: "Ay, como tú eres escritor, pensé que lo mejor era regalarte un libro. Espero que no lo tengas [como si fueran estampitas]. Toma" (y el "toma" es la soberbia bofetada cuando uno ve el libro. A mí una vez me regalaron uno de Armando Hoyos y mi sonrisa al recibirlo se recuerda a menudo por ser la más hipócrita de la ciudad de México en el año 99). Ante esta frase ni siquiera abra el presente: tírelo tal cual a la basura o úselo en la chimenea o límpiese con él.
Un último consejo para convertirse en un gran lector del No: jamás, ni siquiera por error, aunque sean las últimas líneas en una isla desierta; aunque tenga una pistola en la sien que lo obligue, se le ocurra leer a un bergante malnacido llamado Carlos Antonio de la Sierra.
CAS
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