lunes, diciembre 05, 2011

Sócrates




El doctor Sócrates caminó desde el mediocampo hasta el manchón penal. Su paso era desgarbado y en busca de equilibrio, propio del contraste entre su espigada figura de 1.91 m y sus mínimos botines del cinco y medio. Antes de tocar la pelota, Sócrates recordó con fruición a Garrincha, otro contrahecho jugador brasileiro cuya mayor virtud era confundir a sus rivales con un regate chueco: tenía una pierna seis centímetros más grande que la otra y cuando apuntaba el desborde hacía un lado, se lanzaba para el otro. El doctor tomó el balón para acomodarlo sobre la cal y las garotas que habían colmado el estadio Jalisco en el Mundial del 86 respiraron tranquilas: sabían que observarían un disparo quirúrgico, estetoscópico. Sócrates, sin embargo, acaso por no haber bebido las cervezas de rigor después de los tiempos reglamentarios, lanzó su disparo a media altura y Joel Bats, el portero francés que hoy día está en las enciclopedias por ser uno de los peores guardavallas de la historia, alzó el brazo por instinto y detuvo el obús: el gran Maestro del Timão había fallado un penal que a la postre le significaría a la verdeamarela la eliminación del campeonato (ya no importó que el mismísimo Michel Platini errara posteriormente su penal).

Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, uno de los mayores estetas de las medias canchas, falleció hace unos días por un choque séptico causado por una bacteria intestinal. Y aunque su muerte conmocionó a los que lo vimos jugar, tampoco nos extrañó: el médico egresado de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto, bebedor de cepa desde los 24 años, entraba y salía constantemente de los hospitales porque desde hacía años arrastraba una fiera cirrosis. Jugador emblemático del Corinthians, Sócrates había vaticinado su muerte: en una entrevista del año 83, cual pitoniso paulista, profetizó: "Quiero morir en domingo y con el Corinthians campeón". Después del minuto de aplausos en su memoria, y los noventa restantes, el Timão levantaba su quinta copa del Brasileirao el mismo día que el doctor dejaba de respirar.

Cada vez que Sócrates anotaba, levantaba el puño en señal de protesta en contra de la última dictadura brasileña y normalmente salía con cintas en el pelo con leyendas políticas. Cuando el Corinthians ganó el campeonato en 1982, los jugadores festejaron el triunfo con una palabra impresa en su camiseta: "¡Democracia!". El doctor dijo que había sido el momento más feliz de su vida. Un año más tarde, en un partido entre el Timão y São Paulo, un jugador largo y elegante, de cabellera ensortijada y barba raída, saltó solitario al césped del estadio Pacaembú con el puño en alto. Llevaba en la playera una frase que resumía su participación política dentro y fuera de las canchas: "Ganar o perder, pero siempre con democracia". Eso era lo que reflejaba el movimiento Democracia corinthiana, una práctica que Sócrates impulsó con otro jugador del equipo, Wladimir, para que las decisiones en el Timão fueran colegiadas y participarán de ellas desde utileros y jardineros hasta jugadores y directivos. En 1985 veía cristalizada su contribución a la transición del país con el triunfo en las elecciones de Tancredo Neves y José Sarney.

Amigo personal de Lula, Sócrates fue bandeirante a ultranza de la famosa frase de Telé Santana, técnico de Brasil en el Mundial de 1982: "No hay que jugar para ganar sino para que no te olviden". Y no te olvidamos, doctor, tú que dijiste que el mejor psicólogo era un vaso de cerveza y peleaste por hacer del jogo bonito y la justicia una forma natural de goce y vida. Cuando Sócrates le puso a uno de sus hijos Fidel, su madre le dijo: "Es un nombre un poco fuerte para un niño". Él, sin saber que su propio nombre tendría hilos beatíficos en el entramado de la memoria, contestó: "Madre, mira lo que me hiciste a mí". A los diez años, Sócrates había asistido a una escena pronosticada por Ray Bradbury en Farenheit 451: la recién instalada junta militar brasileña robó y quemó sus libros frente a él. Fue así como decidió, como lo hizo su antecesor algunos miles de años atrás, luchar a su guisa en contra de las injusticias y hacer de su brega, a falta de documentos salidos de la suya mano, un libro abierto de faenas, experiencias y conjeturas ecuánimes. Y como su antecesor, murió bebiendo, no una dosis decisiva de cicuta sino una rubia y fresca cerveza del trópico.

CAS

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