El viernes pasado me operaron de los ojos. Al parecer todo salió bien, aunque nunca olvidaré el olor a carne quemada de cuando me aplicaron el láser. Al día siguiente fui a ver al oculista (siempre quise escribir esta expresión). La sala de espera estaba llena y tuvimos que esperar afuera del consultorio. Ahí, al fondo, en un lugar cercano a los elevadores y como quien planea una fuga, una doncella leía un libro. Lo reconocí por la portada y un frío incendiario se apoltronó en mi cuello. Era Ensayo sobre la ceguera.
CAS
lunes, agosto 30, 2004
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