lunes, abril 22, 2013

CAS en Bellas Artes

El siguiente miércoles daré una conferencia sobre Antonio Estrada, en el ciclo "Autores secretos" organizado por la Dirección de Literatura del INBA. La cita es el miércoles 24 de abril, a las 19:00 hrs. en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes. Os espero.

CAS

lunes, abril 01, 2013

Vuelos

Desde principio de año he tomado más o menos veinte aviones. Por consiguiente he estado en una decena de hoteles y mi cama empieza a reclamarme por sólo dormir en ella un par de veces a la semana (una ex la denominó, en claro homenaje a Alfredo Bryce Echenique, "la hondonada"). Jamás había volado tantas veces seguidas, lo cual significa que, con las horas de vuelo acumuladas, bien podría iniciar el trámite de mi licencia aérea, aunque fuera de aviador en alguna dependencia gubernamental. El punto es, sin embargo, que los aviones y yo tenemos algunas discrepancias notabilísimas. En resumidas cuentas no están hechos para mí. Al ser un hombre grande (y he de complementar por la exigencia natural de mi autoestima: un gran hombre as well), las incomodidades aéreas se potencian y sólo serían equiparables a la cámara de tortura diseñada por los surrealistas en los fabulosos veinte. He aquí mi confesión: sufro cuando vuelo. Y este acto de sinceridad no tiene que ver con aquello de echar a volar la imaginación o pavadas similares, como el personaje de esa película insufrible llamada El lado oscuro del corazón (ló único bueno de esa peliculita, más culita que peli, es la presencia de Mario Benedetti en la barra de un bar, borrachísimo y hablando alemán). En verdad sufro, y no hay forma de salir de ello, pues me niego a ir en autobús a sitios tan exóticos como Monterrey o Mazatlán. ¿Qué pasa entonces? No quepo en los asientos, ni a lo ancho ni a lo largo. Para muestra un botón. Hace algunos años volaba de Viena a Budapest, un vuelo corto en una zona más o menos civilizada del mundo. Todo iba bien hasta que vi que la aerolínea se llamaba Tyrolean Airways. Mal augurio. Después, cuando nos treparon al camioncito que lleva al avión, todos los pasajeros iban adivinando cuál sería nuestra aeronave. Lo hicieron hasta que llegamos al avión más alejado y del que todo mundo pensaba que era una suerte de restorán o un bar boutique del aire, pues nadie suponía que el cacharro pudiera volar. Era una carabela aérea, pues, un avión pequeño, como reliquia de la segunda Guerra Mundial, y de hélices, goddamn. Por suerte, antes de bajarnos para que abordáramos la carraquita, nos dijeron que nos regresarían a la sala porque la nave tenía algún imperfecto. Respiramos aliviados y volvimos a esperar. Después de veinte minutos el altavoz dijo que ya estaba nuestro avión. Misma dinámica: ¿cuál será? Es éste, es aquel...hasta que llegamos a la misma aeronave. Silencio. Incredulidad. Francisco José dies again. En fin, si se trataba de lo ídem, qué mejor que los Alpes para partirse el 10 de mayo y sentirse un poco la novicia rebelde. Al llegar a mi lugar, la viejita que le tocaba a mi lado ya había bajado el brazo del asiento (va una breve explicación que revele mi sentir del momento: normalmente pido siempre pasillo, la salida de emergencia o algún otro lugar que me dé más espacio. Cuando llego antes que el compañero de al lado, suelo subir el brazo. Esto no tiene más que un inocuo objetivo: apropiarme de la mitad del asiento del que ha osado compartir el viaje conmigo. No es abuso ni mucho menos: ellos normalmente tienen espacio de sobra). No hubo de otra más que intentar que la gravedad y mi esfuerzo (aunado a todo el peso de mi sensibilidad) hicieran lo suyo para encajar en el asiento. No lo logré. Pero nuestro avioncito, aunque pequeño, tenía unos ocho lugares de primera clase en los que sólo había una persona. Obviamente me moví a unos de ésos y ya estuve más cómodo. Lo estuve hasta que llegó la mesera y en el típico tono alemán derrotista de los austriacos, me dijo que yo no podía ir ahí, que me regresara a mi lugar. Entonces ardió Troya: me sulfuré como una decente ave de las tempestades de la Del Valle. Le contesté que yo había pagado un asiento en el que pudiera sentarme y no uno en el que me quedara con el culo a la mitad. Concluí como lo hubiera hecho el último expresidente de México: "Hágale como quiera". La mesera se puso de un rojo chispeante y estuvo a punto de espetarme un sheiße (pinches austriacos, por eso los invaden) pero se contuvo. Su venganza fue no darme nada de las viandas y alipuses correspondientes a primera. Pues bien, fue ahí donde pude constatar de nuevo la vileza humana y, por extensión, que en todos lados se cuecen habas. Por la ventana de primera observé cómo los técnicos austriacos se encargaban de arreglar la hélice izquierda. Cuando la probaron en algún momento funcionó pero después ya no quiso girar. Los austriaquitos se observaron mosqueadísimos y, después de un rato, concluyeron con la mirada y un like clandestino que el avión podía volar así, con dos hélices. Al ver esto, estuve a punto de hacer un motín pero me abstuve porque sería el único privilegiado en saber las razones de la caída del avión, claro, aunque no pudiera decírselas a nadie.

Así hay numerosas anécdotas sobre aviones y quizá la peor fue cuando en una turbulencia salieron las máscaras de oxígeno o aquella cuando el carrito asesino del chupe casi mata a una mesera porque se zafó el freno y se fue para atrás para atrás en caída libre. Se le estrelló a la altura del ombligo: ella sólo sacó la lengua y masculló un help me. En uno de los vuelos de este año me paré al baño. Sobra decir que es una experiencia dantesca cada vez que pretendo ingresar a una de estas cabinas. Después de lograrlo, y mientras le trataba de atinar al wc porque pasábamos por una zona de turbulencias relativamente moderada, hubo un saltito cuántico que no preví: las turbulencias pasaron de ser moderadas a completamente hijas de la chingada. Y ahí voy de una pared a otra del cuartito, de arriba abajo, izquierda derecha, y mojando todo el baño, naturalmente. Insisto en aquello de las cámaras de la tortura. Después de un rato salí vivo pero con una firme y compacta convicción: escribir un relato intitulado "Cómo ser madreado en el aire por un cuarto de baño". En ese tenor, creo que mi segunda confesión es irrelevante pero mi amor propio insiste en que la diga: ¡ODIO LAS TURBULENCIAS, COÑO! Ésa, y la próxima crónica sobre hoteles intitulada Hotelo y Desdémona are dead, son mis confesiones de la última SS. Así nomás. So be it que ya nos llamaron para abordar.
CAS