Futbol de cama
Entre las miles de connotaciones ocultas del futbol, las sexuales tienen un lugar especial. En principio los futbolistas suelen definir el gol como un orgasmo. Más allá de la vaguedad conceptual, y si bien la analogía es válida para una comunidad delimitada (los niños, por ejemplo, no saben qué es un gol), la comparación no es gratuita (por lo demás, está claro que un gol anulado es equivalente a un coitus interruptus). Así, en el entendido de que todo futbolista tiene como objetivo la penetración... de la portería, la simbología del juego no pasa como una práctica erótica sino como sexo duro.
En el futbol hay circunstancias, dentro y fuera de la cancha, que se convierten en íconos de un deseo muy extraño. De esa forma, David Beckham es más famoso por casarse con una Spice girl y ser el estereotipo de algo llamado metrosexual y no por sus virtuosos tiros libres. Hombres, mujeres y quimeras se humedecen cuando el Spice boy sale con poca ropa en una revista o yace en la cancha después de una patada violenta. Tengo amigas que pretenden ver qué hay más allá de su entrepierna y se agachan un poco delante del televisor. Un futbolista es el referente de fortaleza, virilidad y billetes verdes. Por eso el mediocampista del Arsenal, el sueco Freddie Ljungberg, además de desbordar por la banda derecha de Highbury, modela la ropa interior de Calvin Klein.
El futbolista, a su guisa, aviva sensaciones lujuriosas. Una vez Madonna dijo: "Siempre que veo a Iván Zamorano pienso en sexo". El chileno, en ese momento en el Inter de Milán, agradeció la deferencia con una sinvergüenzada poco cortés: "Y eso que no me ha visto desnudo". La euforia, el orgasmo, el olor del sudor, de repente son representados de manera gráfica para que el público entienda qué es estar en el campo. Hace algún tiempo, Martín Palermo -memorable jugador argentino que falló tres penales en un partido y un día se fracturó la pierna cuando pateó una tribuna y ésta se le vino encima- tenía insatisfecha a la afición del Boca (insatisfacción=sequía-de-goles=a ya sabemos). Cuando después de mucho tiempo marcó un gol, el festejo fue así: corrió hacia el banderín de corner y se lanzó de avioncito sobre el césped. Antes de eso, en un momento de inspiración ilustrado, decidió enfrentar su bronca con una respuesta fálica. Entonces se bajó el pantaloncillo celeste y, por unos segundos, dejó al descubierto el miembro de los verdaderos orgasmos. Sus compañeros, al ver la imprudencia, se lanzaron sobre él, no precisamente en un gesto de "ésta es nuestra oportunidad" sino para evitar que el árbitro lo viera.
Las situaciones pasadas de tono son cotidianas. Quién olvida el ilustre beso francés entre Maradona y Caniggia o el mítico bocinazo de testículos de Michel a Carlos Valderrama en 1989. Hace un par de años un jugador del Sevilla festejaba un gol. En la euforia, sus compañeros se le echaron encima. Uno de ellos, -el conocido criminal de las canchas, Javi Navarro-, decidió pasar a los anales con una rauda maniobra: ubicó el pene del anotador con la mano; acto seguido, para constatar -como el dinosaurio- que todavía seguía ahí, lo mordió con placidez. En general los festejos suelen ser orgasmos sostenidos: muchos son los jugadores que se tocan los genitales para decir que lo hicieron con sus "desos" (no puedo olvidar la última final que perdió la gloriosa máquina celeste. El gol del gane anotado por Alejandro Glaría fue, literalmente, pitero).
Aunque las situaciones eróticas o sexuales son interminables, sostengo que la mejor es el calendario de las Matildas, la selección australiana de mujeres, quienes se desnudaron para obtener dinero para sus viáticos. En fin, como uno no es inmune al futbol de cama, ahora cada vez que voy a un estadio, mi súplica es mínima: "Un orgasmito, por amor de Dios".
CAS
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