jueves, septiembre 07, 2006

Señales (I´m back)
Jamás he creído en las señales del más allá; tampoco en las circunstancias inverosímiles de la vida, pues siempre las pensé meras coincidencias, caprichos mafiosos del azar. Sin embargo, hay convenciones de las uno no escapa y atentan claramente en contra del escepticismo. Y a veces triunfan. Lo vaticinios, por tanto, en la medida que se cumplan, se convierten en mecanismos de cohesión social. Ya lo había dicho el gran sabio mexicano, Ángel Fernández: "Lo peor de pedirle milagros a un santo es que nos los cumplan". Desde hace algunos meses me había negado a aceptar la realidad que acompaña la puerta de salida de mi casa porque la consideraba, perdón por el adjetivo pero ya me daban ganas de usarlo, espuria. Afuera de la casa, allá por donde están los tanques de gas que más de una vez han sido impregnados de aromas licenciosos, tengo una planta de sol y sombra (creo que así les dicen; por lo demás, la protejo a cal y canto; si algún truhán arremete contra a ella y pretende olerla, la defiendo a capa y espada. Los sablazos, se sabe, van a diestra y siniestra. Por eso la vida con mi planta es, sin más, a sol y sombra. ¡Que ha crecido en mi frente una planta pa' dentro!, ¡carajo!). Ahí, por obra y gracia de algún espíritu suicida, germinó hace algunos meses un trébol de cuatro hojas. Ahora, tiempo después y con mi ateísmo vulnerado, he visto crecer un bosque de tréboles de cuatro hojas en la maceta de mi planta a sol y sombra. Ante esta desgracia, y no pasa otra cosa por mi cabeza, mi penthouse será dentro de poco tomado por la rebeldía de esos trifolios insensatos, que además crecen igual de rápido que una uretra adolescente (también apuntan al noreste). Y puesto que la connotación de los tréboles de cuatro hojas es obvia, me pregunto hoy día que termino de releer a Althusser y acabo de comerme un chile en nogada, si la sucesión de tréboles no anulará el efecto favorable de encontrar uno. Sin más, concluyo lo siguiente: tener un trébol de cuatro hojas es señal de buena suerte; tener un bosque de tréboles en la maceta de una pía planta a sol y sombra, lo único que augura es el juicio final. Ahora mismo el cielo se ha ennegrecido y en los truenos se percibe una frase meláncolica que interpreto como "Yo soy el que soy". Althusser, que no era Dios pero de repente sabía lo que hacía, mató a su mujer. A mí me queda sólo una cosa por hacer antes de que los ríos de sangre inunden mi azotea: matar a mi vecina Juanita y tener unos segundos de bienestar y gracia en esta vida.
CAS

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