viernes, diciembre 28, 2007

Hipertensión

Se dice que mata lentamente (aunque cada segundo de vida sea un asesino serial inevitable). También que una vez con ella es imposible echar atrás la cuenta regresiva (es el único reloj perfecto: jamás se descompone. Relojeros somos y en el camino...). Lo cierto es que la sensación es como de ahogo, como si la sangre quisiera salirse del cuerpo (un poco de lava en las arterias). Y empieza por la cabeza. Por eso la hipertensión ahuyenta los orgasmos: la eyaculación masculina es proporcional a la punzada en la cabeza (aunque bien pudiera ser, asimismo, un hachazo en el entrecejo). Pulsación y pulsión es la equivalencia perfecta en un henchido cuerpo de presión alta. Una vez que se detecta hay mil formas de engañarla, aunque al final siempre aparecerá su fugaz redentor. Las bolas altas, pues, pero no las destas sino las que se beben a lo largo de la jornada. Se baja la presión con jaiboles bien puestos en los vasos sanguíneos (también sirven si van directito a cualquier estómago mallugado, o sucio, como con el que amaneció Thomas Mann un día lluvioso de 1924). Bloody highball... and Mary(juana). Nevertheless, beware: el whisky puede ser contraproducente para aquellos de presión baja, digamos 90-60, pues puede llevarlos a un 60-30, 40-10, o así. A mi papá, que era abstemio (menudas paradojas éstas de las descendencias filiales: padre abstemio, hijo beodo), lo llevé al hospital mientras sufría una especie de infarto silencioso. Al llegar, el médico de urgencias me dijo que había llegado con presión cero. Mi papá, que padecía de presión alta, había descendido en pocos minutos a ese estadio en el que los corazones dejan de latir, la sangre de fluir y el llanto de la memoria empieza a buscar cicatrices que detengan la hemorragia eterna de los hombres justos. 16 horas duró vivo el cuerpo que en la mañana había amanecido sin ese caudal carmesí que inunda a los que todavía respiramos. Por eso la presión alta es un matador taciturno: avienta por la borda de precipicios inexistentes que se van formando a la par de la caída. Así es, pues: la vida depende de umbrales diastólicos y sistólicos, ahí donde los brazos y bazos apretados son mero pretexto para medir un poco más las vibraciones cotidianas. Es entonces necesario chochearse día a día, asumir que de aquí en adelante uno dependerá de una pastillita, mínima, inocua, pero que salvará corazones (a mi hermana, sin embargo, le curó los dos riñones y quizás ya no tenga que donarle uno). Bendito enalapril. Lo curioso de reflexionar sobre las patologías es que uno se hace más humano y, por extensión, más consciente de la vulnerabilidad personal, palmaria, indómita. Pero la sangre sigue fluyendo con sus vaivenes enérgicos, sus altibajos en su marea-cefaléa, su catarsis incompleta y fatua, sus orgasmos mal habidos (bánquese el dolor o asuma el ascetismo como los íntegros), su lenta e inevitable certeza de jamás hallarse (por lo pronto) en un baumanómetro de dos ceros y una línea horizontal en el electrocardiograma. Tengo 35 años y je m' acusse: soy hipertenso. Que la vida sea.

CAS

miércoles, diciembre 19, 2007

Colin White

Conocí a Colin White en 1993. Yo estaba en el segundo o tercer año de la carrera y Horacio Cerutti, mi asesor, me dijo que fuera a verlo. Tenía una pequeña oficina en los pasillos de las coordinaciones de la facultad. Le dije que para mi tesis de licenciatura quería trabajar La tempestad de Shakespeare y su impacto en América Latina. Colin frunció el ceño y me dijo indignadísimo: "¿¡Impacto!? ¿Estás seguro de lo que dices? ¿¡Impacto!?" Fue por ello que en esa tesis, que ahora es un libro, jamás utilicé la palabra "impacto". La cambié por una menos arriesgada, menos temeraria: "resonancia". Pero ésa fue una palabra acuñada en mis labios por el propio Colin y, de alguna u otra manera, le dio un sentido distinto a ese trabajo.

Nunca fui alumno de Colin, pero cada vez que lo veía por los pasillos me saludaba afable, con esa sonrisa inescrutable e irónica que seguramente apuntaba a algo así como "ahí va otra vez ese güey impactante". Porque Colin, si algo tenía, era una memoria admirabilísima y un humor tan british que sólo alguien que construyó un barco en el jardín de su casa podía tener. Años más tarde, después de la tesis de maestría, aterricé de nuevo en los escritores ingleses cuando entré en el doctorado. A la hora de armar el comité tutorial, al primero que mencionó Hernán Lara Zavala, mi nuevo asesor, fue naturalmente a Colin. Ahí fue mi verdadero acercamiento a él. Habrán sido seis o siete veces en que nos sentamos en la cafetería de la facultad a platicar sobre mi trabajo. Entre otros sapientes comentarios sugirió que Graham Greene se hizo mal escritor desde que se convirtió al catalicismo, ergo, como desde los veinte años, y que Malcolm Lowry era un perfecto desconocido (nunca me lo dijo, pero podía intuir que ni siquiera lo consideraba escritor). Una vez me vio con un libro de Somerset Maugham; lo tomó, me miró con su célebre mirada sardónica y lo aventó sobre la mesa. "¿Por qué pierdes tu tiempo leyendo esto?".

Quizás la última vez que platiqué con él en forma fue hace un par de años durante mi examen de candidatura a doctor. De todos los sinodales fue el más bondadoso (y breve); los demás, como es natural en este tipo de evaluaciones, pusieron su crítica más baja en la yugular. Ahí me dio su último consejo: "Lee el último libro de ensayos de V. S. Naipaul". Ese mismo invierno lo compré en Estados Unidos. Colin White nunca fue mi maestro en el aula; sin embargo, sus enseñanzas trascendieron acaso el recinto universitario, pues de esos pocos aunque intensos encuentros pude aprender un poco más sobre la vida. Y eso a veces ni en el salón de clases se obtiene. Ciao, Maestro.

CAS

lunes, diciembre 10, 2007

En el teatro

Dice Gerardo Vera que las plateas y galeras en un teatro le producen dos cosas: vértigo y esperanza. A mí también me sugieren dos cosas: vértigo y certeza, certeza de mi pobreza.

CAS

jueves, noviembre 15, 2007

Anoche

El celular de Arturo sonó mientras tomaba su trago.

-¿Qué transa, pinche Nietzsche?

-...

-Ya te lo había dicho, Nietzsche, pero te encanta poner en mi boca palabras que no he dicho.

-...

-Tampoco las pienso, güey. Tú lo sabes bien, Nietzsche: cuando se trata de polemizar lo hago, pero ésas son mamadas.

-...

-¿Qué quieres ahora, ca'on?

-...

-No mames, pinche Nietzsche: tas pendejo.

-...

-Cámara, pues Nietzsche; ai´te ves.

Colgó.

-Ese güey es un ojete -dijo-. Ándale, sírveme otra cuba, pinche CAS.

Bebimos el resto de la noche.


CAS

lunes, octubre 22, 2007

Certeza

¿Qué cosa hay más horrible que una botella de alcohol vacía?
R= Un vaso vacío

CAS

jueves, septiembre 06, 2007

Murió Pava

Desde la muerte de Octavio Paz no sentía tan fuerte un deceso ajeno. El tenor más grande, pues.

CAS

martes, septiembre 04, 2007

12 horas de exilio en las rocas
(y en el agua)

Se dice que, un día, el gran Vincent van Gogh, después de pasar una tarde bebiendo ajenjo con Gauguin, su amigo y compañero de casa, se cortó el lóbulo de la oreja izquierda; acto seguido lo puso en un sobre y se lo dio a una amiga prostituta. La historia cuenta que le dijo: "Guarda este objeto cuidadosamente". La amiga, sobresaltada por la procacidad, llamó a la policía y Van Gogh fue puesto tras la rejas. La oreja fue conservada en alcohol como evidencia de la fechoría. Se dice también que Van Gogh había amenazado antes a Gauguin con la navaja utilizada para la mutilación. Algunos años atrás, en 1873, Paul Verlaine, borracho y en un ataque de histeria, le disparó en la muñeca a su examante, Arthur Rimbaud. Rimbaud salió corriendo a la calle y se refugió en un policía. Verlaine, que lo había seguido a punta de balazos, fue arrestado. Estuvo en una cárcel de Bruselas, sin beber, durante un año. Dylan Thomas y Malcolm Lowry, sin balacear a alguien o cortarse algún miembro querido, pero sí visitando las cárceles, simplemente murieron de sendas congestiones alcohólicas. Hart Crane, por su parte, por no haber sido correspondido por un marinero a bordo del buque Orizaba, y con más alcohol en la sangre que sentido común, decidió lanzarse por la borda en el Golfo de México. Como estos cándidos episodios, tomados así, como mero capricho azaroso, hay millones más sobre del trago y sus secuelas; la embriaguez y sus rutas insondables; el alcohol y sus exilios inescrutables.

¿Cómo se llega, como los antes mencionados bergantes, al exilio alcohólico? O más aun: ¿qué existe en esos senderos inconfesables donde ya no se hace pie y lo único que resta para la salvación, para la vuelta a casa, es el arrastre de lengua? Si alguna de estas preguntas puede ser contestada, pues no hay forma de radiografiar a plenitud la nebulosidad, será como una aproximación al estado in crescendo de la borrachera; como una suerte de sensación omnímoda cuyo único propósito al beber una cerveza sea estrictamente terminarla para pasar a la otra; como la narración, lujuriosa y bienandante, de lo que sucede en el juego de las rocas y el agua. Las consecuencias por beber alcohol son de las pocas certidumbres en el mundo sensible; la única manera de alcanzar esa fase es padeciéndola, pensando que la batalla no se tiene ganada ni perdida de antemano. Embriagarse es transformarse en Jacob y su lucha con el ángel para ser heridos; es haberle visto la cara a Dios y sobrevivir. Llamadme Israel.

El exilio alcohólico no es voluntario: es, más bien, el único camino posible aunque se desconozca el destino. Tampoco existe la certeza de un retorno natural. La delgada línea sobre la que se transita es lo suficientemente benévola como para permitir un regreso consciente. De ahí que se ande sobre ella en bicicleta, con una jabalina entre las manos para figurar el equilibrio. ¿Pero cuál equilibrio si tres botellas de whisky hacen trazar eses invisibles sobre el pavimento? Nadie recupera la ondulación de las eses; nadie camina de nuevo por la ruta explorada por un gran bebedor, por ese héroe expresionista cuyo mayor anhelo es un poste de luz. ¡Mi reino por que el suelo deje de moverse! No navegaré más por esta ría (nadie, sin embargo, bebe dos veces la misma agua). Ahí mismo, en ese estado al cual todavía no se llega, suelen venir reflujos incontenibles que dominan los esófagos; regurgitaciones bien puestas que hacen del poste, de la calle, de las eses, un fresco de época. Una instalación como la que hay ahora mismo en mi comedor. Sugiero una humilde estampa: Objetos inmorales ocupan la mesa. En su mayoría son botellas vacías (también hay restos de algo que alguna vez fue un vaso: mi amigo Fuc se encargó de comprobar la ley de la conservación de la materia haciéndolo añicos); sinceramente, le dan un toque místico al arreglo. Los ceniceros están llenos de colillas: podría aventurar que se acabaron cerca de cien cigarros. Dos vasos de vodka tonic a la mitad adornan una de las esquinas de la mesa; en uno, la cáscara de limón flota en la superficie al lado de una colilla. Es, sin embargo, una composición armoniosa. Vodkacigarretonic. Además hay mitades exprimidas de limón que desprestigiarían al más voluntarioso bodegón (valga la tautología). The remains of the night, my friends. La sucesión caótica de recipientes para hielo hace pensar que fueron otros los convidados a beber ese día, visigodos acaso. Ahora, a la distancia, es este cuadro la única evidencia de que acaso existimos alguna vez y no fue Dionisos el único testigo de nuestra suerte. Mi casa lleva así casi una semana y creo que la dejaré tal cual unos días más: no siempre tengo una instalación artística de alta escuela en mi comedor.

De esos viajes no se regresa jamás. Trago dado ni Dios lo quita. Pero hay que empezar por el principio, por la bebida iniciática, ésa que se ingiere antes del mediodía (y aquí lo aconsejable es esconder cualquier loción que esté al alcance, sobre todo las dulces). Electrolitos son lo que se exige por la mañanas para equilibrar la sangre; cerveza con limón y salsas hasta compensar la falta de sales, sopesar el cuerpo deshidratado; en suma, iniciar el proceso de desintoxicación. (Abro aquí un paréntesis para hablar de una infusión de tránsito que puede formar o no parte de la ruta: el pulque. De origen magueyero, el pulque debe beberse como agua y se sugiere llevarlo en caminatas por el monte. El primer trago de esta viscosa bebida siempre es un poco complicado pero, una vez que uno se acostumbra a su densidad espermatozoideana y a su terso y lento descenso por barba y bigote, los vasos entran en caída libre sin reflujo ni gorgoteo. Después de tres pulques adentro, uno ha engullido una comida corrida de la fonda de la esquina, pues es el equivalente a cuatro bisteces. El efecto de esta bebida suele ser afrodisiaco y, como se diría vulgarmente, aligera los cascos. Quizás el único brebaje que logre una sensación similar sea el mezcal. A la entrada de toda pulquería siempre habrá un personaje vendiendo objetos misteriosos al son de "¡A ver, jóvenes, qué les doy además de lástima!").

El puerto empieza a perderse de vista y el regreso podrá ser hasta dentro de veinte años, por más que hablemos de un sólo día (a Escila y Caribdis no se les vence en una jornada). El exilio alcohólico, insistiré para despejar las dudas, no es voluntario; por más que uno haya elegido la nave y la botella, los rumbos siempre serán fortuitos y las causas del abordaje inexplicables. Por eso es necesario hablar ahora de la isla al mediodía y del pomo vacío de tequila que deberá lanzarse desde ahí. Porque, se sabe, lanzar botellas llenas al mar no sólo es una tontería porque se hunden sino que (perdón por el oxímoron tan de mal gusto), a secas, es inmoral. El primer tequila se bebe de un trago y su consecuencia es un destierro abominable (de nuevo un oxímoron, doble ahora porque recordemos que seguimos en la isla al mediodía y no hemos regresado al agua, bueno, nada más al tequila, pero seguimos en tierra firme). Los tragos posteriores son para ir a galope firme en nobles corceles. En los caballitos de tequila no hay marcha atrás, ni siquiera una ínfima e insignificante mirada para amainar la nostalgia. Babieca y Rocinante en el derby del ostracismo El exilio tequilero es la búsqueda tenaz de horizontes. La isla al mediodía se abandona y el mareo por las olas removidas, por el agua ardiente del sol a plomo, se incrementa. A lo lejos, en la isla, unas vacas observan su sino eterno.

Entre la una y las tres, las cartas de navegación indican una ruta perfumada. Doblar a babor (a la izquierda, siempre a la izquierda) e iniciar el tránsito suave: la ginebra, la hora de los martinis secos (sin agitar). La temperatura aumenta y las comisuras se vuelven reflexivas; catan si es el momento de iniciar la fuga final, el confinamiento último a otras profundidades. La forma de tomar ahora es lenta y se levantan las cejas obscenamente (intuyen la expatriación); es aristócrata aunque el ceño ya sea piramidal; es implacable y las ranuras de la frente, parcas e inefables, perciben un destino indómito. Echemos el ancla para hacer de la carraca una barra interminable: el bar fugitivo para los que busquen refugio en el destierro. Que vengan el bourbon, el scotch (pero sostened los doce años, goddamn, doce horas al menos); que el ron sea el artilugio perfecto para negociar con los corsarios que vienen a por nosotros y la charanda la panoplia adecuada para dominar a los bellacos que planean el motín a bordo. Vodka para los vikingos malsanos y calvados para los mariscales de la alicaída armada francesa. Repartan sake, cachaça y ouzo entre los recién llegados. Háganlo, pero no toquen los toneles de mezcal ni de ajenjo: esas botellas son para beberse entre la gente seria.

Prolegómenos a una teoría para beber el mezcal

El mezcal se toma entre dos dedos y se vierte en la garganta como quien ingiriere la eternidad. Después se sabrá que la infinitud es vacua y el shot es sólo un instante perpetuo (aunque ahora, después de haber bebido gran parte del día, el intestino delgado y la vena porta son mangueras ideales para dotar de aguardiente a una multitud sedienta. Pero seamos respetuosos...). No obstante, el mezcal, a pesar de sus detractores, no es un trago que orille al exilio; es, más bien y en línea directa con su gusano de maguey que siempre busca tierra firme, una bebida de cabotaje. Con el mezcal siempre se regresa a tierra y se vuelve al mar: su característica particular es que cuando se está a punto de perder de vista la costa se regresa a ella (aunque la vista se pierda). El problema, y es acaso por lo que algunos estudiosos la han llamado una bebida propia del exilio, viene de que "tierra a la vista" es mero espejismo de los tripulantes. La navegación de cabotaje se transforma en ilusión: el crimen perfecto. Beber mezcal es estar a la deriva, en el exilio permanente donde la búsqueda por el camino de vuelta será siempre infructuosa. Beber mezcal es sentirse perro, un dog, un god malnacido al que lanzarán a una barranca desde la barraca. La barra se deshace de su ca. Beber mezcal para sentirse, a la vez, bala invisible de cañón y hada transparente suspendida en el aire.

Consideraciones sobre la repatriación en una botella de absinth

En la fée verte (el hada verde) hay anís, hisopo, toronjil, cálamo aromático, así como cilantro, manzanilla, perejil e incluso espinaca. Hipócrates, por ejemplo, la recomendaba para el reumatismo. Pitágoras sugería tomarla con vino para resolver problemas hepáticos. En la literatura, la palabra aparece en un pasaje de la Biblia (Proverbios: 5,4); también Hamlet dice dos veces la palabra wormwood (ajenjo) a la mitad de la representación del Asesinato de Gonzago en la tragedia shakespeareana. Manet, Maignan, Degas y Picasso pintaron botellas de ajenjo; Oscar Wilde escribió: "The first stage is like ordinary drinking, the second when you begin to see monstrous and cruel things, but if you can persevere you will enter in upon the third stage where you see things that you want to see, wonderful curious things". Si se piensa que ninguno de estos expatriados regresó sobriamente a su tierra (salvo a esa donde ya fueron alimento de los gusanos de maguey), la navegación en botellas de ajenjo no es conveniente. El absinth adormece las lenguas cautas y desanida las pasiones de los cíclopes marinos: primero es ver con un ojo; después con ninguno. El paladeo del hada verde hace seguirla, como canto de sirena, para llegar a Naxos, saludar a Ariadna y acuchillar al traidor Teseo; hace producir Polonios en serie y asesinar el bosque que se mueve; pero no es el bosque aunque sea verde; sigue siendo el agua y sus bondades, la navegación circular de los ochenta grados a estribor de alcohol: el follaje inalcanzable del horizonte. Sé verde, soy verde, verde que te quiero verde, merde que te quiero merde, y es ya la tierra en el agua. El hada suelta al monstruo en su laguna verde.

El retorno es incierto. La nebulosidad cierra los caminos posibles. La sangre es un líquido explosivo: un pequeño cerillo incendiaría sus arterias. Los pasos van de pared a pared y el aire del amanecer adormece más las piernas magulladas. Pero en este sendero puedo cagar, dormir. Creo que de aquí soy. Que se hunda el barco. Soy un náufrago irredento, un exiliado indisoluble.

CAS

Texto publicado en el número 48 de la revista Luvina.

viernes, agosto 17, 2007

Mesa redonda en torno a Joseph Conrad


CAS
Carlos Monsiváis sobre Sergio Pitol

"Nadie como Pitol en la tarea de desenmascarar a sus personajes. Recuerdo ahora lo que me refirió Margo Glantz de un viaje que hicieron a Cadaqués: Sergio la convenció de que dos dulces viejecitas que administraban un hotel eran una pareja de monjas húngaras que habían huido del convento por el temor a amanecer un día convertidas en santas. Y en ese mismo viaje Pitol concluyó del trajín de los meseros de un restaurante decadente su pertenencia a una organización secreta que a la medianoche le rendía homenajes poéticos a la comida indigerible, la que le preparaban a los clientes ya tan perdidamente adictos que se quedaban a vivir en Cadaqués para siempre".

CAS

jueves, julio 19, 2007

Ciao, Negro

De nuevo los grandes se van pronto: hoy murió Roberto Fontanarrosa.

CAS

lunes, junio 04, 2007

Bienvenida, Juno

________"Transportarán un cadáver por expreso". Las horas han dejado de contarse en bloque; ahora los segundos se miden por suspiros insoslayables. Uno, dos; uno, dos. Hablemos, pues, de los náufragos invisibles y del preludio inacabable de lo que vendrá al rato. La sugerencia es la siguiente: saltémonos el verano y que venga octubre como bala de cañón. No sólo es el calor, sin embargo, el que enllaga las voluntades; hay también otras certezas que se abonan al tiempo diluido en la acera de enfrente. Vamos a recapitular. Hoy mataron a balazos a dos personas en una funeraria que está a seis cuadras de mi casa. No puedo tomarlo de otra manera más que como una señal divina: me salvé. Bueno, en realidad no tenía nada qué hacer en ese lugar, pero fue muy cerca, y quién quita que en una de ésas yo fuera pasando por ahí o se me ocurriera hacer una crónica o simplemente fuera a chupar un poco de café con ron ahora que mi cava está vacía. Pero no fue así; entonces congratulémonos de las veces en que me he salvado los últimos meses.

Ante todo, y es necesario dejar en claro mi posición, trato de ser escéptico en la vida, y digo trato porque desde que me obligaron a ser padrino en un bautizo hace un año, el trato con Nuestro Señor ha sido un poco más afable, un poco más fluido y en una de ésas hasta me convence. Pero como todavía no sucede, hay que enumerar los hechos uno por uno: me he querido matar a mí mismo tres veces distintas. Y es importante acotar el "matarme a mí mismo" porque es un acto que nada tiene que ver con el suicido; el suicidio es voluntario y normalmente uno tiene éxito (aunque existen tarados que no lo logran). "Matarse a sí mismo" es un acto involuntario, como es menester narrarlo a continuación. La primera vez ocurrió cuando se me olvidó cerrar la llave del filtro que uso para beber agua purificada. Como los dos pinches cuartos de azotea que forman mi célebre penthouse están uno al lado del otro, y la recámara está a tres metros de la cocina, el agua estuvo a punto de llegar adonde están todos los cables (así se va a llamar mi siguiente libro, Todos los cables): el de la tele, la compu, un adaptador de picos, el regulador, la impresora, la contestadora, el sacapuntas, etc. Sobra decir que si el agua hubiera llegado me rosariocastellanizo en el acto y en tres cuadras a la redonda se hubiera ido luz.

La segunda vez fue un acto de despiste similar pero mucho más misterioso. Cuando me levanto en las mañanas suelo poner la cafetera para empezar a trabajar. Aquel día, como todos, llevé a cabo la misma rutina, salvo por un pequeño detalle: no puse el recipiente del café. Entonces el café recién hecho de los Altos de Chiapas empezó a expandirse por varios aparatos eléctricos sobre los que está la cafetera. Insisto en la corta extensión de mi casa, así que para caber más o menos, la distribución de la cocina debe ser exacta. Está el refrigerador; encima, el horno de microhondas; arriba, la cafetera y la licuadora. A un lado, del horno hay un adaptador de picos en donde están las conexiones de los aparatos. El tema fue que el café de los Altos empezó a caer allá en los ídem y mojar sucesivamente la cafetera, la licuadora, el horno y la parte frontal del refrigerador. Estoy seguro de que fue ese conato de volverme converso en el bautizo, lo que hizo que el café no llegara a la cosa de picos y mi casa no se convirtiera en la bolsa de palomitas más grande de la historia. Ya veía los titulares del día siguiente con su encabezado bodegonezco: "Palomitas al café con escritor".

La última vez ocurrió hace poco. Yo venía de chupar tranquilo con unos amigos, como siempre lo ha exhibido mi conocida efigie de hombre íntegro. Como no había cenado, abrí el refrigerador para tomar un vaso de leche. Sin embargo, debido a que muy probablemente le había caído algo de café a la maquinaria del refri, mis alimentos, incluida la leche en su tetrapack metalizado, estaban congelados. Fue así como realicé uno de los actos más estúpidos de los que se tenga memoria en varias vidas: metí la leche deslactosada y sin grasa al horno de microhondas. No hubo de otra: el horno empezó a tronar como si sus entrañas sufrieran una sesión de fuegos artificiales de época. Al principio pensé que la leche en hielo y el calor del microhondas no se llevaban; ya después dije sapientemente que era el tetrapack metalizado. Apagué el horno, corriendo el riesgo de nuevo de rosariocatellanizarme, y saqué le leche. Seguía echa hielo. La tiré y me dormí todavía pensando en fuegos artificiales.

Después de la narración-terapia de estás tres anécdotas, he concluido que no se me da eso de matarme a mí mismo, aunque lo haya intentado con diligencia. Para ello será necesario un factor externo que colabore en la tarea, algo así como la mancha voraz, el tapiz macabro o el yogurt asesino. Así las cosas, no hay más que darle la bienvenida a junio, mes del calendario gregoriano en honor a Juno, diosa de la maternidad (chet) y protectora de las mujeres (doble chet). También otra manera de matarse a sí mismo es echándose la soga al cuello.

CAS

viernes, mayo 11, 2007

Las amargas lágrimas de un próximo doctor en letras

El mayor problema de la escritura son las equivocaciones visibles que, paradójicamente, nunca son vistas. Por ejemplo, como ya lo hemos sugerido, se puede escribir Sake speare en lugar de "Shakespeare" o pisco analítico en lugar de "psicoanalítico", deslices, por lo demás, justificables. Cuando los dislates son ubicados y corregidos, no hay problema alguno. No obstante, puesto que a Nuestro Señor se le olvidó un punto fundamental cuando creó al ser humano, ergo, la perfección, hay que lidiar de repente con los desaguisados propios de nuestra esencia terrenal. Hoy día en que recibo varias señales providenciales para hacer mi futuro inmediato más halagüeño (entre otras, que el Cruz Azul ganará el campeonato), he notado un error incorregible que hace que un mamotreto de casi cuatrocientas páginas pierda sentido lógico y vivencial: en un apartado mínimo y casi irrelevante, en lugar de poner la palabra "objeto" escribí "espejo". Sin quererlo, he escrito La invención de Morel II. Ya los segundos empiezan a repetirse...

CAS

viernes, abril 20, 2007

No puede ser, deveras no puede ser

Palabras clave por las que Del Valle notes apareció por última vez en un buscador: "¿Cómo les digo a mis hijos que son ingratos?"

CAS

martes, abril 10, 2007

Iniesta

Y para seguir con los comentarios futboleros, Julio César Iglesias sobre el fino mediocampista del Barcelona, Andrés Iniesta: "En esa aventura [el futbol] sólo está resignado a los altibajos de la intuición".

CAS

jueves, abril 05, 2007

Simpleza

Ahora que los sistemas futbolísticos son rebuscados y obtusos (arítmética pura, pues: 4-4-2, 3-5-2, 4-5-1, 4-3-1-2, etc.), me viene a la mente una frase del gran bigotón Vicente del Bosque. Cuando le preguntaron al discreto y humilde entrenador español cómo era posible que el Real Madrid jugara también, él respondió con absoluto sentido común: "Mi trabajo es muy sencillo: se trata sólo de armonizar 11 voluntades".

CAS

lunes, abril 02, 2007

Duda compartida

"¿Qué es una mujer?"

Jacques Lacan


CAS

jueves, marzo 08, 2007

Porn movies

Lo más emblemático de las películas porno son los nombres. Entre los de las mujeres encontramos actrices de época llamadas Serenity, Mary Carey, Sydney Steele, Dru Berrymore o Nikita Denise y, entre los actores, que en realidad son los partiquinos porque el consumo de porno es mayoritariamente masculino, están el legendario Ron Jeremy, Randy Spears, Tommy Gunn o Evan Stone. Pero el tema no se reduce a los pornstars: también los nombres de las películas adquieren relevancia notabilísima en nuestras sociedades. Así, encontramos títulos como Todos los hoyos, Ass-hole mío, She´s not lesbian... she´s a vaginatarian, Red Hot Chili-Chochos o I saw mommy eating Santa Claus (esta última censurada por las denuncias de traumas infantiles en las cortes gringas). No obstante estas joyas, los productores del cine porno no dejarán de sorprendernos. Hace poco, después de salir del doctor, me encontré un título que jamás me hará regresar a un consultorio médico: Abre la boca y di "Ah".

CAS

lunes, febrero 19, 2007

Traducciones

Una de las mejores frases de esa película As good as it gets, que en México se llamó Mejor ... imposible, es aquélla entre Jack Nicholson y una muchachita afuera de un elevador. Nicholson hace el papel de un escritor histérico y la muchachita es la secretaria de su editora. Al no poder aguantar más, la chamaca se acerca a Nicholson para preguntarle: "¿Cómo consigue describir tan perfectamente a la mujer?" El gran Jack, sin pensarlo, responde: "Pienso en un hombre y le quito la inteligencia y la responsabilidad". En los subtítulos de la versión en español aparece así, tal como está en el original. Por pura ociosidad esperé esa escena ahora que el canal 7 de TvAzteca daba la película. En el doblaje la frase de Nicholson aparece así: "Pienso en un hombre y le quito la razón y discernimiento". No cabe duda de que a algunos traductor@s les falta razón y, de repente, una pizca de discernimiento.

CAS

miércoles, enero 17, 2007

La mente del poeta

"When oxygen and sulphur dioxide are mixed in the presence of a filament of platinum, they form sulphurous acid. This combination takes place only if the platinum is present; nevertheless the newly formed acid contains no trace of platinum, and the platinum itself is apparently unaffected; has remained inert, neutral, and unchanged. The mind of the poet is the shred of platinum. It may partly or exclusively operate upon the experience of the man himself; but, the more perfect the artist, the more completely separate in him will be the man who suffers and the mind which creates; the more perfectly will the mind digest and transmute the passions which are its material".


T. S. Eliot, "Tradition and the individual talent".

CAS

martes, enero 09, 2007

Ni modos IV (hay que vivir de algo)

¿Cuáles son los lamentos más comunes de un corrector de textos?

R= ¡Mi espada y mi corona por una miserable coma! ¡Mi reina y sus púberes doncellas por un modesto punto y coma! ¡Mi reino y sus vasallos indomables por un insignificante, Dios mío, punto y seguido!

No obstante, está claro que hoy día nadie quiere ingresar en la realeza, ni siquiera los escritores.

CAS

jueves, enero 04, 2007

The beginning

La única ventaja de terminar una tesis de doctorado es que es el mejor momento para empezar a escribirla.

CAS