miércoles, diciembre 19, 2007

Colin White

Conocí a Colin White en 1993. Yo estaba en el segundo o tercer año de la carrera y Horacio Cerutti, mi asesor, me dijo que fuera a verlo. Tenía una pequeña oficina en los pasillos de las coordinaciones de la facultad. Le dije que para mi tesis de licenciatura quería trabajar La tempestad de Shakespeare y su impacto en América Latina. Colin frunció el ceño y me dijo indignadísimo: "¿¡Impacto!? ¿Estás seguro de lo que dices? ¿¡Impacto!?" Fue por ello que en esa tesis, que ahora es un libro, jamás utilicé la palabra "impacto". La cambié por una menos arriesgada, menos temeraria: "resonancia". Pero ésa fue una palabra acuñada en mis labios por el propio Colin y, de alguna u otra manera, le dio un sentido distinto a ese trabajo.

Nunca fui alumno de Colin, pero cada vez que lo veía por los pasillos me saludaba afable, con esa sonrisa inescrutable e irónica que seguramente apuntaba a algo así como "ahí va otra vez ese güey impactante". Porque Colin, si algo tenía, era una memoria admirabilísima y un humor tan british que sólo alguien que construyó un barco en el jardín de su casa podía tener. Años más tarde, después de la tesis de maestría, aterricé de nuevo en los escritores ingleses cuando entré en el doctorado. A la hora de armar el comité tutorial, al primero que mencionó Hernán Lara Zavala, mi nuevo asesor, fue naturalmente a Colin. Ahí fue mi verdadero acercamiento a él. Habrán sido seis o siete veces en que nos sentamos en la cafetería de la facultad a platicar sobre mi trabajo. Entre otros sapientes comentarios sugirió que Graham Greene se hizo mal escritor desde que se convirtió al catalicismo, ergo, como desde los veinte años, y que Malcolm Lowry era un perfecto desconocido (nunca me lo dijo, pero podía intuir que ni siquiera lo consideraba escritor). Una vez me vio con un libro de Somerset Maugham; lo tomó, me miró con su célebre mirada sardónica y lo aventó sobre la mesa. "¿Por qué pierdes tu tiempo leyendo esto?".

Quizás la última vez que platiqué con él en forma fue hace un par de años durante mi examen de candidatura a doctor. De todos los sinodales fue el más bondadoso (y breve); los demás, como es natural en este tipo de evaluaciones, pusieron su crítica más baja en la yugular. Ahí me dio su último consejo: "Lee el último libro de ensayos de V. S. Naipaul". Ese mismo invierno lo compré en Estados Unidos. Colin White nunca fue mi maestro en el aula; sin embargo, sus enseñanzas trascendieron acaso el recinto universitario, pues de esos pocos aunque intensos encuentros pude aprender un poco más sobre la vida. Y eso a veces ni en el salón de clases se obtiene. Ciao, Maestro.

CAS

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