Se dice que mata lentamente (aunque cada segundo de vida sea un asesino serial inevitable). También que una vez con ella es imposible echar atrás la cuenta regresiva (es el único reloj perfecto: jamás se descompone. Relojeros somos y en el camino...). Lo cierto es que la sensación es como de ahogo, como si la sangre quisiera salirse del cuerpo (un poco de lava en las arterias). Y empieza por la cabeza. Por eso la hipertensión ahuyenta los orgasmos: la eyaculación masculina es proporcional a la punzada en la cabeza (aunque bien pudiera ser, asimismo, un hachazo en el entrecejo). Pulsación y pulsión es la equivalencia perfecta en un henchido cuerpo de presión alta. Una vez que se detecta hay mil formas de engañarla, aunque al final siempre aparecerá su fugaz redentor. Las bolas altas, pues, pero no las destas sino las que se beben a lo largo de la jornada. Se baja la presión con jaiboles bien puestos en los vasos sanguíneos (también sirven si van directito a cualquier estómago mallugado, o sucio, como con el que amaneció Thomas Mann un día lluvioso de 1924). Bloody highball... and Mary(juana). Nevertheless, beware: el whisky puede ser contraproducente para aquellos de presión baja, digamos 90-60, pues puede llevarlos a un 60-30, 40-10, o así. A mi papá, que era abstemio (menudas paradojas éstas de las descendencias filiales: padre abstemio, hijo beodo), lo llevé al hospital mientras sufría una especie de infarto silencioso. Al llegar, el médico de urgencias me dijo que había llegado con presión cero. Mi papá, que padecía de presión alta, había descendido en pocos minutos a ese estadio en el que los corazones dejan de latir, la sangre de fluir y el llanto de la memoria empieza a buscar cicatrices que detengan la hemorragia eterna de los hombres justos. 16 horas duró vivo el cuerpo que en la mañana había amanecido sin ese caudal carmesí que inunda a los que todavía respiramos. Por eso la presión alta es un matador taciturno: avienta por la borda de precipicios inexistentes que se van formando a la par de la caída. Así es, pues: la vida depende de umbrales diastólicos y sistólicos, ahí donde los brazos y bazos apretados son mero pretexto para medir un poco más las vibraciones cotidianas. Es entonces necesario chochearse día a día, asumir que de aquí en adelante uno dependerá de una pastillita, mínima, inocua, pero que salvará corazones (a mi hermana, sin embargo, le curó los dos riñones y quizás ya no tenga que donarle uno). Bendito enalapril. Lo curioso de reflexionar sobre las patologías es que uno se hace más humano y, por extensión, más consciente de la vulnerabilidad personal, palmaria, indómita. Pero la sangre sigue fluyendo con sus vaivenes enérgicos, sus altibajos en su marea-cefaléa, su catarsis incompleta y fatua, sus orgasmos mal habidos (bánquese el dolor o asuma el ascetismo como los íntegros), su lenta e inevitable certeza de jamás hallarse (por lo pronto) en un baumanómetro de dos ceros y una línea horizontal en el electrocardiograma. Tengo 35 años y je m' acusse: soy hipertenso. Que la vida sea.
CAS