Hoy regreso a dar mis clases (dos amigas que trabajan de ángeles me suplieron durante un par de semanas). Veremos un texto de Terry Eagleton y "El malestar de la cultura" de Sigmund Freud. Quizás sea demasiado para mis alumnos pero I don´t care: para eso van a la universidad, para ser tratados mal y aprender. Previamente pasaré a comprar el libro de un amigo que me ha venido diciendo los últimos dos meses que si ya leí su novela. No. Pues cómprala. Ahí sí aplicaré aquello de "Dedícamelo, ¿no? Para que no digan que la compré". Cuando uno pasa por este tipo de desavenencias, el único consejo aceptable es leer a Robert Graves. Y ya, no al amigo que nos obligó a comprar su libro (las causas por las que lo haré son poderosísimas, lo juro). Ayer me escribió una amiga para decirme que ya salió un libro en el que aparecen unos textos míos. Es un volumen de crónicas sobre la ciudad de México editado en Alemania. Me pagaran la distinguida cantidad de cien euros. Cómo ya no puedo hacer la equivalencia a los pomos que compraría con esa marmaja porque ya no puedo beber, creo que alcanzaría para veinte kilos de queso cottage. Eso de dejar de beber momentáneamente tiene sus consecuencias: se gasta menos y los amigos tienen que reconfigurar los regalos. La dimensión trágica de la conversión sobreviene cuando una hermana que trabaja en la ONU como la mía, va a Praga y le manda al hermano exbeodo un Absinth beetle, ergo, un ajenjo con un simpático escarabajo de Papua Nueva Guinea llamado Eurycantha horrida. Creo que la opción es por ahí: empezar a vender aguardientes con insectos. En Oaxaca está, por ejemplo, el famosísimo mezcal de escorpión, ya patentado y con el que sus inventores se están haciendo millonarios. Dejaré, pues, que el bug se macere unas semanas más para que esté a punto cuando la herida haya cicatrizado. Una herida que, dicho sea de paso, tiene lavarse varias veces al día con agua tibia y jabón neutro. En teoría, por supuesto, porque llevo una semana sin gas, con el agua de la regadera saliendo en cubitos de hielo y una herida que se convertirá dentro de poco en alimento de los nuevos sobrevivientes de los Andes. Entonces es ahí cuando uno paga el pato de vivir en una colonia panista, comarca donde suceden cosas negruzcas. Vivo en una avenida en la que de seis y media a nueve y media de la mañana cambia el sentido del tránsito. Así nada más. Pero no cambia todo: hay un carril especial para que los microbuses circulen en contraflujo. En resumidas cuentas es un peligro cruzar porque no se sabe de dónde vendrá el golpe. Eso hace que el camión del gas que pasa entre siete y nueve haya dejado de hacerlo porque ya no tiene donde pararse. La ecuación vial funciona a cabalidad: yo me baño con agua fría desde hace tres días y sufro en la ducha; no puedo cocinar (hoy en la mañana hice unos huevos en el horno de microhondas y desayuné pudín de huevos a la mexicana) y mi vecina Juanita sigue viva porque los microbuseros son unos ineptos que no pueden centrar a una pobre vieja de 132 años (llevaba mucho tiempo sin hablar de ella, pero eso no quiere decir que la haya extraído de mi lista de personas a las que hay que matar). Por si fuera poco estoy tomado metrodinazol, una medicina en principio para las amibas pero que el doctor me recetó porque no creía que fuera a dejar el trago. Si uno ingiere alcohol con metrodinazol es equivalente a tener un poco de nitroglicerina en el estómago, osease, por principo de cuentas no es aconsejable porque un movimiento en falso y ¡bum! Pero ese hombre de poca fe no creyó en la mía que quizás no mueve montañas pero sí a Juanita si estuviera al borde de un quinto piso. Ni modos, pues: ya tendré que desquitarme con mis estudiantes y ponerlos a leer a Braudel. Después de tanto tiempo de dar clases me he dado cuenta de que además de ahorrarse la terapia, los alumnos se convierten en el punching bag perfecto ante la vicisitudes cotidianas; no sólo se tira la energía negativa en el aula y se les reprueba: también te pagan por ello.
He bajado ocho kilos en tres semanas y los pantalones se me caen. Debería operarme más seguido. Alea jacta est. Como diría El testigo en su columna de lucha libre: que la lucha sea.
CAS