miércoles, mayo 20, 2009

Botellas al mar

VII. De gatos y sueños

Mi primer y único libro de cuentos se llama Cuentos de cuarto de baño. Fue, naturalmente, el típico lapsus de un joven-man-cebo al que se le cuecen las habas por publicar. Tenía 22 años. El primer cuento del volumen es sobre un tipo que, en un sueño, se ahoga en sus propios orines. Lamentable. Como ya lo sugería el gran Luigi Pirandello, hoy en la mañana desperté con una sensación similar a la de ese personaje (me buscó por años y el miserable por fin me encontró), no por tener una regresión húmeda a la lactancia sino por el sueño que tuve ayer. Lo he intitulado "Del onirismo mal entendido. Borges estaba equivocado". Ocurrió así. Me paré a orinar a media noche. Cuando levanté la tapa vi que dentro del inodoro estaba un gatito, un cachorrito que no podía salir y pedía ayuda con miaus tenaces. Como no tenía la menor intención de convertirme en salvavidas de gatos en mis propios orines y tampoco ganas de echar unos lodos que le sirvieran de troncos para no ahogarse, le jalé a la palanca para que se fuera. Craso error: el gatito logró driblar el remolino y salir del escusado. Me miró con obscenidad. Acto seguido, en una sucesión extravagante aunque armónica, varios gatitos mojados salieron del fondo de escusado. Había negros, blancos, cafés; uno dorado de pelo resplandeciente con el que me pasó por la mente hacerme una bufanda; bicolores, etc. Los últimos en salir fueron unos siameses que, de todos, fueron los que me parecieron más simpáticos. Lo fueron hasta que, en una abierta confirmación de que si la Tierra es invadida por extraterrestres los gatos serán sus primero cómplices, me brincaron: se me lanzaron furibundos pero no para sacarme los ojos o algún tipo de maniobra más honorable. No. Se avalanzaron sobre salva sea la parte y, cada uno como pudo pero con elegancia, se colgó de mi escroto. Sin saberlo, los siameses habían inaugurado una nueva profesión: voladores de Papantla en mi genitales. Fue muy doloroso. Pero lo que verdaderamente me dio miedo fue cuando los vi con intención de dejar el vuelo y practicar el alpinismo en lo más apreciado de mi virilidad. Desperté. De inmediato, teniendo un deja vú no mío sino de un sujeto mal habido llamado John Wayne Bobbit, revisé que todo estuviera en su lugar. Sí: era una pesadilla. De eso hace algunos minutos y está claro que los gatos se metieron en mis sueños por lo que alguna vez hice con uno de sus familiares. La conclusión es única, implacable y terriblemente desoladora: los gatos dominan el mundo, incluso el de los sueños. Beware.

CAS

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