México, que en numerosas ocasiones hemos dicho es un país en forma de cuerno, subsiste a las vicisitudes cotidianas por un error de cálculo. Cuando a un conocido idiota se le ocurrió narrar el cuento del mundo, tuvo a bien indicar que habría una parcela del territorio narrativo que estaría destinada a ser como la Atlántida: hundida en las profundidades de algún oceano maligno. El error de cálculo fue que no lo hizo con el cuerno sino con Haití. Como el agua escasea en el mundo no se lo pudo hundir: bastó un movimiento leve, aunque esquizofrénico, de uno de los cordeles más lánguidos del titiritero. Y la tierra se movió a sus anchas. Esa secuencia incorrecta de paralaje fue intuida, sin embargo, por uno de los filosófos y escritores mexicanos más reputados: don José Vasconcelos. El antes mencionado personaje no sólo acuñó el lema de la UNAM ("por mi raza hablará el espíritu"), le regalaron un arma (revólver negro calibre 38) con la que a la postre su amante, María Antonieta Rivas Mercado, se pegó un tiro en la catedral de Notre Dame, y editó una gran colección de clásicos literarios cuando era Secretario de Educación; también escribió un libro intitulado La raza cómica. En él, con profunda destreza, aseguraba que el origen de América era la Atlántida, "la civilización misteriosa de los hombres rojos". Así, pues, el espíritu de los mexicanos hablaría por la raza atlántica (seguramente algún acucioso observador habrá notado que Fidel Herrera tiene escamas). Por último, en los primeros años de la Gran Guerra, don José dirigió la revista Timón, publicación que tuvo sólo 16 números por su filiación abiertamente pronazi. El gobierno mexicano la censuró.
Ese gobierno mexicano, que en otras tantas ocasiones ha censurado expresiones menos inicuas que las opiniones de un libre pensador, no censuró o prohibió o evitó, por ejemplo, que un secretario de Gobernación muriera en un avionazo a tres cuadras del Periférico. Pero como es el país del Cuerno, la historia se repite: herederos legítimos de las glorias de Pasifae, los mexicanos somos Minos guadalupanos. Pues bien: el administrador del cuerno (que le roba su vestimenta a ese muchacho llamado Tontín, amigo de Blanca Nieves) tiene un nuevo secretario de Gobernación, individuo que en sus años mozos fue el doble de las escenas peligrosas de Pedro "El Malo" (sobre todo en esos pasajes en los que le iba como en feria gracias a la astucia de Mouse). Entre los dos han concluido que el país necesita, para que su escenificación sea digna del Globe Theatre, dos elementos nodales para subsistir: los gestos y las balas. Cuando don Plutarco Elías Calles, en su famoso discurso de la creación del PNR en 1929, dijo que el país había pasado del México de las balas al México de las instituciones, inauguró lo que a la luz de los hechos, el tiempo y otras triquiñuelas de la historiografía tradicional, se conoce como eufemismos a la mexicana (don Plutarco, conocedor bien de su ascendencia, mantuvo durante varios años una Vida paralela llamada Maximato). Las balas siguieron tras las bambalinas de la institución y la imagen y situación del país quedaron enmascaradas en un nuevo eufemismo que se llamó "Milagro mexicano" (quizás, no obstante, el mayor pistolero incógnito, continuador de la saga de hermanos incómodos iniciada por Eufemio Zapata y Gustavo A. Madero, haya sido el célebre Maximino Ávila Camacho).
A la fecha, Tontín II and Big Bad Pete han llevado la misma estrategia de siempre pero con una diferencia de matiz: ahora las balas matan a la gente en las plazas públicas y su pirotecnia es transmitida por la televisión en vivo; los gestos ("renuncio al PAN") son parte de un show mediático exornado por la muchas veces citada religión porsmoderna: el cinismo. Mirad: os narraré un caso puntual. En diciembre pasado en Cuernavaca hubo un "operativo exitoso" en el que se acribilló a uno de los narcotraficantes más buscados del país. El presidente, que estaba en Europa, se mofó del éxito del numerito y felicitó a los marinos que participaron en la masacre. A la vez, lamentó la muerte de uno de ellos en el tiroteo y mencionó su nombre completo. Al día siguiente, la familia del marino malogrado fue masacrada por las huestes del capo caído en combate. El presidente no lo dijo pero para sus adentros sabía que era un "collateral damage" (como el de esa mujer que, días antes en otro operativo, había sido asesinada como por quinientos impactos de arma de alto poder). El gobierno mexicano, en lo sucesivo, fue felicitado por muchos países por su férrea y enérgica lucha contra el narcotráfico.
Pasemos a la lectura de los hechos. El presidente dice, naturalmente, que fue un operativo exitoso (Calderón es un muchacho que creció viendo películas de Hollywood y siempre quiso que en México hubiera un secuencia peligrosa en la que las fuerzas armadas bajaran a rapel en un edificio. El presidente, también, es muy amigo de Bruce Willis, a quien le retencanta destruir edificios inteligentes, ah, pero hacerlo descalzo, si no, no). También se jacta de que fue el mayor golpe de su gobierno a los cárteles malignos. Veamos: ¿quién en su sano juicio puede pensar que el operativo funcionó a cabalidad cuando mataron a los delincuentes? Los mataron cuando estaban en un pinche departamento, sí, de súperlujo, pero -así como hipótesis de trabajo- en el que algún momento se les acabarían las balas (amén de que hay gases para dormir a la gente momentáneamente, no el sueño eterno, ínclito lector). Además, quien se encargó de la toma de los Altitude fue la marina (nuevo eufemismo que me hace pensar a los marineros como los hombres pájaro de Flash Gordon o como protagonistas de una nueva versión de las Pirañas voladoras). El ejército, por estar metido hasta el pescuezo en el crimen organizado, fue relegado. De hecho se rumora que el comandante a cargo de la División militar de Cuernavaca iba a comer, el día del enfrentamiento, con el mal habido Beltrán Leyva pero le avisaron que no fuera horas antes del asalto. Por ello, en resumidas cuentas, se trata de una guerra frontal con todas sus credenciales: en la guerra se mata al enemigo; en un estado de derecho, se le detiene, se le juzga y, quizás, se le encarcela. Por eso las reglas del narco, ante la inexistencia de un estado de derecho y en el entendido de que el gobierno actúa igual, no deberían ser tan escandalosas.
Después de eso Cuernavaca fue militarizada. Se instalaron retenes con soldados enmascarados que empezaron a detener a la población para buscar un posible arsenal de AK-47 en las guanteras (¿Militares enmascarados? ¿No se quejaba de esto el gobierno federal cuando los zapatistas se levantaron en armas? Den la cara, decían. Ahora solamente no sabemos quiénes nos paran: si no lo hacemos, corremos el riego de competir con el queso gruyere más grande el mundo. Los gestos que, en lo sucesivo, se vislumbraron en mi ciudad natal fueron implacables. En las dos entradas principales a Cuernavaca hay sendas glorietas con las estatuas de la Paloma de la Paz y de Emiliano Zapata. Como había que defender la ciudad, el ejército, fiel al designio de la primera estrofa de himno nacional, colocó sendos tanques en las glorietas. Pero como hubiera sido muy agresivo apuntar hacia los recién llegados por las carreteras, ubicaron los cañones con dirección al cielo. Como detalle curioso hay que decir que la dirección de los cañones pasaba, en ambas glorietas, por descabezar al Zapata y desplumar a la Paloma de la paz. Los tanques (¡Viva México, chingao!) le apuntaban a las estatuas.
Quizás el simbolismo de los dos gestos esté de más radiografiarlo, pero fue un hecho que cualquiera que pasara por ahí hubiera podido interpretar: ni Zapata ni paz. Pero qué nos extraña, si así han sido los últimos cuatros años. Y se nos anunció desde el principio: el traje que Calderón le robó a Tontín fue una chaqueta y un quepí militares (también, a diferencia de la fábula, se sabía que el rey iría desnudo antes de ponerse su traje invisible). Un nuevo gesto que nadie pasó por alto. La frase que a la fecha se ha visto como colofón a esta historia trágica, fueron las palabras de la semana pasada del presidente: "La sociedad tiene que ayudarnos en la lucha contra la delincuencia". La sugerencia gubernamental es que cada mexicano salga a las calle con un arma y sin ningún gesto fundamentado en un marco legal, balée al delincuente, que es el vecino, porque los miró feo. Así es el México de hoy día; no es el de las instituciones sino el de las balas y gestos, una comarca de incertidumbre en la que no se sabe con quién está el enmascarado, pues como en las películas de policías y ladrones, se desconoce su verdadero rostro. Habría que releer a Rodolfo Usigli y su Gesticulador, darle una connotación nueva, más audaz, y renombrarlo, sin más, El gesticulador premoderno y los nuevos señores de la Atlántida.
CAS