martes, enero 10, 2012

2012

El otro día estuve hablando con Morc sobre las mujeres malas. Aunque en principio consideramos que el concepto era en sí una tautología, más adelante estimamos que acaso, por justicia o algo (las ominosas historias de nuestra piel), teníamos que precisar la categoría. Entonces hablamos del dolor, ése de cuando a uno lo hacen sufrir gratuitamente por razones oscuras que residen, claro, en un hoyo negro. Pero luego, como dilectos tripulantes del Mayflower, fuimos iluminados por los buenos oficios de la virgen de la Del Valle y concedimos que todo aparente acto de maldad se realiza por 1) cinismo troyano, 2) ignorancia epícurea, 3) inocencia albonívea, 4) convicción pírrica o 5) fanfarroneo apolíneo. Después están los verdaderos actos de maldad sin adjetivos que se ejecutan sin matices pero siempre bajo la careta de la bohnomía. Cuando Hamlet convence a los cómicos nómadas de representar El asesinato de Gonzago, dice que el Diablo suele presentarse de manera amable: “El espíritu que he visto bien podría ser el Diablo, pues que al Diablo le es dado presentarse de forma grata”. Por eso, con los partidos de comodines de futbol americano como fondo, discurrimos que en general las mujeres con las que habíamos estado no eran malas absolutas, sino simplemente querían hacernos daño por alguna fisura tóxica del pasado que se reflejaba en su presente, ergo, nosotros (he de decir que entre Morc y yo hay una diferencia rigurosa para sobrellevar y solventar nuestras aflicciones. Empero, tras años de experimentación, determinamos que el mejor antídoto es un single malt). Así, después del show del maestro Drew Brees, convencí a Morc de escuchar un cuento de mi gran amigo José Abdón Flores, que había pasado el día anterior por la casa y me había regalado su último libro: Mántica. Después de la lectura nos quedamos sin hablar varios minutos; en esa taciturnidad calculamos sin manifestarlo que Abadalón podría ser un hombre malo. No obstante, interrumpí a Morc en sus pensamientos y podé un poco sus arbustos mentales: "No creo que sea malo: sólo es un gigoló". Las enseñanzas de una encerrona de machos para ver los partidos del fin de semana fueron gratificantes, enriquecedoras, verbigracia: las mujeres no son malas en general, aunque a veces pretendan hacernos sufrir por alguna de las causas expuestas en la antes mencionada taxonomía (claro que a veces con excesos, como el de una amiga que intentó atropellar a la esposa de un exnovio. Hasta aquí, por mínima justicia, yo hubiera sufragado la decisión y la hubiera visto como un acto audaz, valiente; el problema fue que la quiso atropellar con todo e hija. Obviamente falló si no ya me vería en la visitas dominicales del Reclusorio Norte). La nota al pie es que a veces la necesidad por hacernos daño viene con conciencia de causa. El dato revelador, y hay que leerlo a la inversa de cualquier aseveración machista, es: lo hacen porque nos quieren. Si no les importáramos, ni siquiera se molestarían en hacernos pasar un mal trago. La moraleja, consejo o sugerencia constrictiva para este 2012 es, entonces, que si nos enfrentamos a una situación de éstas, inducida por celos escandinavos, traumas proustianos o un día de orfandad en la cama, hay que aguantar estoicos la reprimenda, acostumbrarse al sofá, saber que acaso la computadora acabará en el piso (para lo cual siempre hay que tener un disco duro externo de, mínimo, un tera escondido en la caja fuerte) y aguantar las frases hirientes que pretenden ser ironías. Si se mantiene esa actitud a cal y canto, siempre podremos ver, sin remordimientos, el siguiente partido de futbol.

CAS

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