Aguas con el fuego. El
diablito anda suelto
El principal enemigo de los mercados mexicanos no son las insalubres ratas
de las cañerías ni las malhechoras que acechan para atracar a incautos. La
mayor amenaza, que se repite como el día y la noche, es el fuego. Será difícil
encontrar un mercado en el país que no haya sufrido un incendio; algunos han
tenido varios y solo su pujante estructura los ha mantenido en pie: una
chamuscada, dirían algunos marchantes, no va a tumbar este templo. Pero hay
otros que se acaban caprichosamente y no vuelven a renacer jamás de sus escombros.
¿Por qué se queman los mercados? Sin duda apelaríamos a los descuidos, a la
falta de protocolos de seguridad, a la desidia de algunos vendedores. Quizás a
colillas de cigarros, cortos circuitos, fuegos artificiales, pólvora o gatos
que prenden el interruptor de una luz cercana a una piñata. Hace algunos años,
uno de los tantos incendios del talante brumoso de La Merced fue provocado por
unos diablitos. La pregunta de los locatarios fue: ¿unos diablitos? ¿Ésos de
carga? Estaba claro que esos diablitos, los que dan el golpe pero hasta ahí en
los fervorosos pasillos de La Merced, nunca habrían empezado un fuego. El
incendio y su hechura apocalíptica había sido invocado por otros diablitos, más
eléctricos y profanos, que se colocan en las alturas de los postes callejeros
para robar un poco de energía eléctrica. Ahí la luz hizo al fuego nuevo por un
diablo mal puesto y alumbró el nacimiento del flamante y flameante mercado, que
como todas las aves fénix del mundo, renació una vez más de sus cenizas
invisibles.
CAS