Siempre 26
Desde hace 15 años llevo un diario de viaje. Lo empecé en Montreal. Como viajaba solo y tenía mucho tiempo para reflexionar seriamente sobre los diminutos shorts y sucintas faldas de las quebecois, los festivales de verano y la muestra completa de Alberto Giacometti en el museo de Beaux Arts, me pareció adecuado registrar esas experiencias. Y a la fecha lo he seguido, aunque sin regresar religiosamente sobre mis pasos: no he releído una sola línea de esos cuadernos (no quiero espantarme de las fechorías lingüísticas de un escritor incipiente). Así, cada verano escribo las tribulaciones de un escritor demediado (uno de los oficios que más respeto es el de mediero; es más: en mi otra vida seguro fui uno). Cada año escribo que julio es el mes que más me gusta y más odio. Y éste no será la excepción. Quizás hoy día en que me encuentro en una maravillosa bahía de Huatulco debería sólo ceñirme a las bondades del mes, pero no es así: ¡cómo podría ser así si un país en forma de Cuerno está por hundirse y hacer de Estados Unidos y Canadá un nuevo continente! Pero independientemente de ello, hoy hay por primera vez sol y, salvando las distancias porque aquí no hay ninguna Derek 10 (¿acaso te sientes el único, Diego?), me siento un poco Dudley Moore y un poco Brian Dennehy, o la síntesis de ambos, aunque con traje de baño (tengo una diseñadora-costurera que me los hace a la medida) y el agua que sube y baja indiferente, con la gran testarudez propia de la marea del Pacífico, y un aire cálido y frío, que atenta en contra de la brisa convencional, ese airecito que uno espera para ser acariciado (ah qué palabra tan soez para apelar a la actividad del viento). Y ya son de nuevo dos, tres tónicos como amatistas, y los que faltan a la orilla del mar y allá en el bar, porque acá tenemos una barra beatífica y un cantinero fundamental que es más Benito Juárez que Brian Dennehy, pero al que yo le insisto que en nombre de la patria me sirva otro whisky 12 años, que no sea así, que le redacto una nueva ley de Reforma, o que si quiere simplemente tomamos la avenida y hacemos un planctón (si estamos en el mar, chingao). Y él tan fácil, vanagloriando su máxima sobre el respeto y la paz, me sirve otro etiqueta negra doble, para luego hablar de nuevo sobre el amor (¿de qué hablamos cuando hablamos de amor, Maestro Carver?). Pero en la barra estoy solo: a nadie le interesa estar ahí. Y Bomberito, No se preocupe, Señor: todo va a estar bien. No me digas Señor, Benito. Me llamo Carlos. O qué:te gustaría que te dijeran Brayan. ¡No, qué pasó Señ... Carlos! Y así ha empezado la semana de finales de julio, que ya se va con el pelón de las ofertas y los pasos de fuego, y el grito enhiesto de un país que pensó ingenuamente en una utopía llamada esperanza. No mames, pinche Benito, si la onda es contigo. Y un nuevo 12 años doble, double , como tú, dos Benitos. Y por la nada se sabe de aquellas argucias, de aquellas triquiñuelas perniciosas que nos harán más hombres porque los errores serán señalados, degustados; por todas las veces que mencioné tu nombre para olvidarlo por siempre (soy el pozolero del amor). Pero también soy de esa banda de descastados, ese grupúsculo malsano de los que sólo en julio escriben tu nombre para decir morituri te salutant. Y siempre 26.
CAS
No hay comentarios.:
Publicar un comentario