Siempre 26 II
Ayer regresé a la barra. Ya no estaba Benito: Robert, el cantinero que tiempo atrás se había convertido en el de todas mis confianzas, había regresado de su día de descanso.
─Qué onda, Robert, ¿te acuerdas de mí? ─apelé a esa circunstancia extraña de la vida que nos hace creer inolvidables─. Estuve aquí hace dos años.
─Perdón, señor, no me acuerdo ─con falsa incredulidad─. ¿Sabe la cantidad de personas que han pasado por aquí en los últimos dos años?
─Lo sé, Robert ─inicié el contraataque─. Pero te vas a acordar porque me dijiste que yo era el único en este lugar que tomaba el whisky solo con un chaser de agua mineral. Además te daba buenas propinas.
─Ah, como que me empiezo acordar ─comprobando la ínclita frase de Piporro de "With the money dance the dog".
─Te aseguro que así será, Robert. Dame un etiqueta negra doble, por favor. Pero antes de eso, ando haciendo una encuesta: ¿por quién votaste?
─Pues por Peje, señor, ¿por quién va a ser? Pero ese pendejo de ahí voto por el PAN.
─¿Quién es?
─Mi jefe.
─No te preocupes, Robert, todos los jefes son iguales: suelen alcanzar un grado de estulticia inusitado.
Y así transcurrió la noche, con Robert sin permitir que mi vaso de scotch se vaciara y quejándose por no tener un chalán que le lavara los vasos, yo bebiendo esos vasos inacabables y pensando en que las mujeres son crueles y el jefe panista en la hesitación absoluta por no saber qué diablos estarían diciendo sobre él esos dos pendejos de la esquina.
Y siempre 26.
CAS
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