El miércoles una alumna me preguntó: "¿Podemos traer a nuestros novios a la clase?" Siempre he sido un obstinado del lenguaje y más allá de que la palabra que más utilice, como buen mexicano, sea el término "güey" (según el docto criterio de los maestros del Diccionario de la Real Academia, "persona tonta o palabra para dirigirse a alguien que se ha tropezado"), hay términos que me ponen entre la espada y la pared. Recuerdo que en Historia del cerco de Lisboa de José Saramago, el corrector del libro sobre el cerco aumenta una palabra, un insignificante "no". La historia portuguesa, entonces, cambia en su totalidad. Asimismo, me viene a la mente la vez en que este muchacho delincuente que debiera estar en la cárcel, Óscar Espinosa Villarreal, en una entrevista de banqueta dijo "El problema es que hemos dejado que la policía se corrompa en exceso". Esto cuando era regente del D.F. Y ahora que mis bienamadas alumnas me pedían lo anterior, sólo pude pensar en una horda de bárbaros atomizando mi clase, haciéndoles cuchi-cuchi a sus respectivas susodichas. Además, la comisionada de dicha increpación no me preguntó "¿Puedo traer a mi novio?", sino que utilizó impunemente un plural caótico y, digamos, incomprensible para un servidor. La palabra "nuestros" de entrada me hizo pensar en una cofradía de sementales que, entre otras muchos servicios, se prestaban como siervos de compañía en las clases de redacción y si en algún momento el maestro osaba corregir a su ama(da), le cortaban un dedo al mentor con una daga escrupulosamente escondida en su librea. Eso independientemente de que más de uno ya le ha gruñido al antes mencionado personaje cuando llega a impartir cátedra cada semana. No habría problema, por lo demás, si ese personaje fuera alguien desconocido, cosa que, hoy día, es algo que empiezo a anhelar, pues nuestros nombres coinciden en todas sus letras. Creo que de hoy en adelante empezaré a enviarlo a él para quedarme en casa. Finalmente, pensar en esa ya consumada legión de novios, puede tener sus ventajas: utilizarlos como mulas de carga y fuetearlos cuando levanten la mirada. De eso me encargo, pues esto de ser maestro tiene sus prerrogativas y beneficios. Por eso, sin pensarlo mucho y emulando a Saramago, dije sin más "no".
CAS
domingo, octubre 19, 2003
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