lunes, diciembre 15, 2003

Saturday night live

¿Cómo narrarlo? Más allá de las convencionales rupturas de tiempo (ésas que ahora los jóvenes consideran iñarrituanas), partiré del origen: la imagen de la niña con los calzoncitos sucios, trepada en un árbol para ver los funerales de la abuela. Bueno, no es esa imagen pero una similar: Turner diciéndole al guitarrista de Café Tacuba "eres malísimo". Yoknapatawphacondesa. Y como la narración que se impone no es precisamente de cortes temporales sino estrictamente caliginosa, trataré de poner a consideración del lector una sucesión de figuras como si se las viera a través de un cristal empañado. Todo empezó en mi casita de la Del Valle, con el Fuc haciendo una exposición sobre la debacle priísta y Turner bebiendo de a vodka por minuto. El Herradura reposado, por su lado, quedó a la mitad y como ejercicio de política cartográfica enumeramos, como quien recita las preposiciones, los últimos diez secretarios de gobernación de este país. La comida nos agarró en La Barraca; comimos tortas inescrutables y paella fría. Fue entonces cuando vino uno de los puntos de ruptura: una mujer se acercó a la mesa; nos besó. Era Azul, pero no Azul la que le hizo una felación a Jermoc hace algunos años en una azotea, bajando me besó y ahora anda con un judicial, sino Azul de Coco, que en ese momento era como Azul y Buenas Noches porque el cabello ya no lo tenía de ese celeste intenso de cuando la conocimos y con el que no quiso bailar conmigo en un antro gay. Supimos quién era cuando vimos a Coco; nos increpó ("¿por qué no fueron a la venta de foto?"). No dijimos nada, pues en nuestros rostros era evidente la realidad cruda; Turner tuvo un conato de vómito. Ciao, ciao y un café. La Selva. Las revelaciones. Haré, sin embargo, un breve paréntesis para que se sepa un poco más acerca de uno de los convidados (el Fuc es un hombre serio: es un economista del Colegio de México que tiene como principal objetivo en la vida usar pantalones de pana y sacos de tweed; además empezó a utilizar anteojos, en parte porque hace intelectual y en parte porque el ocul(t)ista le dijo que de no hacerlo podía matar manejando a una mujer en silla de ruedas. Después de confesarme que ésa era su mayor ilusión, le hice entrar en razón y se compró los lentes. Bien, pues no se los compró una vez sino cinco en dos años. Los primeros fueron a imagen y semejanza de un muchacho que se llama Carlos Elizondo Serra Mayer, tecnócrata que aparecía en un programa que se llama Men and women in black y ahora es asesor foxista; después unos más baratos pero anaranjados y al final unos iguales a los de Henry Kissinger. El caso es que siempre los perdió: unos en el concierto del zócalo de Manú Chao, otros en un antro de ficheras, unos más se los rompí yo al comprobar que su armazón no era, como él había dicho segundos antes, "irrompible"; los últimos desaparecieron el sábado no sabemos en dónde. Perdón, lector, por el paréntesis, pero ya el maestro e.e. cummings lo había dicho: "La vida es un pequeño paréntesis"). El Centenario fue el siguiente paso y ahí se desgajaron las cosas. Tequilas, cervezas y vodka (sobra decir que les gané en dominó) De repente, como si las increpaciones fueran un designio celestial, un hombre feo (como Elba Esther pero en masculino) se acercó a la mesa. Le preguntó a Fuc si era tatuador (minutos antes había pintado en el brazo de Turner CON MI PLUMA CROSS algún símbolo diabólico). El dijo "sí". ¿Me puedes hacer uno aunque sea con pluma --MI PLUMA CROSS CON NUEVO REPUESTO--? Dijo cómo no. Le pintó algo; llegó su mujer, bueno, una niña que acababa de conocer que le besaba el cuello ("Tengo que llevarla a su casa temprano porque vive con sus papás", musitó minutos antes). Así, mientras el Fuc tatuaba a un güey desconocido con MI PLUMA CROSS CONOCIDíSIMA, yo le decía a la chavita que se echara una chela. "No puedo, apenas los conozco y... la verdad me dan miedo". Y cuando pensaba como un tipo como yo podía dar miedo llegó el güey de ¡Toques, joven, toques!... sí, el güey de los toques. Y Turner yo quiero; y el güey siendo tatuado o crossado, Yo también; a ver quién aguanta más, va, una apuesta, va, quien pierda invita la ronda que sigue. ¿Tú no quieres, Carlos? No, gracias, con tanto tequila adentro ahora mismo me rosariocastellanizo. Turner ganó; otra ronda. La niña le decía vámonos. El otro accedió; nos dio su tarjeta. Era editor. Publico bestsellers, mándenme uno. Dijimos que sí. Se fueron. El Fuc sonreía: sintió, con su obra, haber patentado una empresa como Publi Xlll pero en seres humanos.

El primer punto y aparte se debe a que en este momento debimos ir a dormir. Pero, como siempre, algún idiota dijo (es probable que haya sido yo) un último traguito, ¿no? Y mientras buscábamos un congal decente (un eufemismo en la Condesa) alguien tomo mi hombro. Sé, por las películas, que cuando alguien te hace eso es porque te van a pegar, entonces me adelanté. Cuando el puño estaba casi sobre el rostro del miserable, una vocecita dijo "¡Soy yo, Carlos, soy yo!". Era mi amigo Roberto Frías de Barcelona que departía en el antro de al lado con su chava, mi amiga Iliana, y otros cuates. Mua, mua, qué hacen aquí, cenando, ¿cuándo nos vemos? pronto, pronto, Me acuerdo, Roberto, de la vez que en Barcelona nos llevaste a tres bares inexistentes el mismo día, Sí, me acuerdo, lamento, por lo demás, no haberte traído tu absinth, Ejem, ejem, me esperan allá. Abrazos, besos, nos llamamos, bye. Turner y Fuc estaban en la barra. Yo les iba a decir que nos fuéramos, que ese no era el lugar indicado para beber, pero Fuc ya había pedido una bebida azul. El Fuc cada vez que va a algún antro pide siempre una bebida azul sin saber qué es, lo importante es que sea azul. Entonces, ya ahí, ordené un martini ("sin agitar, por favor, mano"). Mientras el dj que estaba enfrente de nosotros en la barra ponía lounge malo, terminábamos nuestros tragos rápidamente, cosa que lamentamos después por el dinero que tuvimos que pagar. Antes de irnos Turner dijo "ella quiera incorporarse a la plática". Atrás de mí había una mujer fatal tomado sola; me hice a un lado, la incorporamos; le pregunté si venía seguido, dijo que sí, diario, ¿Siempre te sientas en la barra? Sí, Sí, siempre se sienta en la barra, interrumpió el dj de enfrente con ojos saltones y espuma en la boca: es mi novia. Ah, la otra sonrió. Odié a Turner. Así, todavía sin saber lo que nos iban a cobrar después, hice una apoloradiografía de las barras de los bares gringos y europeos mientras la-novia-de-diskchucky asentía con pereza. Nos fuimos y entramos a un lugar donde nunca debimos hacerlo, entre otras cosas porque Turner tan pronto vio al guitarrista de Café Tacuba se le lanzó a la yugular ("¡Cómo puede haber alguien tan poco serio para titular un disco Oso!"). Rescatamos al pobre güey; Fuc se la llevó a la calle y yo me encontré al uruguayo (el uruguayo era novio de una amiga que había andado con el mayor dealer de Coyoacán y con el que Olis estuvo a punto de pelearse --sobra decir que yo también le iba a entrar-- un día que el dealer llevaba pistola y nosotros no. Dios bendito no pasó nada. Después el novio fue el uruguayo; recuerdo que en las fiestas aguantaba muy poco alcohol y solía recalar en el sillón de la esquina para dormirse. Tan pronto su novia lo veía ahí, muerto, solicitaba una charola llena de cubas. Acto seguido le habría la boca y le metía una tras otra. Una vez el pobre uruguayo tuvo una congestión). Hola hola, ciao ciao. Era necesario irse.

A la distancia, y al final de esta narración-terapia, es mi deber hacer una reflexión que nos ilustre dónde andamos; sobre todo evidenciar de nuevo la vileza humana y, por extensión, nuestra estulticia: ¿qué chingados hacíamos en la Condesa en antros insufribles, pagando a 95 varos el trago? Al día siguiente, delante de unas soberbias micheladas, nos lo preguntamos. Nadie supo la respuesta. Turner se miró el brazo y vio el crosstatuaje de Fuc. Ya casi no se percibía; se difuminaba en un palmo de piel blanca como la leche y nos hacía pensar, de nuevo, si lo vivido había sido real o una ilusión más, una trampa cotidiana del tiempo, de una perversión mnemotécnica. Cada quien dio su versión de las cosas. Las escenas venían por flashazos, por recortes transversales turbios. La memoria colectiva. Al final coincidimos que de todos modos había sido un sábado más y, como diría el Morc, el siguiente estaba cerca.

CAS

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