Argentinian way of life
De los argentinos se pueden enunciar muchos lugares comunes, entre otros que, así como los mexicanos descendemos de los aztecas, ellos, a su vez, descienden de los barcos. O, parafraseando a Umberto Eco: "Un argentino es un hombre preguntándose en la barra de un bar qué es un argentino". O eso de que nos haríamos millonarios si compramos a un argentino en su verdadero valor y lo vendemos en lo que él cree que vale. En fin: innumerables patrañas, convenciones infamantes que, como buenas mentiras, siempre tienen algo de verdad. Hay, sin embargo, un tema novedoso que sería susceptible de más de un estudio antropológico. Anoche, platicando con mi amigo Gabriel, pianista argentino radicado en Austria, me enteré de una nueva forma de ver el futbol. Gabriel, hincha moderado de Boca, tenía cuatro años de no regresar a su tierra. Más allá del recibimiento familiar, natural para cualquier hijo pródigo, hubo un detalle que le llamó la atención: la flamante modalidad para transmitir los partidos de futbol. "Hay un canal, me decía, que durante el partido lo único que transmite es a la hinchada en las gradas. Si querés ver ese partido, vos tenés que pagar. Como la mayoría de la gente no tiene dinero, ahora el grueso de los argentinos ve los partidos de la tribuna y reacciona de acuerdo con los gestos de los hinchas". Sin decirle que en México se podría reducir el índice de delincuentes en la ciudad nada más transmitiendo a la porra del América durante noventa minutos, me vino a la mente lo siempre dicho por Ángel Fernández cuando decidió ser cronista de futbol. El gran maestro del mircrófono se dio cuenta de que el verdadero espectáculo no estaba en la cancha sino en la tribuna. Esto cuando vivió en carne propia el incendio del viejo parque Asturias. Y no estaba equivocado: cuando el futbolista millonario aduce que el futbol es sólo un juego y no pasa nada si pierde su equipo, debiera entender que, por extensión, ellos son también los motivadores de las alegrías y tristezas de una comunidad. En Argentina, ese potencial estado de bienaventuranza no pasa ya por lo que ocurra en la cancha sino por el momento de comunión y solidaridad que se puede encontrar con alguien que comparta el mismo goce, el mismo desencanto o el mismo sueño. Por eso no podemos hablar de futbol cuando se celebra un partido a puerta cerrada. Aunque la televisión diga lo contrario, se tratarán siempre de encuentros que nunca existieron.
CAS
De los argentinos se pueden enunciar muchos lugares comunes, entre otros que, así como los mexicanos descendemos de los aztecas, ellos, a su vez, descienden de los barcos. O, parafraseando a Umberto Eco: "Un argentino es un hombre preguntándose en la barra de un bar qué es un argentino". O eso de que nos haríamos millonarios si compramos a un argentino en su verdadero valor y lo vendemos en lo que él cree que vale. En fin: innumerables patrañas, convenciones infamantes que, como buenas mentiras, siempre tienen algo de verdad. Hay, sin embargo, un tema novedoso que sería susceptible de más de un estudio antropológico. Anoche, platicando con mi amigo Gabriel, pianista argentino radicado en Austria, me enteré de una nueva forma de ver el futbol. Gabriel, hincha moderado de Boca, tenía cuatro años de no regresar a su tierra. Más allá del recibimiento familiar, natural para cualquier hijo pródigo, hubo un detalle que le llamó la atención: la flamante modalidad para transmitir los partidos de futbol. "Hay un canal, me decía, que durante el partido lo único que transmite es a la hinchada en las gradas. Si querés ver ese partido, vos tenés que pagar. Como la mayoría de la gente no tiene dinero, ahora el grueso de los argentinos ve los partidos de la tribuna y reacciona de acuerdo con los gestos de los hinchas". Sin decirle que en México se podría reducir el índice de delincuentes en la ciudad nada más transmitiendo a la porra del América durante noventa minutos, me vino a la mente lo siempre dicho por Ángel Fernández cuando decidió ser cronista de futbol. El gran maestro del mircrófono se dio cuenta de que el verdadero espectáculo no estaba en la cancha sino en la tribuna. Esto cuando vivió en carne propia el incendio del viejo parque Asturias. Y no estaba equivocado: cuando el futbolista millonario aduce que el futbol es sólo un juego y no pasa nada si pierde su equipo, debiera entender que, por extensión, ellos son también los motivadores de las alegrías y tristezas de una comunidad. En Argentina, ese potencial estado de bienaventuranza no pasa ya por lo que ocurra en la cancha sino por el momento de comunión y solidaridad que se puede encontrar con alguien que comparta el mismo goce, el mismo desencanto o el mismo sueño. Por eso no podemos hablar de futbol cuando se celebra un partido a puerta cerrada. Aunque la televisión diga lo contrario, se tratarán siempre de encuentros que nunca existieron.
CAS
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