Es por todos sabido que no soy un hombre de muchos cambios. Viví, por ejemplo, 12 años en el mismo departamento y jamás cambié de lugar la cama (tengo un amigo que durante un mes movió ocho veces sus muebles porque estaba en desacuerdo en cómo se veían. Al final decidió dejarlos como al principio, se sentó en el sofá y se puso a pensar con alegría en sus viejos días de revolucionario doméstico). Tampoco, por insistir en la testarudez, cambio mucho mi forma de vestir (casi no compro ropa) ni busco nuevas rutas cuando tengo que ir al metro. Mi coche, por lo demás, es del año 97, y las posibilidades de comprar otro, más allá de ser practicante de una actividad de alto riesgo llamada inopia, tienen que ver más con que me gusta y corre bien (bueno, una vez estuve a punto en desperdigarme en más partes que una granada de fragmentación porque se rompió la dirección del volante. Pero Dios es grande y me pasó a diez por hora). Así, nunca me había puesto a pensar si era necesario modificar el diseño de este sitio: estaba tan acostumbrado al fondo amarillo orín que obvié considerar lo desagradable que era. Hoy día, después de que he acomodado mis libros por secciones, orden alfabético y constatar una vez más la ruindad humana por los volúmenes que me faltan, decidí que era hora de transformar un poco la imagen del blog. He aquí, pues, un lugarcito del ciberespacio más amable, ligero a las miradas inocentes, que ya no hará ver los textos como letras pasadas por yema de huevo. Porque no puedo permitirme perder mucho tiempo, escogí el modelo básico; asimismo, as usual, el texto predominará sobre la imagen (aquí hay que decir que, como no soy un tipo de muchos cambios, seguiré sin tener hi-fi, myspace, facebook, twitter o alguna de esas rusticidades que llenan mi correo de basura). Alea jacta est y dolce vita a la nueva plantilla.
CAS
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