lunes, junio 07, 2010

El Ejército en las calles

Desde que Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República se llevaron a cabo maniobras ominosas e ilegales; la más visible fue la llamada guerra abierta contra el narcotráfico o, lo que es lo mismo, sacar al Ejército de sus cuarteles y mandarlos a las calles. El saldo es de sobra conocido: no hay día que no exista un número estrepitoso de asesinatos o de atrocidades y vejaciones por parte de los soldados. No es importante reiterar el grado de estulticia del Ejecutivo Federal al mantener ésta dinámica (los soldados no son policías; los soldados están adiestrados para actuar en una coyuntura bélica; los soldados, entonces, no van a capturar a los presuntos delincuentes: los van a matar), pero hay hechos inconcebibles que se repiten sin que pase absolutamente nada (las voces críticas son cuantiosas, pero qué se puede hacer cuando las respuestas son lecciones magistrales de cinismo: háganle como quieran es el subtexto inevitable. Además ellos tienen las armas). Me referiré a datos concretos.

En mi ciudad natal, Cuernavaca, ha habido un cambio notabilísimo en la dinámicas cotidianas desde que la Marina mexicana asesinó Arturo Beltrán Leyva en unos departamentos de superlujo que, dicho sea paso, fueron construidos por los hijos de Marta Sahagún. A partir de ahí, una ola de violencia urbana se desató en Cuernavaca. A dos hombres los colgaron de un puente en el libramiento que lleva a Acapulco y luego jugaron tiro al blanco sobre los cuerpos inertes; al director del penal de Atlacholoaya lo asesinaron, partieron su cuerpo en pedacitos y lanzaron los fragmentos en distintas partes (perdón por la figura retórica tan de mal gusto pero era ineluctable). La cabeza fue encontrada en una bolsa de súper; un comando armado tomó por sorpresa un antro propiedad de un miembro de la familia Ortiz Mena y, sin más, le prendieron fuego con los empleados adentro. Éstos son hechos conocidos sobre todo por su espectacularidad, pero las muertes son el pan cotidiano en la ciudad. Lo increíble de la situación es que el gobierno federal no considerara qué pasaría al dejar acéfalo el control de una plaza tan importante para el narcotráfico: ahora los subalternos se la disputan a punta de balazos, intimidaciones y violencia urbana, en una franca competencia por ver quién es el sicario más despiadado. Un viernes, hace algunos días, todos los restoranes, antros, etc., cerraron a las ocho de la noche y la capital morelense se hizo una ciudad fantasma. ¿Cuál fue la respuesta del gobierno federal? Militarizar las calles. Ahora hay retenes, tanques de guerra apuntándole a la estatua de Zapata y comandos militares que transitan la ciudad con armas largas a la espera que su docto criterio les diga quién es un narco. Hay un detalle que no es menor: usan máscara.

Qué un ejército esté en las calles sucede cuando un país le apunta a la ingobernabilidad o para acallar las voces críticas que se manifiestan en contra de un régimen autoritario, como en las dictaduras. Y en ambos casos, aun cuando exista gente que justifica la mano dura, siempre habrá abusos, ultrajes. Un soldado está entrenado para matar, no para salvaguardad la seguridad de la sociedad, de los ciudadanos. La última muestra de la postura institucionalizada del gobierno llamada cinismo, fue el dictamen de la PGR sobre los niños que fueron asesinados por militares el 2 de junio en Reynosa. El parte de la Procuraduría fue que los miembros del Ejército balearon a los jóvenes, perdón, "sicarios", porque ellos les dispararon primero. Los niños (de 13, 15 y 17 años) atacaron a los infortunados soldados y éstos, defendiendo a su patria, los masacraron. El mensaje de la PGR es implacable: mitiguemos el hecho porque eran sicarios; hay que matarlos porque, como Beltrán Leyva, son una peste social. El tema es trágicamente significativo: 1) no se mata a un presunto delincuente o criminal; se le atrapa y se le juzga (si se cree en instituciones democráticas, en buen español, matar es condenable por donde se le vea. Claro que en México eso de instituciones democráticas es la ilusión del mago más diestro); 2) como quien hace justicia son los soldados, no hay necesidad de que les disparen para responder baleando civiles: en la disciplina castrense basta no obedecer la orden "Deténganse" para ser pasados por las armas; 3) mataron a niños, por más que se diga que son sicarios son por principio niños y lo seguirán siendo hasta por los menos la mayoría de edad. Por eso hay límites de edades, por eso hay cárceles para niños y cárceles para adultos, y por eso hay que negarse con firmeza para que no se adelante la mayoría de edad.

El gobierno de Felipe Calderón ha hecho que, si en algún momento existió la transición del México de las balas al México de las instituciones (máxima también cuestionable), el país que vivimos hoy día se estrictamente el de las balas, la violencia, los asesinatos de niños, las vejaciones y la impunidad. Un último dato que demuestra el grado de autoritarismo que existe en la actualidad. Hace algunos días fueron desalojados con violencia extrema, reprimidos es la palabra justa, unos veinte miembros del SME que estaban en un plantón en Cuernavaca. Como veinte es un grupo que puede atentar en contra de la democracia de un país, hacer una revolución con palos y piedras y enfrentar frontalmente al heroico Ejèrcito mexicano, la Policía Federal envió a seiscientos efectivos para romper el sitio de las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Seiscientos policías para quitar a veinte. La culpa de todo lo mencionado es estrictamente del Presidente de la República, un muchacho escapado de un cuento de los hermanos Grimm y que en unos días estará en la inauguración del Mundial al lado de un hombre que luchó toda su vida en contra de las atrocidades que Tontín ha motivado.

CAS

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