Hace unos años un amigo me pidió un cuento para un libro. Se trataba de una antología cuyo eje sería un día memorable de la historia universal. Cada uno de los participantes escogería el suyo. Como soy muy malo para elegir efemérides notables, sólo se me ocurrió un insigne día futbolero. El libro, como muchas otras publicaciones, jamás se editó; sin embargo, escribí el cuento. Ahora, a propósito del Mundial, me acordé de que existía. Póngolo a consideración del lector con un cintillo que siempre había querido escribir: "Una primicia".
La mano de Dios
No es un día humano. Las aceras se caminan con pesadumbre y el pavimento es un enemigo nocivo de donde sale aire caliente. El tránsito es aletargado. M piensa que no es normal el fuego en sus pies (aunque siempre ha sido así). Es el mediodía del 22 de junio de 1986 y para ir a su casa debe pasar por un costado del estadio Azteca (Mis suelas son un hervidero). Maldito futbol, injuria de nuevo mientras acelera el paso. El último examen de segundo de secundaria lo respondió a regañadientes. Sabe que no lo aprobará. También sabe que ya no importa. Filtra Maradona y el defensor inglés rebana el balón. Va Shilton –que creerá este muchacho, que le puede ganar al por... Brinca Diego y... ¡GOOOOOOOOL! El arbitro señala la media cancha. ¡GOOOOOOOOOOL! Shilton reclama. ¡GOOOOOOOOOL de ARGENTINA! ¡Diego Armando Maradona lo ha hecho! Los ingleses protestan pero tenemos al mejor jugador del mundo. ¡Gracias, Dios, por darnos esa mano! Son esos ingleses, los que tanto nos han hecho sufrir (“Soldadito argentino, sé que te vas a morir...”). La revancha es justa. Gracias, Diego. M escucha el estallido del estadio y se tapa los oídos, impaciente, abrumada. Maldito J: muérete donde estés. M se toma inconscientemente el vientre mientras pasa por una tienda de electrodomésticos. La gente observa el partido en las televisiones de los aparadores. M piensa que están a la espera de una llamada divina que jamás recibirán. Un mareo obtuso le viene por el sol, al tiempo que en su mente aparece un dios de carne y hueso. Retarda el vómito más por debilidad que por capricho. En casa encuentra a su hermano y amigos frente al televisor. Pasa sin saludarlos. De pronto, como si de un alarido bajo tierra se tratara, reconoce la señal aguardada desde siempre: “Fue con la mano”. Quizás fue la voz de su madre, acaso la de algún amigo adolescente que alcanzaba la clarividencia por la embriaguez de un vaso de cerveza. Pero ya no importa, ya no ...la va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del futbol mundial, y deja al tercero y va a tocar para Burruchaga... En la cocina, M deja las llaves de la casa en un cajón. Después entra en su cuarto y cierra la puerta con suavidad, como si fuera de noche y no quisiera despertar a nadie. Se desploma sobre la cama: las ganas de vomitar han pasado pero el desagravio sigue en su cuerpo (“un palmo más de piel en el vientre; dos meses”) ...¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y ¡GOOOOOOL...! ¡GOOOOOL...! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el futbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradoooooona! ¡Es para llorar, perdónenme...! Las lágrimas resbalan por el pómulo de M y con la lengua atestigua de nuevo su sabor salado. Así es la vida: salada, como el agua del mar que nunca conocí. M se levanta y se quita el uniforme escolar (que se arrugue). Desnuda frente al espejo, ve su piel morena y el incipiente vello del pubis. Se pasa la mano por el monte de venus y después dócilmente por el clítoris. Comienza a sentir placer y se estremece, se ruboriza. Cuántos usos tienen las manos de ¡Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...! ¡Barrilete cósmico...! ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina 2 - Inglaterra 0. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona...! Ya en el baño, abre la llave de la tina (los ataúdes se eligen). Gracias, Dios, por el futbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0... Después de todo no hace falta ser Dios para tomar la decisión correcta. M toma la navaja y hace una pequeña hendidura en las venas de una mano (el puño apretado), con sutileza, con pulcritud, como quién rebana con finura un ajo tierno (las manos de Dios). El agua se enrojece azarosamente: no hará falta el tiempo de compensación para que la grana alcance su más intenso fulgor.
CAS, Del Valle, marzo de 2006.
No es un día humano. Las aceras se caminan con pesadumbre y el pavimento es un enemigo nocivo de donde sale aire caliente. El tránsito es aletargado. M piensa que no es normal el fuego en sus pies (aunque siempre ha sido así). Es el mediodía del 22 de junio de 1986 y para ir a su casa debe pasar por un costado del estadio Azteca (Mis suelas son un hervidero). Maldito futbol, injuria de nuevo mientras acelera el paso. El último examen de segundo de secundaria lo respondió a regañadientes. Sabe que no lo aprobará. También sabe que ya no importa. Filtra Maradona y el defensor inglés rebana el balón. Va Shilton –que creerá este muchacho, que le puede ganar al por... Brinca Diego y... ¡GOOOOOOOOL! El arbitro señala la media cancha. ¡GOOOOOOOOOOL! Shilton reclama. ¡GOOOOOOOOOL de ARGENTINA! ¡Diego Armando Maradona lo ha hecho! Los ingleses protestan pero tenemos al mejor jugador del mundo. ¡Gracias, Dios, por darnos esa mano! Son esos ingleses, los que tanto nos han hecho sufrir (“Soldadito argentino, sé que te vas a morir...”). La revancha es justa. Gracias, Diego. M escucha el estallido del estadio y se tapa los oídos, impaciente, abrumada. Maldito J: muérete donde estés. M se toma inconscientemente el vientre mientras pasa por una tienda de electrodomésticos. La gente observa el partido en las televisiones de los aparadores. M piensa que están a la espera de una llamada divina que jamás recibirán. Un mareo obtuso le viene por el sol, al tiempo que en su mente aparece un dios de carne y hueso. Retarda el vómito más por debilidad que por capricho. En casa encuentra a su hermano y amigos frente al televisor. Pasa sin saludarlos. De pronto, como si de un alarido bajo tierra se tratara, reconoce la señal aguardada desde siempre: “Fue con la mano”. Quizás fue la voz de su madre, acaso la de algún amigo adolescente que alcanzaba la clarividencia por la embriaguez de un vaso de cerveza. Pero ya no importa, ya no ...la va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del futbol mundial, y deja al tercero y va a tocar para Burruchaga... En la cocina, M deja las llaves de la casa en un cajón. Después entra en su cuarto y cierra la puerta con suavidad, como si fuera de noche y no quisiera despertar a nadie. Se desploma sobre la cama: las ganas de vomitar han pasado pero el desagravio sigue en su cuerpo (“un palmo más de piel en el vientre; dos meses”) ...¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y ¡GOOOOOOL...! ¡GOOOOOL...! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el futbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradoooooona! ¡Es para llorar, perdónenme...! Las lágrimas resbalan por el pómulo de M y con la lengua atestigua de nuevo su sabor salado. Así es la vida: salada, como el agua del mar que nunca conocí. M se levanta y se quita el uniforme escolar (que se arrugue). Desnuda frente al espejo, ve su piel morena y el incipiente vello del pubis. Se pasa la mano por el monte de venus y después dócilmente por el clítoris. Comienza a sentir placer y se estremece, se ruboriza. Cuántos usos tienen las manos de ¡Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...! ¡Barrilete cósmico...! ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina 2 - Inglaterra 0. ¡Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona...! Ya en el baño, abre la llave de la tina (los ataúdes se eligen). Gracias, Dios, por el futbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0... Después de todo no hace falta ser Dios para tomar la decisión correcta. M toma la navaja y hace una pequeña hendidura en las venas de una mano (el puño apretado), con sutileza, con pulcritud, como quién rebana con finura un ajo tierno (las manos de Dios). El agua se enrojece azarosamente: no hará falta el tiempo de compensación para que la grana alcance su más intenso fulgor.
CAS, Del Valle, marzo de 2006.
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