lunes, junio 28, 2010

El Vasco

Javier Aguirre es un personaje trágico. Heredero de una estirpe de futbolistas devotos de una práctica monoteísta (o pasa el balón o el jugador; nunca los dos), el Vasco Aguirre (una amiga de Logroño me decía que cuando dirigía al Osasuna la decían "el Mexicano") apeló a esa cuerda floja copernicana: me muero con la mía. Es por todos sabido que para ser director técnico de futbol hay que estar un poco demente. A Marcelo Bielsa le apodan "el Loco" porque sus actitudes en la media cancha coinciden más con los hábitos de gendarme-suizo-que-cuida-el-Vaticano-con-ganas-de-ir-al-baño que con las de un entrenador. Entre otra proezas cuando dirigía al Atlas, Bielsa, al borde de la explosión interna por la ebullición de su nerviosismo, tuvo que salir a darle un par de vueltas al estadio Corona del Santos Laguna. Cuando regresó su equipo seguía perdiendo pero él ya había depositado las crepitaciones fibrosas fuera de su cuerpo. En contraste, la aparente locura inicial del Vasco Aguirre ha sido desenmascarada por varias razones. La primera es naturalmente económica ("with the money dance the dog", decía Piporro): su sueldo supera con creces lo que cincuenta de los escritores mexicanos más reputados jamás ganarán en 16 vidas. Al amparo de la certeza de tener su vida resuelta, le resultó irrelevente tomar en cuenta la opinión de 110 millones de jodidos mexicanos que le insistían simplemente que metiera a un Chícharo a la cancha. "Háganle como quieran", parecía decir Aguirre. "Aquí mando yo. Además vivo en Miami, ches barbajanes". Qué tiempos aquellos en los que el Vasco, un hombre que siempre abanderó ideas progresistas y era promotor de causas justas, organizó un partido entre exfutbolistas e integrantes del EZLN. Cuando el "Capitán Furia", Alfredo Tena, unos de los invitados al encuentro amistoso, vio a los rivales enmascarados lamentó haber dejado de practicar las patadas karatecas con los jugadores de las Chivas, pero se mantuvo al pie del cañón y apoyó al Vasco en lo que consideraba también una causa justa. Después Aguirre fue entrenador nacional y luego se fue a España. Todavía cuando dirigía al Osasuna, en una entrevista dijo que le gustaría dirigir unos años más y que su mayor anhelo después de retirarse como entrenador era abrir una librería en Madrid. Parece que la Gran Vía de la capital española tendrá que esperar algunos lustros para disfrutar de la sapiencia literaria de un vasco mexicano que ha tomado las decisiones más misteriosas que jamás hayan existido en una cancha de futbol.

La segunda razón por la que Aguirre no puede ser uno de esos locos geniales que habitan en una jaula rectangular a la mitad del campo (esto no incluye la vez que le dio una patada a un jugador panameño cuando desbordaba por el callejón del área), es que nunca ganó nada (bueno, le ganó un campeonato a la insigne Máquina Azul con un gol que no debió contar, pues fue literalmente piterísimo). Cuando Carlos Salvador Bilardo dirigía a Argentina, antes del Mundial de 1986 las críticas le llovían en mayor número que las balas inglesas en las Malvinas. Nadie creía en él, sobre todo porque su propuesta futbolística era la antítesis del futbol abierto del entrenador que ocho años antes los había llevado al campeonato: César Luis Menotti. La prensa y la afición estallaban en su contra por los partidos perdidos previos a la Copa: solía defenderse a cal y canto antes que considerar la pecaminosísima idea de horadar la valla rival; además le encantaba alinear a jugadores que sólo hubieran sido cracks en la tercera división de Sri Lanka. Cuando se discutía si era adecuado que Bilardo convocara a Sergio Batista para México 86, Diego Armando Maradona, ya para ese tiempo convertido en el gran capo de la albiceleste, dijo que si no llamaban a Batista él no jugaría. En ese momento un buen número de corazones en el barrio de la Boca dejaron de latir. Bilardo, que es todo menos idiota, consideró a Batista y lo hizo jugar todos los partidos. Maradona había recurrido a la máxima de todo genio: la locura no alcanza su esplendor sin un escudero que le cuide las espaldas; un sancho laborioso que, entre otras cosas, sepa partir alguna rodilla cuando el honor de su caballero andante ha sido mancillado por un peón del mediocampo que osó ponerle los tacos en la espinilla. Zico tuvo a Falcao; Zidane a Deschamps; Pelé a Gerson, aunque Gerson bien pudo ser caballero andante en cualquier otro equipo. Maradona, pues, tuvo a su Batista gracias al lúcido escrutinio de Bilardo. Años después, en esa rupestre pericia freudiana de matar al padre, Batista se convertiría en uno de los mayores críticos del ahora entrenador argentino. El Mundial de 1986 fue obtenido por Argentina con una fantasía de Maradona: filtró el balón para Burruchaga mientras Hans-Peter Briegel -un pánzer alemán que Franz Beckenbauer dirigía con control remoto- trataba de impedir la corrida del albiceleste. Argentina ganó el Mundial y los encabezados al día siguiente en Buenos Aires no podían ser más reveladores: ¡"PERDóN, BILARDO!". La sapiente demencia de Bilardo continuó años después cuando, durante un partido de la liga argentina, salió a dirigir a la cancha con una copa de champagne. Naturalmente, como Zedillo, dijo que era sidral.

La tragedia del Vasco Aguirre es que su testarudez está a años luz de la genialidad deífica y pasará mucho tiempo para que pueda regresar a México sin que le recriminen no haber puesto al Chicharito, mantener a Guille Franco, incluir al Bofo Bautista en una afrenta abierta hacia los cien millones por haberlo llevado al Mundial (era evidente que si el Bofo hacía una de esas jugadas salidas de la chistera, de las cuales ha hecho sólo un par en su carrera, el Vasco hubiera justificado con creces su inclusión) o retirar invariablemente, como si estuviera consignado en una bula papal, al mejor jugador mexicano: Andrés Guardado. La terquedad del Vasco estuvo contrapunteada por la de uno de los personajes más oscuros que se recuerden en el futbol mexicano: Mario Carrillo. Clonado del gen futbolístico de José María Cordova Montoya, Carrillo ha sido la eminencia gris más reputada del balompié azteca. Después de ser durante muchos segundo de abordo de Manuel Lapuente, pretendió emanciparse y llevar una carrera como técnico en solitario, como el Llanero o Lucky Luke, pues. Solo ganó un título, con el América, y de una manera muy dudosa. Con la gloriosa Máquina Azul estuvo en 2003. Dirigió nueve fechas y no ganó ningún partido. A eso se le suma que es el causante de la mayor goleada internacional que haya sufrido el Cruz Azul: 6-1 frente a un equipo uruguayo que sólo podría formar parte de un torneo de Criaturas fantásticas, el Fénix. En Pumas, Carrillo fue auxiliar de Hugo Sánchez. Como quería pasar inadvertido y no robarle cancha al ego de Hugo, Carrillo permanecía en un palco del estadio. Se rumora que en una ocasión mandó a uno de sus subalternos a decirle a Hugo quién debía salir. Cuando el subalterno, a mitad del camino, abrió el papelito con las indicaciones de Carrillo, decidió no llegar al banquillo puma y siguió viendo el partido desde una grada desierta. La orden de Carrillo era que sacaran al hijo del subalterno: José Luis "el Parejita" López. El problema de Carrillo es que no ha sabido mantenerse como el verdadero poder detrás del trono y su presencia en decisiones fundamentales ha sido desde la palestra (fue evidente una aceda discusión con Aguirre durante un partido del Mundial) y cotidianamente con secuelas desastrosas. Se dice que fue él quien convenció al Vasco para alinear al Bofo, sacar a Guardado en los mediotiempos, no incluir al Chícharo como titular y dejar fuera de la selección a Jonathan. Aguirre siempre ha sido un hombre que paga deudas. En el 2002 incluyó unos minutos a Alberto García Aspe, ya desde esas épocas entrado en la tercera edad. Lo hizo para que Aspe jugara un tercer Mundial y saldar una cuenta con su mentor Alejandro Burillo. En 2010, Aguirre incluyó a un segundo técnico -Carrillo- por designio de algún oscuro miembro de la Federación Mexicana de Futbol, que en buen español se llama Televisa y TV Azteca. La apuesta fue dura y contraproducente: Rasputín pretendió compartir el cetro con el rey. El resultado fue devastador: a trono roto, selección fuera.

Hoy día Aguirre deshoja la margarita. Su hijo menor ha sido contratado por el Bolton inglés y el Vasco se irá a Inglaterra para supervisar la carrera de su Benjamín. Es probable que su estancia en la isla le sirva para candidatearse con algún equipo de la Premier League. A reserva de que esto suceda (doble contra sencillo a que no pasará), la certeza que se respira en el ambiente con sabor a legumbre fresca, y es de esa bohnomía alentadora que diferencia a un buen jugador de un mal entrenador, es que un Chícharo despachará cada fin de semana en el Teatro de los sueños de Old Tratford y un Vasco, el único caballero de triste figura sin demencia, hará lobby permanente acompañado de su lamentable y trágica medianía.

CAS

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