De plantas y cartas
Cuando dejo mi departamento por algún tiempo, hay dos cosas que me preocupan sobremanera: quién regará mis platas y quién recogerá mi correspondencia. Pensar en que se tratan de cuestiones elementales sería un error, pues estamos ante dos aspectos de la vida que merecen respeto: la flora y los carteros. Si bien estos últimos son con normalidad personajes vilipendiados, habría que empezar a reividicar su profesión, sobre todo ahora que las cartas son básicamente un asunto decimonónico y lo único que se encuentra en el buzón son facturas para pagar. El cartero, entonces, es en principio el portador de malas noticias, lo cual no deja de ser una injusticia. Por eso hay que darles un regalo en su día. En relación con mis plantas, el tema es distinto: I can´t live without them. Perdón, pero no es cursilería, pues es mi idilio más duradero. Llevaré con ellas algo así como diez años. La dificultad es la siguiente: lo más que he estado fuera de mi casa han sido cuatro meses; como soy demasiado celoso de mis cosas, me niego rotundamente a que cualquier pelele viva en mi depto durante ese tiempo. En esa ocasión todavía trabajaba conmigo la señora Ofelia (mi segundo idilio más extenso, algo así como ocho años), pero un buen día me dijo que ya no venía. Como era testiga de Jehová, seguramente consideró una inmoralidad que mi vida fuera inestable y sórdida durante tanto tiempo, pues conoció a todo tipo de mujeres locas. De repente, cuando aleatoriamente se quedaba sola con alguna de ellas, las conminaba a que sentaran cabeza. A una, por ejemplo, le dijo que andaba por un sendero maldito cuando la vio tomando un tequila de un trago y a otra, ¡delante de mí!, que ojalá el próximo año hubiera boda. Eso era suficiente para correrla, pero recapitulé los ocho años que me había aguantado y fui tolerante. Además siempre tuvo la delicadeza de no intentar conventirme a su religión: también la hubiera corrido. Pero bien, el caso es que durante esa temporada le dije "Señora, vaya a mi casa dos veces al mes; haga el haceo (creo que así entendía mejor este asunto de "hacer la limpieza") y, sobre todo, RIEGUE MIS PLANTAS Y PLATÍQUELES SOBRE TEMAS QUE NO SEAN DE RELIGiÓN, cosa que hizo con suma diligencia, pues hasta el momento no tengo ningún dato de que las pobres sean conversas: una de las condiciones para vivir en esta casa es ser agnóstico. Mi hermana, por su parte, se encargaba de recoger la correspondencia, pagar mis cuentas y echarle un ojo al departamento. Al respecto hay un tópico neurálgico: nunca hay que darle las llaves a la novia para que sea ésta la encargada de las antes mencionadas vicisitudes; se corre el riesgo de varios peligros, verbigracia, que vea las cosas que uno escribe en su blog, que lea los avances de la novela en ciernes y que lleve al amante en turno diciéndole como no queriendo la cosa "me prestaron un departamento muy mono". Me acuerdo que cuando estaba en la carrera, en los baños mixtos de la facultad (así fueron durante algún tiempo), había una frase reveladora arriba del WC: "Piensa que en este momento tu novia puede estar cogiendo con otro güey". Por supuesto que ni mear, ni cagar, ni nada se podía hacer a gusto. Por lo demás, si se insiste en esa mala elección, sugiero que se cambie el colchón cada vez que uno regrese de viaje y se compre un futón color caqui.
Mis amigos me dicen, regresando a las plantas, que le dé las llaves a Juanita para que ella se encargue de regarlas. Mis amigos, en principio, son personas desequilibradas. Lo he dicho bastantes veces: Juanita es mi vecina, está cerca de los doscientos años y es medio bruja. Después de meses de profundo discernimiento, llegué a la conclusión de que me hace vudú y baña al muñequito todos los días con alcohol del 96. He intentado matarla en numerosas ocasiones pero siempre se salva. Barre las escaleras del edificio a las cuatro de la madrugada y me insulta cuando llego a esa hora y le piso donde acaba de trapear. Yo sólo contesto "Buenas Noches". Además es la encargada hacer correr la información sobre mi vida en el edicicio y concluir con las vecinas cristianas del primer piso que soy una persona perniciosa, merecedora "mínimo de la hoguera". Confabula sobre mí con las mujeres del edificio de a lado cuando me estoy rasurando; dicen que van a hablar con el dueño, que es mi amigo Juan, para ponerme un hasta aquí. Todo esto equivale a que me estaría haciendo el hara kiri si le doy las llaves de ¡mi casa! para que riegue ¡mis plantas! Mis amigos están muy mal y sólo por estas sugerencias tampoco se las daría a ellos. En fin, por suerte ahora no estaré tanto tiempo fuera, además de que ya quedé con mis queridos vecinos Arturo y Laura (gente seria) para que se hagan cargo. En su casa, por cierto, se come un excelente queso manchego. Va. Ahora, les vacances.
CAS
sábado, julio 19, 2003
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