viernes, diciembre 13, 2002

¿Es esnob la literatura?

Partiré de un par de referentes para cavilar al respecto. Hace poco, leyendo una revista de literatura, me encontré que una de las colaboradoras incluía en su currículum algo así como "Desde hace algunos años no lee nada que pase de tres hojas"; y efectivamente, su texto era de dos páginas y media. En otra ocasión, cuando yo colaboraba en la Revista Mexicana de Cultura del hoy extinto periódico El Nacional, los editores me comentaron que andaban tratando de erradicar la literatura del suplemento, así que de ser posible me pensara algo que nada tuviera que ver con esos temas. Un día, incluso, salió un número dedicado a los insectos, que bien pasaba como copia mala de Muy interesante. Puede pensarse que para estar "in" en las tendencias culturales hay que ir en contra de los cánones establecidos, como decir "prefiero un texto que aparezca en cualquier pasquín a leer El Quijote o "la literatura es tan nociva para la cultura que prefiero escribir sobre un díptero tropical". Y se hace aunque no sepa nada al respecto. En todo caso, a mi modo de ver, pueden resultar más esnobs estas afirmaciones que decir, por ejemplo, "leo tres libros a la semana y cada domingo termino un cuento", como la gente que escribe en la contraportada de La Jornada todos los domingos.

¿La literatura es esnob? Sin duda sí y a la vez no; depende todo desde dónde se la vea. Sin embargo, de entrada, podemos estar de acuerdo que publicar un libro es un acto frívolo, pues quién nos ha preguntado si existen personas que quieran leernos. La credulidad en el negocio puede resultar peligrosa. Por lo demás, hay de dos sopas sobre las actitudes esnobs literarias, extremistas por supuesto, como toda polaridad que permite hacer este tipo de divagaciones: o existen los que, como en el caso de esta muchacha, dicen que no pueden leer más de tres cuartillas (aunque otorguémosle el beneficio de la duda: quizás tiene hemorroides y no le gusta mucho leer parada) o los que causan ternura al comentar cosas como "Yo sólo leo a autores muertos" o "Nunca he leído a un autor que escriba en español". Pobrecitos.

Los estudiantes de literatura son los bandeirantes de esta corriente veleidosa de ver las letras, empezando, desde luego, por su imagen. Hay varias categorías: los darketos que tienen la cualidad de ponerse una argollita en alguna parte del cuerpo cada que terminan un libro; los dandis, extrañas figuras que ahora sustituyen una sobria levita wildeana por un saco corto de tweed y llevan un portafolios al hombro en el que se encuentran, sobre todo, libros de pasta dura; otro caso es el del chavo banda, especialista en literatura mexicana, en particular José Agustín y Armando Ramírez, y que entremezcla un diestro acento tepiteño con dos o tres anglicismos pronunciados con trabajo, aunque de alta escuela. No esta mal, desde luego, tener un modelo a seguir y ser parte de un cliché. Recordemos, por ejemplo, que cuando Baudelaire regresó a París, después de su viaje por la India y las Islas Mauricio, mandó a hacerse un traje según un retrato de Goethe, en el que el autor de Fausto portaba un traje azul con botones de metal. Claro que Goethe es Goethe y Baudelaire es Baudelaire, pero también con los grandes se han cocido habas.

En la actualidad la tendencia es escribir sobre temas que impacten, como la historia de la física cuántica en la segunda Guerra Mundial u oscilaciones sobre el hombre que descubrió el clítoris en el siglo XVI. Pero también existe la contraparte: aquéllos que narran las aventuras de algún puberto en búsqueda de su primera relación sexual o de cómo debe tomarse el café, pero explicado de manera sosa. Otra vez dos extremos. Sin embargo, habría que preguntarse qué puede ser más esnob, lo primero o lo segundo. Hay grandes obras escritas sobre la ciencia que gozan de una erudición impactante; también existen textos más bien sobre temas cotidianos que resultan ser obras maestras, como las famosas "Instrucciones" de Cortázar. Empero, ni Faulkner ni Rulfo escribieron sobre asuntos similares, sino de lo que les era cercano. Ora sí que ni muy muy ni tan tan, o como se diría en otros tiempos: ni de izquierda ni de derecha, sino todo los contrario.

Hoy día, si se revisan los índices de lectura en este país, la conclusión a la que se llegaría es, siendo duros, que los mexicanos son retrasados mentales. Claro que bien podría argumentarse que prefieren comer a comprarse un libro, pero creo que si hubiera un poco de organización y logística, ambas cosas serían viables. Podría intentarse que con cada litro de leche se incluyera una edición de bolsillo de El llano en llamas. Apuesto doble contra sencillo a que menos del cinco por ciento lo leería, ergo, tampoco es la solución, además de que se nos diría que es más divertido ver el talk show de Carmen Salinas que leerse un cuento: eso es de intelectuales. Entonces, si seguimos en ese sentido, la literatura sigue siendo esnob, puesto que ser intelectual en muchos casos también lo es, whatever that means. El promedio anual de libros leídos por habitante en México es menor a 0.5 libros, eso sin tomar en cuenta a la gente que nos leemos entre cincuenta y sesenta libro al año. Esto quiere decir que seguimos, desde la perspectiva de allá, siendo frívolos y esnobs. O dicho de otro modo: bichos raros. No hay que dejar, sin embargo, de leer El Quijote, en una mala edición aunque sea, ni obviar textos cortos que nos encontremos en algún lado. Al final lo aconsejable, por las dudas y por si acaso, es dejar estas divagaciones para los avezados y pasar a la lectura del siguiente libro.

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