lunes, septiembre 22, 2003

Durante una semana entera traté de eliminar a Juanita. Después de muchos intentos, incluido el viejo truco del hoyo profundo utilizando la tapa de alcantarilla de Nicoménicus, fracasé (Juanita pasaba y pasaba sobre ella y nada ocurría; cuando yo me paré encima para ver qué sucedía, casi me voy de hocico hasta el primer piso). Ya fuera de mí, ensayé una última opción: como quien tira una colilla de cigarro, dejé una cáscara de plátano camuflada en las escaleras. Por varios días no supe nada de mi conspicua vecina y me dio por celebrar eufórico mi triunfo bailando claqué sobre la mesa. Pero una mañana que salía a dar mi clase, noté que al lado de su puerta había colgado un muñequito con lentes; arriba, una cruz azul bastante mal hecha y, en medio de ambos, la antes mencionada cáscara de platano de color negro. Sobra decir que ni la maté ni hice que se rompiera nada y lo peor: usaba MIS métodos en MI contra (¡bitch!). Desde ese día el Azul no gana un miserable partido y es probable que yo termine pronto en una celda sucia y hedionda, ya sea porque Hacienda se encargue de hacerlo o por reventar cualquier alcoholímetro que tengan a bien ponerme en la boca (olvidé decir que en el paquete pernicioso en mi contra va el hecho de que casi me mato en la carretera: una de las llantas de mi coche tenía como menos ocho libras). Ahora, como todos los lunes, iré con el barbero, con mi contador, y no sería malo, en lo sucesivo, conseguirme un brujo de cabecera que contrarresté la conjura, al cabo que la suerte está echada y cosas peores ya no pueden suceder (esto último no debí decirlo pero ya está: mañana cierran el Corona, Juanita vive hasta los 210, Ana María Lomelí sucede a Marthita en la carrera presidencial y el Chelito Delgado regresa a Argentina por no soportar jugar en un equipo tan malo).

CAS

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