El martes pasado en Casa Lamm, uno de los lugares en donde doy clases, se presentó un libro de Natividad González Parás, gobernador electo de Nuevo León. La presentación era al lado de mi salón de clases y mientras don Nati ilustraba su riguroso ideario político, yo les comentaba a mis alumnas cómo no hay que hablar. Pedí un poco de silencio y escuchamos a los comentaristas del libro; más adelante agregué: "Hablando de políticos, quien hoy tiene la patente del verbo cantinflear es Diego Fernández de Cevallos". Me miraron incrédulas pero al final, luego de dos o tres explicaciones contundentes, me dieron la razón. Terminada la clase noté que la crema y nata de la clase política mexicana (incluidos priístas, panistas y perredistas) se hallaba ahí bebiendo vino francés y los acatempazos estaban a la orden del día. Salí en puntas de pie de ese lugar indigno y pedí me coche. La calle había sido tomada por guaruras y los últimos modelos adornaban la acera. Mientras me traían mi coche y como quien pernocta en el limbo, traté de cohabitar con esos rara avis que existen en este país. Fue sólo en ese momento cuando entendí que para ser guarura de político no sólo hay que estar dispuesto a dar su vida por el big chief sino que, sobre todo, ser un poco parecido a él. Uno de ellos les narraba a sus compañeros las vicisitudes futboleras del fin de semana: "No mamen, el pinche Cardozo falló un penalty de la manera más pendeja: el güey estaba solo frente al portero y mandó el balón a un lado".
CAS
viernes, septiembre 26, 2003
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