jueves, marzo 13, 2003

Jorge Carrillo Olea

Recién leo en el Proceso la anécdota de cuando Luis Echeverría, siendo presidente, tuvo que salir huyendo de la UNAM. Ningún presidente de la República había regresado desde 1968 y Echeverría fue a la inauguración de cursos en un intento de distensionar las relaciones alumnos-gobierno federal de esos años. Fue un fracaso. Los estudiantes le gritaban "asesino" y el respondía "Así gritaban las juventudes fascistas". El encargado de la seguridad del presidente, y miembro del Estado Mayor en ese tiempo, era Jorge Carrillo Olea, después gobernador del estado de Morelos. Él se encargó de conseguir un coche, que pasaba por ahí, y sacar a Echeverría de CU. El presidente, ya a esas alturas había recibido una pedrada en la cabeza y estaba sangrando. En el auto en el que huyeron estaban el presidente, Carrillo Olea, el muchacho que conducía y Pepe Murat, ahora gobernador de Oaxaca, quien no entendía nada pero había organizado el evento. En la confusión, Murat gritaba "¡A Derecho, a Derecho!"; Carrillo Olea, especialista y entrenado para dar su vida por la del presidente, le dijo "Aquí mando yo". Acto seguido, ya cuando nadie los perseguía, dijo "Murat, bájate". Y así siguieron hasta los Pinos, en donde ya pensaban que el presidente había sido secuestrado. En el camino, Carrillo Olea se quitó la camisa y le revisó la herida a Echeverría: no era de cuidado. Al muchacho, que por una cuestión aleatoria le tocó salvar al mandatario, Echeverría le dijo "Pídeme lo que quieras". El joven sólo respondió que quería que le arreglaran los desperfectos del coche sufridos durante la huida y que le dieran permiso a su padre para vender licor en su tienda. Una llamada bastó para que todo se arreglara.

Aunque yo viva el el D.F. desde hace diez años, soy de Cuernavaca y mantengo estrecho contacto con todo lo que ocurre en Morelos. De hecho trato de ir cada fin de semana a ver a mi mamá. En 1994 Jorge Carrillo Olea ganó las elecciones para la gubernatura del estado y asumió el poder ese mismo año. No terminó. Durante su mandato se dio el mayor número de secuestros que haya existido jamás en la historia de Morelos. Se percibía la sozobra en cada esquina. Tres amigos míos, por ejemplo, fueron secuestrados. La gota que derramó el vaso fue cuando el jefe del grupo antisecuestros del estado fue encontrado in fraganti por miembros de la Policía Federal de Caminos. Trataba de desacerse de un cuerpo que tenía en la cajuela de su coche. Se armó un gran escándalo. El director de la policía judicial y el procurador fueron arraigados. Días después el gobernador renunció y se abrió un juicio en su contra. Hasta hace un par de días, fue exonerado de cualquier responsabilidad o involucramiento con los secuestros. Para quienes somos de Morelos, es imposible creer que no haya sabido qué estaba pasando. El gobernador de cualquier estado sabe completamente qué ocurre en su entidad con pelos y señales. Quizás Carrillo Olea no participó activamente en la red de secuestradores, pero tenía información de que existía, y sobre todo porque sabía que parte de su gente estaba inmiscuida.

Y sin embargo era un gran político a la hora de hablar con él (recuerdo la famosa frase del expresidente ecuatoriano Velasco Ibarra: "Denme un balcón y recupero el poder"). Corría el año de 1995. Eramos, entonces, un grupo jóvenes escritores, emprendedores, que hacíamos una revista literaria. Y queríamos también que se leyera. Así, con la ingenuidad de un mozalbete de 22 años, me le acerqué al gobernador cuando salía de un evento para enseñarle la revista. Ningún miembro de su seguridad se interpuso y la revisó cordialmente. Había un artículo sobre Batman. "Me gusta Batman", me dijo. Siguió hojeándola durante algunos minutos y algo que me gustó fue que no se la diera a nadie cuando se iba. Meses después me enteré de que había dos artículos de otros números de la revista que no le habían gustado: uno que hablaba sobre la inseguridad en el estado y el papel de la policía y una entrevista que mi amiga Libertad América (así se llama) le había hecho a Jorge Santiago, ayudante del, en ese entonces, obispo de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz, y quien había sido llevado a Almoloya durante la ofensiva del gobierno contra el EZLN en el 95. "Son artículos muy parciales", dijo Carrillo Olea. Después tuvo que renunciar.

Al hablar de un personaje público, hay que enunciar, sin embargo, sus vicios y sus virtudes. Detesto a Carrillo como político, como líder popular, porque no sé si es un asesino o no; pero lo admiro como militar. El mejor amigo de mi papá fue el escritor Sergio Galindo. Cuando Sergio era director de Bellas Artes, durante el gobierno de Echeverría, tengo la seguridad de que fue el periodo en el que más envejeció en su vida. Un día, harto de todas las vicisitudes buracráticas de trabajar en el INBA, Sergio le habló al secretario particular del presidente.

-Mañana mismo le llevo mi renuncia -dijo Sergio.

-¿Qué?

-Mi renuncia.

-Señor director, usted no puede renunciar.

-¿Cómo?

-El señor presidente es el único que lo puede renuciar; usted no puede hacerlo de motu propio .

Sergio se tuvo que quedar hasta que terminara el periodo echeverrista. Y por eso vivió una anécdota con Carrillo Olea, a quien en particular admiraba. En una ocasión, Sergio tuvo que ir a Cuba a un evento oficial; el encargado de la seguridad y en general de que todo saliera bien, era Carrillo Olea. Fueron por mar. Al tratar de desembarcar, las autoridades cubanas de migración le impidieron la entrada.

-Pero cómo, si se trata de una visita oficial -les dijo Carrillo Olea-. El señor es el Secretario de Cultura de nuestro país.

-Lo siento pero no se me ha informado nada.

La situación empezaba a tensarse porque le impedían la entrada a un diplomático mexicano. Entonces Carrillo Olea habló.

-Usted no se preocupe, señor director, todo va a salir bien. Nada más no se separe de mí.

Carrillo agarró de un brazo a Sergio y del otro a su esposa Angelita, y cruzó la migración cubana ante la mirada atónita de todo mundo generada por tal muestra de autoridad y decisión. Una medida militar, sin duda, pero efectiva. Después, la diplomacia cubana se disculpó con por el incidente. Cuando lo platicaba, Sergio decía: "Carrillo Olea no iba a permitir que un funcionario mexicano, y sobre todo el funcionario del que el tenía a cargo su seguridad, fuera detenido de manera humillante en una oficina de migración.

Actualmente, Carrillo Olea vive en su casa de Cuernavaca y esporádicamente escribe en La Jornada. Su pasado, adoquinado entre otras por estas anécdotas, está estrictamente en su memoria. Sólo él sabe lo que hizo.

CAS

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