miércoles, marzo 12, 2003

Mujeres y futbolistas

Es por todos sabido que es más fácil que el mundo se acabe mañana a que una mujer entienda qué es un “fuera de lugar”. Yo he tratado de explicarlo hasta con saleros y frascos de catsup; siempre he fracasado. Al final le dicen a uno que el futbol no importa tanto, que lo interesante del deporte son los jugadores, siempre y cuando –desde luego– no se les ocurra abrir la boca. Intuyo, entonces, que se refieren al cuerpo. Así, en esa lógica, entre las mujeres existe una dosis de perversión erótica sobre el asunto, a saber, tratar de verle la entrepierna a un futbolista cuando éste yace en el callejón del área después de haber recibido una falta artera al tobillo.

Aunque también hay otras formas de relacionarse con tan insignes deportistas. Una amiga que conozco desde hace algunos años y quiero mucho, me comentó que tenía una debilidad: los futbolistas.

–Ah, ¿entonces has conocido a algunos? –le pregunté mientras ella sonreía pícaramente.

–A algunos.

–¿¡A quiénes!? –le exigí que me dijera, pues ya había cometido la indiscreción y no podía dejarme con la duda.

Fue así cómo me enteré de que había tenido “onda” (interprételo, querido lector) con el eterno suplente de las Chivas, el portero Celestino Morales, quien por cierto en alguna ocasión vistió la gloriosa casaca azul de la máquina; también anduvo con uno de los peores extranjeros que ha venido a México y que, por desconocidas causas del destino, ganó en campeonato con el América: Gustavo Echaniz, cuya peculiaridad era que usaba una larga y ensortijada cabellera, y el mayor atractivo para las mujeres era que jugaba sin espinilleras. Por último me habló del gran Búfalo Carlos Poblete –excampeón goleador de primera división– y quien esperó varios años a que mi amiga regresara de Europa. Le dijo a Poblete en el aeropuerto que volvería en un par de meses; lo hizo tres años después.

Todo esto me lo confesó en una sola noche y fue demasiado, sobre todo porque no perdió la oportunidad de informarme que además le traía ganas al actual entrenador del Morelia, Rubén Omar Romano, que era su amigo, y a un chileno que pasó por Cruz Azul y Pumas, Martín Gálvez, al que no sé quién le dijo que era jugador de futbol. Sin embargo, mi amiga y yo nos habíamos entendido: podíamos hablar del mismo tema sin aburrirnos, cada quién desde su perspectiva, pero al final siempre con una plática animada y constructiva.

No obstante, había más. Nunca esperé que me siguiera sorprendiendo con el tema de los futbolistas. Pero lo hizo y yo no pude dormir ese día. Fue en mi casa; estaba ella y otro amigo. No sé por qué salió a la plática el asunto. Por no dejar, hice un comentario irónico sobre sus experiencias de antaño. Ella tomó un trago de su tequila y nos amenazó:

–Pero falta el Mundial

–¿Cuál Mundial?

–El del 86, ¿cuál va a ser?

Mi amigo y yo nos miramos con estupefacción: no lo creíamos.

–¿Tuviste “onda“ con algún jugador del Mundial? –preguntamos ingenuamente al unísono.

–Pues había un muchacho belga muy simpático, medio güero; siempre se andaba riendo.

–¡Jean-Marie Pfaff!

–Sí, Pfaff. Aunque también estaba este otro uruguayo, “ojos tristes” le decía porque parecía que siempre estaba triste. Muy callado él.

Nos vimos de nuevo, no creyendo lo que escuchábamos.

–Querida, de casualidad no se llamaba Enzo.

–Sí, Enzo, “ojos tristes”.

-¡Francescoli, Enzo Francescoli!

–Sí, puede ser; pero a él me lo presentó Rossi.

–¿Rossi? –estábamos al borde de un síncope.

–Sí, Paolo. Muy guapo, ¿eh?

Nos había rebasado. Nuestra amiga había andado con el jugador más simpático de ese Mundial y uno de los mejores porteros de mundo, el belga Pfaff; con Enzo Francescoli, apodado El Príncipe, y con la nada despreciable cualidad de haber sido el mejor jugador uruguayo de la historia, lo cual ya es decir; y también con Paolo Rossi, quien nada más le dio a Italia la Copa del Mundo de España en el 82 y fue campeón goleador de ese Mundial. El desconcierto era tal que incluso revisamos nuestros manuales de los Mundiales para ver si no había blofeado. No, no lo hizo: todos esos equipos habían estado o jugado en las ciudades donde ella nos había relatado los hechos. Todo cierto. Terminamos el tequila y mi amigo y yo coincidimos que ser futbolista no es sólo la posibilidad de ganar doscientos mil dólares al mes; también pasar por las armas de hermosas mujeres. En todo caso, sabemos ya cuál es la verdadera razón por la que un jugador va a un Mundial.

CAS





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