Conjeturas cinematográficas de un ideático II
Retomando esta manera de hablar caminando en el cine gringo, que dicho se de paso es toda una forma de vida, existe por otra parte un sinnúmero de posibilidades adicionales. Por ejemplo, un hombre se encuentra en la calle a un amigo que tiene mucho de no ver. Pues bien, en lugar de quedarse un momento en la banqueta discutiendo acerca de sus años en la universidad, deciden –casi al unísono– iniciar una fastidiosa caminata; en veinte segundos se han contado los últimos diez años de años sus vidas. Al llegar a la esquina ya están al tanto de todo. También es habitual que los alumnos de preparatoria, después de cerrar su locker, inicien una marcha a lo largo de los pasillos de la escuela; aquí las conversaciones más reiteradas serán sobre con quién van al baile de graduación o confirmaciones de que el maestro de literatura es un asshole.
La gran parte de las producciones cinematográficas de Estados Unidos son repetitivas hasta la conmoción. Están plagadas de clichés y lugares comunes. Por ello mismo, hay momentos maravillosos que suelen ser, más que apreciaciones sapientes del director, dechados fenomenales de humorismo involuntario. Seguramente Bruce Willis no sabe que el mejor papel de su carrera es en Pulp Fiction, cuando hace de boxeador corrupto que habla como retrasado mental. La caracterización es casi perfecta, pues lo único que hizo fue ser como él. Otro caso es el de Brad Pitt, quien tiene una actuación que, en boca muchos cinéfilos, es de culto. En esta película True Romance (en México La fuga), el único trabajo inteligente del hermano idiota de Ridley Scott, Tony, Brad Pitt caracteriza a un pacheco sin remedio que fuma mota sin moderación y levanta el dedo para señalar por dónde se fueron Christian Slater y una de las mujeres más atractiva de Hollywood: Patricia Arquette. También, la mejor intervención en cine de Robin Williams son aquellos instantes sublimes de la película de Woody Allen, Deconstructing Harry, en la que el reputado Robin aparece fuera de foco en todas sus escenas, es decir, sale borroso todo el tiempo. Independientemente de eso, los actores y actrices del cine gringo hacen cosas que en México serían actos condenados y blasfemos. Por eso son famosos y por eso también caen bien. En ese sentido, no hay que dejar de destacar la vez que Drew Barrymore se levantó la blusa frente al ínclito showman, David Letterman, en un programa en vivo transmitido en cadena nacional. Este tipo de actitudes, que no son muestra de lujuria o lascivia sino de rebeldía, faltarían a veces en la farándula mexicana.
Ahora bien, en el caso de las tramas también hay que decir algunas cosas: estamos tan acostumbrados a los cuentos de hadas que cuando una película no termina con un convencional happy end, nos angustiamos y salimos de la sala un tanto decepcionados. Sucedió con Titanic. ¿Quién no pedía a gritos que al final de la película el infumable Leonardo Di Caprio moviera por lo menos un dedito, mientras la maravillosa Kate Winslett yacía sobre una tabla providencial? En esos casos hay algo de turbación que impide mirar a los demás, todo por el miedo de encontrar llorando al hombre con cara de judas que se ha sentado a nuestro lado. El hábito al happy end es tan intenso que por momentos de ese factor depende que la película sea buena o mala.
Los habitantes estadounidenses necesitan que todo el tiempo se hagan películas que refunden una identidad, una raigambre peculiar. Hace diez años que pasé una temporada con mi familia de Los Angeles, entendí que la gran parte de las referencias en su vida pueden girar en torno a la película de moda. Cada vez que pasábamos por ese inmenso edificio inteligente que Bruce Willis tuvo a bien destruir en Die hard, mis tíos me comentaban que ahí se había filmado la película. Así, en lo sucesivo, cada vez que volvíamos por ahí me platicaban una nueva anécdota en torno a la filmación. Es ésa la refundación de su propia dinámica. El edificio pudo haber estado ahí toda la vida, sin embargo la ciudad fue otra después de que en ese edificio se hiciera una película.
En resumen, las películas de Hollywood son la confirmación final que tiene el gringo de que el mundo de podredumbre en el que vive puede ser: a) peor, pues hubo compatriotas en desgracia, según consta en las películas de Vietnam que han visto; o b) mejor, pues partiéndose el lomo cada día todo estadounidense puede tener el varo de Bill Gates o la mujer de Michael Douglas. Aunque claro, hay que decirlo, soñar es lo único que no cuesta en la vida pero ¡ah, cómo ayuda para seguir viviendo!
CAS
miércoles, abril 09, 2003
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