El Mat
Mi amigo el Mat es un ser extraño. De entrada es matemático y se caracteriza, en principio, por cortejar a sus alumnas de la UAM; posteriormente, ya sea el caso, las lleva a su cama. Además le va a los Pumas (que por cierto acaban de ganar) y llora cuando pierden; de hecho siempre que vamos a los enfrentamientos entre el Azul y los mininos, invariablemente gana los volados y me tengo que sentar en la porra universitaria, en donde dicho sea de paso está lleno de salvajes, así que no hay que decir ni pío porque te ahorcan con tu propia bandera. Por último, aunque por su estatura bien podría ser el doble de R2-D2, es una de las personas más sensatas que conozco: siempre ecuánime y prudente en momentos en los que más de uno perdería el juicio. Sin embargo, se sabrá, no todo es miel sobre hojuelas: cuando se pasa de alcoholes todo ese aparente hombre perfecto se viene abajo. Ayer, por ejemplo, no solo empezó a jugar en mi cabeza (tengo que decir, para que todo sea más claro, que mido 1.90), es decir, se trepaba por mis hombros y con suma diligencia, no sé cómo, se acomodaba a la altura del parietal. Entonces empezaba a moverse por mi sesera como si ésta se tratará de una jungla congoleña; después se bajaba por el otro lado de mi cuerpo con la destreza del más docto mico. Ya en el piso se paraba y con su vaso de chela en alto decía salud. Este tipo de manías no son extrañas en el Mat, sobre todo cuando es el único de mis amigos que me permita hacer press militar con él. Lo que si me extrañó, no obstante, fue que en un arranque, ya no sé si de valentía o de estupidez, me echo cerveza en en el cabello. Por supuesto que no iba a hacer nada, pues con caerle encima lo mataba; más bien sólo pensé lo que dirían sus alumnos viéndolo hacer esas bellaquerías. Todos lo recriminaron; yo me vengué de mejor manera: le gané en Risk.
CAS
jueves, abril 10, 2003
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