lunes, abril 07, 2003

Conjeturas cinematográficas de un ideático I


Las películas de Estados Unidos, las más influyentes en cuanto a temática y estructura en el mundo, gozan de cualidades que a algunos agradan y a otros incomodan. Aun cuando sean portadoras de rasgos de carácter posiblemente lights, tienen peculiaridades sustanciales que a la larga las hacen identificables de otras. Por eso he decidido no llamarlas clichés ni convenciones sino coincidencias, sin importar que sean sabidas de antemano y en el fondo parezcan las mismas. Creo que en casi todos los casos ostentan una innegable dosis de honestidad y buena voluntad. Lo curioso es que tanto al espectador como al realizador les gusta que éstas ocurran así, pues están en un contexto conocido y promueven un código que es de fácil lectura. Uno ya sabe lo que ocurrirá después, aunque no deja de tranquilizar saber que Sly Stallone acribillará a un contingente armado de 113 efectivos y rescatará a la heroína de un búnker en llamas; si no lo hace y es cruelmente masacrado durante la batalla, uno sale del cine con un desagradable sabor de boca.


Pondré un ejemplo: ¿qué hace una mujer de película gringa cuando llega a su departamento después de un largo día de trabajo? Bien, por un lado es obvio que vive sola, pues las parejas o familias de estas películas normalmente habitan en casas, aunque sean pequeñas. Ignoro si sea una cualidad estrictamente de las mujeres, pero lo que suelen hacer estos personajes es, en el orden siguiente, activar la contestadora para escuchar los mensajes recibidos (normalmente hay uno de la amiga esquizofrénica que la ha estado buscando todo el día); mientras eso sucede, se quita los zapatos y abre la regadera para tomar un rico baño. Esto puede hacerlo o no, depende de si es una película apta para todo público. El siguiente paso es tener comunicación con el mundo exterior, para lo cual existe el siguiente mosaico de opciones: 1) suena el teléfono, 2) ella realiza una llamada o 3) hay un hombre con un cuchillo detrás de la puerta de la recámara. Por otro lado, si se trata de un hombre, de entrada se toma una inmunda Budweiser y prende el televisor; además hay una toma detallada del refrigerador para mostrar que lo único que tiene son dos cervezas más. Eso que va a pasar el espectador lo da por descontado, lo asume como una creencia y, por lo mismo, parece de lo más natural.


Así funcionan las cosas y es difícil que uno pueda obviarlas: hay una conocida costumbre que acepta sin chistar esos advenimientos. También, hay que decirlo, es un reflejo inconsciente de las condiciones de la sociedad gringa. Normalmente se evidencia una crisis abrumadora en la relación de pareja. Es muy común ver al padre divorciado ir cada fin de semana por su pequeño hijo a casa de su ex mujer (que en algún momento fue suya, ambas, la casa y la mujer); primero lo pasea por el zoológico, después lo lleva a comer hamburguesas y luego al juego de los Dodgers (un comentario al margen: cuando se trata de invitar a alguien al teatro, al basquetbol o a un concierto de los Backstreet Boys, nunca se dice “Vamos a tal o cual lado” o “Te invito a este lugar”, sino “Tengo dos boletos de segunda fila para esta noche. ¿Quieres venir?). La madre siempre espera ansiosa la llegada de su hijo y regañará al marido por el pequeño raspón que se hizo el niño en la rodilla. El argumento de que se cayó por correr a ver los hipopótamos no lo terminará de decirlo porque la ex mujer le cerrará la puerta en las narices.


Esa cualidad que tiende a lo obvio de la cultura estadounidense actual, aunque aparentemente –debido a la repetición constante de los motivos– parezca un eterno remake, es lo que hace que su cine tenga éxito. Cuando hay algo distinto es un producto destinado al fracaso. Durante varios años me he preguntado, sin encontrar una respuesta aceptable, por qué en casi todas las películas aparece un par de personajes caminando rápidamente frente a la cámara y entablando un diálogo medio inconexo pero que da la impresión de algo importantísimo. Ambas personas parecen angustiadas por el problema que les acontece pero, al mismo tiempo, tienen que llegar a un lugar rápidamente.


Esta escena, que en particular me parece uno de los pilares indispensables de las tomas del cine gringo, sucede con incomprensible regularidad. Los escenarios son diversos: en los hospitales los médicos nunca discuten sobre la salud de un paciente tomando un café, lo hacen siempre caminando rápidamente por el pasillo; el caso de la Jefatura de Policía (un lugar en el que parece que todos están trabajando y siempre hay un preso con cara de facineroso y sin mangas lidiando con tres policías uniformados) es también infaltable. La escena es, a saber, el detective protagonista entra a la Jefatura, esquiva al tipo detenido para inmediatamente ser abordado por un individuo, siempre una especie de subalterno, que parece llevar toda la tarde esperando a que entre el protagonista. Lleva consigo un manojo de hojas –que yo siempre he interpretado como información clasificada y confidencial- y le comenta apresuradamente lo que hay de las últimas investigaciones. Todo esto caminando a una velocidad poco normal; habitualmente el detective hace caso omiso de los documentos, a la vez que una secretaria le dice que el jefe quiere verlo. He aquí, también, una de mis dudas más tormentosas: si el escritorio del subalterno está al lado del que utiliza el detective, ¿por qué no lo espera ahí y se evita una caminata larga desde la entrada hasta el escritorio? No se trata de una ociosidad, es simplemente hacerle la vida más fácil al subalterno. Un detalle adicional: la mujer detective de a lado, que está hablando por teléfono, tapa el auricular y le da una noticia esencial al detective. Simplemente para ahondar un poco en estas películas, quisiera agregar que “el jefe” siempre es un tipo histérico que recibirá al detective con un “¡¿Dónde diablos te has metido?!” Por cierto, los jefes de las Jefaturas de Policía siempre utilizan la corbata desarreglada, las mangas arremangadas y a lo largo de la película aparecen siempre en su oficina; sólo vuelven a salir cuando el protagonista, después de la balacera espeluznante del final, logra –ya sea el caso- agarrar o acribillar a los malhechores; arribará once o doce segundos después con un escuadrón de policías armados con cuernos de chivo. El jefe es el primero en salir del auto y decirle alguna frase simpática al protagonista, algo así como “Qué no puedes hacer las cosas con mayor discreción”. Al protagonista le cuelga un hilillo de sangre por las comisuras, y decide no hacer ningún comentario.



CAS

No hay comentarios.: