La campeona nacional
Siempre he sentido particular atracción por mujeres que convencionalmente no son atractivas. En mis sueños eróticos aparecen, por ejemplo, meseras de Sanborns, cajeras de Superama o ejecutivas de cuenta de Bital. Desconozco las razones, pero está claro que el uniforme tiene algo que ver. Con las deportistas, y como les sucede a muchos otros hombres, ese agrado se potencia de manera importante. Para eso están las tenistas y sus subidas de falda, las corredoras de velocidad y el movimiento homogéneo de sus glúteos o las jugadoras de hockey sobre pasto y su agresiva feminidad en la cancha. Confieso, y es algo que me ha quitado el sueño mucho tiempo, que asimismo he desarrollado cierto placer por observar a las jugadoras de boliche. No he alcanzado a darme cuenta de si es mero fetiche o no pero me parecen mujeres fascinantes.
Así como mi amiga Asakhira tiene gran simpatía por los jugadores de futbol, mi debilidad son las deportistas de alto rendimiento. Durante años hice mi luchita aquí y allá pero nunca logré nada, hasta que conocí a la campeona nacional. Especialista en 800 y 1500 metros planos, la campeona irrumpió en mi vida como bala de cañón. Pero todo fue muy complejo. Corría el año de 1995 y ella estudiaba en Monterrey, becada por el Tec, institución especializada en piratear a todo deportista que tenga a bien sobresalir. Sucedió en Querétaro en la fiesta de algún desconocido; un grupo tocaba covers de Caifanes y había sólo dos botellas de vodka mexicano, tres tintorros, un par de cocacolas y una charanda de ocho pesos. Como la banda estaba ya muy borracha, alguna voz iluminada y anónima, por supuesto, dijo "¿por qué no echamos todo en una cazuela para que rinda?" El barman hizo lo correcto: siguió las instrucciones al pie de la letra y mezcló todos los ingredientes, incluidos, si mal no recuerdo, vasos a medias cuya última función había sido ser ceniceros. Pero bien, la campeona. Ella estaba ahí con una minifalda escandalosa que permitía la observancia (me encanta este término de alta escuela) de sus bien torneadas y amables piernas. "¿Quién es?", le pregunté a mi primo. Es deportista; creo que estudia en Monterrey. Fue entonces, para darme valor, cuando me animé a darle un trago a ese coctel de época y la abordé. Hablamos veinte minutos y ella dijo ya me voy. Dame tu dirección, ¿No tienes correo electrónico?, No (pinches güeyes del tec, si era el año noveinticinco), Ah, ésta es la dirección de mi casa: puedes escribirme ahí.
Fue porque aún el internet estaba en pañales, que le mandé una carta de mi puño y letra que empezaba "Espero que te acuerdes de mí". A vuelta de correo, ergo un mes, me respondió con un "claro que me acuerdo de ti y éste es mi teléfono". Le escribí de nuevo, obviando esa posibilidad de hablarle, pero con una frase que decía "el mío es éste". Me habló. Dijo hola (casi no recordaba su voz) y yo hola; hubo algún tipo raro de silencio y continuó: llego mañana a México. Lo que ocurrió después, ínclito lector, por un asunto de recato convencional pero sobre todo por cierto pudor originado en mi infancia, no lo voy a narrar. Sólo diré que vino unas cuatro o cinco veces al DF; otras tantas nos vimos en Querétaro y Cuernavaca. Pero aun cuando me había regalado una de sus medallas obtenidas en competencia, sabíamos que por las distancias la nuestra era una relación destinada al fracaso. Bueno, seré sincero: lo sabía yo. Dejé de hablarle hasta que un día encontré un mensaje en mi contestadora. Era voz de hombre. "¡Qué te pasa, hijo de tu pinche madre: por qué no le has hablado a la campeona?! Ándate con cuidado si no quieres que te atropellen cruzando la calle, pendejo". Yo tenía conocimiento de que la campeona entrenaba con algunos Borregos Salvajes (para los neófitos, el equipo de futbol americano del Tec-Monterrey) y algunos eran sus íntimos. Según mis cálculos, esa voz correspondía a un tackle defensivo. Más adelante recibí una carta con nuevas amenazas. Entonces ya me enojé y empecé a tomar mis previsiones, mismas que iban encaminadas todas a "si cinco güeyes llegan a mi casa con bats le hablo a la patrulla". Nunca sucedió nada; como se dice en mi pueblo: "fueron puros borregos". A la campeona la vi una última vez en territorio neutral: la central de Taxqueña de la ciudad de México. Me dijo que había ido con un amigo lanzador de martillo, pero que no me preocupara. La increpé por las llamadas de intimidación y las cartas amenazadoras. Se disculpó y acto seguido me hizo una confesión que acaso explicaba las cosas: "es que yo era virgen". No dije nada; ella tampoco. Minutos después se levantó en cámara lenta. "Mi amigo me espera. Que tengas suerte", dijo mirando el techo y me dio un beso. Yo me quedé sentado una hora más con la mirada firme en mi dedo anular.
CAS
viernes, mayo 30, 2003
jueves, mayo 29, 2003
También a mí me gustan los escritores católicos. Y aunque me quede con G. K. Chesterton y Graham Greene, disfruto muchísimo a Mauriac y Bernanos.
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Ayer, después de mucho tiempo, volví a ver a mi amigo Rodrigo Alemany. Realmente me dio mucho gusto. Rodrigo tuvo una, como él dice, encerrona de un año. Ahí, leyó toda la biblioteca con la única neurona que le quedaba viva. Todavía sigue hablando de Chile y de los años de la dictadura, pero con mayor tranquilidad. Sólo espero que no se le haya olvidado la manera de hacer esas espléndidas empanadas a las que nos tenía acostumbrados hace algunos años. Con él descubrí el pisco y los alfajores. También ha sido uno de los mejores poetas que he conocido.
CAS
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miércoles, mayo 28, 2003
martes, mayo 27, 2003
Siempre he creído en las virtudes narrativas de Charles Dickens. Me divierten sus ironías y me conmueven sus dramas. Además tengo la impresión de que pocos han manejado la novela con tanta destreza como él. En particular, y no es un exceso repetirlo, me identifico en profundidad con su Historia de dos ciudades, acaso su mejor libro. Salvando las distancias con Londres y París, he de reiterar que los últimos 12 años de mi vida se han ido entre el D.F. y Cuernavaca (pude haber dicho también entre Ceuta y Gibraltar pero Chao empieza a caerme muy gordo). Así, esa carretera de setenta kilómetros entre ambas ciudades es como mi limbo. En resumidas cuentas soy un desarraigado, aunque en los dos lados chupo igual, lo cual no deja de ser misterioso. Entre semana estoy en la Del Valle y más o menos cada 15 días voy a mi tierra natal, donde crecí, estudié y, but of course, me hice hombre, o así dicen cuando uno abandona la preparatoria; aunque también se les puede engañar. En fin, voy llegando ahora al detritrus, en el horno tengo unas maravillosas pechugas de pollo a la crema y el Fuc amenaza con venir a chupar tranquilos en la noche. Ahora mismo agarraré las obras completas de Dickens y me diré de nuevo que casi soy un hombre feliz; y digo casi porque el final perfecto estoy a punto de fraguarlo pero me falta constatar un detalle de tipo técnico. ¿Alguna generosa persona tendría a bien decirme cuánto tarda un cuerpo humano, digamos, de uno cincuenta metros y como de 114 años en convertirse en cenizas? El horno está caliente y, según mis cálculos, Juanita cabe perfectamente.
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sábado, mayo 24, 2003
Sobre la Del Valle I
Según un estudio reciente, la colonia Del Valle de la ciudad de México es el barrio que mayor nivel de vida tiene de todo el país (los indicadores del llamado "nivel de vida" pueden ser engañosos, pero dan una idea más o menos acertada del asunto). Esta tesis podría parecer inconcebible si pensamos que básicamente la gente que vive en esta colonia es de clase media o media alta y existen zonas mucho más opulentas, como en el D.F. lo son Las Lomas o Tecamachalco. Y es cierto, el problema es que están rodeadas de interminables cinturones de pobreza que disminuyen los indicadores de ese nivel de vida. Así, la Del Valle, un barrio bastante grande (abarca cuatro ejes viales de la ciudad) es un lugar habitado por personas, pongámosle, más o menos homogéneas: no son millonarios, pero tampoco se acercan, ni con mucho, a la inopia. Es una colonia aburguesada pero que escapa, Dios Bendito, a barrios esnobs y de moda como la Condesa o Coyoacán. Digamos que se vive bien si uno está dispuesto a aceptar sus grandes calles residenciales o padecer la ausencia de buenos restaurantes. No obstante, como todo en la vida, hay asegunes: es la colonia con mayor robo de autos de la ciudad y la número dos en asaltos a transeúntes. Lo curioso es que ambos delitos ocurren normalmente a plena luz del día, esto porque los rufianes no viven aquí sino en otros lugares; así, atracar en la noche sería más difícil, pues hay menos gente y los policletos los detendrían con mayor facilidad. En resumen: es una colonia para personas de dinero, no mucho, pero hablamos de gente que a veces puede gastar en un buen whisky. Al final, como diría un amigo, hay que darse cuenta de que el dinero no hace feliz: hace inmensamente feliz.
CAS
Según un estudio reciente, la colonia Del Valle de la ciudad de México es el barrio que mayor nivel de vida tiene de todo el país (los indicadores del llamado "nivel de vida" pueden ser engañosos, pero dan una idea más o menos acertada del asunto). Esta tesis podría parecer inconcebible si pensamos que básicamente la gente que vive en esta colonia es de clase media o media alta y existen zonas mucho más opulentas, como en el D.F. lo son Las Lomas o Tecamachalco. Y es cierto, el problema es que están rodeadas de interminables cinturones de pobreza que disminuyen los indicadores de ese nivel de vida. Así, la Del Valle, un barrio bastante grande (abarca cuatro ejes viales de la ciudad) es un lugar habitado por personas, pongámosle, más o menos homogéneas: no son millonarios, pero tampoco se acercan, ni con mucho, a la inopia. Es una colonia aburguesada pero que escapa, Dios Bendito, a barrios esnobs y de moda como la Condesa o Coyoacán. Digamos que se vive bien si uno está dispuesto a aceptar sus grandes calles residenciales o padecer la ausencia de buenos restaurantes. No obstante, como todo en la vida, hay asegunes: es la colonia con mayor robo de autos de la ciudad y la número dos en asaltos a transeúntes. Lo curioso es que ambos delitos ocurren normalmente a plena luz del día, esto porque los rufianes no viven aquí sino en otros lugares; así, atracar en la noche sería más difícil, pues hay menos gente y los policletos los detendrían con mayor facilidad. En resumen: es una colonia para personas de dinero, no mucho, pero hablamos de gente que a veces puede gastar en un buen whisky. Al final, como diría un amigo, hay que darse cuenta de que el dinero no hace feliz: hace inmensamente feliz.
CAS
jueves, mayo 22, 2003
Huertas
La noche la hacen las luces. Tomo mi cuba libre con desgano. La gente se apresura a beber su trago y salir a otro bar. Yo sólo observo. Pido otro, un nuevo ron, un Cacique. Creo que soy el único que paga sus bebidas: los demás entran, le dan un papel a la mesera, beben rápidamente y salen a otro lugar. Le gente baila a pasos agigantados, se entremezcla en sudor y aullidos vigorosos. Delante de mí hay tres mujeres; el culo de la del pantalón blanco hace que me repliegue hacía la barra: su voluptuosidad me intimida. Llevo el vaso a la boca y pienso que tengo la botella de una cerveza. Mido mal. Tiro el líquido. Mi camisa y el pantalón blanco de la mujer se humedecen. Pido perdón. Ella me ve reprobando mi acto y comenta con sus amigas siempre que me pongo pantalón blanco pasa algo desafortunado. Ahora tiene una mancha verde en la nalga izquierda. Pido otro trago para revalidar el que he tirado. Me lo bebo rápido pero con la suficiente diligencia para no derramar una gota. El alcohol empieza a ser sangre hirviente. Quiero mear y el baño está del otro lado. La pista está llena. Ellos bailan la “canción del verano”. Todos al unísono. Me escabullo entre brazos insolentes y alcanzo a ver que en un rincón hay otra barra, vacía. Orino discurriendo si bebo otro ron o me voy. Al subir las escaleres para regresar al bar, veo a la bartender de la nueva barra. Tomo la decisión en el acto. Una cuba libre. ¿Bacardí? No, Cacique. En un vaso cuatro hielos y una rodaja de limón, o lima, es lo mismo acá. Sirve la bebida con desdén pero no me importa. Mide casi lo que yo: uno noventa. Reservo mi trago y lo sorbo lentamente, saboreando la frialdad de cada hielo. Los chupo y los regreso al vaso. Ella no se inmuta, sirve con sapiencia, rápido, fiel al dogma de que el designio de un cantinero es embriagar a la gente. Llegan por fin los primeros que intentarán someterla a punta de grados de alcohol. Son tres. Ella sirve cuatro copas de whisky. Brindan y las vacían. Las toma de nuevo para ponerlas en el lugar de las sucias y pasa a servir un ginebra. Es avezada: maneja las dos manos con sobrado estilo. Cuatro, cinco vasos, todos a la vez. Pido otra cuba libre, por favor, sólo dos hielos, sin limón y con Cola light. Obedece sin mirarme. No es tan espigada como pienso: está parada sobre una tarima que la hace ver más alta y ahora que se agacha me percato de que no tiene un culo memorable. Pero hay un tatuaje arriba de la línea de las nalgas; un dibujo de cuchillos que se despliegan eternamente, que arrullan sin saberlo. Odio los tatuajes. Nuevos idiotas, otros tragos. Whisky otra vez. Imagino en ella una garganta profunda. Termino mi cuba y, después de una nueva marejada de clientes en la barra, la llamo por otra. Está a punto de servirla con coca normal, pero le digo que es light. Ya la ha abierto y, aturdida, la deja a un lado de la caja registradora. Me dice perdón. No te preocupes. La barra se aligera y me quedo sólo. Veo de reojo que baila a la par de la música. Me excito. Vienen otros retadores. Ahora es un hombre con dos púberes. Pide cuatro tequilas. Después se arrepiente y le dice que le han encargado a las niñas y no puede embriagarlas. Junta el líquido en dos vasos y le da uno a ella. Lo bebe molesta pero sin decir una palabra. Se van. Volvemos a estar solos. Veo entre las botellas un ron Barceló. Pienso que ahora es mi turno de invitarle una ronda. No le digo nada y ella toma la botella, dos vasos y se acerca a mí. ¿Tomáis un chiquito? Sí. Bebemos. Todavía no advierto que ella se ha adelantado, con el mismo ron y en mi pensamiento, y le pido una nueva ronda. Se niega. No insisto. El bar se llena de un sudor visual, pesado. Otra vez gente en la barra molestando. Una niña le grita y le tira los hielos sobre la barra: le ha dicho que un trago sin hielos. Ella se defiende y ya no le da nada. Ese gesto me deleita y el tatuaje empieza a gustarme. Le hago una seña circular encima de mi vaso para que me sirva otro. Toma una botella nueva de Cacique y me dice que ése va por cuenta de la casa. ¿Sois mexicano? Sí. Sale de la barra. Pienso que ha terminado su turno pero regresa diez minutos después: fue al baño. Ahora soy yo el que tiene que ir. Decido preguntarle su nombre y su estatura ahora que pase por dónde esté. ¿Cuanto mides? Uno setenta y cinco. ¿Cómo te llamas? Miriam. En las escaleras siento que no podré aguantar la bajada y me detengo. Logro proseguir hasta el baño, trastabillando. Orino mirando el techo. Me chupo los labios y maldigo a Dios por su creación, por su azar, por sus eternas coincidencias que hacen de la vida un acaso. Regreso a la barra. Ella me sonríe. Sé que no he de hacerlo, pero un impulso vigoroso, de esos que no tiene rumbo, me traiciona. ¿Sabes cómo me llamo? Perdona la grosería por no haberte preguntado. ¿Cómo? Di un nombre al azar. Piensa un momento, mirando todo el lugar con la sonrisa contenida. Por fin dice: “Marcelo”. No, me llamo Carlos. Mucho gusto. Sostengo el llanto por algunos minutos mientras bebo mi última cuba: ahora sé que ésta es la última. Se acerca. ¿Por qué me pediste que adivinara tu nombre? Porque creo que las coincidencias son perniciosas. Mis últimas tres mujeres se han llamado Miriam; incluso la actual. ¿Y donde está tu mujer? En México. No me vuelve a hablar; sigue sirviendo tragos. Termino el mío y voy de nuevo a orinar. Se percata de que me estoy moviendo y me grita ¿Ya te vas? No, ahora vuelvo. Regreso y voy directo a ella. Ahora sí me voy. Pasa su cuerpo por encima de la barra y me agarra del cuello. Me besa en los labios. Nunca te olvidaré. Sonrío y doy media vuelta. Salgo del bar. Hace frío y un oriental me ofrece un bocadillo de jamón. Yo tampoco la olvidaré.
CAS
La noche la hacen las luces. Tomo mi cuba libre con desgano. La gente se apresura a beber su trago y salir a otro bar. Yo sólo observo. Pido otro, un nuevo ron, un Cacique. Creo que soy el único que paga sus bebidas: los demás entran, le dan un papel a la mesera, beben rápidamente y salen a otro lugar. Le gente baila a pasos agigantados, se entremezcla en sudor y aullidos vigorosos. Delante de mí hay tres mujeres; el culo de la del pantalón blanco hace que me repliegue hacía la barra: su voluptuosidad me intimida. Llevo el vaso a la boca y pienso que tengo la botella de una cerveza. Mido mal. Tiro el líquido. Mi camisa y el pantalón blanco de la mujer se humedecen. Pido perdón. Ella me ve reprobando mi acto y comenta con sus amigas siempre que me pongo pantalón blanco pasa algo desafortunado. Ahora tiene una mancha verde en la nalga izquierda. Pido otro trago para revalidar el que he tirado. Me lo bebo rápido pero con la suficiente diligencia para no derramar una gota. El alcohol empieza a ser sangre hirviente. Quiero mear y el baño está del otro lado. La pista está llena. Ellos bailan la “canción del verano”. Todos al unísono. Me escabullo entre brazos insolentes y alcanzo a ver que en un rincón hay otra barra, vacía. Orino discurriendo si bebo otro ron o me voy. Al subir las escaleres para regresar al bar, veo a la bartender de la nueva barra. Tomo la decisión en el acto. Una cuba libre. ¿Bacardí? No, Cacique. En un vaso cuatro hielos y una rodaja de limón, o lima, es lo mismo acá. Sirve la bebida con desdén pero no me importa. Mide casi lo que yo: uno noventa. Reservo mi trago y lo sorbo lentamente, saboreando la frialdad de cada hielo. Los chupo y los regreso al vaso. Ella no se inmuta, sirve con sapiencia, rápido, fiel al dogma de que el designio de un cantinero es embriagar a la gente. Llegan por fin los primeros que intentarán someterla a punta de grados de alcohol. Son tres. Ella sirve cuatro copas de whisky. Brindan y las vacían. Las toma de nuevo para ponerlas en el lugar de las sucias y pasa a servir un ginebra. Es avezada: maneja las dos manos con sobrado estilo. Cuatro, cinco vasos, todos a la vez. Pido otra cuba libre, por favor, sólo dos hielos, sin limón y con Cola light. Obedece sin mirarme. No es tan espigada como pienso: está parada sobre una tarima que la hace ver más alta y ahora que se agacha me percato de que no tiene un culo memorable. Pero hay un tatuaje arriba de la línea de las nalgas; un dibujo de cuchillos que se despliegan eternamente, que arrullan sin saberlo. Odio los tatuajes. Nuevos idiotas, otros tragos. Whisky otra vez. Imagino en ella una garganta profunda. Termino mi cuba y, después de una nueva marejada de clientes en la barra, la llamo por otra. Está a punto de servirla con coca normal, pero le digo que es light. Ya la ha abierto y, aturdida, la deja a un lado de la caja registradora. Me dice perdón. No te preocupes. La barra se aligera y me quedo sólo. Veo de reojo que baila a la par de la música. Me excito. Vienen otros retadores. Ahora es un hombre con dos púberes. Pide cuatro tequilas. Después se arrepiente y le dice que le han encargado a las niñas y no puede embriagarlas. Junta el líquido en dos vasos y le da uno a ella. Lo bebe molesta pero sin decir una palabra. Se van. Volvemos a estar solos. Veo entre las botellas un ron Barceló. Pienso que ahora es mi turno de invitarle una ronda. No le digo nada y ella toma la botella, dos vasos y se acerca a mí. ¿Tomáis un chiquito? Sí. Bebemos. Todavía no advierto que ella se ha adelantado, con el mismo ron y en mi pensamiento, y le pido una nueva ronda. Se niega. No insisto. El bar se llena de un sudor visual, pesado. Otra vez gente en la barra molestando. Una niña le grita y le tira los hielos sobre la barra: le ha dicho que un trago sin hielos. Ella se defiende y ya no le da nada. Ese gesto me deleita y el tatuaje empieza a gustarme. Le hago una seña circular encima de mi vaso para que me sirva otro. Toma una botella nueva de Cacique y me dice que ése va por cuenta de la casa. ¿Sois mexicano? Sí. Sale de la barra. Pienso que ha terminado su turno pero regresa diez minutos después: fue al baño. Ahora soy yo el que tiene que ir. Decido preguntarle su nombre y su estatura ahora que pase por dónde esté. ¿Cuanto mides? Uno setenta y cinco. ¿Cómo te llamas? Miriam. En las escaleras siento que no podré aguantar la bajada y me detengo. Logro proseguir hasta el baño, trastabillando. Orino mirando el techo. Me chupo los labios y maldigo a Dios por su creación, por su azar, por sus eternas coincidencias que hacen de la vida un acaso. Regreso a la barra. Ella me sonríe. Sé que no he de hacerlo, pero un impulso vigoroso, de esos que no tiene rumbo, me traiciona. ¿Sabes cómo me llamo? Perdona la grosería por no haberte preguntado. ¿Cómo? Di un nombre al azar. Piensa un momento, mirando todo el lugar con la sonrisa contenida. Por fin dice: “Marcelo”. No, me llamo Carlos. Mucho gusto. Sostengo el llanto por algunos minutos mientras bebo mi última cuba: ahora sé que ésta es la última. Se acerca. ¿Por qué me pediste que adivinara tu nombre? Porque creo que las coincidencias son perniciosas. Mis últimas tres mujeres se han llamado Miriam; incluso la actual. ¿Y donde está tu mujer? En México. No me vuelve a hablar; sigue sirviendo tragos. Termino el mío y voy de nuevo a orinar. Se percata de que me estoy moviendo y me grita ¿Ya te vas? No, ahora vuelvo. Regreso y voy directo a ella. Ahora sí me voy. Pasa su cuerpo por encima de la barra y me agarra del cuello. Me besa en los labios. Nunca te olvidaré. Sonrío y doy media vuelta. Salgo del bar. Hace frío y un oriental me ofrece un bocadillo de jamón. Yo tampoco la olvidaré.
CAS
miércoles, mayo 21, 2003
Sucedió el fin de semana en Querétaro. Había sido convocado a la comida de una amiga que cumplía años. La cita era a las dos. Como también me habían invitado a la bendición de la nueva casa de mi prima, por obligación moral tenía que cumplir primero con la familia. El padrecito echó agua bendita, hizo dos o tres alusiones seguramente al antiguo testamento y se echó un trago de vino. Los demás dijeron amén. Después apareció la barbacoa y el whisky (believe it or not). Era la una de la madrugada. Le telefoneé a mi amiga para preguntarle si todavía era hora de llegar. Dijo que sí. Fuímos. Fue así como en la azotea de una casa colonial, con la enorme luciérnaga queretana abajo, la cagué de nuevo como otras tantas veces lo he hecho en mi desventurada vida: intempestivamente le dije a mi amiga que la amaba; intempestiva e inconcebiblemente, pues ni la amaba, ni me gustaba, ni la quería tirar, ni nada; además su novio estaba a un lado y, aunque no escuchó mi confesión, cuando lo pensé después -en perspectiva y sobrio- me pareció algo poco honorable. Pero lo peor fue que ella dijo que igualmente. Entonces me deprimí. Bajé a la cocina, una de esas viejas cocinas grandes y amables de las casonas de Querétaro, y husmeé en las cazuelas. Nunca encontré la luz y tuve que valerme del olfato; después del anular. No sabía qué era, tampoco me importó. Repasé los 14 recipientes y me serví con la mano en un plato usado. Una gato pasó entre mis piernas diciendo miau. Le ofrecí un poco de mi comida; la rechazó. Fue, entonces, cuando terminaba los frijoles (lo único que identifiqué con certeza) que intuí la crueldad de la vida y por qué, como lo decía Octavio Paz, mis palabras minutos antes, allá arriba, habían sido unas ignominiosas putas.
CAS
CAS
martes, mayo 20, 2003
Una cita acerca de los siempre buscados efectos del alcohol:
MACDUFF
What three things does drink especially provoke?
PORTER
Marry, sir, nose-painting, sleep, and
urine. Lechery, sir, it provokes, and unprovokes;
it provokes the desire, but it takes
away the performance: therefore, much drink
may be said to be an equivocator with lechery:
it makes him, and it mars him; it sets
him on, and it takes him off; it persuades him,
and disheartens him; makes him stand to, and
not stand to; in conclusion, equivocates him
in a sleep, and, giving him the lie, leaves him.
Macbeth, II, 2.
CAS
MACDUFF
What three things does drink especially provoke?
PORTER
Marry, sir, nose-painting, sleep, and
urine. Lechery, sir, it provokes, and unprovokes;
it provokes the desire, but it takes
away the performance: therefore, much drink
may be said to be an equivocator with lechery:
it makes him, and it mars him; it sets
him on, and it takes him off; it persuades him,
and disheartens him; makes him stand to, and
not stand to; in conclusion, equivocates him
in a sleep, and, giving him the lie, leaves him.
Macbeth, II, 2.
CAS
lunes, mayo 19, 2003
Radiografía de un medio de contención
Las responsabilidades de un futbolista son diversas. Existen los goleadores, aquellos conspicuos personajes cuya labor en la vida es conducir a su equipo a la victoria con remates de tres dedos o cabezazos imparables a los ángulos del arco. Están los defensas, quienes tienen como objetivo impedir que el rival y el balón lleguen a su área para crear peligro. El medio creativo, desde Pelé llamado “10”, es el cerebro del equipo, aquél que teje finamente cada uno de los avances ofensivos; después de haberse sacudido a tres rivales, y con la exactitud del más certero francotirador, filtra un balón para que su receptor tenga que hacer lo menos: el llamado “pase a la red”. El portero es quizás el jugador que encierra la mayor ingratitud, pues su labor en una cancha se reduce a un asunto antitético, como todas las valoraciones morales en la vida: es el actor distinto en su juego y en su vestimenta. Los reflectores estarán eternamente sobre él, pues el quid de su existencia se debate en la drástica posibilidad de convertirse en villano o en ser el héroe del encuentro por haber salvado a su equipo de una inminente derrota. Existe, no obstante, una última posición, acaso la más desventurada de todas: el medio escudo o medio de contención, o como dirían en Europa, el mediocentro.
El contención es un jugador destinado desde su cuna a la circunspección. Dueño de una posición que le fue impuesta, pues es la ideal para aquellos futbolistas acompasados, que no defienden mano a mano o son incapaces de crear jugadas claras de gol, el medio centro se presenta ante el respetable como el escudero del creativo, aquel peón guardián de las espaldas de Dios que dará su vida a cambio de que el equipo llegue a buen puerto, es decir, es capaz de cambiar una expulsión suya por la victoria del equipo. En otras palabras: no se tienta el corazón para soltar una patada a la rodilla si sabe que esa maniobra impedirá un ataque fulminante del rival. El medio de contención fundamenta su labor en una máxima elemental del hacer futbolístico: pasa la bola o el jugador, pero nunca los dos juntos.
"Chicho" Serna
En América Latina y Europa, sin embargo, las diferencias de esta posición son notables. Salvo los casos de Brasil y Argentina (con excepción de Uruguay, los únicos equipos americanos que han ganado mundiales), el contención de los países latinoamericanos se identifica no sólo porque mete la pierna fuerte sino porque su labor durante los noventa minutos es la demolición del juego. Después de robar un balón no saben qué hacer con él. Es en este punto cuando toda la maquinaria de su problemática existencial se echa a andar: si a menos de un metro no tienen a un compañero habilidoso, pícaro como se le dice en México, a quien pueda dársela sin temor a errar, rompe el balón a la tribuna o tira un centro a la portería contraria desde el callejón del área de su propio campo. El medio de contención es un hombre que no consiguió trabajo en una maquiladora por no estar calificado y por una cuestión aleatoria obtuvo el trabajo de futbolista sin merecerlo. Ejemplo de este tipo de jugador en México es este muchacho Raúl Rodrigo Lara, que camina para adelante porque para allá tiene los ojos, y que por su culpa Alemania eliminó a la selección mexicana en el Mundial de Francia en 1998. Otros dos ejemplos palmarios son el doriangrey de las canchas, Miguel España o el actual técnico del Puebla, Nacho Ambriz (pero la lista es interminable. En la actualidad, en el futbol mexicano están Antonio Sancho, Villa, José Antonio Hernández, Chicho Serna, Gerardo Galindo, el Ruso Peña, etc., todos del mismo corte).
En Europa, por el contrario, el llamado mediocentro es el armador del juego; es el jugador del que parten los ataques de su equipo y por el que pasan todos los balones rumbo al área rival. La columna vertebral. Mete goles, tiene buen tiro de media distancia y da pases de treinta o cuarenta metros con elegante maestría. Es, en resumida cuentas, el equilibrio del grupo; sin él, el llamado medio campo sería un territorio de nadie, en el que la anarquía o las dictaduras setenteras de los países latinoamericanos, reinarían sin cortapisas. Entre los casos más sobresalientes del mediocentro armador europeo están Edgar Davids, Xavi, Verón (argentino sólo de nacionalidad), Nedved, Makelele, Patrick Vieira, Gerrard, Matías Almeida, Joaquín, Emerson, Roy Keane, el gran Fernando Redondo, por hablar de casos evidentes. El mismo David Beckham es un excelente contención.
Fernando Redondo
Me vienen a la mente dos selecciones en las que sus medios de contención jugaron un papel neurálgico: la Argentina del 86 y la Francia del 98. En el 86, la selección argentina no era nada del otro mundo pero ostentaban una gran ventaja: tenían a Dios en su alineación. Así, le daban a él el balón y su áurea celestial se encargaba del resto. Ese equipo argentino tenía pocos talentos, pero había uno en particular que tenía el nivel de un jugador de la cuarta división italiana: Sergio Batista. Este jugador era el típico contención a la usanza latinoamericana: troncón, lento, sin drible y leñador de sepa (tiene un cuarto de trofeos con las piernas que cortó nada más en ese Mundial). Por su culpa, Argentina estuvo a punto de no ganar el campeonato (la labor del contención es esa, “contener”, por eso no se puede entender que les hayan empatado los alemanes en la final). Pero el gran atributo de Batista era que Maradona lo mantenía en la selección porque eran excelentes amigos. Se dice que un día en privado, Maradona le dijo a Bilardo que si sacaba a Batista, él también se iba. Ese capricho estuvo a punto de costarles la copa a los argentinos.
El caso contrario es el de Francia en 1998. Aimé Jaquet, técnico francés, sabía que tenía un genio (Zinedine Zidane) pero, como era su primera participación mundialista, no podía dejarlo sólo. Así que le puso atrás al viejo lobo Didier Deschamps, un Sancho Panza de lujo. Zidane tuvo la libertad suficiente para dedicarse a las florituras y dos goles suyos le dieron a Francia la copa. Pero siempre tuvo a su recuperador-armador atrás de él. El equilibrio francés en 1998 lo hicieron estos dos hombres.
Si en los países latinoamericanos se le diera otra connotación, y otras responsabilidades, al medio de contención, estaríamos en otro lado, acaso ganando mundiales junto con Brasil y Argentina. No hay que destruir, hay que armar; no hay que romper los balones, hay que poner pases de gol. Es una diferencia de matiz, pero es, como muchas otra tribulaciones de nuestro pueblos latinoamericanos, uno de los miles de datos que hacen ver por qué nos va como nos va en la vida.
CAS
Las responsabilidades de un futbolista son diversas. Existen los goleadores, aquellos conspicuos personajes cuya labor en la vida es conducir a su equipo a la victoria con remates de tres dedos o cabezazos imparables a los ángulos del arco. Están los defensas, quienes tienen como objetivo impedir que el rival y el balón lleguen a su área para crear peligro. El medio creativo, desde Pelé llamado “10”, es el cerebro del equipo, aquél que teje finamente cada uno de los avances ofensivos; después de haberse sacudido a tres rivales, y con la exactitud del más certero francotirador, filtra un balón para que su receptor tenga que hacer lo menos: el llamado “pase a la red”. El portero es quizás el jugador que encierra la mayor ingratitud, pues su labor en una cancha se reduce a un asunto antitético, como todas las valoraciones morales en la vida: es el actor distinto en su juego y en su vestimenta. Los reflectores estarán eternamente sobre él, pues el quid de su existencia se debate en la drástica posibilidad de convertirse en villano o en ser el héroe del encuentro por haber salvado a su equipo de una inminente derrota. Existe, no obstante, una última posición, acaso la más desventurada de todas: el medio escudo o medio de contención, o como dirían en Europa, el mediocentro.
El contención es un jugador destinado desde su cuna a la circunspección. Dueño de una posición que le fue impuesta, pues es la ideal para aquellos futbolistas acompasados, que no defienden mano a mano o son incapaces de crear jugadas claras de gol, el medio centro se presenta ante el respetable como el escudero del creativo, aquel peón guardián de las espaldas de Dios que dará su vida a cambio de que el equipo llegue a buen puerto, es decir, es capaz de cambiar una expulsión suya por la victoria del equipo. En otras palabras: no se tienta el corazón para soltar una patada a la rodilla si sabe que esa maniobra impedirá un ataque fulminante del rival. El medio de contención fundamenta su labor en una máxima elemental del hacer futbolístico: pasa la bola o el jugador, pero nunca los dos juntos.
"Chicho" Serna
En América Latina y Europa, sin embargo, las diferencias de esta posición son notables. Salvo los casos de Brasil y Argentina (con excepción de Uruguay, los únicos equipos americanos que han ganado mundiales), el contención de los países latinoamericanos se identifica no sólo porque mete la pierna fuerte sino porque su labor durante los noventa minutos es la demolición del juego. Después de robar un balón no saben qué hacer con él. Es en este punto cuando toda la maquinaria de su problemática existencial se echa a andar: si a menos de un metro no tienen a un compañero habilidoso, pícaro como se le dice en México, a quien pueda dársela sin temor a errar, rompe el balón a la tribuna o tira un centro a la portería contraria desde el callejón del área de su propio campo. El medio de contención es un hombre que no consiguió trabajo en una maquiladora por no estar calificado y por una cuestión aleatoria obtuvo el trabajo de futbolista sin merecerlo. Ejemplo de este tipo de jugador en México es este muchacho Raúl Rodrigo Lara, que camina para adelante porque para allá tiene los ojos, y que por su culpa Alemania eliminó a la selección mexicana en el Mundial de Francia en 1998. Otros dos ejemplos palmarios son el doriangrey de las canchas, Miguel España o el actual técnico del Puebla, Nacho Ambriz (pero la lista es interminable. En la actualidad, en el futbol mexicano están Antonio Sancho, Villa, José Antonio Hernández, Chicho Serna, Gerardo Galindo, el Ruso Peña, etc., todos del mismo corte).
En Europa, por el contrario, el llamado mediocentro es el armador del juego; es el jugador del que parten los ataques de su equipo y por el que pasan todos los balones rumbo al área rival. La columna vertebral. Mete goles, tiene buen tiro de media distancia y da pases de treinta o cuarenta metros con elegante maestría. Es, en resumida cuentas, el equilibrio del grupo; sin él, el llamado medio campo sería un territorio de nadie, en el que la anarquía o las dictaduras setenteras de los países latinoamericanos, reinarían sin cortapisas. Entre los casos más sobresalientes del mediocentro armador europeo están Edgar Davids, Xavi, Verón (argentino sólo de nacionalidad), Nedved, Makelele, Patrick Vieira, Gerrard, Matías Almeida, Joaquín, Emerson, Roy Keane, el gran Fernando Redondo, por hablar de casos evidentes. El mismo David Beckham es un excelente contención.
Fernando Redondo
Me vienen a la mente dos selecciones en las que sus medios de contención jugaron un papel neurálgico: la Argentina del 86 y la Francia del 98. En el 86, la selección argentina no era nada del otro mundo pero ostentaban una gran ventaja: tenían a Dios en su alineación. Así, le daban a él el balón y su áurea celestial se encargaba del resto. Ese equipo argentino tenía pocos talentos, pero había uno en particular que tenía el nivel de un jugador de la cuarta división italiana: Sergio Batista. Este jugador era el típico contención a la usanza latinoamericana: troncón, lento, sin drible y leñador de sepa (tiene un cuarto de trofeos con las piernas que cortó nada más en ese Mundial). Por su culpa, Argentina estuvo a punto de no ganar el campeonato (la labor del contención es esa, “contener”, por eso no se puede entender que les hayan empatado los alemanes en la final). Pero el gran atributo de Batista era que Maradona lo mantenía en la selección porque eran excelentes amigos. Se dice que un día en privado, Maradona le dijo a Bilardo que si sacaba a Batista, él también se iba. Ese capricho estuvo a punto de costarles la copa a los argentinos.
El caso contrario es el de Francia en 1998. Aimé Jaquet, técnico francés, sabía que tenía un genio (Zinedine Zidane) pero, como era su primera participación mundialista, no podía dejarlo sólo. Así que le puso atrás al viejo lobo Didier Deschamps, un Sancho Panza de lujo. Zidane tuvo la libertad suficiente para dedicarse a las florituras y dos goles suyos le dieron a Francia la copa. Pero siempre tuvo a su recuperador-armador atrás de él. El equilibrio francés en 1998 lo hicieron estos dos hombres.
Si en los países latinoamericanos se le diera otra connotación, y otras responsabilidades, al medio de contención, estaríamos en otro lado, acaso ganando mundiales junto con Brasil y Argentina. No hay que destruir, hay que armar; no hay que romper los balones, hay que poner pases de gol. Es una diferencia de matiz, pero es, como muchas otra tribulaciones de nuestro pueblos latinoamericanos, uno de los miles de datos que hacen ver por qué nos va como nos va en la vida.
CAS
Voy llegando de Querétaro. No hablaré de los pormenores del fin de semana porque se podrán intuir claramante. En mi mailbox me he encontrado un mensaje de mi amiga de Berlín, Anne Becker:
"Hola amigos:
verano en Berlín?
se alquila recámara/cuarto en mi fabuloso depto compartido!! Les late un verano aquí o saben alguien que busque un cuarto de principios de junio hasta finales de agosto? la renta es 210 euros mensuales por el cuarto (ca. 20 mq, amueblado si quieres), el depto es grande (120mq, tres recámaras, sala, cocina, baño, balcón), y el canal, un parque, los cafes y cines alternativos a cinco minutos. Se habla y cocina alemán, español, italiano e inglés, un poco de turco y mucho más."
La casa de Anne está en Kreuzberg, el barrio turco de Berlín y donde toda persona que más o menos entienda qué está pasando en el mundo, anhela vivir. Creo que lo tomaré.
CAS
"Hola amigos:
verano en Berlín?
se alquila recámara/cuarto en mi fabuloso depto compartido!! Les late un verano aquí o saben alguien que busque un cuarto de principios de junio hasta finales de agosto? la renta es 210 euros mensuales por el cuarto (ca. 20 mq, amueblado si quieres), el depto es grande (120mq, tres recámaras, sala, cocina, baño, balcón), y el canal, un parque, los cafes y cines alternativos a cinco minutos. Se habla y cocina alemán, español, italiano e inglés, un poco de turco y mucho más."
La casa de Anne está en Kreuzberg, el barrio turco de Berlín y donde toda persona que más o menos entienda qué está pasando en el mundo, anhela vivir. Creo que lo tomaré.
CAS
viernes, mayo 16, 2003
¿A dónde miramos?
Todos están muertos. El silencio se aparta de la imagen y da la sensación de finitud, de desconfianza. El maestro Villa ha dicho “Siéntese usted, mi general” y don Emiliano ha recibido la sugerencia con otra cortesía similar: “No, mi general, siéntese usted”. Acaso pensaban en la “Decena trágica” y en el mal agüero de la silla presidencial. Su error fue no intuir lugares más perniciosos y posibles como Chinameca o algún oscuro paraje entre El Canutillo y Parral.
Don Pancho sonríe, vigoroso, con la serenidad de alguien que sabe que las batallas sólo se ganan cuando el comandante va al frente de la caballería. Zapata, por su lado, luce incómodo, como preguntándose por la hora del pulque o los mezcales. Atrás está el séquito. Los miserables que se movieron no aparecen en la gráfica y jamás lo harán (están muertos y es la historia de México). Los sombreros son símbolo de virilidad y de respeto. Quien no tenga uno no es digno de fiar.
Aun cuando todos estén muertos se observan las heridas de la batalla: cansancio, vendas inmundas, caras de arrepentimiento que enmarcan la incredulidad, la duda perenne de pensar qué hacemos aquí. Atrás exactamente de la silla, un poco más o menos cargado a la derecha según nuestra perspectiva, hay un muchacho de sombrero del que apenas destaca su cabeza; se ubica con claridad porque no tiene bigote. Sobresaliente en el arte de la oratoria, este hombre estaba un día en el quiosco de una plaza dando un discurso. Al finalizarlo, un mozalbete de no más de 15 años se le acercó y le dijo:
–¿Quiere, usted, ser mi representante?
–¿Y usted quién es?
–Soy general villista –contestó, enseñándole las insignias del sombrero.
Fue así como este hombre, sin ser precisamente un avezado en el uso de las carabinas, se hizo ideólogo del generalito. Se llamaba José de la Sierra y era mi bisabuelo. De puro azar no se le ocurrió sentarse también en la condenada silla, todo ello para que yo estuviera ahora platicando de mi antepasados.
Todos están muertos y sus últimas palabras en vida se la dirigieron al fotógrafo: “¿A dónde miramos?”
Foto: Gral. Francisco Villa en la Silla Presidencial, Foto de Agustín V. Casasola, 1914.
CAS
Todos están muertos. El silencio se aparta de la imagen y da la sensación de finitud, de desconfianza. El maestro Villa ha dicho “Siéntese usted, mi general” y don Emiliano ha recibido la sugerencia con otra cortesía similar: “No, mi general, siéntese usted”. Acaso pensaban en la “Decena trágica” y en el mal agüero de la silla presidencial. Su error fue no intuir lugares más perniciosos y posibles como Chinameca o algún oscuro paraje entre El Canutillo y Parral.
Don Pancho sonríe, vigoroso, con la serenidad de alguien que sabe que las batallas sólo se ganan cuando el comandante va al frente de la caballería. Zapata, por su lado, luce incómodo, como preguntándose por la hora del pulque o los mezcales. Atrás está el séquito. Los miserables que se movieron no aparecen en la gráfica y jamás lo harán (están muertos y es la historia de México). Los sombreros son símbolo de virilidad y de respeto. Quien no tenga uno no es digno de fiar.
Aun cuando todos estén muertos se observan las heridas de la batalla: cansancio, vendas inmundas, caras de arrepentimiento que enmarcan la incredulidad, la duda perenne de pensar qué hacemos aquí. Atrás exactamente de la silla, un poco más o menos cargado a la derecha según nuestra perspectiva, hay un muchacho de sombrero del que apenas destaca su cabeza; se ubica con claridad porque no tiene bigote. Sobresaliente en el arte de la oratoria, este hombre estaba un día en el quiosco de una plaza dando un discurso. Al finalizarlo, un mozalbete de no más de 15 años se le acercó y le dijo:
–¿Quiere, usted, ser mi representante?
–¿Y usted quién es?
–Soy general villista –contestó, enseñándole las insignias del sombrero.
Fue así como este hombre, sin ser precisamente un avezado en el uso de las carabinas, se hizo ideólogo del generalito. Se llamaba José de la Sierra y era mi bisabuelo. De puro azar no se le ocurrió sentarse también en la condenada silla, todo ello para que yo estuviera ahora platicando de mi antepasados.
Todos están muertos y sus últimas palabras en vida se la dirigieron al fotógrafo: “¿A dónde miramos?”
Foto: Gral. Francisco Villa en la Silla Presidencial, Foto de Agustín V. Casasola, 1914.
CAS
jueves, mayo 15, 2003
Eran casi las dos de la madrugada. El Morc me preguntaba si era luna llena cuando los gritos se intensificaron. El Fuc prendió otro cigarro.
–Creo que son las vecinas del primer piso –dije.
–¿Estás seguro? Porque si no hay que llamar a la policía.
–Salgamos para ver.
Sacamos las sillas a la terraza para escuchar mejor qué sucedía. "Te voy a matar", fue la primera frase que subió a la azotea como alma en pena. "¡Pues yo a ti, hija de tu pinche madre!"
–Sí, son las vecinas del primer piso.
–Hagamos algo.
–Tranquilo, hay que esperar a ver el desenlace –contesté dándole un sorbo a mi cuba–. Tráete el ron, por favor, Morc.
–¡Te vas a la verga, pinche puta!
–Ven: les había dicho que a eso se dedicaban.
–Sí, es cierto. Muy bueno este ron, ¿eh? –comentó el Fuc.
–Es una edición especial de Flor de caña –se escuchó un estruendo como de platos rotos– ¿Creen que haya sido la vajilla barata?
–Es probable... ¿dónde lo conseguiste?
–Me lo trajeron de Managua.
–¡Te vas a ir ahoritita mismo de esta casa, pendeja, si te niegas una vez más a trapear!
–Pues que ya trapee, de una vez por todas, ¿no? Así ya podremos chupar tranquilos... ¿cómo va la chamba, Paty?
–Más o menos, trabajando como negra pero sin recibir un centavo –"¡Maldita zorra, te vas a arrepentir"–. ¿Creen que se arrepienta?
–Es probable. Ésa que habló debe de ser la líder. ¿Hay hielos todavía?
–¡No mamen, pendejas, hay gente arriba que nos está viendo y escuchando! ¡Apaguen la luz y cállense!
–Creo que lo han negociado en que por lo menos barra los miércoles... ¿no les parece, con este calor, que estamos en un país bananero?
–Puede ser. Ahora hay que meter las sillas que los gritos se han acabado y las lunas llenas me angustian. ¿Cómo vieron el partido?
CAS
–Creo que son las vecinas del primer piso –dije.
–¿Estás seguro? Porque si no hay que llamar a la policía.
–Salgamos para ver.
Sacamos las sillas a la terraza para escuchar mejor qué sucedía. "Te voy a matar", fue la primera frase que subió a la azotea como alma en pena. "¡Pues yo a ti, hija de tu pinche madre!"
–Sí, son las vecinas del primer piso.
–Hagamos algo.
–Tranquilo, hay que esperar a ver el desenlace –contesté dándole un sorbo a mi cuba–. Tráete el ron, por favor, Morc.
–¡Te vas a la verga, pinche puta!
–Ven: les había dicho que a eso se dedicaban.
–Sí, es cierto. Muy bueno este ron, ¿eh? –comentó el Fuc.
–Es una edición especial de Flor de caña –se escuchó un estruendo como de platos rotos– ¿Creen que haya sido la vajilla barata?
–Es probable... ¿dónde lo conseguiste?
–Me lo trajeron de Managua.
–¡Te vas a ir ahoritita mismo de esta casa, pendeja, si te niegas una vez más a trapear!
–Pues que ya trapee, de una vez por todas, ¿no? Así ya podremos chupar tranquilos... ¿cómo va la chamba, Paty?
–Más o menos, trabajando como negra pero sin recibir un centavo –"¡Maldita zorra, te vas a arrepentir"–. ¿Creen que se arrepienta?
–Es probable. Ésa que habló debe de ser la líder. ¿Hay hielos todavía?
–¡No mamen, pendejas, hay gente arriba que nos está viendo y escuchando! ¡Apaguen la luz y cállense!
–Creo que lo han negociado en que por lo menos barra los miércoles... ¿no les parece, con este calor, que estamos en un país bananero?
–Puede ser. Ahora hay que meter las sillas que los gritos se han acabado y las lunas llenas me angustian. ¿Cómo vieron el partido?
CAS
miércoles, mayo 14, 2003
martes, mayo 13, 2003
De repente me doy cuenta de que es necesario estar algunos días sin el blog. Recién llego a mi casa de la Del Valle y noto que el depto. que está exactamente enfrente del mío y están arreglando, ya lo van a terminar; eso significa que Juan lo alquilará dentro de poco y tendré nuevos vecinos acá arriba. Si se me permite la confesión, no es algo que me cause gracia: si no he podido eliminar a Juanita y apropiarme de la azotea entera, mucho menos podré ahora que se alíe con el nuev@ inquili@ para hablar mal de mí y decirle que tome sus precauciones porque soy un hombre peligroso. Me siento como el chamaco al que su madre le dice "Vas a tener un hermanito, mijo". En fin, ya será de Dios. Por lo demás tendré que hacer una investigación acerca de las hermosas nuevas vecinas del primer piso, pues abajo, en el despacho de Juan, se rumora que son sexoservidoras. Mientras no me toque una acá arriba que nada más despache in situ, todo estará bien; si no, como usted ínclito lector lo sabrá, ya me jodí. En fin, podría aceptar eso y mucho más por los próximos diez años a cambio de un triunfo de la máquina hoy en la noche.
CAS
CAS
sábado, mayo 10, 2003
viernes, mayo 09, 2003
Según el ex futbolista francés Michel Platini, el marcador ideal para un partido perfecto de futbol es 0-0. En los tres últimos días he visto cuatro encuentros con ese marcador y ninguno fue perfecto, acaso porque todavía nos encontramos en el tercer mundo futbolístico o simplemente no entendemos la estética del balompié europeo. Aun así, como una de las peculiaridades de nuestros países latinoamericanos son las plegarias, en todo estadio del subcontinente, como dice Eduardo Galeano, se seguirá escuchando la consabida súplica: "un golecito, por el amor de Dios".
CAS
CAS
jueves, mayo 08, 2003
Por fin me he decidido a ordenar mi biblioteca. No sé cuántos libros sean pero calculo unos 2500. Si hay alguna persona piadosa que quiera ayudarle a un hombre en desgracia, siempre será bienvenida. No pago pero las chelas corren por mi cuenta y acaso se puedan encontrar libros exóticos, como una edición de Leaves of grass de principios del siglo pasado.
CAS
CAS
miércoles, mayo 07, 2003
martes, mayo 06, 2003
Síndrome Yépez
Me parece muy buena idea este asunto de la autopromoción.
-Hoy martes estaré en la zona preferente del H. Estadio Azul, al lado del cartero (dícese de aquel hombre que vende Carta Blanca).
-El miércoles me encontraré (a mí mismo) en el Salón Corona comentando con Domingo los pormenores del encuentro. Domingo dirá "Pinches putos", pero no sé si se referirá a los del Azul o a los del Cali.
-El jueves por la tarde se me podrá hallar en la barra de La Villa de Madrid con un tequila Tradicional entre los dedos; en la noche estaré en El Nivel diciéndole a uno de mis meseros de cabecera, Manuel Degollado Silva, que sea hombre.
-El viernes despacharé sólo medio día en La curva (en efecto, la de la canción del Tri). Es probable que la velada sea en un conocido tugurio de la colonia Del Valle.
-El sábado por la noche será fácil identificarme en el insigne Savoy, pues estaré al lado de sendas ficheras llamadas Anastasia y Princesa Lea II.
CAS
Me parece muy buena idea este asunto de la autopromoción.
-Hoy martes estaré en la zona preferente del H. Estadio Azul, al lado del cartero (dícese de aquel hombre que vende Carta Blanca).
-El miércoles me encontraré (a mí mismo) en el Salón Corona comentando con Domingo los pormenores del encuentro. Domingo dirá "Pinches putos", pero no sé si se referirá a los del Azul o a los del Cali.
-El jueves por la tarde se me podrá hallar en la barra de La Villa de Madrid con un tequila Tradicional entre los dedos; en la noche estaré en El Nivel diciéndole a uno de mis meseros de cabecera, Manuel Degollado Silva, que sea hombre.
-El viernes despacharé sólo medio día en La curva (en efecto, la de la canción del Tri). Es probable que la velada sea en un conocido tugurio de la colonia Del Valle.
-El sábado por la noche será fácil identificarme en el insigne Savoy, pues estaré al lado de sendas ficheras llamadas Anastasia y Princesa Lea II.
CAS
Periódicos y revistas
Voy a recapitular porque mis cuentas no me salen. Todos los días del señor compro La Jornada; el sábado también El País y los domingos, además, Reforma, Proceso y El País Semanal. Todo esto da un total aproximado de 480 pesos al mes, el equivalente, en otras palabras, a 43 caguamas mensuales o seis semanales. Mi pregunta, acaso ingenua, es la siguiente: ¿valdrá la pena?
CAS
Voy a recapitular porque mis cuentas no me salen. Todos los días del señor compro La Jornada; el sábado también El País y los domingos, además, Reforma, Proceso y El País Semanal. Todo esto da un total aproximado de 480 pesos al mes, el equivalente, en otras palabras, a 43 caguamas mensuales o seis semanales. Mi pregunta, acaso ingenua, es la siguiente: ¿valdrá la pena?
CAS
lunes, mayo 05, 2003
Posturas políticas
¿Qué significa tener una posición política? De entrada puede pensarse lo peor, como creer que posicionarse en una geometría es venderle el alma al Diablo, acaso no un exceso si se contemplan las ventajas. Todo mundo piensa (pensar a secas) y por lo mismo todos tienen preferencias, aun cuando haya estultos que lo nieguen y se atrevan a decir ingenuamente “yo soy apolítico”. De entrada, una familia es una relación política. Aquí quisiera hacer un matiz: uno puede tener definida su posición respecto de la vida pública; pero así es también con cualquier decisión cotidiana que se tome. Hablar por ejemplo de un “compromiso” me suena a una vaguedad, en principio, pecaminosa. ¿Compromiso con qué?, ¿con quién? ¿Con un partido político, con la gente que reparte los chayotes como si fueran pan caliente?, ¿con lo más profundo de la conciencia? Por favor.
“El intelectual tiene que ser un personaje comprometido con su realidad” me suena a una frase resentida, que no deja de ser un vicio romántico plagado de reminiscencias sesentayocheras y viejas fascinaciones cheguevareanas. A canción de Óscar Chávez, pues. La responsabilidad es con uno mismo. A partir de un ajuste de cuentas con ese llamado de conciencia, el compromiso social, para darle un toque más adecuado, puede aparecer y desarrollarse. Así, independientemente de las “posturas políticas”, eso del compromiso sería viable; amén de que uno podría estar dentro de poco en las monedas de veinte pesos, como le ha sucedido a Octavio Paz.
El quid de esta reflexión tiene que ver con una ligera crítica al viejo intelectual de izquierda que se quedó en el pasado; esa ilustre comunidad para la que el único papel del hombre de ideas era la atención a los oprimidos y hacer la revolución, aunque fuera en una taza de café; esos heroicos lectores de Roque Dalton que siguen considerando su poesía una Biblia con un plus; esos renombrados defensores de las libertades que ahora se irritan cuando alguien critica el sup Marcos y que si embargo siguen defendiendo y elogiando la última dictadura de facto que existe en América Latina y en la que se sigue reprimiendo y matando a sus habitantes. Si uno no hace lo anterior entonces no es un hombre comprometido con su pueblo; es, por el contrario, un vargasllosa de pacotilla, un siniestro y oscuro reaccionario hijo de la oligarquía. Las posturas políticas son algo más que defender una tiranía o escuchar canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés.
Pero ya que hablamos de política así como de injusticias, permítaseme que hable de una de las mayores sinrazones que han existido. El mes próximo se cumplirán 17 años de la muerte de Jorge Luis Borges; a Borges nunca le dieron el Nobel de literatura por cuestiones políticas, nimiedades diría yo: recibió un premio en Chile durante la presidencia de Pinochet y dirigió la Biblioteca Nacional de Argentina en el periodo de la dictadura de la Junta Militar. Y Borges murió esperando el premio, pues sabía que nadie se lo merecía más que él. Desde luego, nunca lo dijo, pues era un respetable y humilde caballero.
Pero para complementar mi comentario, y se vea qué de energúmenos hay en el mundo, haré una alusión a una anécdota del argentino. En una ocasión, en una universidad de Estados Unidos, Borges dictaba una conferencia ante un grupo de alumnos. A la hora de las preguntas, un par de estudiantes –un colombiano y un cubano– se pararon y groseramente empezaron a increparlo, a cuestionarlo por su falta de solidaridad con Vietnam, Indochina, Cuba, etcétera. A pesar del sinnúmero de sandeces, Borges mantuvo la calma y contestó elegantemente. Cuando uno de los estudiantes notó que el hombre no se saldría de sus casillas, lo amenazó: “¡Si me lo encuentro en la calle, le arrojo un ladrillo!" Borges, que empezaba a molestarse, contestó muy sabio: “Pues cuídese, porque a lo mejor se lo aviento yo primero”. Como se verá, era ciego pero no manco ni pendejo.
La moraleja de esta arenga de digresiones es que las posiciones políticas son una cosa demasiado compleja e in extremis no tienen que ver con un compromiso, como se quiere ver en muchos casos. Es decir: tener tal o cual postura no significa nada. Si uno dice al final si es de izquierda o de derecha quedamos en las mismas, pues en un mundo redondo dónde está la izquierda y dónde la derecha, o dónde el Oriente y el Occidente. Hay muchos, por lo demás, que han perdido el centro.
CAS
¿Qué significa tener una posición política? De entrada puede pensarse lo peor, como creer que posicionarse en una geometría es venderle el alma al Diablo, acaso no un exceso si se contemplan las ventajas. Todo mundo piensa (pensar a secas) y por lo mismo todos tienen preferencias, aun cuando haya estultos que lo nieguen y se atrevan a decir ingenuamente “yo soy apolítico”. De entrada, una familia es una relación política. Aquí quisiera hacer un matiz: uno puede tener definida su posición respecto de la vida pública; pero así es también con cualquier decisión cotidiana que se tome. Hablar por ejemplo de un “compromiso” me suena a una vaguedad, en principio, pecaminosa. ¿Compromiso con qué?, ¿con quién? ¿Con un partido político, con la gente que reparte los chayotes como si fueran pan caliente?, ¿con lo más profundo de la conciencia? Por favor.
“El intelectual tiene que ser un personaje comprometido con su realidad” me suena a una frase resentida, que no deja de ser un vicio romántico plagado de reminiscencias sesentayocheras y viejas fascinaciones cheguevareanas. A canción de Óscar Chávez, pues. La responsabilidad es con uno mismo. A partir de un ajuste de cuentas con ese llamado de conciencia, el compromiso social, para darle un toque más adecuado, puede aparecer y desarrollarse. Así, independientemente de las “posturas políticas”, eso del compromiso sería viable; amén de que uno podría estar dentro de poco en las monedas de veinte pesos, como le ha sucedido a Octavio Paz.
El quid de esta reflexión tiene que ver con una ligera crítica al viejo intelectual de izquierda que se quedó en el pasado; esa ilustre comunidad para la que el único papel del hombre de ideas era la atención a los oprimidos y hacer la revolución, aunque fuera en una taza de café; esos heroicos lectores de Roque Dalton que siguen considerando su poesía una Biblia con un plus; esos renombrados defensores de las libertades que ahora se irritan cuando alguien critica el sup Marcos y que si embargo siguen defendiendo y elogiando la última dictadura de facto que existe en América Latina y en la que se sigue reprimiendo y matando a sus habitantes. Si uno no hace lo anterior entonces no es un hombre comprometido con su pueblo; es, por el contrario, un vargasllosa de pacotilla, un siniestro y oscuro reaccionario hijo de la oligarquía. Las posturas políticas son algo más que defender una tiranía o escuchar canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés.
Pero ya que hablamos de política así como de injusticias, permítaseme que hable de una de las mayores sinrazones que han existido. El mes próximo se cumplirán 17 años de la muerte de Jorge Luis Borges; a Borges nunca le dieron el Nobel de literatura por cuestiones políticas, nimiedades diría yo: recibió un premio en Chile durante la presidencia de Pinochet y dirigió la Biblioteca Nacional de Argentina en el periodo de la dictadura de la Junta Militar. Y Borges murió esperando el premio, pues sabía que nadie se lo merecía más que él. Desde luego, nunca lo dijo, pues era un respetable y humilde caballero.
Pero para complementar mi comentario, y se vea qué de energúmenos hay en el mundo, haré una alusión a una anécdota del argentino. En una ocasión, en una universidad de Estados Unidos, Borges dictaba una conferencia ante un grupo de alumnos. A la hora de las preguntas, un par de estudiantes –un colombiano y un cubano– se pararon y groseramente empezaron a increparlo, a cuestionarlo por su falta de solidaridad con Vietnam, Indochina, Cuba, etcétera. A pesar del sinnúmero de sandeces, Borges mantuvo la calma y contestó elegantemente. Cuando uno de los estudiantes notó que el hombre no se saldría de sus casillas, lo amenazó: “¡Si me lo encuentro en la calle, le arrojo un ladrillo!" Borges, que empezaba a molestarse, contestó muy sabio: “Pues cuídese, porque a lo mejor se lo aviento yo primero”. Como se verá, era ciego pero no manco ni pendejo.
La moraleja de esta arenga de digresiones es que las posiciones políticas son una cosa demasiado compleja e in extremis no tienen que ver con un compromiso, como se quiere ver en muchos casos. Es decir: tener tal o cual postura no significa nada. Si uno dice al final si es de izquierda o de derecha quedamos en las mismas, pues en un mundo redondo dónde está la izquierda y dónde la derecha, o dónde el Oriente y el Occidente. Hay muchos, por lo demás, que han perdido el centro.
CAS
viernes, mayo 02, 2003
NOTA: Dios no quería que el siguiente texto fuera escrito: dos veces se me borró y otras dos se fue la luz. Ahora por fin lo posteo. Si en lo sucesivo no aparecen más textos en Del valle notes es porque un scud de fuego amigo cayó en mi departamento.
La insoportable levedad de ser teacher
Es por todos sabido que uno de los momentos más aciagos de un maestro es cuando se califican trabajos finales. Para ello, se sabrá, hay varios métodos: no revisarlos y poner una calificación aleatoria; darles una pasada rápida y, a ojo de buen cubero, poner un garabato tenue en la portada; dárselos al adjunto, el sirviente del maestro que en los estratos académicos es conocido como el gato de Cheshire, y se los fume en una tarde; leerlos personalmente de cabo a rabo y poner alguna sugerencia simpática al final. Por alguna razón congénita desconocida, pero que bien pudiera estar entre el compromiso didáctico y la imbecilidad, el método que yo practico es el último. Esto, por lo demás, porque no llevo arrastrando cuarenta años dando clases ni tampoco se me ha dado la posibilidad de contratar a otro personaje de Lewis Carrol que sea me adjunto-gato semestre a semestre, simplemente porque lo que me pagan no es suficiente para sufragarlo. No obstante, como tampoco quiero hacerme el hara-kiri y pasarme un fin de semana sin ver el futbol, hago las siguiente especificación: "El trabajo final será máximo de cinco cuartillas y mínimo de cuatro; quién no lo haga así será rebrobado". Normalmente asienten resignados y de inmediato preguntan lo obvio: "Oye, profe, ¿pero cómo le hacemos para llenar un trabajo en el que mínimo nos piden veinte cuartillas y a la tercera página ya dijimos todo lo que teníamos que decir?" Bien, normalmente cuando oigo estas dudas me dan ganas de pedir mi crédito y abrir un changarro de objetos sexuales. "Miren", respondo con bonhomía enmascarada: 1) Dejar un trabajo de veinte cuartillas como mínimo en un primer semestre de licenciatura, aun cuando sea en letras, es y será siempre una mamada antipedagógica (porque hay mamadas pedagógicas inmensamente ilustrativas, pero eso lo tiene que averiguar ellos por sí mismos) y 2) no lo sé. Acto seguido paso a hacer un encomio de Italo Calvino y un denuesto de La guerra y la paz.
A la semana siguiente entregan sus trabajos finales, mismos que tendré que aventarme mientras bebo un poco de ron. Están los que quieren verle la cara de pendejo al maestro sin lograrlo, por aquello de que se han fusilado un texto de internet, incluidas las faltas de ortografía; están los que sí logran verme la cara de pendejo (no se puede haber leído todo en la vida); están los que hacen buenos trabajos y que al final hacen una apología del curso o, en su defecto, dicen que soy el peor maestro de la historia; y están simplemente los que no aprobarán jamás, pues escriben "aya", "haserca" y "vienbenido" en un texto que no tiene que ver con algún tema visto en el curso.
Hace algunas semanas fue la última vez que me quisieron engañar; y casi lo logran. Una alumna había escrito un ensayo sobre la alteridad en Piedra de sol de Octavio Paz. Al leerlo supe que lo había copiado, pues yo había leído un ensayo muy parecido en algún lado. Estuve buscándolo un buen tiempo sin encontrarlo. Le dije que tenía la impresión de que eso ya lo había leido; ella se indignó; le pregunté que significaba la palabra "alteridad"; no supo. Pero no podía rebrobarla porque no estaba seguro. Seguí investigando. Vino la siguiente clase sin que lo encontrara. Me dijo que estaba ofendida porque ella había escrito "por sí misma" ese trabajo. Le dije que si estaba equivocado le pediría una disculpa delante de todos pero que me diera una semana más. Al final escontré el ensayo. Con algunas variantes burdas era el ensayo sobre Piedra de sol que Pere Gimferrer había escrito en su libro Lecturas de Octavio Paz. Se lo enseñé. No dijo nada. Entonces la reprobé y me sentí con un peso menos. Ser maestro es una de las profesiones ingratas de la vida.
CAS
La insoportable levedad de ser teacher
Es por todos sabido que uno de los momentos más aciagos de un maestro es cuando se califican trabajos finales. Para ello, se sabrá, hay varios métodos: no revisarlos y poner una calificación aleatoria; darles una pasada rápida y, a ojo de buen cubero, poner un garabato tenue en la portada; dárselos al adjunto, el sirviente del maestro que en los estratos académicos es conocido como el gato de Cheshire, y se los fume en una tarde; leerlos personalmente de cabo a rabo y poner alguna sugerencia simpática al final. Por alguna razón congénita desconocida, pero que bien pudiera estar entre el compromiso didáctico y la imbecilidad, el método que yo practico es el último. Esto, por lo demás, porque no llevo arrastrando cuarenta años dando clases ni tampoco se me ha dado la posibilidad de contratar a otro personaje de Lewis Carrol que sea me adjunto-gato semestre a semestre, simplemente porque lo que me pagan no es suficiente para sufragarlo. No obstante, como tampoco quiero hacerme el hara-kiri y pasarme un fin de semana sin ver el futbol, hago las siguiente especificación: "El trabajo final será máximo de cinco cuartillas y mínimo de cuatro; quién no lo haga así será rebrobado". Normalmente asienten resignados y de inmediato preguntan lo obvio: "Oye, profe, ¿pero cómo le hacemos para llenar un trabajo en el que mínimo nos piden veinte cuartillas y a la tercera página ya dijimos todo lo que teníamos que decir?" Bien, normalmente cuando oigo estas dudas me dan ganas de pedir mi crédito y abrir un changarro de objetos sexuales. "Miren", respondo con bonhomía enmascarada: 1) Dejar un trabajo de veinte cuartillas como mínimo en un primer semestre de licenciatura, aun cuando sea en letras, es y será siempre una mamada antipedagógica (porque hay mamadas pedagógicas inmensamente ilustrativas, pero eso lo tiene que averiguar ellos por sí mismos) y 2) no lo sé. Acto seguido paso a hacer un encomio de Italo Calvino y un denuesto de La guerra y la paz.
A la semana siguiente entregan sus trabajos finales, mismos que tendré que aventarme mientras bebo un poco de ron. Están los que quieren verle la cara de pendejo al maestro sin lograrlo, por aquello de que se han fusilado un texto de internet, incluidas las faltas de ortografía; están los que sí logran verme la cara de pendejo (no se puede haber leído todo en la vida); están los que hacen buenos trabajos y que al final hacen una apología del curso o, en su defecto, dicen que soy el peor maestro de la historia; y están simplemente los que no aprobarán jamás, pues escriben "aya", "haserca" y "vienbenido" en un texto que no tiene que ver con algún tema visto en el curso.
Hace algunas semanas fue la última vez que me quisieron engañar; y casi lo logran. Una alumna había escrito un ensayo sobre la alteridad en Piedra de sol de Octavio Paz. Al leerlo supe que lo había copiado, pues yo había leído un ensayo muy parecido en algún lado. Estuve buscándolo un buen tiempo sin encontrarlo. Le dije que tenía la impresión de que eso ya lo había leido; ella se indignó; le pregunté que significaba la palabra "alteridad"; no supo. Pero no podía rebrobarla porque no estaba seguro. Seguí investigando. Vino la siguiente clase sin que lo encontrara. Me dijo que estaba ofendida porque ella había escrito "por sí misma" ese trabajo. Le dije que si estaba equivocado le pediría una disculpa delante de todos pero que me diera una semana más. Al final escontré el ensayo. Con algunas variantes burdas era el ensayo sobre Piedra de sol que Pere Gimferrer había escrito en su libro Lecturas de Octavio Paz. Se lo enseñé. No dijo nada. Entonces la reprobé y me sentí con un peso menos. Ser maestro es una de las profesiones ingratas de la vida.
CAS
jueves, mayo 01, 2003
Hay que poner los puntos sobre las íes: tengo que cortar el timbre de mi casa, de lo contrario mis días estarán contados. El martes estaba trabajando muy bien, como hacía tiempo que no lo hacía. Entonces sucedió lo que no debe suceder cuando se trabaja como hombre y al día siguiente hay que dar clases: sonó el timbre. Decidí no abrir; volvió a sonar. Voy a hacer como que no estoy en casa, pensé y lo deseché en el acto, pues estaba conectado a la red y seguramente ya habían hablado para constatar mi presencia. No me quedó de otra. Eran Nicoménicus y Mayra. Chupamos tranquilos. Llegaron Asakhira y el Martínez. Seguimos en lo mismo. Arribó Pinkililinki. Para entonces eran las tres de la madrugada, había una fiesta no planeada en mi casa y yo tenía que ir a dar mi clase temprano. A las cinco los corrí. Me desperté heroico. Di mis dos clases. Comí algo. Regresé a mi casa. Cacho ya estaba acá: se iba a quedar conmigo para tomar su avión a Paris al día siguiente. Llegó el Morc para el partido. Lo vimos. Insultamos a Borguetti. Llegó Dianchen con su hermano; luego Alicia. Segunda fiesta en menos de 24 horas. Recién termino de recoger los restos y el saldo entre los dos días es el siguiente: tres botellas de tequila, cinco de ron y 25 guamas. Ahora me voy, que el Morc me espera en la Hija de los apaches.
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