NOTA: Dios no quería que el siguiente texto fuera escrito: dos veces se me borró y otras dos se fue la luz. Ahora por fin lo posteo. Si en lo sucesivo no aparecen más textos en Del valle notes es porque un scud de fuego amigo cayó en mi departamento.
La insoportable levedad de ser teacher
Es por todos sabido que uno de los momentos más aciagos de un maestro es cuando se califican trabajos finales. Para ello, se sabrá, hay varios métodos: no revisarlos y poner una calificación aleatoria; darles una pasada rápida y, a ojo de buen cubero, poner un garabato tenue en la portada; dárselos al adjunto, el sirviente del maestro que en los estratos académicos es conocido como el gato de Cheshire, y se los fume en una tarde; leerlos personalmente de cabo a rabo y poner alguna sugerencia simpática al final. Por alguna razón congénita desconocida, pero que bien pudiera estar entre el compromiso didáctico y la imbecilidad, el método que yo practico es el último. Esto, por lo demás, porque no llevo arrastrando cuarenta años dando clases ni tampoco se me ha dado la posibilidad de contratar a otro personaje de Lewis Carrol que sea me adjunto-gato semestre a semestre, simplemente porque lo que me pagan no es suficiente para sufragarlo. No obstante, como tampoco quiero hacerme el hara-kiri y pasarme un fin de semana sin ver el futbol, hago las siguiente especificación: "El trabajo final será máximo de cinco cuartillas y mínimo de cuatro; quién no lo haga así será rebrobado". Normalmente asienten resignados y de inmediato preguntan lo obvio: "Oye, profe, ¿pero cómo le hacemos para llenar un trabajo en el que mínimo nos piden veinte cuartillas y a la tercera página ya dijimos todo lo que teníamos que decir?" Bien, normalmente cuando oigo estas dudas me dan ganas de pedir mi crédito y abrir un changarro de objetos sexuales. "Miren", respondo con bonhomía enmascarada: 1) Dejar un trabajo de veinte cuartillas como mínimo en un primer semestre de licenciatura, aun cuando sea en letras, es y será siempre una mamada antipedagógica (porque hay mamadas pedagógicas inmensamente ilustrativas, pero eso lo tiene que averiguar ellos por sí mismos) y 2) no lo sé. Acto seguido paso a hacer un encomio de Italo Calvino y un denuesto de La guerra y la paz.
A la semana siguiente entregan sus trabajos finales, mismos que tendré que aventarme mientras bebo un poco de ron. Están los que quieren verle la cara de pendejo al maestro sin lograrlo, por aquello de que se han fusilado un texto de internet, incluidas las faltas de ortografía; están los que sí logran verme la cara de pendejo (no se puede haber leído todo en la vida); están los que hacen buenos trabajos y que al final hacen una apología del curso o, en su defecto, dicen que soy el peor maestro de la historia; y están simplemente los que no aprobarán jamás, pues escriben "aya", "haserca" y "vienbenido" en un texto que no tiene que ver con algún tema visto en el curso.
Hace algunas semanas fue la última vez que me quisieron engañar; y casi lo logran. Una alumna había escrito un ensayo sobre la alteridad en Piedra de sol de Octavio Paz. Al leerlo supe que lo había copiado, pues yo había leído un ensayo muy parecido en algún lado. Estuve buscándolo un buen tiempo sin encontrarlo. Le dije que tenía la impresión de que eso ya lo había leido; ella se indignó; le pregunté que significaba la palabra "alteridad"; no supo. Pero no podía rebrobarla porque no estaba seguro. Seguí investigando. Vino la siguiente clase sin que lo encontrara. Me dijo que estaba ofendida porque ella había escrito "por sí misma" ese trabajo. Le dije que si estaba equivocado le pediría una disculpa delante de todos pero que me diera una semana más. Al final escontré el ensayo. Con algunas variantes burdas era el ensayo sobre Piedra de sol que Pere Gimferrer había escrito en su libro Lecturas de Octavio Paz. Se lo enseñé. No dijo nada. Entonces la reprobé y me sentí con un peso menos. Ser maestro es una de las profesiones ingratas de la vida.
CAS
viernes, mayo 02, 2003
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