La campeona nacional
Siempre he sentido particular atracción por mujeres que convencionalmente no son atractivas. En mis sueños eróticos aparecen, por ejemplo, meseras de Sanborns, cajeras de Superama o ejecutivas de cuenta de Bital. Desconozco las razones, pero está claro que el uniforme tiene algo que ver. Con las deportistas, y como les sucede a muchos otros hombres, ese agrado se potencia de manera importante. Para eso están las tenistas y sus subidas de falda, las corredoras de velocidad y el movimiento homogéneo de sus glúteos o las jugadoras de hockey sobre pasto y su agresiva feminidad en la cancha. Confieso, y es algo que me ha quitado el sueño mucho tiempo, que asimismo he desarrollado cierto placer por observar a las jugadoras de boliche. No he alcanzado a darme cuenta de si es mero fetiche o no pero me parecen mujeres fascinantes.
Así como mi amiga Asakhira tiene gran simpatía por los jugadores de futbol, mi debilidad son las deportistas de alto rendimiento. Durante años hice mi luchita aquí y allá pero nunca logré nada, hasta que conocí a la campeona nacional. Especialista en 800 y 1500 metros planos, la campeona irrumpió en mi vida como bala de cañón. Pero todo fue muy complejo. Corría el año de 1995 y ella estudiaba en Monterrey, becada por el Tec, institución especializada en piratear a todo deportista que tenga a bien sobresalir. Sucedió en Querétaro en la fiesta de algún desconocido; un grupo tocaba covers de Caifanes y había sólo dos botellas de vodka mexicano, tres tintorros, un par de cocacolas y una charanda de ocho pesos. Como la banda estaba ya muy borracha, alguna voz iluminada y anónima, por supuesto, dijo "¿por qué no echamos todo en una cazuela para que rinda?" El barman hizo lo correcto: siguió las instrucciones al pie de la letra y mezcló todos los ingredientes, incluidos, si mal no recuerdo, vasos a medias cuya última función había sido ser ceniceros. Pero bien, la campeona. Ella estaba ahí con una minifalda escandalosa que permitía la observancia (me encanta este término de alta escuela) de sus bien torneadas y amables piernas. "¿Quién es?", le pregunté a mi primo. Es deportista; creo que estudia en Monterrey. Fue entonces, para darme valor, cuando me animé a darle un trago a ese coctel de época y la abordé. Hablamos veinte minutos y ella dijo ya me voy. Dame tu dirección, ¿No tienes correo electrónico?, No (pinches güeyes del tec, si era el año noveinticinco), Ah, ésta es la dirección de mi casa: puedes escribirme ahí.
Fue porque aún el internet estaba en pañales, que le mandé una carta de mi puño y letra que empezaba "Espero que te acuerdes de mí". A vuelta de correo, ergo un mes, me respondió con un "claro que me acuerdo de ti y éste es mi teléfono". Le escribí de nuevo, obviando esa posibilidad de hablarle, pero con una frase que decía "el mío es éste". Me habló. Dijo hola (casi no recordaba su voz) y yo hola; hubo algún tipo raro de silencio y continuó: llego mañana a México. Lo que ocurrió después, ínclito lector, por un asunto de recato convencional pero sobre todo por cierto pudor originado en mi infancia, no lo voy a narrar. Sólo diré que vino unas cuatro o cinco veces al DF; otras tantas nos vimos en Querétaro y Cuernavaca. Pero aun cuando me había regalado una de sus medallas obtenidas en competencia, sabíamos que por las distancias la nuestra era una relación destinada al fracaso. Bueno, seré sincero: lo sabía yo. Dejé de hablarle hasta que un día encontré un mensaje en mi contestadora. Era voz de hombre. "¡Qué te pasa, hijo de tu pinche madre: por qué no le has hablado a la campeona?! Ándate con cuidado si no quieres que te atropellen cruzando la calle, pendejo". Yo tenía conocimiento de que la campeona entrenaba con algunos Borregos Salvajes (para los neófitos, el equipo de futbol americano del Tec-Monterrey) y algunos eran sus íntimos. Según mis cálculos, esa voz correspondía a un tackle defensivo. Más adelante recibí una carta con nuevas amenazas. Entonces ya me enojé y empecé a tomar mis previsiones, mismas que iban encaminadas todas a "si cinco güeyes llegan a mi casa con bats le hablo a la patrulla". Nunca sucedió nada; como se dice en mi pueblo: "fueron puros borregos". A la campeona la vi una última vez en territorio neutral: la central de Taxqueña de la ciudad de México. Me dijo que había ido con un amigo lanzador de martillo, pero que no me preocupara. La increpé por las llamadas de intimidación y las cartas amenazadoras. Se disculpó y acto seguido me hizo una confesión que acaso explicaba las cosas: "es que yo era virgen". No dije nada; ella tampoco. Minutos después se levantó en cámara lenta. "Mi amigo me espera. Que tengas suerte", dijo mirando el techo y me dio un beso. Yo me quedé sentado una hora más con la mirada firme en mi dedo anular.
CAS
viernes, mayo 30, 2003
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario