Juanita no creyó el ardid y se negó a abrir la puerta de su casa. Estuvo lloviendo y el colchón se mojó. Mañana volveré a intentarlo con un ingrediente extra: H2O.
CAS
viernes, enero 31, 2003
jueves, enero 30, 2003
Atracos domésticos
Que a uno lo asalten, lo vejen y hasta que le reconozcan la nalga con lujo de detalle en busca de la cartera, es el pan de todos los días en esta ciudad. Y uno puede estarse tranquilo, pues si se está dispuesto a aceptar con sabiduría esa cotidianidad, los robos ya no llegan por sorpresa. La cosa es planificarlos y decir, por ejemplo, este año seré asaltado cuatro veces, lo cual significa tanto dinero, mismo que guardaré en un lugar seguro y le pondré una pequeña inscripción que diga “para el señor ladrón”. Y entonces hay que sentirse bien cuando llega el momento, pues uno sabrá que el tiempo dedicado a la planeación no habrá sido en balde. Dicho sea de paso, el tiempo también es susceptible de ser atracado: cuando alguien me dice “mi tiempo es oro”, hago hasta lo imposible por despojar al afortunado aunque sea de treinta segunditos de su tiempo y poder pagar mi renta.
Sin embargo, cuando los ladrones salen de las expectativas, la cosa se pone color de hormiga, en particular cuando los cacos son los amigos. Varias veces he estado con alguno que roba nada más por robar, como esa amiga inglesa que no puede salir de ningún tugurio sin haberse colocado diligentemente un caballito de tequila o un cenicero en la bolsa del pantalón. Lo curioso es que al salir siempre lo regala a alguien. Éstos, me parece, son casos discretos que uno puede sobrellevar, y hasta aplaudir. Pero no lo son todos los que tienden al exceso, como robarse las tapas de los excusados de algún antro gay. Cuando vimos salir a nuestro amigo de ese insigne baño, caminando como hombre-recién-bajado-de-un-caballo, temimos lo peor. Después supimos que caminaba así porque la tapa en el pantalón le estorbaba un poco.
El grave problema de todo lo anterior es cuando uno se convierte en víctima de sus propios cuates. Aquí ya no hablaríamos de cinismo sino de naturalidad. Cuando mis amigos vienen a la casa lo normal es que salgan con algo que les gustó: una foto, un libro o el caset fundamental de las fiestas (sí, ese que vale todo el oro del mundo y que uno, a su vez, se ha robado de otra casa). “¿Me prestas esto?” equivale a que yo no vuelva a ver “eso” en la vida. Aunque también, he de confesar, en muchas ocasiones el culpable he sido yo. ¡A quién se le ocurre enseñarle un maravilloso libro de foto a un fotógrafo! Es obvio que nunca lo regresará, mucho menos si uno se lo presta acompañado de ese fundamental disco de Lasa de Sela. Digamos que es la mezcla perfecta para que un fotógrafo se enamore ipso facto.
Con los libros sucede similar. Se quiere ser buena gente y contribuir a la justa causa de ensanchar el conocimiento. La relación de los libros robados con los ladrones es irrebatible. Así, El sonido y la furia de Faulkner me lo robó un astrólogo, Crimen Delicioso de Mendel lo tiene un filósofo, En busca de Klingsor de Volpi está en casa de un matemático (aunque ya le dije que se lo obsequio), El canon occidental de Bloom fue hurtado por un historiador (los historiadores, claro, siempre se están cultivando y descubriendo nuevos horizontes) y una antología de Poesía mexicana la sustrajo de mi biblioteca una ex (creo que así les dicen a las mujeres que fueron de uno y ya no lo son).
En realidad no me importa mucho que me atraquen los amigos, pues yo puedo hacer lo mismo cuando voy a sus casas. Los objetos robados son en el fondo intrascendentes. Sin problema se pueden llevar caballitos de tequila, ceniceros de bodas, libros de cocina, revistas porno o botellitas de vodka polaco. No obstante, un día sentí que verdaderamente me habían robado algo. Estaba a punto de preparar una vinagreta para ensalada. Cuando busqué la pimienta para darle el toque final al aderezo, ésta no estaba en su lugar. Había desaparecido; alguien me la había robado. No dormí en varias noches e incluso llegué a consultar a un especialista en brujería para descartar la posibilidad de que alguien me estuviera haciendo vudú. Al cabo e unos días las cosas volvieron a la normalidad, aunque tuve una enseñanza elemental de esa experiencia: las pimientas siempre hay que tenerlas bajo llave.
CAS
Que a uno lo asalten, lo vejen y hasta que le reconozcan la nalga con lujo de detalle en busca de la cartera, es el pan de todos los días en esta ciudad. Y uno puede estarse tranquilo, pues si se está dispuesto a aceptar con sabiduría esa cotidianidad, los robos ya no llegan por sorpresa. La cosa es planificarlos y decir, por ejemplo, este año seré asaltado cuatro veces, lo cual significa tanto dinero, mismo que guardaré en un lugar seguro y le pondré una pequeña inscripción que diga “para el señor ladrón”. Y entonces hay que sentirse bien cuando llega el momento, pues uno sabrá que el tiempo dedicado a la planeación no habrá sido en balde. Dicho sea de paso, el tiempo también es susceptible de ser atracado: cuando alguien me dice “mi tiempo es oro”, hago hasta lo imposible por despojar al afortunado aunque sea de treinta segunditos de su tiempo y poder pagar mi renta.
Sin embargo, cuando los ladrones salen de las expectativas, la cosa se pone color de hormiga, en particular cuando los cacos son los amigos. Varias veces he estado con alguno que roba nada más por robar, como esa amiga inglesa que no puede salir de ningún tugurio sin haberse colocado diligentemente un caballito de tequila o un cenicero en la bolsa del pantalón. Lo curioso es que al salir siempre lo regala a alguien. Éstos, me parece, son casos discretos que uno puede sobrellevar, y hasta aplaudir. Pero no lo son todos los que tienden al exceso, como robarse las tapas de los excusados de algún antro gay. Cuando vimos salir a nuestro amigo de ese insigne baño, caminando como hombre-recién-bajado-de-un-caballo, temimos lo peor. Después supimos que caminaba así porque la tapa en el pantalón le estorbaba un poco.
El grave problema de todo lo anterior es cuando uno se convierte en víctima de sus propios cuates. Aquí ya no hablaríamos de cinismo sino de naturalidad. Cuando mis amigos vienen a la casa lo normal es que salgan con algo que les gustó: una foto, un libro o el caset fundamental de las fiestas (sí, ese que vale todo el oro del mundo y que uno, a su vez, se ha robado de otra casa). “¿Me prestas esto?” equivale a que yo no vuelva a ver “eso” en la vida. Aunque también, he de confesar, en muchas ocasiones el culpable he sido yo. ¡A quién se le ocurre enseñarle un maravilloso libro de foto a un fotógrafo! Es obvio que nunca lo regresará, mucho menos si uno se lo presta acompañado de ese fundamental disco de Lasa de Sela. Digamos que es la mezcla perfecta para que un fotógrafo se enamore ipso facto.
Con los libros sucede similar. Se quiere ser buena gente y contribuir a la justa causa de ensanchar el conocimiento. La relación de los libros robados con los ladrones es irrebatible. Así, El sonido y la furia de Faulkner me lo robó un astrólogo, Crimen Delicioso de Mendel lo tiene un filósofo, En busca de Klingsor de Volpi está en casa de un matemático (aunque ya le dije que se lo obsequio), El canon occidental de Bloom fue hurtado por un historiador (los historiadores, claro, siempre se están cultivando y descubriendo nuevos horizontes) y una antología de Poesía mexicana la sustrajo de mi biblioteca una ex (creo que así les dicen a las mujeres que fueron de uno y ya no lo son).
En realidad no me importa mucho que me atraquen los amigos, pues yo puedo hacer lo mismo cuando voy a sus casas. Los objetos robados son en el fondo intrascendentes. Sin problema se pueden llevar caballitos de tequila, ceniceros de bodas, libros de cocina, revistas porno o botellitas de vodka polaco. No obstante, un día sentí que verdaderamente me habían robado algo. Estaba a punto de preparar una vinagreta para ensalada. Cuando busqué la pimienta para darle el toque final al aderezo, ésta no estaba en su lugar. Había desaparecido; alguien me la había robado. No dormí en varias noches e incluso llegué a consultar a un especialista en brujería para descartar la posibilidad de que alguien me estuviera haciendo vudú. Al cabo e unos días las cosas volvieron a la normalidad, aunque tuve una enseñanza elemental de esa experiencia: las pimientas siempre hay que tenerlas bajo llave.
CAS
miércoles, enero 29, 2003
Hasta que caiga
En una carta a Ezra Pound, W. B. Yeats escribió: “Los escritores somos hijos de la opinión pública, aunque desafiamos a nuestra madre”. La intención primordial del escritor es, en efecto, provocar. Y es probable, asimismo, que no exista bonhomía en los juicios sobre su trabajo. Es por todos sabido que la crítica adversa es la que más llama la atención, pues es escandalosa, polémica y hace sentir al que la emite un distinguido y fino juez. En el cine, por ejemplo, todo espectador es un crítico potencial. “Qué mala o qué buena película” se dice, para después pasar a enunciar todas la razones del comentario, en las que nunca falta, desde luego, una alusión a Tarkovsky o a Wajda, sin que se haya visto una sola película de estos directores. A mí, en particular, Tarkovsky me parece aburridísimo.
La provocación es el instrumento capital que utiliza el escritor para desafiar a los lectores; al estar expuesto a un público potencial (son cuatro o cinco gatos, pero hay que decir que es potencial), se sabe de antemano que de ahí en adelante habrá que vivir en el paredón. Hay comentarios que a mí me pillan desprevenido, pero con el tiempo llegan a conmoverme. Por eso habría que rescatar siempre la única enseñanza que dejó Bora Milutinovic en este país: “yo respeta todas opiniones”.
No dejará de sorprenderme que alguien comente sobre un libro algo como “es que... mira... cómo decirte..., pues sinceramente creo que tu libro no va a ningún lado”. No hay duda: estamos ante un discernimiento de orden ontológico. Entonces me pongo a pensar, ¿tiene un libro que ir a algún lado? Acaso le tendremos que comprar un boleto de viaje para que arribe a buen puerto o, en último de los casos, ponerle una inscripción en la portada que, cual camión guajolotero, diga “A San Juan de las Pitas”. Los libros, muy señores míos, no van a ningún lado. Son estrictamente objetos estáticos que si no gozan de la benevolencia de su dueño o de algún despistado que lo agarre de un estante de biblioteca, no se mueven.
No falta, tampoco, el acucioso que diga: “mira de la página 47 a la 82, escribiste pura paja”. Veamos. Nunca hay que entrar en discusiones semánticas respecto de la textualidad del comentario, sobre todo cuando bien podría interpretarse que durante esas páginas el autor se hizo una paja. Hay que creer en los buenos deseos y en la pertinencia del comentarista. Seguramente está usando una metáfora para decir que lo escrito entre la página 47 y 82 de su último libro, que por cierto costó sangre, lágrimas y dos o tres matrimonios, es insustancial. Las miles de palabras que se escribieron en no sé cuantos años, quedan reducidas a “una” por el comentador (o comendador, al que –todos sabemos– hay que matar). Por ello, no hay consuelo mayor que el de Malcolm Lowry: nueve editoriales rechazaron Bajo el volcán, y la que finalmente editó la novela, le sugería que cortara así nomás dos o tres capítulos, pura paja, desde luego.
El escritor, dice Yeats, desafía a su madre: la opinión pública. Y sinceramente considero que es una actividad muy divertida. Pero si la opinión pública se manifiesta en torno a los libros con mucha seriedad, y el escritor lo que hace es pitorrearse de ella, entonces, ¿a dónde vamos?, como dirían algunos de ciertos libros. En una ocasión le preguntaron a la Chiquita González, el famosísimo boxeador, cuál sería la táctica para su próxima pelea. La Chiquita, muy seguro de sí mismo como siempre que le hablaban de madrearse a un rival, dijo: “Pegarle hasta que se caiga”. La contienda entre la opinión pública y el escritor es así: darse con todo hasta que uno caiga.
En una carta a Ezra Pound, W. B. Yeats escribió: “Los escritores somos hijos de la opinión pública, aunque desafiamos a nuestra madre”. La intención primordial del escritor es, en efecto, provocar. Y es probable, asimismo, que no exista bonhomía en los juicios sobre su trabajo. Es por todos sabido que la crítica adversa es la que más llama la atención, pues es escandalosa, polémica y hace sentir al que la emite un distinguido y fino juez. En el cine, por ejemplo, todo espectador es un crítico potencial. “Qué mala o qué buena película” se dice, para después pasar a enunciar todas la razones del comentario, en las que nunca falta, desde luego, una alusión a Tarkovsky o a Wajda, sin que se haya visto una sola película de estos directores. A mí, en particular, Tarkovsky me parece aburridísimo.
La provocación es el instrumento capital que utiliza el escritor para desafiar a los lectores; al estar expuesto a un público potencial (son cuatro o cinco gatos, pero hay que decir que es potencial), se sabe de antemano que de ahí en adelante habrá que vivir en el paredón. Hay comentarios que a mí me pillan desprevenido, pero con el tiempo llegan a conmoverme. Por eso habría que rescatar siempre la única enseñanza que dejó Bora Milutinovic en este país: “yo respeta todas opiniones”.
No dejará de sorprenderme que alguien comente sobre un libro algo como “es que... mira... cómo decirte..., pues sinceramente creo que tu libro no va a ningún lado”. No hay duda: estamos ante un discernimiento de orden ontológico. Entonces me pongo a pensar, ¿tiene un libro que ir a algún lado? Acaso le tendremos que comprar un boleto de viaje para que arribe a buen puerto o, en último de los casos, ponerle una inscripción en la portada que, cual camión guajolotero, diga “A San Juan de las Pitas”. Los libros, muy señores míos, no van a ningún lado. Son estrictamente objetos estáticos que si no gozan de la benevolencia de su dueño o de algún despistado que lo agarre de un estante de biblioteca, no se mueven.
No falta, tampoco, el acucioso que diga: “mira de la página 47 a la 82, escribiste pura paja”. Veamos. Nunca hay que entrar en discusiones semánticas respecto de la textualidad del comentario, sobre todo cuando bien podría interpretarse que durante esas páginas el autor se hizo una paja. Hay que creer en los buenos deseos y en la pertinencia del comentarista. Seguramente está usando una metáfora para decir que lo escrito entre la página 47 y 82 de su último libro, que por cierto costó sangre, lágrimas y dos o tres matrimonios, es insustancial. Las miles de palabras que se escribieron en no sé cuantos años, quedan reducidas a “una” por el comentador (o comendador, al que –todos sabemos– hay que matar). Por ello, no hay consuelo mayor que el de Malcolm Lowry: nueve editoriales rechazaron Bajo el volcán, y la que finalmente editó la novela, le sugería que cortara así nomás dos o tres capítulos, pura paja, desde luego.
El escritor, dice Yeats, desafía a su madre: la opinión pública. Y sinceramente considero que es una actividad muy divertida. Pero si la opinión pública se manifiesta en torno a los libros con mucha seriedad, y el escritor lo que hace es pitorrearse de ella, entonces, ¿a dónde vamos?, como dirían algunos de ciertos libros. En una ocasión le preguntaron a la Chiquita González, el famosísimo boxeador, cuál sería la táctica para su próxima pelea. La Chiquita, muy seguro de sí mismo como siempre que le hablaban de madrearse a un rival, dijo: “Pegarle hasta que se caiga”. La contienda entre la opinión pública y el escritor es así: darse con todo hasta que uno caiga.
martes, enero 28, 2003
Ayer fui con Daniel Téllez a comer con Súper Astro. Daniel fue luchador y todavía no logro que me revele su identidad; lo único que me ha dicho es que un día alcanzó una semifinal en el Toreo de Cuatro Caminos. En la lonchería del Súper casi me como la torta de la casa, "Cuadrilátero", que mide 35 centímetros y pesa kilo y medio. Si uno se la come en menos de quince minutos es gratis. No lo hice, pero sí terminamos con todas las cervezas del lugar. El Súper nos confesó que quiere volver a luchar y por eso está entrenando más fuerte. Quizás el azar me persiga, pero hay que tomar las cosas como vengan: también el Súper Astro es de Tijuana.
CAS
CAS
lunes, enero 27, 2003
sábado, enero 25, 2003
Vecinos
En la ciudad de México, en el mismo edificio donde vive un amigo, un diputado federal del PRD tiene a su amante. Un día el automóvil del diputado amaneció sucio: tenía jugo Maggi en el parabrisas, salsa Valentina y aderezo Mil islas en el toldo y cuatro escupitajos secos en el medallón. Varias horas se necesitaron para lavarlo, aunque el diputado seguramente nunca imaginó que se había tratado, en efecto, de una comestible lluvia ácida. Es probable que haya pasado la mañana realizando trabajitos manuales de Alta Escuela en lugar de ver los partidos de futbol o curarse la cruda comiendo chilaquiles en el mercado.
Todos los ingredientes, lanzados a manera de proyectil desde algún lugar desconocido para nuestro diestro legislador, provenían de la alacena de mis amigos. Algún demente, desquiciado, fuera de sí (“resentido social” diría alguna voz anónima), en el extremo de la borrachera había decidido que dicho auto no podía salir inmune de ese lugar. Así, sin más, tuvieron la ocurrencia de hacer del auto una ensalada de época. El dueño de la casa, ergo mi cuate, al darse cuenta de qué sucedía, reprimió a los invitados ordenándoles no aderezar con ningún condimento más el auto. Acto seguido, salió del departamento como alma en pena a bordo de un Ferrari, y le pasó un trapo al vehículo, sólo un pasadita chafa propia de cualquier limpiavidrios de medio pelo. Cuando otro de los camaradas convocados al convite se enteró de la hazaña del señor de la casa, se asomó al balcón y, para ayudarle a limpiar, arrojó (imagine, lector, una toma en cámara lenta) un poco de café que alguien había abandonado. Es de suponer que cuando subió el limpiacoches-de-diputados nadie lo bajó de neoliberal de clóset.
Los vecinos, aun cuando pueda aludirse de manera irresponsable a la idea anacrónica de la buena vecindad, son por lo general personajes ruines. Y hay que saberlo, pues en muchas ocasiones uno mismo es el ruin, como en la historia del señor diputado perredista. No obstante, normalmente hay que hacer caso omiso cuando nosotros somos los agraviantes. Ni modo, así es la vida. En mi casa, y tengo que confesar que vivo en un penthouse (son dos pinches cuartos de azotea acondicionados como departamentito, pero de todos modos se está más cerca de Dios), a veces soy el canalla que cabalga sobre el lomo de Lucifer in the middle of nowhere; y despierto a los vecinos de abajo, claro está. Pero eso sucede sólo en contadas ocasiones, además hay demasiada benevolencia de su parte. De entrada la gran mayoría son mis amigos y cada vez que tengo alguna fiesta, les pregunto -esperando alguna sensata reprimenda- si no he hecho demasiado escándalo; ellos, cortésmente, me dicen que es notorio que tengo una reunión pero cerrando las ventanas ya no se escucha nada. Por esa buena voluntad y porque son gente estupenda que me cae muy bien, de repente me aparezco por su departamento con una buena botella de vino, que es algo así como el vale de autorización para el siguiente reventón.
Exactamente debajo de mi casa vive el contador, al que desde luego nunca le pregunto nada desde la vez que tuve que brincarlo de madrugada: el pobre yacía en las escaleras, ido, y con las llaves de su casa colgándole del dedo cordial haciendo casi una seña obscena. Quizá sea falta de solidaridad, pero nunca he querido ayudarle a entrar en su casa por varias razones: 1) puede pensar que soy un ladrón, pues en ese estado dudo que me reconozca, 2) duerme tan plácidamente que me dolería en el alma despertarlo así no más porque sí y 3) no puedo respetar a nadie que sea incapaz de sobrellevar una borrachera con propiedad. Por eso he tenido que saltarlo varias veces. Tampoco tengo problemas con las vecinas cristianas del primer piso, pues cuando les digo “Buenos días” se dan media vuelta sin devolverme la cortesía, lo cual agradezco sobremanera, y naturalmente cuando paso por su departamento me están esperando con música rara que habla de Cristo, pero que se parece a Bon Jovi.
El verdadero problema que tengo es con la única inquilina que comparte conmigo a azotea: Juanita. Se trata de una mujer de edad indefinida, aunque puede estar en el rango entre los setenta y los 120 años. Juanita es algo así como la persona que se encarga del quehacer del edificio y de repente hace el aseo de otras casas. Cuando llegué al edificio, hace cinco años, me informó detalladamente de las veces que tipos insanos se habían querido meter a todos y cada uno de los departamentos. Su historia, que probablemente escuché no menos de media docena de veces, terminaba así: “Yo no sé cómo, pero tienen llave”.
–¡Cómo van a tener llave, Juanita!
–¡De veras! Una vez se metieron a mi casa cuando yo no estaba y me reburujaron todos mis discos LP.
Más tarde, hablando con otras personas y con el dueño mismo, que es amigo mío, me enteré de que Juanita no está bien de sus facultades mentales y tenía la cualidad de sufrir delirio de persecución. Dicho de otro modo: le falta un tornillo. ¡Y cómo no! De entrada, todos los días del señor le da por barrer y trapear la escalera del edificio a las tres y media de la madrugada, no antes ni después, a esa hora en punto. Sobra decir que mínimo una vez a la semana me la encuentro realizando sus tareas nocturnas.
–Buenas noches, Juanita.
–Grhgrhgrhrghgr... ¡¿Qué tienen de buenas?!
Entiendo que lo que más puede enojarle a una mujer en la vida es que le pisen donde acaba de trapear, ¡pero tengo que llegar de alguna forma a mi casa!, y me niego a hacerlo a la manera de Sly Stallone trepando como hombre araña por la fachada del edificio. Lo peor es cuando salen amistades de mi casa. Un día me dijeron que tuvieron que huir a gran velocidad, pues casi les pega con el trapeador.
Cierta ocasión Juanita organizó un conciliábulo sobre mí con la vecina del otro edificio; la reunión fue a través de la reja que separa una azotea de la otra. Desgraciadamente yo estaba en ese momento rasurándome, y la ventana de mi baño da exactamente a ese lugar. Empezaron diciendo (los lavaderos, but of course, están al lado) que era un desconsiderado por no dejar dormir a la gente (goddamn, we live in a free Marlboro Country), que irían todas “en bola” a hablar con el dueño (que es mi amigo Juan) y tendría que hacerles caso o, cómo dirían los gringos, or else... Acabé de rasurarme y pensé que acaso había puesto a Willie Colón muy alto. La próxima vez tendré que bajarle un rayita al volumen de la grabadora.
Juanita, por supuesto, llevó la voz cantante. En realidad no me angustio por ese “o ya veré”, pues en este país el dicho que caracteriza por excelencia a todos sus habitantes es el famoso “perro que ladra no muerde”. Sin embargo, trataré de bajarle al desmadre, pero por otras razones: he llegado a la conclusión de que Juanita es medio bruja. Tengo amigos que piensan que incluso me ha está haciendo vudú o intenta embrujarme para beberse mi sangre y así mantenerse joven. Aunque no soy amante de las fantasías es una posibilidad que no habría que desechar. En el fondo hay otra razón por la que creo en ese carácter oscuro de mi vecina y, sin duda, haría temblar a más de un valiente: sé que Juanita está en su casa porque cuando paso por ahí hay una escoba al lado de su puerta; sé que Juanita ha salido cuando la escoba desaparece. Cosas veredes, pero por las dudas y para no verla alguna vez cruzando la luna tengo que empezar a bajarle al volumen a la música.
CAS
En la ciudad de México, en el mismo edificio donde vive un amigo, un diputado federal del PRD tiene a su amante. Un día el automóvil del diputado amaneció sucio: tenía jugo Maggi en el parabrisas, salsa Valentina y aderezo Mil islas en el toldo y cuatro escupitajos secos en el medallón. Varias horas se necesitaron para lavarlo, aunque el diputado seguramente nunca imaginó que se había tratado, en efecto, de una comestible lluvia ácida. Es probable que haya pasado la mañana realizando trabajitos manuales de Alta Escuela en lugar de ver los partidos de futbol o curarse la cruda comiendo chilaquiles en el mercado.
Todos los ingredientes, lanzados a manera de proyectil desde algún lugar desconocido para nuestro diestro legislador, provenían de la alacena de mis amigos. Algún demente, desquiciado, fuera de sí (“resentido social” diría alguna voz anónima), en el extremo de la borrachera había decidido que dicho auto no podía salir inmune de ese lugar. Así, sin más, tuvieron la ocurrencia de hacer del auto una ensalada de época. El dueño de la casa, ergo mi cuate, al darse cuenta de qué sucedía, reprimió a los invitados ordenándoles no aderezar con ningún condimento más el auto. Acto seguido, salió del departamento como alma en pena a bordo de un Ferrari, y le pasó un trapo al vehículo, sólo un pasadita chafa propia de cualquier limpiavidrios de medio pelo. Cuando otro de los camaradas convocados al convite se enteró de la hazaña del señor de la casa, se asomó al balcón y, para ayudarle a limpiar, arrojó (imagine, lector, una toma en cámara lenta) un poco de café que alguien había abandonado. Es de suponer que cuando subió el limpiacoches-de-diputados nadie lo bajó de neoliberal de clóset.
Los vecinos, aun cuando pueda aludirse de manera irresponsable a la idea anacrónica de la buena vecindad, son por lo general personajes ruines. Y hay que saberlo, pues en muchas ocasiones uno mismo es el ruin, como en la historia del señor diputado perredista. No obstante, normalmente hay que hacer caso omiso cuando nosotros somos los agraviantes. Ni modo, así es la vida. En mi casa, y tengo que confesar que vivo en un penthouse (son dos pinches cuartos de azotea acondicionados como departamentito, pero de todos modos se está más cerca de Dios), a veces soy el canalla que cabalga sobre el lomo de Lucifer in the middle of nowhere; y despierto a los vecinos de abajo, claro está. Pero eso sucede sólo en contadas ocasiones, además hay demasiada benevolencia de su parte. De entrada la gran mayoría son mis amigos y cada vez que tengo alguna fiesta, les pregunto -esperando alguna sensata reprimenda- si no he hecho demasiado escándalo; ellos, cortésmente, me dicen que es notorio que tengo una reunión pero cerrando las ventanas ya no se escucha nada. Por esa buena voluntad y porque son gente estupenda que me cae muy bien, de repente me aparezco por su departamento con una buena botella de vino, que es algo así como el vale de autorización para el siguiente reventón.
Exactamente debajo de mi casa vive el contador, al que desde luego nunca le pregunto nada desde la vez que tuve que brincarlo de madrugada: el pobre yacía en las escaleras, ido, y con las llaves de su casa colgándole del dedo cordial haciendo casi una seña obscena. Quizá sea falta de solidaridad, pero nunca he querido ayudarle a entrar en su casa por varias razones: 1) puede pensar que soy un ladrón, pues en ese estado dudo que me reconozca, 2) duerme tan plácidamente que me dolería en el alma despertarlo así no más porque sí y 3) no puedo respetar a nadie que sea incapaz de sobrellevar una borrachera con propiedad. Por eso he tenido que saltarlo varias veces. Tampoco tengo problemas con las vecinas cristianas del primer piso, pues cuando les digo “Buenos días” se dan media vuelta sin devolverme la cortesía, lo cual agradezco sobremanera, y naturalmente cuando paso por su departamento me están esperando con música rara que habla de Cristo, pero que se parece a Bon Jovi.
El verdadero problema que tengo es con la única inquilina que comparte conmigo a azotea: Juanita. Se trata de una mujer de edad indefinida, aunque puede estar en el rango entre los setenta y los 120 años. Juanita es algo así como la persona que se encarga del quehacer del edificio y de repente hace el aseo de otras casas. Cuando llegué al edificio, hace cinco años, me informó detalladamente de las veces que tipos insanos se habían querido meter a todos y cada uno de los departamentos. Su historia, que probablemente escuché no menos de media docena de veces, terminaba así: “Yo no sé cómo, pero tienen llave”.
–¡Cómo van a tener llave, Juanita!
–¡De veras! Una vez se metieron a mi casa cuando yo no estaba y me reburujaron todos mis discos LP.
Más tarde, hablando con otras personas y con el dueño mismo, que es amigo mío, me enteré de que Juanita no está bien de sus facultades mentales y tenía la cualidad de sufrir delirio de persecución. Dicho de otro modo: le falta un tornillo. ¡Y cómo no! De entrada, todos los días del señor le da por barrer y trapear la escalera del edificio a las tres y media de la madrugada, no antes ni después, a esa hora en punto. Sobra decir que mínimo una vez a la semana me la encuentro realizando sus tareas nocturnas.
–Buenas noches, Juanita.
–Grhgrhgrhrghgr... ¡¿Qué tienen de buenas?!
Entiendo que lo que más puede enojarle a una mujer en la vida es que le pisen donde acaba de trapear, ¡pero tengo que llegar de alguna forma a mi casa!, y me niego a hacerlo a la manera de Sly Stallone trepando como hombre araña por la fachada del edificio. Lo peor es cuando salen amistades de mi casa. Un día me dijeron que tuvieron que huir a gran velocidad, pues casi les pega con el trapeador.
Cierta ocasión Juanita organizó un conciliábulo sobre mí con la vecina del otro edificio; la reunión fue a través de la reja que separa una azotea de la otra. Desgraciadamente yo estaba en ese momento rasurándome, y la ventana de mi baño da exactamente a ese lugar. Empezaron diciendo (los lavaderos, but of course, están al lado) que era un desconsiderado por no dejar dormir a la gente (goddamn, we live in a free Marlboro Country), que irían todas “en bola” a hablar con el dueño (que es mi amigo Juan) y tendría que hacerles caso o, cómo dirían los gringos, or else... Acabé de rasurarme y pensé que acaso había puesto a Willie Colón muy alto. La próxima vez tendré que bajarle un rayita al volumen de la grabadora.
Juanita, por supuesto, llevó la voz cantante. En realidad no me angustio por ese “o ya veré”, pues en este país el dicho que caracteriza por excelencia a todos sus habitantes es el famoso “perro que ladra no muerde”. Sin embargo, trataré de bajarle al desmadre, pero por otras razones: he llegado a la conclusión de que Juanita es medio bruja. Tengo amigos que piensan que incluso me ha está haciendo vudú o intenta embrujarme para beberse mi sangre y así mantenerse joven. Aunque no soy amante de las fantasías es una posibilidad que no habría que desechar. En el fondo hay otra razón por la que creo en ese carácter oscuro de mi vecina y, sin duda, haría temblar a más de un valiente: sé que Juanita está en su casa porque cuando paso por ahí hay una escoba al lado de su puerta; sé que Juanita ha salido cuando la escoba desaparece. Cosas veredes, pero por las dudas y para no verla alguna vez cruzando la luna tengo que empezar a bajarle al volumen a la música.
CAS
Va de nuez y por último
Leo en el blog de Yépez que no está de acuerdo conmigo en mis comentarios. Nada más para matizar y dejar las intrigas de lado para los incrédulos, los comentarios que aparecen en mi post no son míos sino de Sifuentes. Que yo sufrague todo es otro cantar. Pero honor a quien honor merece y, por eso, aunque sea un recurso "académico" de los que Yépez reniega, lo puse entrecomillado. Por lo demás, el eterno debate entre norte-centro de país tiene miradas peculiares y prácticas distintivas. Que no sean lo mismo es una obviedad en la que no vale la pena detenerse; que haya un struggle sanguinario entre las partes, al yo considerarlo inexistente, tampoco habrá que desgastarse las yemas de los dedos en ello. Que haya resentimiento, puede ser, pero no para equipararlo a diferencias mucho más perniciosas y oscuras como son el racismo, la homofobia, la misoginía, las diferencias de clase, etcétera, pues el debate se reduciría radicalmente a un duelo de buenos y malos, y ¿cuáles serían éstos, Yépez, en la famosa batalla que se libra entre el norte y el centro, o para ser más claros, entre Tijuana y el D.F.? Las diferencias culturales no son cosa nueva, pues, Dios Bendito, existen desde el primer hombre, y van más allá de, por ejemplo, los apoyos culturales, léase específicamente becas. Para dar un ejemplo de lo que ocurre en el D.F., a la inversa y en detrimento de la gente que es chilanga de nacimiento, son las becas de jóvenes creadores. No hay becas estatales del Fonca en el D.F. y todos los escritores jóvenes chilangos que aspiran a un apoyo institucional se ven obligados a solicitar la beca nacional del Fonca, en la que pueden participar todos los escritores de la república. ¿Injusticia? No lo sé, pero así es. Otra: la única editorial institucional que publica a "jóvenes" escritores (menores de 35 años) es Tierra Adentro, pero con la salvedad de que todos los autores deben ser del interior, provincia o como quiera llamársele, de la República. Esto es, y sobra decirlo, los nacidos en el D.F., a menos de que hayan ganado un premio de renombre, no son publicados ahí. He de decir, por lo demás, que de esa colección de más o menos cuatrocientos títulos, ni siquiera el diez por ciento de los libros se salva.
Desconozco cuál sea el origen de la rabia en Tijuana, pero de partida descarto los términos culturales: Tijuana, la exMéxico como le dicen, no tiene nada que pedirle a ninguna ciudad del centro, o al D.F. en particular: la riqueza y diversidad cultural prefigura su imagen, adoquina su geografía. La tesis, por otro lado, del federalismo potenciado a su máxima expresión es una idea perversa que no dejaría nada a nadie (recuérdense las características de la primera República en 1824 y la posterior pérdida de Texas), pues no sería una actitud que resalte las diferencias sino que, por el contrario, atomizaría las realidades en parcelas fantasmas destinadas a desaparecer. Quizás me equivoque, pero entonces sigo sin entenderlo. De ahí de nuevo mi pregunta: ¿qué les dueles a los tijuanenses, qué le duele a Tijuana?
CAS
PS. Por cierto, no me gusta Fadanelli.
Leo en el blog de Yépez que no está de acuerdo conmigo en mis comentarios. Nada más para matizar y dejar las intrigas de lado para los incrédulos, los comentarios que aparecen en mi post no son míos sino de Sifuentes. Que yo sufrague todo es otro cantar. Pero honor a quien honor merece y, por eso, aunque sea un recurso "académico" de los que Yépez reniega, lo puse entrecomillado. Por lo demás, el eterno debate entre norte-centro de país tiene miradas peculiares y prácticas distintivas. Que no sean lo mismo es una obviedad en la que no vale la pena detenerse; que haya un struggle sanguinario entre las partes, al yo considerarlo inexistente, tampoco habrá que desgastarse las yemas de los dedos en ello. Que haya resentimiento, puede ser, pero no para equipararlo a diferencias mucho más perniciosas y oscuras como son el racismo, la homofobia, la misoginía, las diferencias de clase, etcétera, pues el debate se reduciría radicalmente a un duelo de buenos y malos, y ¿cuáles serían éstos, Yépez, en la famosa batalla que se libra entre el norte y el centro, o para ser más claros, entre Tijuana y el D.F.? Las diferencias culturales no son cosa nueva, pues, Dios Bendito, existen desde el primer hombre, y van más allá de, por ejemplo, los apoyos culturales, léase específicamente becas. Para dar un ejemplo de lo que ocurre en el D.F., a la inversa y en detrimento de la gente que es chilanga de nacimiento, son las becas de jóvenes creadores. No hay becas estatales del Fonca en el D.F. y todos los escritores jóvenes chilangos que aspiran a un apoyo institucional se ven obligados a solicitar la beca nacional del Fonca, en la que pueden participar todos los escritores de la república. ¿Injusticia? No lo sé, pero así es. Otra: la única editorial institucional que publica a "jóvenes" escritores (menores de 35 años) es Tierra Adentro, pero con la salvedad de que todos los autores deben ser del interior, provincia o como quiera llamársele, de la República. Esto es, y sobra decirlo, los nacidos en el D.F., a menos de que hayan ganado un premio de renombre, no son publicados ahí. He de decir, por lo demás, que de esa colección de más o menos cuatrocientos títulos, ni siquiera el diez por ciento de los libros se salva.
Desconozco cuál sea el origen de la rabia en Tijuana, pero de partida descarto los términos culturales: Tijuana, la exMéxico como le dicen, no tiene nada que pedirle a ninguna ciudad del centro, o al D.F. en particular: la riqueza y diversidad cultural prefigura su imagen, adoquina su geografía. La tesis, por otro lado, del federalismo potenciado a su máxima expresión es una idea perversa que no dejaría nada a nadie (recuérdense las características de la primera República en 1824 y la posterior pérdida de Texas), pues no sería una actitud que resalte las diferencias sino que, por el contrario, atomizaría las realidades en parcelas fantasmas destinadas a desaparecer. Quizás me equivoque, pero entonces sigo sin entenderlo. De ahí de nuevo mi pregunta: ¿qué les dueles a los tijuanenses, qué le duele a Tijuana?
CAS
PS. Por cierto, no me gusta Fadanelli.
jueves, enero 23, 2003
Como ya no está el comentario de Sifuentes en su weblog, aquí va textual para que las palabras de mi post anterior no queden en el aire:
"antes que nada quiero decir que ESTE NO ES UN DIARIO DE ADOLESCENTES
nací en tampico. crecí en tamaulipas, viví en chiapas, quintana roo y un buen rato en puebla. tengo buenos cuates en saltillo, guadalajara, veracruz, tamaulipas, cd. mante, atlixco, tlaxcala, monterrey, san luis. de la "provincia" que le dicen. ahora vivo en el df desde hace cuatro años. me vale madre de donde sea la gente, mientras se porten chido, respeten a los demás y no pierdan el estilo.
Todo empezó con un mail de Iván:
En nuestro país son muy marcadas las diferencias entre los artistas del norte, del centro y del sur. Pero a últimas fechas he visto crecer esta especie de competencia (odio, podría decir más de un avisado lector), que existe entre los "barbaros" del norte y los "perfumados" del centro. Los del sur tiene que emigrar de sus lugares de origen para poder sobresalir en la República de las Letras.
El caso es que, y aquí llegamos al meollo del asunto, que los del norte han convertido el blog en algo más que un diario para adolescentes y le han dado un giro muy marcado. El buen e incendiario Yepez ha dicho que los del centro nunca llegarán a utilizar este medio. Parce que hay una guerra personal en esta forma de referirse siempre hacia los defeños. Y en parte tiene razón. Los intelectuales del DF son, en muchos casos, como de izquierda perfumada, "de izquierda dentro de la constitución". Con propuestas viciadas en sus círculos y que siguen pensando que más allá no hay nada. En fin.
Esepero que el "activismo cultural" de la lista sirva para ventilar este escrito
Sin sorpresas
El Iván
Blog: http://luzdefosfeno.blogspot.com
IVÁN SE REFIERE A ESTO -y a otros posteos:
(de hyepez.blogspot.com)
LUCHA NORTE - CENTRO EN LA LITERATURA MEXICANA JOVEN
El Encuentro Nal. de Escritores Jovenes en Ciudad Juarez fue todo un desencuentro Norte/Centro. Hubo ajustes de cuentas entres “chilangos” y “barbaros del norte” por todas partes, en las mesas de discusion y en los camiones, en las cabanias, cenas, borracheras, cuartos de hotel y en las fogatas... las contradicciones de ambas comunidades salieron a flote, en lo mejor (ideas) y en lo peor (prejuicios)... No en balde Maria Rivera (DF) y Vicente Aguinaga (GDL) fueron votados los mas “simpaticos” (entiendase la ironia) el ultimo dia por consenso gral... Vivian Abenshushan y Carlos Oliva los mas brillantes y tolerantes en la mesa de ensayo... En poesia dicen que se hablo demasiado de Mallarme y la poesia norteamericana fue despreciada... los nortenios fueron acusados de machistas (a veces con justicia) y los centrales de “fresas” y soberbios high class... De lo que no cabe duda es que en el norte estamos la clase baja de la literatura nacional: agringados, aparentemente ‘incultos’, con menos dinero, menos conexiones con revistas y Grandes Cacas de la Republica de las Letras, etc... Cuando hubo un encuentro similar en Guadalajara (¿1999?) no discutimos tanto, ni se regionalizo tanto el desEncuentro, pero esta vez fue mas divertido. Afortunadamente Epigmenio Leon y Enrique Romo (asistente y director, respectivamente, del programa Tierra Adentro) disfrutaron las tensiones Centro-Norte. Creo que este encuentro fue historico en ese sentido: fue una primera batalla clara de la guerra cultural que se avecina."
(batalla? guerra cultural? contra quién? para qué? que es lo que se pelea? en ese encuentro yo estaba feliz pero lejos de quien me hacía feliz, pero también de amargado con otras noticias, no fue fácil y me perdí el concierto de the breeders. high class? fresas? ah pa complejito de inferioridad, tan nacos que somos todos de repente, si, TODOS)
en realidad a mi me cayeron mal este y otros posteos del yépez, se me hicieron muy sangrones cuando toca ese tema. entonces decidí enviarle un mail para decirle que este posteo era solo por que el era un pinche mamón, así se lo dije. quién sabe si son en serio o no sus comentarios, ya que cuando generaliza indiscriminadamente uno sabe que no hay que ponerse la camiseta, pero los regionalismos son lo que le están dando en la madre al mundo. pero luego entonces copypasteo esto y me permito opinar:
“Siempre que discuto con chicanos tengo expectativas de coincidencia (me siento más cerca de los chicanos que de los -cursivas- mesoamericanos). De hecho me siento más cerca de los norteamericanos que de la Ciudad de México, porque los norteamericanos por lo menos saben lo que están haciendo, en cambio, los chilangos no desean reconocer que son los responsables de la Primera y la Segunda Conquistas. La primera concretada con la caída de Tenochtitlán. La segunda más popularmente denominada TLC.”
- heriberto yépez
<<<<<<<<<< jajajaja, y eso de reconocerlo o no qué tiene que ver? jajajaja, reconocer qué? hay alguien que se sienta culpable por eso? jaja, que ojetes los “mesoamericanos” verdad? ah, queda claro que es la forma "correcta" de referirse a la gente del centro, que tal.
“Miklos es uno de los autores y editores relevantes de la Ciudad de México, es uno de esos pocos motivos que hay en esa ciudad para alguna vez llegar y tomarse unos tragos y escuchar a alguien interesante.”
- h.y.
<<<<<<<<<< uuuuuuuuuuuuuy (aplausos) naaaaah, no conoce las pasarelas de la merced.
“¿Alguien decía que el blog era sólo para diarios de adolescentes? Pero bueno, las altas esferas siempre se dan cuenta cuando las cosas ya son bastante evidentes. Saavedra dice que en 6 meses será cuando los escritores mexicanos del centro despertarán más numerosamente al blog world. Podría ser más o incluso podrían nunca enterarse. Así son de torpes.”
- h.y.
<<<<<<<<< uuuuuy, a ver, todos: te queremos yépez! guácala las altas esferas, a quién le importa lo que digan las altas esferas?
<<<<<<<<< que chistoso es todo esto del blog y el ego del artista intelectual “que se niega a serlo”, pero actua como tal, con todo y vicios. en mi caso, como diría pepe, yo no soy dj, yo solo pongo discos. en fin, es parte del show, ya bastante hay con el ejército “republicano” para que nos salga alguien que nos diga lo que es o no es politicamente correcto, miren que vivir en el df no es estar en un lecho de rosas. heri yépez es muy talentoso y me cae bien en el sentido que quiere llenar la vacante de provocador intelectual que había dejado el buen fadanelli – la diferencia es que guillermo lo hizo con estilo, y eso, el estilo, es lo único que no puedes darte el lujo de perder. NUNCA.
propongo que los que vivimos en el df busquemos a la gente que ha hecho que yepez odie esta ciudad, que nos guste o no, como dirían, aquí nos tocó vivir (pero no por mucho tiempo, espero)
lo bueno es que estos NO SON DIARIOS DE ADOLESCENTES.
(que emoción, así habrá empezado la generación del “crack”? o la “mCondo”? o la “molotov”? o ---flavor of the month--- al menos ya le estoy haciendo publicidad)
(están vendiendo “lodo” del fadas a 100 pesitsss cerca de metro chilpancingo, quedan pocos, pónganse abusados).
salu2, keep blogging
g
ps
y usted que opina?"
Va,
CAS
"antes que nada quiero decir que ESTE NO ES UN DIARIO DE ADOLESCENTES
nací en tampico. crecí en tamaulipas, viví en chiapas, quintana roo y un buen rato en puebla. tengo buenos cuates en saltillo, guadalajara, veracruz, tamaulipas, cd. mante, atlixco, tlaxcala, monterrey, san luis. de la "provincia" que le dicen. ahora vivo en el df desde hace cuatro años. me vale madre de donde sea la gente, mientras se porten chido, respeten a los demás y no pierdan el estilo.
Todo empezó con un mail de Iván:
En nuestro país son muy marcadas las diferencias entre los artistas del norte, del centro y del sur. Pero a últimas fechas he visto crecer esta especie de competencia (odio, podría decir más de un avisado lector), que existe entre los "barbaros" del norte y los "perfumados" del centro. Los del sur tiene que emigrar de sus lugares de origen para poder sobresalir en la República de las Letras.
El caso es que, y aquí llegamos al meollo del asunto, que los del norte han convertido el blog en algo más que un diario para adolescentes y le han dado un giro muy marcado. El buen e incendiario Yepez ha dicho que los del centro nunca llegarán a utilizar este medio. Parce que hay una guerra personal en esta forma de referirse siempre hacia los defeños. Y en parte tiene razón. Los intelectuales del DF son, en muchos casos, como de izquierda perfumada, "de izquierda dentro de la constitución". Con propuestas viciadas en sus círculos y que siguen pensando que más allá no hay nada. En fin.
Esepero que el "activismo cultural" de la lista sirva para ventilar este escrito
Sin sorpresas
El Iván
Blog: http://luzdefosfeno.blogspot.com
IVÁN SE REFIERE A ESTO -y a otros posteos:
(de hyepez.blogspot.com)
LUCHA NORTE - CENTRO EN LA LITERATURA MEXICANA JOVEN
El Encuentro Nal. de Escritores Jovenes en Ciudad Juarez fue todo un desencuentro Norte/Centro. Hubo ajustes de cuentas entres “chilangos” y “barbaros del norte” por todas partes, en las mesas de discusion y en los camiones, en las cabanias, cenas, borracheras, cuartos de hotel y en las fogatas... las contradicciones de ambas comunidades salieron a flote, en lo mejor (ideas) y en lo peor (prejuicios)... No en balde Maria Rivera (DF) y Vicente Aguinaga (GDL) fueron votados los mas “simpaticos” (entiendase la ironia) el ultimo dia por consenso gral... Vivian Abenshushan y Carlos Oliva los mas brillantes y tolerantes en la mesa de ensayo... En poesia dicen que se hablo demasiado de Mallarme y la poesia norteamericana fue despreciada... los nortenios fueron acusados de machistas (a veces con justicia) y los centrales de “fresas” y soberbios high class... De lo que no cabe duda es que en el norte estamos la clase baja de la literatura nacional: agringados, aparentemente ‘incultos’, con menos dinero, menos conexiones con revistas y Grandes Cacas de la Republica de las Letras, etc... Cuando hubo un encuentro similar en Guadalajara (¿1999?) no discutimos tanto, ni se regionalizo tanto el desEncuentro, pero esta vez fue mas divertido. Afortunadamente Epigmenio Leon y Enrique Romo (asistente y director, respectivamente, del programa Tierra Adentro) disfrutaron las tensiones Centro-Norte. Creo que este encuentro fue historico en ese sentido: fue una primera batalla clara de la guerra cultural que se avecina."
(batalla? guerra cultural? contra quién? para qué? que es lo que se pelea? en ese encuentro yo estaba feliz pero lejos de quien me hacía feliz, pero también de amargado con otras noticias, no fue fácil y me perdí el concierto de the breeders. high class? fresas? ah pa complejito de inferioridad, tan nacos que somos todos de repente, si, TODOS)
en realidad a mi me cayeron mal este y otros posteos del yépez, se me hicieron muy sangrones cuando toca ese tema. entonces decidí enviarle un mail para decirle que este posteo era solo por que el era un pinche mamón, así se lo dije. quién sabe si son en serio o no sus comentarios, ya que cuando generaliza indiscriminadamente uno sabe que no hay que ponerse la camiseta, pero los regionalismos son lo que le están dando en la madre al mundo. pero luego entonces copypasteo esto y me permito opinar:
“Siempre que discuto con chicanos tengo expectativas de coincidencia (me siento más cerca de los chicanos que de los -cursivas- mesoamericanos). De hecho me siento más cerca de los norteamericanos que de la Ciudad de México, porque los norteamericanos por lo menos saben lo que están haciendo, en cambio, los chilangos no desean reconocer que son los responsables de la Primera y la Segunda Conquistas. La primera concretada con la caída de Tenochtitlán. La segunda más popularmente denominada TLC.”
- heriberto yépez
<<<<<<<<<< jajajaja, y eso de reconocerlo o no qué tiene que ver? jajajaja, reconocer qué? hay alguien que se sienta culpable por eso? jaja, que ojetes los “mesoamericanos” verdad? ah, queda claro que es la forma "correcta" de referirse a la gente del centro, que tal.
“Miklos es uno de los autores y editores relevantes de la Ciudad de México, es uno de esos pocos motivos que hay en esa ciudad para alguna vez llegar y tomarse unos tragos y escuchar a alguien interesante.”
- h.y.
<<<<<<<<<< uuuuuuuuuuuuuy (aplausos) naaaaah, no conoce las pasarelas de la merced.
“¿Alguien decía que el blog era sólo para diarios de adolescentes? Pero bueno, las altas esferas siempre se dan cuenta cuando las cosas ya son bastante evidentes. Saavedra dice que en 6 meses será cuando los escritores mexicanos del centro despertarán más numerosamente al blog world. Podría ser más o incluso podrían nunca enterarse. Así son de torpes.”
- h.y.
<<<<<<<<< uuuuuy, a ver, todos: te queremos yépez! guácala las altas esferas, a quién le importa lo que digan las altas esferas?
<<<<<<<<< que chistoso es todo esto del blog y el ego del artista intelectual “que se niega a serlo”, pero actua como tal, con todo y vicios. en mi caso, como diría pepe, yo no soy dj, yo solo pongo discos. en fin, es parte del show, ya bastante hay con el ejército “republicano” para que nos salga alguien que nos diga lo que es o no es politicamente correcto, miren que vivir en el df no es estar en un lecho de rosas. heri yépez es muy talentoso y me cae bien en el sentido que quiere llenar la vacante de provocador intelectual que había dejado el buen fadanelli – la diferencia es que guillermo lo hizo con estilo, y eso, el estilo, es lo único que no puedes darte el lujo de perder. NUNCA.
propongo que los que vivimos en el df busquemos a la gente que ha hecho que yepez odie esta ciudad, que nos guste o no, como dirían, aquí nos tocó vivir (pero no por mucho tiempo, espero)
lo bueno es que estos NO SON DIARIOS DE ADOLESCENTES.
(que emoción, así habrá empezado la generación del “crack”? o la “mCondo”? o la “molotov”? o ---flavor of the month--- al menos ya le estoy haciendo publicidad)
(están vendiendo “lodo” del fadas a 100 pesitsss cerca de metro chilpancingo, quedan pocos, pónganse abusados).
salu2, keep blogging
g
ps
y usted que opina?"
Va,
CAS
¿Norte-sur?
Sifuentes, el mago infernal que tapa los WC con los brazos que les corta a sus novias, habla de lo intrincada que resulta la dialéctica cultural entre el norte y sur de la República, y sus asegunes. Para esto, con toda razón, se lanza en contra de Yépez y sus tesis acerca de la guerra cultural que se avecina entre los bárbaros del norte y los fresas del sur. Más allá de provincianismos chabacanos (vivo en el DF. pero soy de Cuernavaca; más de uno dirá que Cuerna es ya la ciudad de México, pero eso es no saber de geografía) esa iracunda necesidad de vislumbrar el debate cultural, digamos, casi de buenos y malos, no es propia estrictamente de las letras, sino de todos los ámbitos: sociales, económicos y políticos. Y tampoco es nueva. Pensemos en Roma, para no ir más lejos. No conozco Tijuana y la neta me muero de ganas de ir, pues sé que algo está pasando allá que desconozco; pero también acá en DF. se dan acaecimientos (siempre quise utilizar esta palabra fuera de una esquela) que, no es ampulosidad, no suceden en ningún otro lugar del mundo. Basta con darse un vuelta por Tepito, la Merced o simplemente la Doctores. Estuve en Chihuahua en el encuentro que dice Yépez, y me perdí la declaración de guerra entre ambos bandos y también todas las votaciones para elegir a las misses del encuantro, si es que hubo; también estuve en el 99 en Guadalajara y, sinceramente, la banda con la que chupé fue del norte. Así que, sugiero humildemente, dejar de lado un tema no sólo obsoleto sino acaso también prosaico y sigamos bloguendo tranquilos. Por lo demás, también soy de los que creen que Yépez no existe.
CAS
Sifuentes, el mago infernal que tapa los WC con los brazos que les corta a sus novias, habla de lo intrincada que resulta la dialéctica cultural entre el norte y sur de la República, y sus asegunes. Para esto, con toda razón, se lanza en contra de Yépez y sus tesis acerca de la guerra cultural que se avecina entre los bárbaros del norte y los fresas del sur. Más allá de provincianismos chabacanos (vivo en el DF. pero soy de Cuernavaca; más de uno dirá que Cuerna es ya la ciudad de México, pero eso es no saber de geografía) esa iracunda necesidad de vislumbrar el debate cultural, digamos, casi de buenos y malos, no es propia estrictamente de las letras, sino de todos los ámbitos: sociales, económicos y políticos. Y tampoco es nueva. Pensemos en Roma, para no ir más lejos. No conozco Tijuana y la neta me muero de ganas de ir, pues sé que algo está pasando allá que desconozco; pero también acá en DF. se dan acaecimientos (siempre quise utilizar esta palabra fuera de una esquela) que, no es ampulosidad, no suceden en ningún otro lugar del mundo. Basta con darse un vuelta por Tepito, la Merced o simplemente la Doctores. Estuve en Chihuahua en el encuentro que dice Yépez, y me perdí la declaración de guerra entre ambos bandos y también todas las votaciones para elegir a las misses del encuantro, si es que hubo; también estuve en el 99 en Guadalajara y, sinceramente, la banda con la que chupé fue del norte. Así que, sugiero humildemente, dejar de lado un tema no sólo obsoleto sino acaso también prosaico y sigamos bloguendo tranquilos. Por lo demás, también soy de los que creen que Yépez no existe.
CAS
miércoles, enero 22, 2003
Se fueron de mi casa a la cuatro de la mañana. Minutos antes, Óscar se había querido ligar, sin fortuna, al Fuc. Pero después de que Oscarito-gay-desatado bailara no sólo con el Fuc sino también con el Olis, decidió hacer una luchita más osada.
–Quiero olerte –le dijo al Fuc.
–Huéleme –asintió éste acercándose sólo un poco, desconfiado.
–No –le replicó Óscar–. Quiero olerte el sobaco.
El Fuc, sin quitarse la camisa o algo así, se cambió de silla y siguió con la plática. Óscar contratacó.
–Ayúdame a tener un orgasmo –el pobre Fukín buscó nuestras miradas sin éxito; entonces Óscar prosiguió–. Deténme esto.
La siguiente escena he dudado mucho en contarla porque no sé a cuál de los dos desprestigiaría, pero lo haré, a saber: el Fuc sosteniendo una cucharita con dip de tocino y queso, mientras a Óscar se le ponían los ojos en blanco. No sé qué hubiera sido de mi casa si acto seguido no los corro. Antes de que saliera el Frucsi, lo contuve y le dije “Te voy a salvar”. Lo escondí en la oscuridad. Mientras tanto Oscarito ya había regresado y me preguntaba angustiado “¿Dónde está el chiquito, dónde está el chiquito?” Ante el pavor de que se quedara en mi casa y me viera involucrado en un menage a trois del que no tenía ganas participar, se lo di. Sin embargo, un alma caritativa lo salvó de último momento: Jermoc, quien había traído al Óscar, se lo llevó a regañadientes. Así, el pobre Fruc se fue con Sotol en una nave y el Olis en otra. La idea era que el Olis siguiera a Sotol hasta su casa y después ellos se las arreglaran. Minutos después sentí que había hecho mal en correrlos y hablé al celular de Sotol para pedir una disculpa. Dejé el mensaje. Cuando estaba por acostarme sonó el teléfono; era ella. Preguntó qué quería y sin esperar respuesta me pasó al Fucs, quien sólo dijo “qué hongo, güey? y ya, pero no colgó y dejó el celulairo vaya usté a saber dónde. Entonces grité y gruñí para que me contestaran, pero nadie lo hizo: sólo escuchaba su intento de plática. Lo que contaré a continuación duró aproximadamente media hora, pero por razones de pudor, espacio y respeto a la embriaguez de los demás no lo diré. Pero va un resumen.
–No mames –dijo el Fuc–. No veo al Olis.
–Viene allá atrás –contestó Sotol.
–No, espérate. Parece que lo apañó la tira.
–No creo.
–No, de veras.
–Mira, güey, sólo los pendejos se paran cuando una trulla te dice que lo hagas. Así que vamos a esperarlo a su casa. Seguro no tarda en llegar.
La noche tuvimos que reconstruirla al día siguiente con unos caldos de camarón y unos pulquetes de por medio.
El Fucineroso afirmó que Sotol se subió a tres camellones y salían chispas de los rines cada vez que chocaba con una banqueta. Dijo, además, que ya en casa del Olis, mientras lo esperaban, percibió una tercera presencia en el auto. Revisaron la cajuela: no había ningún muerto. Fue hasta que notaron un ligero murmullo proveniente del asiento de atrás, que descubrieron que yo seguía ahí, como el pinche dinosaurio, pues. La versión del Olis, aunque tampoco era una visión total, fue acaso las más objetiva. “Sotol rebasó sin importarle a tres patrullas en fila . Como sabía que si no los detenía se iban a partir la madre, la seguí a la misma velocidad, tocándoles el claxon y, por supuesto, rebasando a las mismas patrullas. Una me orilló a la orilla y le dije que me llevaran a la delegación. Después de un estira y afloja entre ellos, aceptaron los únicos cincuenta varos que traía”. Días más tarde, Sotol concluyó la reconstrucción de los hechos con un “No mames, le acababa de poner mil varos a mi teléfono y de buenas a primeras ya no tengo nada”. Sea.
Aun cuando tratemos de alejar el alcohol de nuestras vidas, éste llega como en busca de un reducto acogedor y bienaventurado, que son las gargantas profundas de los hechos a sí mismos y juntados por Dios. Y a éste último ahora también le agradezco que el próximo mes se vaya a llevar al FucK a Holanda, al Olis a Inglaterra y al Jermoc a Alemania. Déjalos ahí mucho tiempo, ¡Oh, Señor mío!, que ya brindaré a tu salud.
CAS
–Quiero olerte –le dijo al Fuc.
–Huéleme –asintió éste acercándose sólo un poco, desconfiado.
–No –le replicó Óscar–. Quiero olerte el sobaco.
El Fuc, sin quitarse la camisa o algo así, se cambió de silla y siguió con la plática. Óscar contratacó.
–Ayúdame a tener un orgasmo –el pobre Fukín buscó nuestras miradas sin éxito; entonces Óscar prosiguió–. Deténme esto.
La siguiente escena he dudado mucho en contarla porque no sé a cuál de los dos desprestigiaría, pero lo haré, a saber: el Fuc sosteniendo una cucharita con dip de tocino y queso, mientras a Óscar se le ponían los ojos en blanco. No sé qué hubiera sido de mi casa si acto seguido no los corro. Antes de que saliera el Frucsi, lo contuve y le dije “Te voy a salvar”. Lo escondí en la oscuridad. Mientras tanto Oscarito ya había regresado y me preguntaba angustiado “¿Dónde está el chiquito, dónde está el chiquito?” Ante el pavor de que se quedara en mi casa y me viera involucrado en un menage a trois del que no tenía ganas participar, se lo di. Sin embargo, un alma caritativa lo salvó de último momento: Jermoc, quien había traído al Óscar, se lo llevó a regañadientes. Así, el pobre Fruc se fue con Sotol en una nave y el Olis en otra. La idea era que el Olis siguiera a Sotol hasta su casa y después ellos se las arreglaran. Minutos después sentí que había hecho mal en correrlos y hablé al celular de Sotol para pedir una disculpa. Dejé el mensaje. Cuando estaba por acostarme sonó el teléfono; era ella. Preguntó qué quería y sin esperar respuesta me pasó al Fucs, quien sólo dijo “qué hongo, güey? y ya, pero no colgó y dejó el celulairo vaya usté a saber dónde. Entonces grité y gruñí para que me contestaran, pero nadie lo hizo: sólo escuchaba su intento de plática. Lo que contaré a continuación duró aproximadamente media hora, pero por razones de pudor, espacio y respeto a la embriaguez de los demás no lo diré. Pero va un resumen.
–No mames –dijo el Fuc–. No veo al Olis.
–Viene allá atrás –contestó Sotol.
–No, espérate. Parece que lo apañó la tira.
–No creo.
–No, de veras.
–Mira, güey, sólo los pendejos se paran cuando una trulla te dice que lo hagas. Así que vamos a esperarlo a su casa. Seguro no tarda en llegar.
La noche tuvimos que reconstruirla al día siguiente con unos caldos de camarón y unos pulquetes de por medio.
El Fucineroso afirmó que Sotol se subió a tres camellones y salían chispas de los rines cada vez que chocaba con una banqueta. Dijo, además, que ya en casa del Olis, mientras lo esperaban, percibió una tercera presencia en el auto. Revisaron la cajuela: no había ningún muerto. Fue hasta que notaron un ligero murmullo proveniente del asiento de atrás, que descubrieron que yo seguía ahí, como el pinche dinosaurio, pues. La versión del Olis, aunque tampoco era una visión total, fue acaso las más objetiva. “Sotol rebasó sin importarle a tres patrullas en fila . Como sabía que si no los detenía se iban a partir la madre, la seguí a la misma velocidad, tocándoles el claxon y, por supuesto, rebasando a las mismas patrullas. Una me orilló a la orilla y le dije que me llevaran a la delegación. Después de un estira y afloja entre ellos, aceptaron los únicos cincuenta varos que traía”. Días más tarde, Sotol concluyó la reconstrucción de los hechos con un “No mames, le acababa de poner mil varos a mi teléfono y de buenas a primeras ya no tengo nada”. Sea.
Aun cuando tratemos de alejar el alcohol de nuestras vidas, éste llega como en busca de un reducto acogedor y bienaventurado, que son las gargantas profundas de los hechos a sí mismos y juntados por Dios. Y a éste último ahora también le agradezco que el próximo mes se vaya a llevar al FucK a Holanda, al Olis a Inglaterra y al Jermoc a Alemania. Déjalos ahí mucho tiempo, ¡Oh, Señor mío!, que ya brindaré a tu salud.
CAS
martes, enero 21, 2003
Llevo muy poco con este blog y la verdad le entiendo menos; soy lo suficientemente güey, o güevón, como se le quiera ver, para no saber ni siquiera poner algunos links que me interesaría conectar. Si hay alguna alma caritativa que sepa cómo, se lo agradecería sobremanera. Y aun cuando sea poco tiempo, tengo la impresión de que estamos ante el confesionario más grande del mundo. La liga de blogs en el ciberespacio, digamos, rebasa con mucho esas cajitas cafés de las iglesias donde los incautos se hincan para ser escuchados por energúmenos viciosos. Será de Dios, pues. Mañana doy clases en la Fac y Patricia ya amenazó con venir. Creo que no le voy a abrir.
jueves, enero 16, 2003
Durante años he tratado de que mi casa se mantenga al margen de personajes indeseables. He fracasado. También de que las visitas sean llamadas de antemano, o por lo menos tener dos o tres rones o un tequila confiable para ofrecer. He vuelto a fracasar. Por último, de que mis amigas no llamen o dejen un mensaje lo suficientemente lascivo para saber que su vida sexual es mala. Hoy (ayer or whatever) tenía la intención de dormir temprano, ver una película o algo y recalar en la cama. No fue posible. Primero fue el Morc, quien desde que se cambió de casa, a dos cuadras, ahora pasa por la mía todos los días que regresa de la universidad para tomar un café. El café, por designio divino se convierte en trago, y el trabajo del día siguiente empieza a ser una utopía. El problema es que luego llegó Óscar. Jerónimo le dijo que había fiesta hoy en mi casa. Falacia. Minutos después arriba Nirvana. "¿También te habló Jerónimo?", pregunto. "Sí". Así sigue la noche, larga y cruel como los segundos perdidos. Entre otras cosas bebimos whisky tailadés. No me he quedado ciego hasta el momento; mañana volveré a probar mis habilidadaes visuales. También soy daltónico.
miércoles, enero 15, 2003
Sobre la mentira
Dios nunca supo en qué lío se metía cuando creó a Adán y a Eva. De saberlo se habría conformado con algunas especies animales, una docena de plantas exóticas y un par de amplios y bienaventurados oceanos. Pero se equivocó, y ni modo, aquí estamos. Es evidente que tampoco consideró la posibilidad de que la raza humana fuera imperfecta, por más que se haya esforzado en ocultarlo. En Memorial del convento de José Saramago, Bartolomeu Lourenço, alias “El volador”, afirmaba que Dios era manco de la mano izquierda, de tal forma que la creación del universo la hizo exclusivamente con la derecha. Por eso al hablar de temas religiosos, pero sobre todo de la Iglesia como institución, se piensa en el lado derecho. Sin embargo, aun con una sola mano, Dios sigue y seguirá siendo Dios.
La imperfección humana queda evidenciada, entre otros muchos aspectos, por una característica ambigua: la tendencia a mentir. Es de sobra sabido que una mentira, desde la mirada convencional de las cosas, es una actividad que encierra cualidades peyorativas, es decir, es mala. Eso es lo que dicen los padres de familia, aun cuando sean éstos mismos los primeros en provocarla al esconderle la verdad a sus hijos respecto de Santa Claus, los reyes magos o el ratón que viene por los dientes que el niño muda. Sobre el tema, no sé qué tortura más cruel haya que ésta: sólo de pensar que un roedor de ésos anda merodeando mi almohada hace que el estómago se me ensucie. Considerar por lo mismo que la mentira es mala nos llevaría a otra conclusión de naturaleza indiscutible: si ésta es una cualidad ineludible del ser humano (porque no hay un solo infeliz que haya pasado por este planeta sin hacerlo) entonces el hombre es, por extensión, malo. Y es cierto, aunque el Tío Gamboín dijera siempre lo contrario.
Entonces, ¿es mala la mentira? Si partimos de la base de que sí, plantearíamos, en ese tenor, que toda la tradición literaria también lo es, pues estamos de acuerdo que la creación escrita es el arte de mentir. ¿Quién diablos es don Quijote más que un insano caballero de triste figura salido de la mente inmunda de otro manco? ¿Existió Napoleón? Eso es lo que dicen los libros, pero ahora mismo no hay ninguna persona que haya bebido una copa con él. La historia es mentira, también la religión; la filosofía, las matemáticas, el aire que respiramos y hasta Bambi son viles y vulgares falsedades. Aunque hay, claro, de mentiras a mentiras: sabemos que Supermán es más fuerte que Superratón porque el primero es real y el segundo es sólo una caricatura.
Todo mundo miente en mayor o en menor medida, aunque haya inocentes que aseguren no haberlo hecho, pues son castos y puros. Y está bien, de ingenuos también está lleno el mundo, y a veces hacen falta. No obstante, las calumnias e infundios, para usar un lenguaje ad hoc con el de la abogacía –tan desprestigiada en la actualidad- se realizan cotidianamente y sin que nos demos cuenta. Hace algunos años impartía un taller de ensayo literario. Como comentario al margen, aunque no esté al margen, diré que, siguiendo el consejo del maestro Norbert Elias, el primer día de cualquier clase que imparto llevó conmigo una reproducción fidedigna del cerebro humano, pues es importante que el alumno entienda bien a bien qué tiene en su sesera, y cómo funciona, para que pueda trabajarla a plenitud. Desde luego, muchos se sorprenden de tener cosas tan feas en sus cuerpecitos. Un día les pedí que escribieran un ensayo sobre la mentira. ¿Sobre qué? Sobre la mentira, amigo. ¿Acaso no sabes lo que es? Sí pero... Pero nada. ¿Has mentido alguna vez? Pues... pues (a estas alturas el alumno se ha ruborizado y mira a los demás para que le ayuden a escupir lo inevitable. Nadie lo auxilia: todos están observando el techo)... pues sí. Entonces hay que escribir un ensayo sobre la mentira, ¿o es que se puede mentir sin saber lo que es?
El saldo, por lo general, fue favorable. He tallereado varios textos memorables. En particular recuerdo el de una muchacha que se aventó un ensayo sobre las mentiras en la cocina, especialmente al nombrar los platillos. Así, enunció falacias como las Enchiladas Suizas, nombre que si ve un distinguido helvético bien podría iniciar una demanda contra el país; o el famoso Pan fránces, que sólo es famoso en México y que no deja de ser mero eufemismo. Por último aludió al café americano, e hizo un comentario acerca de un compatriota que pidió uno en una cafetería de Houston. Hasta hoy en Texas se habla del record Guiness que rompieron los meseros de ese lugar por reírse casi un día seguido.
Salvo los animales y las plantas, todos los demás mentimos en esta vida. Pero también, empero, hay que matizar algunos casos. Tengo un excelente amigo, al que llamaré Cyrano de la Condesa para asignarle rasgos de carácter y no balconearlo, que es un mentiroso en potencia, dicho de otro modo, es un profesional. Tiene una insólita aptitud para hacerse creer a cada instante, aun cuando se sepa de antemano que está mintiendo. Hace de la realidad una ficción constante y es acaso ahí donde reside su atractivo, pues él es el primero en creerla. De mí cuenta la historia de cuando nos conocimos; es desde luego falsa, pero de tantas veces que la ha contado ya pienso que en realidad fue así, independientemente de que le agregue un ingrediente ficticio adicional, como que estuve a punto de golpearlo con una botella de cerveza en un tugurio de ficheras. Si dice llego a las ocho, está claro que llega a la diez, siempre con un pretexto bien puesto que a la postre es irrefutable. Cuando intenta decir algo cierto, fracasa invariablemente y no puede dejar de inventar algún descabellado enredo, a veces sin que venga al caso. Además es filósofo y da clases en la UNAM. He estado tentado a ir a decirles a sus alumnos que su maestro es un charlatán, que no le crean nada, que Heidegger no es como lo pinta ese miserable; pero siempre mi pudor me lo impide. En fin, uno podrá pensar cómo se puede tener a un amigo así. Pues sí, yo tampoco lo sé, aunque lo único que me queda claro es aquello del lío en el que se metió Dios cuando creó a Adán, Eva y acaso también a Cyrano de la Condesa.
CAS
Dios nunca supo en qué lío se metía cuando creó a Adán y a Eva. De saberlo se habría conformado con algunas especies animales, una docena de plantas exóticas y un par de amplios y bienaventurados oceanos. Pero se equivocó, y ni modo, aquí estamos. Es evidente que tampoco consideró la posibilidad de que la raza humana fuera imperfecta, por más que se haya esforzado en ocultarlo. En Memorial del convento de José Saramago, Bartolomeu Lourenço, alias “El volador”, afirmaba que Dios era manco de la mano izquierda, de tal forma que la creación del universo la hizo exclusivamente con la derecha. Por eso al hablar de temas religiosos, pero sobre todo de la Iglesia como institución, se piensa en el lado derecho. Sin embargo, aun con una sola mano, Dios sigue y seguirá siendo Dios.
La imperfección humana queda evidenciada, entre otros muchos aspectos, por una característica ambigua: la tendencia a mentir. Es de sobra sabido que una mentira, desde la mirada convencional de las cosas, es una actividad que encierra cualidades peyorativas, es decir, es mala. Eso es lo que dicen los padres de familia, aun cuando sean éstos mismos los primeros en provocarla al esconderle la verdad a sus hijos respecto de Santa Claus, los reyes magos o el ratón que viene por los dientes que el niño muda. Sobre el tema, no sé qué tortura más cruel haya que ésta: sólo de pensar que un roedor de ésos anda merodeando mi almohada hace que el estómago se me ensucie. Considerar por lo mismo que la mentira es mala nos llevaría a otra conclusión de naturaleza indiscutible: si ésta es una cualidad ineludible del ser humano (porque no hay un solo infeliz que haya pasado por este planeta sin hacerlo) entonces el hombre es, por extensión, malo. Y es cierto, aunque el Tío Gamboín dijera siempre lo contrario.
Entonces, ¿es mala la mentira? Si partimos de la base de que sí, plantearíamos, en ese tenor, que toda la tradición literaria también lo es, pues estamos de acuerdo que la creación escrita es el arte de mentir. ¿Quién diablos es don Quijote más que un insano caballero de triste figura salido de la mente inmunda de otro manco? ¿Existió Napoleón? Eso es lo que dicen los libros, pero ahora mismo no hay ninguna persona que haya bebido una copa con él. La historia es mentira, también la religión; la filosofía, las matemáticas, el aire que respiramos y hasta Bambi son viles y vulgares falsedades. Aunque hay, claro, de mentiras a mentiras: sabemos que Supermán es más fuerte que Superratón porque el primero es real y el segundo es sólo una caricatura.
Todo mundo miente en mayor o en menor medida, aunque haya inocentes que aseguren no haberlo hecho, pues son castos y puros. Y está bien, de ingenuos también está lleno el mundo, y a veces hacen falta. No obstante, las calumnias e infundios, para usar un lenguaje ad hoc con el de la abogacía –tan desprestigiada en la actualidad- se realizan cotidianamente y sin que nos demos cuenta. Hace algunos años impartía un taller de ensayo literario. Como comentario al margen, aunque no esté al margen, diré que, siguiendo el consejo del maestro Norbert Elias, el primer día de cualquier clase que imparto llevó conmigo una reproducción fidedigna del cerebro humano, pues es importante que el alumno entienda bien a bien qué tiene en su sesera, y cómo funciona, para que pueda trabajarla a plenitud. Desde luego, muchos se sorprenden de tener cosas tan feas en sus cuerpecitos. Un día les pedí que escribieran un ensayo sobre la mentira. ¿Sobre qué? Sobre la mentira, amigo. ¿Acaso no sabes lo que es? Sí pero... Pero nada. ¿Has mentido alguna vez? Pues... pues (a estas alturas el alumno se ha ruborizado y mira a los demás para que le ayuden a escupir lo inevitable. Nadie lo auxilia: todos están observando el techo)... pues sí. Entonces hay que escribir un ensayo sobre la mentira, ¿o es que se puede mentir sin saber lo que es?
El saldo, por lo general, fue favorable. He tallereado varios textos memorables. En particular recuerdo el de una muchacha que se aventó un ensayo sobre las mentiras en la cocina, especialmente al nombrar los platillos. Así, enunció falacias como las Enchiladas Suizas, nombre que si ve un distinguido helvético bien podría iniciar una demanda contra el país; o el famoso Pan fránces, que sólo es famoso en México y que no deja de ser mero eufemismo. Por último aludió al café americano, e hizo un comentario acerca de un compatriota que pidió uno en una cafetería de Houston. Hasta hoy en Texas se habla del record Guiness que rompieron los meseros de ese lugar por reírse casi un día seguido.
Salvo los animales y las plantas, todos los demás mentimos en esta vida. Pero también, empero, hay que matizar algunos casos. Tengo un excelente amigo, al que llamaré Cyrano de la Condesa para asignarle rasgos de carácter y no balconearlo, que es un mentiroso en potencia, dicho de otro modo, es un profesional. Tiene una insólita aptitud para hacerse creer a cada instante, aun cuando se sepa de antemano que está mintiendo. Hace de la realidad una ficción constante y es acaso ahí donde reside su atractivo, pues él es el primero en creerla. De mí cuenta la historia de cuando nos conocimos; es desde luego falsa, pero de tantas veces que la ha contado ya pienso que en realidad fue así, independientemente de que le agregue un ingrediente ficticio adicional, como que estuve a punto de golpearlo con una botella de cerveza en un tugurio de ficheras. Si dice llego a las ocho, está claro que llega a la diez, siempre con un pretexto bien puesto que a la postre es irrefutable. Cuando intenta decir algo cierto, fracasa invariablemente y no puede dejar de inventar algún descabellado enredo, a veces sin que venga al caso. Además es filósofo y da clases en la UNAM. He estado tentado a ir a decirles a sus alumnos que su maestro es un charlatán, que no le crean nada, que Heidegger no es como lo pinta ese miserable; pero siempre mi pudor me lo impide. En fin, uno podrá pensar cómo se puede tener a un amigo así. Pues sí, yo tampoco lo sé, aunque lo único que me queda claro es aquello del lío en el que se metió Dios cuando creó a Adán, Eva y acaso también a Cyrano de la Condesa.
CAS
lunes, enero 13, 2003
Tipos insoportables
En la vida hay gente a la que odiamos sin conocerla. Y las causas, por más insignificantes que sean, siempre serán lo suficientemente poderosas para justificar ese sentimiento. Nada se le puede reprochar al hombre que, en el cuento de Poe, mata y descuartiza al viejo por tener un ojo buitresco. ¡Hombre, si era un ojo que lo atormentaba y no le permitía vivir a gusto! Las cosas pueden merecerse aun cuando sean moral, social y legalmente condenadas: ¿cuántas personas no hay que quieren aventarle el coche al vecino, incluido el perro que se caga todos los días a la puerta de uno?
Así las cosas (me encanta usar estas complejas construcciones de reportero), navegamos por los años viendo y conociendo personas a las que nos encantaría volarles la tapa encefálica de un buen balazo. Y para ello no es necesario ser gobernador de Querétaro u obispo de Ecatepec: hay individuos mucho más cercanos que también pueden causar náuseas en el cogote y se coloquen invariablemente en la lista, que todo ser humano tiene, de fulanos a los que nos gustaría pasar por las armas. Alguna vez Enrique Serna escribió un artículo que se llamaba algo así como “Matar a un disc jockey”, con el cual se ganó severas críticas de algunos que no tienen idea del sentido irónico de la literatura. En efecto, me parece que si hay gente despreciable, ésta es toda aquella que pone mal la música en algún antro o en una fiesta. Es como los porteros de futbol: si hacen bien su trabajo nadie los nota, pero si cometen una pifia, entonces todas las miradas se clavan en ellos y los consideran los seres más ruines que jamás se hayan parado sobre la Tierra. A un DJ le sucede algo similar, pero más seguido. El problema es que hay que llegar casi a los empellones cuando el mequetrefe respectivo no quiere entender que no nació para esa profesión y no está seleccionando la música adecuada, pues ha puesto tres versiones distintas de “I will survive”, sintiéndose así como muy alternativo –un Andy Warhol de la música, seguramente- y ninguna rola de salsa.
Otras personas, que nada más de verlas se siente como un waterloo en el estómago, son aquéllas que usan walkie talkie. Un aparato de éstos, que en una escala civilizada y aceptada de valores es un instrumento de trabajo para comunicarse, es el equivalente a un cuervo de chivo en la escala propia de un macho cabrío con cara de facineroso. El sujeto con un walkie talkie se siente el todopoderoso y ve a los demás por encima del hombro; a la hora de hablar lo hacen de una manera sumamente misteriosa, murmurando como si estuvieran transmitiendo alguna información de seguridad nacional o como si el artefacto fuera la oreja de su novia a la que le dicen “te quiero mucho, amorcito”. Al final la cosa no es para tanto y los diálogos con los compañeros parten, entonces, de una pregunta básica: “¿Ya viste a esa vieja, güey?” Un walkie talkie hace sentir al distinguido portador un hombre que habita otros estratos, que anda en otro canal, que monopoliza un poder comunicativo divino y predestinado. No importa que se trate de cualquier pelagatos: si hay frecuencia, recluyen el mundo en su aparato de mano y, desde el punto de vista freudiano, su falta se interpreta simbólicamente como ausencia de falo: no pueden vivir sin él
Otros insoportables son los técnicos de sonido de conciertos de rock y de televisión no comercial, como Canal 22 o Canal 11. Antes de toda tocada rockera hay un sinnúmero de greñudos que se pasea por el escenario, exhibiéndose y como diciendo “Miren, cabrones, cuánto estoy chambeando”. No sé por qué pero este rara avis nunca falta en un toquín y se les puede distinguir porque normalmente usan una playera negra de Metallica o de Iron Maiden. ¿Músicos frustrados? ¿Ingenieros sin chamba? No lo sé. El caso es que siempre están ahí, y si bien todavía no logran los méritos suficientes para ingresar en nuestra lista de asesinables, pueden empezar a ganárselo a pulso. Al final, y es lo que me imagino, el sonido queda rápidamente en cinco minutos y lo que les encanta es pasearse como divas por el escenario y que el público sepa que son los técnicos de sonido del grupo underground de moda. Por cierto, su momento de gloria en la noche es cuando le levantan el pulgar a los güeyes de la consola, ubicada a la mitad del lugar, para decirles que todo está O.K. Un caso similar sucede con los técnicos de televisión. Saben, antes de cualquier evento, que muy pocos entienden cómo funciona toda la pirotecnia de cámaras, fuentes de poder, etcétera, para hacer televisión, y eso los hace sentirse con un plus. A diferencia de los técnicos de rock, éstos cohabitan con los mortales, les dicen “con permiso” cargando un cable lo suficientemente grueso para ahorcar a King Kong y mueven su entramado técnico a todo lo largo y ancho del lugar. Entonces hacen pruebas y se preparan para grabar con absoluta diligencia, de antemano ensayada, con la que en principio podrían conquistar a cualquier mujer. Pero no es esto lo que cae mal, aunque bien pudiera ser así, sino su supuesto semblante de semental de orgasmos secos con el que se creen el factotum de la situación. Por lo general usan el pelo largo y se lo agarran para tener una colita. Esto, de entrada, les da un look alternativo y como que nos quieren hacer ver que un técnico del Canal 22 es muy distinto a uno de Televisa, que dicho sea de paso son más discretos y no tienen esas ínfulas de grandeza. Con frecuencia son amigos de la gente a la que graban y si es mujer se despiden de ella con un beso. Eso está bien, insisto; lo que es realmente vulgar es esa actitud ante el mundo, de suficiencia porque manejan aparatos que nadie conoce y porque no sólo tienen esos conocimientos, sino aparte trabajan en un canal cultural. Ante esto sólo puede llegarse a una conclusión pertinente, sin desprestigiar al gremio y más bien resaltándolo ante la presencia de estos especímenes: aunque el técnico de tele se vista de seda, técnico se queda. Ya no voy a mencionarlo, pero sucede lo mismo con los de radio: puede pensarse que ser técnico de Radio Universidad o del IMER es más acá que serlo de Radio Red. En fin.
Por último, no quisiera dejar de mencionar a la gente que invariablemente ocuparía el primer puesto de nuestra hipotética lista: los conductores de talk shows mexicanos. No abundaré al respecto puesto que sería una perogrullada. Lo único que tengo que decir es que el estado cataléptico en el que caeríamos por encontrarnos a uno de estos compañeros en la calle, debe ser equivalente al martirio de ver a George W. Bush desnudo o al ofuscamiento de toparnos a Vicente Fox en bicicleta y no a caballo. Por lo demás, habría que evitarlos en la medida de lo posible. Así, como con todos los demás tipos insoportables, la esperanza de no verlos es eterna, aun cuando el destino sea un diablo caprichoso y nunca quiera que así sea.
CAS
En la vida hay gente a la que odiamos sin conocerla. Y las causas, por más insignificantes que sean, siempre serán lo suficientemente poderosas para justificar ese sentimiento. Nada se le puede reprochar al hombre que, en el cuento de Poe, mata y descuartiza al viejo por tener un ojo buitresco. ¡Hombre, si era un ojo que lo atormentaba y no le permitía vivir a gusto! Las cosas pueden merecerse aun cuando sean moral, social y legalmente condenadas: ¿cuántas personas no hay que quieren aventarle el coche al vecino, incluido el perro que se caga todos los días a la puerta de uno?
Así las cosas (me encanta usar estas complejas construcciones de reportero), navegamos por los años viendo y conociendo personas a las que nos encantaría volarles la tapa encefálica de un buen balazo. Y para ello no es necesario ser gobernador de Querétaro u obispo de Ecatepec: hay individuos mucho más cercanos que también pueden causar náuseas en el cogote y se coloquen invariablemente en la lista, que todo ser humano tiene, de fulanos a los que nos gustaría pasar por las armas. Alguna vez Enrique Serna escribió un artículo que se llamaba algo así como “Matar a un disc jockey”, con el cual se ganó severas críticas de algunos que no tienen idea del sentido irónico de la literatura. En efecto, me parece que si hay gente despreciable, ésta es toda aquella que pone mal la música en algún antro o en una fiesta. Es como los porteros de futbol: si hacen bien su trabajo nadie los nota, pero si cometen una pifia, entonces todas las miradas se clavan en ellos y los consideran los seres más ruines que jamás se hayan parado sobre la Tierra. A un DJ le sucede algo similar, pero más seguido. El problema es que hay que llegar casi a los empellones cuando el mequetrefe respectivo no quiere entender que no nació para esa profesión y no está seleccionando la música adecuada, pues ha puesto tres versiones distintas de “I will survive”, sintiéndose así como muy alternativo –un Andy Warhol de la música, seguramente- y ninguna rola de salsa.
Otras personas, que nada más de verlas se siente como un waterloo en el estómago, son aquéllas que usan walkie talkie. Un aparato de éstos, que en una escala civilizada y aceptada de valores es un instrumento de trabajo para comunicarse, es el equivalente a un cuervo de chivo en la escala propia de un macho cabrío con cara de facineroso. El sujeto con un walkie talkie se siente el todopoderoso y ve a los demás por encima del hombro; a la hora de hablar lo hacen de una manera sumamente misteriosa, murmurando como si estuvieran transmitiendo alguna información de seguridad nacional o como si el artefacto fuera la oreja de su novia a la que le dicen “te quiero mucho, amorcito”. Al final la cosa no es para tanto y los diálogos con los compañeros parten, entonces, de una pregunta básica: “¿Ya viste a esa vieja, güey?” Un walkie talkie hace sentir al distinguido portador un hombre que habita otros estratos, que anda en otro canal, que monopoliza un poder comunicativo divino y predestinado. No importa que se trate de cualquier pelagatos: si hay frecuencia, recluyen el mundo en su aparato de mano y, desde el punto de vista freudiano, su falta se interpreta simbólicamente como ausencia de falo: no pueden vivir sin él
Otros insoportables son los técnicos de sonido de conciertos de rock y de televisión no comercial, como Canal 22 o Canal 11. Antes de toda tocada rockera hay un sinnúmero de greñudos que se pasea por el escenario, exhibiéndose y como diciendo “Miren, cabrones, cuánto estoy chambeando”. No sé por qué pero este rara avis nunca falta en un toquín y se les puede distinguir porque normalmente usan una playera negra de Metallica o de Iron Maiden. ¿Músicos frustrados? ¿Ingenieros sin chamba? No lo sé. El caso es que siempre están ahí, y si bien todavía no logran los méritos suficientes para ingresar en nuestra lista de asesinables, pueden empezar a ganárselo a pulso. Al final, y es lo que me imagino, el sonido queda rápidamente en cinco minutos y lo que les encanta es pasearse como divas por el escenario y que el público sepa que son los técnicos de sonido del grupo underground de moda. Por cierto, su momento de gloria en la noche es cuando le levantan el pulgar a los güeyes de la consola, ubicada a la mitad del lugar, para decirles que todo está O.K. Un caso similar sucede con los técnicos de televisión. Saben, antes de cualquier evento, que muy pocos entienden cómo funciona toda la pirotecnia de cámaras, fuentes de poder, etcétera, para hacer televisión, y eso los hace sentirse con un plus. A diferencia de los técnicos de rock, éstos cohabitan con los mortales, les dicen “con permiso” cargando un cable lo suficientemente grueso para ahorcar a King Kong y mueven su entramado técnico a todo lo largo y ancho del lugar. Entonces hacen pruebas y se preparan para grabar con absoluta diligencia, de antemano ensayada, con la que en principio podrían conquistar a cualquier mujer. Pero no es esto lo que cae mal, aunque bien pudiera ser así, sino su supuesto semblante de semental de orgasmos secos con el que se creen el factotum de la situación. Por lo general usan el pelo largo y se lo agarran para tener una colita. Esto, de entrada, les da un look alternativo y como que nos quieren hacer ver que un técnico del Canal 22 es muy distinto a uno de Televisa, que dicho sea de paso son más discretos y no tienen esas ínfulas de grandeza. Con frecuencia son amigos de la gente a la que graban y si es mujer se despiden de ella con un beso. Eso está bien, insisto; lo que es realmente vulgar es esa actitud ante el mundo, de suficiencia porque manejan aparatos que nadie conoce y porque no sólo tienen esos conocimientos, sino aparte trabajan en un canal cultural. Ante esto sólo puede llegarse a una conclusión pertinente, sin desprestigiar al gremio y más bien resaltándolo ante la presencia de estos especímenes: aunque el técnico de tele se vista de seda, técnico se queda. Ya no voy a mencionarlo, pero sucede lo mismo con los de radio: puede pensarse que ser técnico de Radio Universidad o del IMER es más acá que serlo de Radio Red. En fin.
Por último, no quisiera dejar de mencionar a la gente que invariablemente ocuparía el primer puesto de nuestra hipotética lista: los conductores de talk shows mexicanos. No abundaré al respecto puesto que sería una perogrullada. Lo único que tengo que decir es que el estado cataléptico en el que caeríamos por encontrarnos a uno de estos compañeros en la calle, debe ser equivalente al martirio de ver a George W. Bush desnudo o al ofuscamiento de toparnos a Vicente Fox en bicicleta y no a caballo. Por lo demás, habría que evitarlos en la medida de lo posible. Así, como con todos los demás tipos insoportables, la esperanza de no verlos es eterna, aun cuando el destino sea un diablo caprichoso y nunca quiera que así sea.
CAS
lunes, enero 06, 2003
Hablaré de los domingos por última vez. Aunque es el día más odiado por la gente, a mi me gustan a medias, es decir, hasta las seis de la tarde. En las mañanas no hay como leer el periódico antes de que empiecen los partidos, esto es, a mediodía. Entonces vienen las cervezas y las botanas, que hay que revalidar al mediotiempo, el estadio temporal más pernicioso que existe. Durante algunos años tuve una columna en La Jornada Morelos que se llamaba "Entretiempo" y estaba diseñada ex profeso para ser leída en los quince minutos de descanso de los partidos dominicales y, así, contribuir a que ese tiempo muerto fuera un poco más halagüeño. Los partidos terminan a las seis y ahí es cuando la cosa se pone color de hormiga. En particular tengo un trauma psicológico de la niñez que todavía no trasciendo: a esa hora mi mamá nos obligaba a mis hermanas y a mí a ir a misa a la iglesia Gualupita, que estaba cerca de la casa. Desde entonces las seis de la tarde de los domingos se convirtió en el instante más aciago de mi vida, no sólo porque al día siguiente había escuela sino porque además tenía que escuchar a un padre de 240 años y al que se le salía la dentadura cada vez que decía "amén". Así fue como odié a Dios y los intentos de mi madre para que yo fuera católico fracasaron. Ir a misa es como comer chayotes: cuando niño siempre te obligan a ir o a comértelos y cuando adulto, ni vas y eres considerado una suerte de hereje ni te los comes, sin importar que el chayote deje de ser verde y tenga numeritos y caras variadas como principal característica . Ahora, a las seis de la tarde de todos los domingos me da comezón en la axilas.
Decir, de nuevo, que los domingos son odiados es un lugar común, a pesar incluso de que Sarte y Camus se hayan devanado los sesos para argumentar cuál domingo era peor, si el don Albert o el de monseuir Jean Paul. En fin, cuando uno llega a los treinta, quizás la dinámica del último día de la semana varía un poquitín, y lo ideal es verse el dedo gordo del pie mientra uno se cura la peda del día anterior, como ayer, pues. La cosa es que me puse hasta la madre y durante doce horas no pude levantarme, ni siquiera para prender la computadora; lo único bueno fue que tenía el control de la televisión a un lado y sólo tuve que mover un dedo. El zapping es la religión por antonomasia del siglo XXI. Antier Sifuentes por fin me regaló sus Pilotos infernales, pero faltó la dedicatoria para que luego no digan que lo compré. Ya veremos qué tal.
CAS
Decir, de nuevo, que los domingos son odiados es un lugar común, a pesar incluso de que Sarte y Camus se hayan devanado los sesos para argumentar cuál domingo era peor, si el don Albert o el de monseuir Jean Paul. En fin, cuando uno llega a los treinta, quizás la dinámica del último día de la semana varía un poquitín, y lo ideal es verse el dedo gordo del pie mientra uno se cura la peda del día anterior, como ayer, pues. La cosa es que me puse hasta la madre y durante doce horas no pude levantarme, ni siquiera para prender la computadora; lo único bueno fue que tenía el control de la televisión a un lado y sólo tuve que mover un dedo. El zapping es la religión por antonomasia del siglo XXI. Antier Sifuentes por fin me regaló sus Pilotos infernales, pero faltó la dedicatoria para que luego no digan que lo compré. Ya veremos qué tal.
CAS
viernes, enero 03, 2003
Happy new year
Cuando está por terminar un año hay que mostrarse optimistas para lo que venga en el siguiente. En otras palabras: es un parteaguas obligatorio que condiciona un antes y un después, aunque el énfasis siempre será en el después. Nadie mira hacia atrás y cuestiona qué pasó en el año agonizante, pues ya se fue y no vale la pena lamentarse por el pasado; además de que, según recomiendan los entendidos, hay que ver sin cesar hacia delante, lo cual no deja de ser una sabia sugerencia. Entonces se pasa a la etapa de los buenos deseos y los propósitos bienaventurados, como decir voy a bajar de peso, ahora sí estudiaré mucho o no pasa de este año en que deje de ser virgen. Lo normal es que ninguno de estos objetivos se cumpla cabalmente, no importa que uno se empeñe en pensar que “no más la puntita” sea ya una suerte de primera relación sexual.
Los parabienes, empero, son necesarios, pues así habrá más tranquilidad en nuestras vidas. Es un compromiso adquirido con el destino para que éste no vaya a hacernos una mala jugada. En ese tenor, resulta también atractivo saber qué les desea la gente famosa a nosotros los mortales, pues sabemos que nos tienen en mente y piensan en nosotros. Si José José le desea paz y alegría a todos los niños del mundo, es una actitud loable que hay que aplaudir. Por cierto, todo famoso quiere que los niños sean felices; los pequeños, sin duda, se entusiasman mucho y piensan que así será. El gusto, por lo menos en el ochenta por ciento de los niños en este país, les durará exactamente seis días, ya que los Reyes Magos no les dejarán nada en sus zapatos. La conclusión es irrevocable: José José es un farsante. Sin embargo es lo que funciona. ¿Qué político, por ejemplo, no ha besado a un niño a la luz de miles de cámaras?
Lo mejor de este asunto del año nuevo son las supersticiones al respecto. Existe la creencia de que si uno sale a la calle con un par de valijas y se da una vuelta a la manzana corriendo como loquito, ése será un año lleno de viajes. Por lo general funciona si se está dispuesto a aceptar que las idas a Tepoztlán son también viajes. En otro orden de ideas, un sector muy distintivo de la sociedad está convencido de que si uno inicia el año con calzones rojos, algo muy bueno sucederá a lo largo de todos y cada uno de los doce meses siguientes. En realidad no sé bien a bien qué es eso “algo muy bueno” porque se me acaba de olvidar, pero lo cierto es que por lo menos en lo que a mí respecta ese “algo” tiene que ver con un asunto lujurioso y lascivo. ¡Por Dios, si hablamos de calzones rojos!, necesariamente debe de tratarse de una perversión.
La despedida de los años, más allá de que pareciera un sino eterno entre la humanidad, pues ocurre –válgaseme la redundancia- cada año, conlleva a otras situaciones trascendentales que no hay que pasar por alto. Algunas de ellas son la cena obligatoria y el consabido abrazo. Puede tratarse de romeritos o bacalao, pero aquí lo importante es que son los romeritos o bacalao del año nuevo, con lo cual el platillo adquiere una dimensión distinta, un plus, pues no es lo mismo comerlo en esa época que en cualquier otro día que el Señor ha tenido a bien incluir en el calendario. El pasaje más agreste de la velada es el de las uvas: hay que comer una con cada campanada. A menos de que uno sea de garganta profunda, es muy difícil obtener éxito en esta empresa y normalmente queda una especie de mermelada de uva en la que el azúcar es sustituida por jugos gástricos y saliva fermentada. Los abrazos posteriores son para que uno se diga que este año será muy bueno, cosas así como vas a ver que no pierdes tu trabajo, ahora sí encontrarás marido, mijita o con Fox salimos de ésta. Son puras mentiras, pero dichas con muy buena voluntad y con las uno puede vivir hasta el próximo diciembre 31, que es cuando se tienen que escuchar las nuevas. Yo, sin embargo, durante el episodio de los abrazos no dejo de pensar en Acatempan, y por si acaso escondo los cuchillos. Estas veladas suelen terminar al amanecer con una fase terminal conocida por los puristas como melopea y por la gente normal como peda. De hecho, hay un récord Guiness para el primero de enero, que es el día en que más crudos hay en el mundo al mismo tiempo.
Por último, está la cuestión de los presagios y vaticinios apocalípticos, como que el mundo, por aquello del nuevo milenio, se acabará tan pronto den las doce de la noche. Hay una sociedad secreta al mando de Jaimito Maussan, que maneja información clasificada y en donde sostienen la tesis de que en junio próximo algún extraterrestre tomará el té con uno de nosotros. A propósito, me viene a la mente aquella vez cuando al maestro Orson Wells se le ocurrió decir en la cadena radial de la CBS, que a las ocho en punto de la noche los marcianos habían aterrizado en Nueva Jersey. De inmediato la carretera Nueva York-Filadelfia se congestionó y los hospitales fueron saturados de gente que había sufrido infartos o síncopes repentinos. Con esta sencilla maniobra, propia sólo de los genios, Wells se convirtió en una celebridad nacional.
Los años nuevos siempre serán bien recibidos y lo último que se piensa es que uno envejece. Aunque algo sumamente curioso, que por lo demás debe de tener una explicación científica, es que cada vez el tiempo pasa más rápido, como si uno no se hubiera parado de esa mesa en la que comió pierna al horno o ensalada de manzana. Es la ley del eterno retorno. En todo caso, los ciclos en la vida siempre serán necesarios, y los años dan la pauta para que así sea. No importa que los propósitos para los meses que vienen no se cumplan; sólo los aburridos los realizan. Sin embargo, es halagüeño este asidero momentáneo de buenas voluntades, pues casi nunca es así. Al final lo que cuenta en la vida es al amor al prójimo, al que se le desean siempre tiempos mejores; también, desde luego, hay que anhelar el fin de la ignominia mundial y que los niños no se mueran de hambre; por último, que México transite de una vez por todas y en serio a la democracia, que a Robert Downey Jr. no lo metan otra vez a la cárcel y que el Cruz Azul gane un nuevo campeonato.
CAS
Cuando está por terminar un año hay que mostrarse optimistas para lo que venga en el siguiente. En otras palabras: es un parteaguas obligatorio que condiciona un antes y un después, aunque el énfasis siempre será en el después. Nadie mira hacia atrás y cuestiona qué pasó en el año agonizante, pues ya se fue y no vale la pena lamentarse por el pasado; además de que, según recomiendan los entendidos, hay que ver sin cesar hacia delante, lo cual no deja de ser una sabia sugerencia. Entonces se pasa a la etapa de los buenos deseos y los propósitos bienaventurados, como decir voy a bajar de peso, ahora sí estudiaré mucho o no pasa de este año en que deje de ser virgen. Lo normal es que ninguno de estos objetivos se cumpla cabalmente, no importa que uno se empeñe en pensar que “no más la puntita” sea ya una suerte de primera relación sexual.
Los parabienes, empero, son necesarios, pues así habrá más tranquilidad en nuestras vidas. Es un compromiso adquirido con el destino para que éste no vaya a hacernos una mala jugada. En ese tenor, resulta también atractivo saber qué les desea la gente famosa a nosotros los mortales, pues sabemos que nos tienen en mente y piensan en nosotros. Si José José le desea paz y alegría a todos los niños del mundo, es una actitud loable que hay que aplaudir. Por cierto, todo famoso quiere que los niños sean felices; los pequeños, sin duda, se entusiasman mucho y piensan que así será. El gusto, por lo menos en el ochenta por ciento de los niños en este país, les durará exactamente seis días, ya que los Reyes Magos no les dejarán nada en sus zapatos. La conclusión es irrevocable: José José es un farsante. Sin embargo es lo que funciona. ¿Qué político, por ejemplo, no ha besado a un niño a la luz de miles de cámaras?
Lo mejor de este asunto del año nuevo son las supersticiones al respecto. Existe la creencia de que si uno sale a la calle con un par de valijas y se da una vuelta a la manzana corriendo como loquito, ése será un año lleno de viajes. Por lo general funciona si se está dispuesto a aceptar que las idas a Tepoztlán son también viajes. En otro orden de ideas, un sector muy distintivo de la sociedad está convencido de que si uno inicia el año con calzones rojos, algo muy bueno sucederá a lo largo de todos y cada uno de los doce meses siguientes. En realidad no sé bien a bien qué es eso “algo muy bueno” porque se me acaba de olvidar, pero lo cierto es que por lo menos en lo que a mí respecta ese “algo” tiene que ver con un asunto lujurioso y lascivo. ¡Por Dios, si hablamos de calzones rojos!, necesariamente debe de tratarse de una perversión.
La despedida de los años, más allá de que pareciera un sino eterno entre la humanidad, pues ocurre –válgaseme la redundancia- cada año, conlleva a otras situaciones trascendentales que no hay que pasar por alto. Algunas de ellas son la cena obligatoria y el consabido abrazo. Puede tratarse de romeritos o bacalao, pero aquí lo importante es que son los romeritos o bacalao del año nuevo, con lo cual el platillo adquiere una dimensión distinta, un plus, pues no es lo mismo comerlo en esa época que en cualquier otro día que el Señor ha tenido a bien incluir en el calendario. El pasaje más agreste de la velada es el de las uvas: hay que comer una con cada campanada. A menos de que uno sea de garganta profunda, es muy difícil obtener éxito en esta empresa y normalmente queda una especie de mermelada de uva en la que el azúcar es sustituida por jugos gástricos y saliva fermentada. Los abrazos posteriores son para que uno se diga que este año será muy bueno, cosas así como vas a ver que no pierdes tu trabajo, ahora sí encontrarás marido, mijita o con Fox salimos de ésta. Son puras mentiras, pero dichas con muy buena voluntad y con las uno puede vivir hasta el próximo diciembre 31, que es cuando se tienen que escuchar las nuevas. Yo, sin embargo, durante el episodio de los abrazos no dejo de pensar en Acatempan, y por si acaso escondo los cuchillos. Estas veladas suelen terminar al amanecer con una fase terminal conocida por los puristas como melopea y por la gente normal como peda. De hecho, hay un récord Guiness para el primero de enero, que es el día en que más crudos hay en el mundo al mismo tiempo.
Por último, está la cuestión de los presagios y vaticinios apocalípticos, como que el mundo, por aquello del nuevo milenio, se acabará tan pronto den las doce de la noche. Hay una sociedad secreta al mando de Jaimito Maussan, que maneja información clasificada y en donde sostienen la tesis de que en junio próximo algún extraterrestre tomará el té con uno de nosotros. A propósito, me viene a la mente aquella vez cuando al maestro Orson Wells se le ocurrió decir en la cadena radial de la CBS, que a las ocho en punto de la noche los marcianos habían aterrizado en Nueva Jersey. De inmediato la carretera Nueva York-Filadelfia se congestionó y los hospitales fueron saturados de gente que había sufrido infartos o síncopes repentinos. Con esta sencilla maniobra, propia sólo de los genios, Wells se convirtió en una celebridad nacional.
Los años nuevos siempre serán bien recibidos y lo último que se piensa es que uno envejece. Aunque algo sumamente curioso, que por lo demás debe de tener una explicación científica, es que cada vez el tiempo pasa más rápido, como si uno no se hubiera parado de esa mesa en la que comió pierna al horno o ensalada de manzana. Es la ley del eterno retorno. En todo caso, los ciclos en la vida siempre serán necesarios, y los años dan la pauta para que así sea. No importa que los propósitos para los meses que vienen no se cumplan; sólo los aburridos los realizan. Sin embargo, es halagüeño este asidero momentáneo de buenas voluntades, pues casi nunca es así. Al final lo que cuenta en la vida es al amor al prójimo, al que se le desean siempre tiempos mejores; también, desde luego, hay que anhelar el fin de la ignominia mundial y que los niños no se mueran de hambre; por último, que México transite de una vez por todas y en serio a la democracia, que a Robert Downey Jr. no lo metan otra vez a la cárcel y que el Cruz Azul gane un nuevo campeonato.
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